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Memoria histórica
La generación de los “campaneros” de Ensidesa: “Aquello era para morirse”
Fueron muchos los accidentes y las enfermedades mortales derivados de aquel arriesgado trabajo de cimentación en los terrenos pantanosos e inundables donde se instaló la factoría.
El documental Campaneros (ValleProducciones), estrenado hace cinco años, es obra de Isaac Bazán Escobar y su título y contenido se refieren a un durísimo trabajo que nada tiene que ver con el de tocar las campanas en las torres de las iglesias. Lo desempeñaron quienes pusieron los cimientos de la antigua factoría de Ensidesa en Avilés. A ellos y a cuantos trabajadores llegaron por los años cincuenta del pasado siglo a la ciudad asturiana se los conocía por el apelativo despectivo de “coreanos”. Se trataba en su mayoría de inmigrantes provenientes de las provincias del interior del país, a los que por su nula cualificación laboral y aspecto depauperado -en los primeros tiempos dormían hacinados en barracones- se los asoció con las imágenes de la guerra de Corea que por entonces llegaban a España a través del Nodo, el noticiario cinematográfico de la dictadura.
Antonio Medina Joyera, Jesús Rodríguez Abades, Alfonso Lareo Ouzande, Manuel Martínez Velasco y José Vines Vicente contaron en su día sus experiencias a Isaac Bazán. La llamada Villa del Adelantado de la Florida no pasaba mediado aquel decenio de los 15.000 habitantes, pero con la instalación de la empresa siderúrgica su población crecería hasta llegar a los casi 100.000 habitantes a finales de los años sesenta. Muchos de los trabajadores que encontraron allí su residencia procedían de Extremadura, según se nos informa en el documental, hasta el punto de que se llegó a decir que aquella región tenía tres provincias, contando con la de Asturias.
Según explica su director, Campaneros es una historia que ha revoloteado siempre por la mente de los avilesinos: “La primera vez que oí la palabra se la escuché a mi abuelo en una comida de domingo...Soy descendiente de esta historia. Mi abuelo materno vino a construir la empresa desde su pueblo de Cáceres y mi abuelo paterno llegó desde un pueblo de Málaga. Mis abuelos, padre, tíos, primos, todos trabajaron en Ensidesa. Recuerdo perfectamente cómo cambió la atmósfera de aquella comida en un instante. Yo tendría 14 o 15 años, me fui a la biblioteca y encontré los libros de Juan Carlos de La Madrid sobre la historia de Avilés y sobre este tema en concreto. Pasaron los años hasta que Catherine Alcover, actriz protagonista de mi cortometraje Le baiser / The kiss vino al estreno del mismo en Avilés. A la mañana siguiente regresaba a su casa en Francia y fui a despedirla al hotel. Me preguntó en qué estaba pensando y le dije que en nada concreto, pero no sé por qué le comenté lo de las campanas de Ensidesa. Una semana más tarde me llamó desde Francia diciéndome que una amiga de origen español vivió en Avilés y su padre había sido campanero. Así fue como conocí a Manuel Martínez, el primer campanero del documental. Mis viajes a Francia y mis sucesivas entrevistas con Manuel me llevaron a buscar y contar la vida de más campaneros, temeroso de que sus vidas y su voz pudieran apagarse“.
El realizador asturiano contactó después con el testimonio de los extrabajadores citados, ya octogenarios y nonagenarios, localizó más información a través del Archivo Histórico y contó con la colaboración documental de quienes tenían conocimiento del tema, como Javier Gancedo, director del archivo de Ensidesa. Hasta que Bazán no inició esa investigación hace más seis años, la historia de los campaneros de Avilés había quedado velada por el tiempo, como si su asunto fuera una cuestión tabú, una más entre las que quedaron disueltas en la niebla del olvido. ¿Por qué?: ”Por la misma razón que cualquier elemento de nuestra memoria histórica lo puede ser: vergüenza, culpa, miedo, rencillas -entiende Isaac-. Hay que pensar que la sociedad de la posguerra en este país está sustentada por la supervivencia y el miedo, y si a eso le añades un choque cultural y dudas sobre la cantidad de muertos, etc., a nadie le interesa desenterrar ese baúl y mucho menos abrirlo. De una de las cosas que más orgulloso estoy es de ver las caras del público a la salida del cine, como si se hubiera aliviado del miedo a reconocer nuestras propia historia“.
Eran tan duras y comportaban tantos riesgos las condiciones de trabajo en las campanas de hormigón que pocos empleados podían soportarlas por un cierto tiempo, aunque fuera mayor el salario. Hasta los mineros asturianos acostumbrados al trabajo subterráneo descartaron ese tipo de actividad, una vez comprobada su peligrosidad extrema, según se nos explica con detalle en la película. No tuvieron esa posibilidad las brigadas de presos que sí experimentaron esas condiciones laborales, a cambio posiblemente de una redención en sus penas. ”Aquello era para morirse“, repite varias veces Manuel Martínez Velasco durante el reportaje. Los obreros debían internarse en aquellas campanas en las que estaban sometidos a constantes cambios de presión y a imprevistas incidencias, como consecuencia de la mala calidad de los materiales y la carencia de protocolos de seguridad. Esas campanas, colocadas sobre los llamados cajones indios, eran unos sistemas de cimentación que databan de mediados del siglo XIX y se empleaban en los terrenos pantanosos e inundables. A través de su estructura se inyectaba aire a presión para eliminar el agua, de modo que los operarios pudiesen cavar la tierra en seco desde el interior hasta lograr la profundidad necesaria antes de llenarlas de hormigón. Para hacernos una idea, imaginemos un vaso invertido hundido en agua al que hay que inyectarle presión para desalojarla.
”Ensidesa era la punta de lanza de la industrialización en este país. Los accidentes en las campanas eran conocidos cuando se producía la fractura de un cajón neumático y los obreros morían en el interior -comenta el realizador-. Esos accidentes, cuando ocurrían en la campana, eran de los más sonados por la impresión que causaban, pero aparte de las muertes oficiales existen muchos más casos en los que los obreros fallecían en sus casas por causa derivadas de ese trabajo: fallos de descompresión, derrames, embolias... Esos trabajadores morían en sus camas y no eran contabilizados como fallecidos en el tajo“. En el reportaje se citan los datos que da el periodista Venancio Ovies (no más diez muertes, oficialmente), pero varios de los campaneros entrevistados hablan de muchos más, ya fuera por accidente o por enfermedad laboral. El diario La Voz de Avilés informó el 4 de diciembre de 1954 del desplome de una de las campanas neumáticas que sepultó a seis operarios.
Alguno de los campaneros refleja en el documental las penosas condiciones de vida en las que discurrieron sus primeros años. El alcoholismo, el juego y la prostitución eran las diversiones más habituales entre una mano de obra que a las penalidades del trabajo unía, en su mayoría, un acentuado desarraigo social, lejos de sus familias y de sus pueblos de origen. Un colchón bajo el llamado Puente Azul servía para que grupos de prostitutas atendieran sexualmente a los obreros más jóvenes y peor retribuidos, mientras que los campaneros con mejores salarios podía permitirse viajes a Gijón y tener mejores condiciones para el trato carnal.
El rodaje de Campaneros, iniciado en 2013, se prolongó hasta finales del año siguiente. La película ganó el premio al Mejor Largometraje Documental del Festival Internacional de Cine y Arquitectura Ficarq, ex aequo con Escapes de gas, de Bruno Salas. También fue proyectado en el Festival Cinetekton de Puebla (México) y en la Semana Internacional de Arquitectura de Valladolid. Hoy sigue a la venta en formato DVD y puede verse en plataformas digitales. Se trata de un reportaje cinematográfico muy valioso y digno de ser difundido y debatido entre las más jóvenes generaciones, aquellas que quizá se pregunten por qué nos sentimos tan desconsolados e indignados al saber durante estas semanas que están muriendo por un maldito virus en la soledad de las residencias de mayores miles de compañeros de la misma generación que los campaneros de Avilés.
Reportajes como este también forma parte de nuestra memoria histórica y su conocimiento es mucho más necesario en nuestros días que la remota y emblemática historia del celebérrimo conquistador avilesino Pedro Menéndez de Avilés para reconocer al país de donde precedemos y homenajear a las generaciones que lo forjaron. Los campaneros de Ensidesa no tienen una estatua en aquella villa como la de El Adelantado, pero bien se les podría distinguir -por tarde que sea- con una mención en el callejero avilesino. Sus brazos sentaron literalmente -con riesgo para sus vidas- las bases de la industria que hizo crecer aquella villa.
Isaac Bazán cree haber homenajeado a esos hombres con su película: ”Cuando haces un trabajo de este género -comenta- es muy fácil caer en un error de juicio y creer que conoces toda la verdad apoyándote en un atril. Si hubiese pretendido dar un punto de vista solo reivindicativo, el mensaje de los verdaderos protagonistas perdería fuerza y volveríamos a la misma mierda de siempre. Los protagonistas son ellos, no tú, y tienes que saber distanciarte a pesar de tu propia opinión, que obviamente te martillea la cabeza constantemente".
De quienes prestaron su voz y su memoria para este film sólo vive actualmente Alfonso Lareo. Sus restantes compañeros ya han fallecido, habiendo prestado antes su testimonio para que el silencio acumulado tantos años sobre las campanas de aire comprimido de Ensidesa se rompiera por fin.