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Feminismos
¿Es posible construir una escuela y cultura feministas sin tropezarnos con la censura?
A lo mejor si se empieza a contextualizar críticamente algunas obras, si se empieza a visibilizar lo invisibilizado, lo asumido como normal, a nombrar lo que no se nombra y, por tanto, no existe..., desde una perspectiva transfeminista, a lo mejor entonces podemos ver estas obras de otra manera, a lo mejor incluso estas obras pueden ser útiles en cierta manera.
“Me, I’m not ahistorical or immune to biography. That’s for the winners of history (men) [blancos] (so far)”. Claire Dederer [1]
El 13 de marzo de 2018 amanecimos con buena parte de la prensa nacional, deportiva incluso, haciéndose eco de un artículo feminista. El protagonista era el “Breve decálogo de ideas para una escuela feminista”, de Yera Moreno y Melani Penna [2], el cual abordaba cómo la escuela, cuyo papel ha sido el de reproducir y legitimar las normas sociales —el sistema—, tiene un potencial transformador y subversivo desde el que se puede cambiar la realidad en la que vivimos, para mejorarla.
Sin embargo, aquel día nos encontramos con “disparates antipedagógicos”, “ideas descabelladas”... en un revuelo mediático en el que se ponía el foco, y se sacaba de contexto, una serie de ideas —lo que les interesa— y se invisibilizaba el resto con la idea de deslegitimar esta propuesta en su totalidad.
Así, en todos los medios se centraban en tres puntos de los diecinueve: prohibir el fútbol en los patios de colegio, usar el femenino o todes como neutro y el punto sobre el que trata este artículo. Y, si bien algunas de las propuestas pueden ser criticables y sería necesario que vinieran acompañadas de una mayor reflexión, la crítica se volvió metonímica —tomaba la parte por el todo— y “pelín” iracunda... No vaya a ser que se nos caiga el chiringuito.
Pues bien, una vez leído y releído el artículo, aunque es necesario y enriquecedor reflexionar más sobre algunas de las propuestas planteadas, en general creo que lo planteado es de un “sentido común” que nos beneficia a todes; entendiendo este como algo que se construye histórica y políticamente y, por tanto, que fluctúa (por ejemplo, el no derecho de los cuerpos leídos como mujeres al voto era algo de “sentido común” hasta hace no tanto, y en bastantes países sigue sin serlo) y puede ser —y muchas veces debe ser— destruido políticamente.
Porque, por ejemplo, propuestas como visibilizar, estudiar y dar el reconocimiento que se merecen a las escritoras, artistas, cineastas, filósofas, científicas... nombradas en dicho artículo y a muchas otras que faltan es enriquecedor, es fundamental desde una perspectiva del conocimiento construido también por ellas; porque tener asignaturas de educación sexual, des-heterosexualizar —como norma— la escuela, tener baños unisex (o mucho más apropiado y ajustado a la realidad sería llamarlos plurisex), [3] etc. es fundamental y es de un sentido común todavía no construido. Y porque lo que es loco es precisamente no hacerlo, y esa es la realidad distópica en la que vivimos
Ahora bien, en este artículo me voy a centrar en el punto que propone “eliminar libros escritos por autores machistas y misóginos entre las posibles lecturas obligatorias para el alumnado” porque creo que merece mayor reflexión y, además, de alguna manera ha salido en muchas conversaciones previas al decálogo en un sentido más amplio que también merece la pena abordar.
Por ejemplo, ¿qué hacemos con artistas como Woody Allen —entre otros— acusados de violación? ¿Los seguimos viendo a título individual, ponemos sus películas en la escuela, en espacios políticos, debemos estudiarlos, deben recibir sus películas subvenciones del Estado...? Personalmente es en este punto en el que mis neuronas entran en una especie de colapso con el que no sé muy bien qué hacer, porque he crecido viendo —e idolatrando— las películas de este autor (o de otros) y, para empezar, no me veo capaz de dejar de disfrutarlas, con todo lo que eso me conflictúa porque, al mismo tiempo, no cuestiono ni cuestionaré a las mujeres, bolleras y trans que denuncian una agresión, pues eso ya lo hace el sistema. Pero vayamos por partes.
Volvamos a la escuela, ¿se debe eliminar de las lecturas obligatorias a Pablo Neruda? Esto es abrir un “melón” y lo demás son tonterías; no obstante, primero creo necesario recordar un texto extraído de Confieso que he vivido, las memorias de Pablo Neruda [4]. Ahora, despojaos de los privilegios, abrid vuestra mente un poquito queridos marios y javieres de este mundo, ¿de verdad no veis ningún problema en leer a este autor sin más?:
“El encuentro [sexual] fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia”.
Confiesa que ha violado, y se queda tan tranquilo, pero lo más preocupante es que no causó ni causa ningún revuelo, no se le cuestiona, no se cuestiona, se le estudia sin ningún sesgo crítico, y eso nos lleva a legitimar una violación, a ser sus cómplices, a perpetuar la cultura de la violación.
Pero ¿y si en vez de no leerlo usamos a Pablo Neruda, si trabajamos este texto en concreto en la escuela, lo contextualizamos críticamente y le nombramos como lo que es, según sus propias palabras, un violador?; se me ocurre también trabajar otro texto (una canción, por ejemplo) a continuación: Me and a Gun, escrita por Tori Amos; en ella narra una agresión sexual que sufrió cuando tenía 21 años, logró escribirla años después (tras ver Thelma y Louise, interesante) y la cantó a capella en un concierto. Es importante porque solo tienen voz los relatos de ellos, pero los nuestros (los otres en toda la amplitud del término) [5] no interesan, ¿por qué no aprovechamos para visibilizar una violación y dar voz, un cuerpo y una realidad a la mujer agredida?
La “mujer más bella de la raza tamil” no tuvo voz, pero Tori y muchas otras están gritando desde hace años, abordemos el tema, enseñémoslas: “Was me and a gun / And a man on my back / But I haven't seen Barbados So I must get out of this”. ¿Aunque no es acaso muy pronto para abordar este tema (por su dureza y su complejidad, se podría decir) en la escuela? Se preguntarán muchas personas. Sin embargo, quizás nunca sea suficientemente pronto, el primer abuso sexual (o agresión, sinceramente ni siquiera sé cómo nombrarlo) que recuerdo sucedió en un entorno educativo cuando yo tenía 10 años, y él 8. Así que nunca es suficientemente pronto: we must get out of this... and we must stop it.
Y volvamos ahora a Woody Allen y a tantos otros [6]. Sinceramente, en este punto tengo más preguntas que otra cosa: ¿puedo volver a ver Scoop, olvidarme de quién es su creador, puedo disfrutarla tanto como la disfruté en su momento?, ¿puedo ver las películas de Kevin Spacey, Morgan Freeman... y disfrutar de lo maravillosos que son como actores?, ¿puedo elogiarles en público o solo en la intimidad?
Porque, cuando leo a Lope de Vega está tan lejos en el tiempo que, aunque es posible que fuera un acosador, el dilema está más lejano, lo leo, lo disfruto y ya, es un placer mucho menos culpable. Pero, claro, Lope no vive de los libros que le compro, no rueda películas con subvenciones de un Estado... (Me viene a la mente Vicky, Cristina, Barcelona).
Llegados a este punto, creo que mis neuronas empiezan a dar saltitos inquietas, o quizás sean espasmos. En fin, centrémonos. Recuerdo que hace unos meses leí un artículo titulado «What Do We Do with the Art of Monstrous Men?», escrito por Claire Dederer, el cual puede dar algunas claves, y más preguntas, acerca de algunas de estas cuestiones. La cuestión es que me parece que Dederer centra bastante uno de los debates cuando analiza «la obra maestra» (en términos de canon cultural) de Woody Allen Manhattan, película que vi hace bastantes años y confieso que no recordaba en ese momento, y en concreto el personaje de Tracy, pareja de Isaac (interpretado por Woody Allen), una adolescente de 17 años. Sí, 17 años.
Dejando totalmente de lado la biografía del autor, sería deseable o esperable encontrar que en dicha obra hay una crítica con respecto al hecho de que un tipo mayor esté con una adolescente de instituto, una crítica feroz o una postura crítica o un mínimo de cuestionamiento o un poco de culpa al menos en el personaje de Isaac. No obstante, también podría decirse, recientemente él lo ha dicho, que se trata de un simple y bienintencionado juego escénico que busca la comicidad (me encantaría presenciar el feedback de su psicoanalista en este punto, sinceramente).
Sin embargo, como bien apunta Claire Dederer, no existe ninguna crítica y, además, el personaje de Tracy difiere significativamente del resto de personajes femeninos: pues ella encarna la pureza, la belleza desindividualizada, [8] en lo que es un estético y elaborado proceso de cosificación, tan habitual y que tan bien suelen hacer los cineastas. Y ahí entramos en uno de los puntos clave. Es difícil, (me) es duro, asumir que Manhattan no es una gran película, pero ahora también me resulta duro verla. Quizás porque ni ella se cuestiona, ni se la cuestiona.
Tampoco creo que se pueda obviar la calidad de muchas obras, ventilárnoslas del canon sin más, hacer como si nunca hubieran existido. Pero a lo mejor —y volviendo también a Neruda— si se las empieza a contextualizar críticamente, si se empieza a visibilizar lo invisibilizado, lo asumido como normal, a nombrar lo que no se nombra y, por tanto, no existe..., desde una perspectiva transfeminista (que, marios y javieres, no deja de ser una perspectiva que pone los derechos humanos de todas las personas en el centro), a lo mejor entonces podemos ver estas obras de otra manera, a lo mejor incluso estas obras pueden ser útiles en cierta manera. Aunque también es verdad que yo personalmente es posible que siga disfrutando Scoop, pero que no pueda hacerlo con Manhattan, al menos en la misma medida.
No obstante, quizás hablar de estas obras machistas sea si acaso más sencillo que hablar de la cultura realizada por los «hombres monstruosos» en términos más generales. ¿Cómo podemos separar al artista del creador?, ¿debemos o somos capaces de hacerlo?, ¿qué privilegios entran en juego en el proceso? Y aquí lo público cobra especial relevancia, porque emitir a estos artistas por ejemplo en una televisión pública, darles subvenciones de un Estado, pensar en un boicot o que haya artistas que se nieguen a trabajar con ellos, ¿tenemos la obligación ética de hacerlo?, ¿soluciona el problema o parte de él? Y aquí es donde creo que puede ser interesante lanzar al debate una idea que hace poco salió en otra conversación: la impunidad.
El problema no es Sospechosos habituales (recordemos que tanto su director, Brian Singer, como uno de sus protagonistas, Kevin Spacey, han sido acusados de abusos sexuales), sino la impunidad de la que han gozado sus protagonistas. De modo que buscar herramientas para luchar contra esa impunidad puede ser una clave; herramientas, en definitiva, que ni censuren o eliminen sus obras ni dejen a sus responsables impunes.
Trabajar sobre esta última idea sin duda excede el propósito (y la longitud) del presente artículo. Pero sí creo que es una idea sobre la que merece la pena reflexionar, así que habrá que seguir debatiendo, escribiendo, construyendo sobre todo esto y más, pero desde el respeto, la escucha, la inclusividad, la empatía con les otres y, queridos marios y javieres de este mundo y de los paralelos, renunciando a nuestros privilegios. Porque, total, al final el chiringuito se os va a caer igual, o lo vamos a tomar.
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Como diría la Ley de los titulares de Betteridge, Para todo titular que forma una pregunta, la respuestaes no.
Debido a que muchas políticas sobre la mesa que se suelen utilizar en la basada en sexo y no en igualdad, la censura llega cuando algunas temáticas chocan con las bases fundamentales de lo que se haya considerado feminismo. Hay un alto riesgo de que se censuren comportamientos típicos masculinos, quizás con un intento de buena fe. Pero una escuela tiene unas normas de convivencia y de forma natural siempre ha habido y habrá censura. Sin ir más lejos, si tu familia es naturista te censurarán ir desnudo en pleno mes de julio sin aire acondicionado en el aula. La excusa será ideológica. Y esto ha sido así siempre. Mientras haya gente que se ofenda por algo, en pos de la convivencia pacífica, la censura nunca dejará de existir. En centroamérica siguen levantando la polémica los padres que "cierran" colegios a modo de protesta porque quieren impartir clases de sexualidad, por lo que siempre va a haber un control ideológico por alguna de las partes, a partir de la doctrina que quieran colocar. Lamentablemente, los hijos no son independientes y dependen de los padres, por lo que nunca podrán estudiar libremente y de forma crítica mientras haya presión por parte de la cultura del progenitor y por parte de la cultura institucional.
Cabe mencionar que este artículo es valiente, si hubiera escrito algo de lo que dice en los comentarios de esta web lo habrían fundido a negativos. Mi enhorabuena.
http://www.letraslibres.com/espana-mexico/cultura/el-caso-woody-allen-un-hijo-toma-la-palabra
Y esto lo cuelgas aquí por... ya que me parece que es un intento por abrir un debate, quizá poner esto podría llevar una reflexión. colgar este artículo así sin más tiene algún tipo de intención, como por ejemplo la de invalidar la reflexión que plantea este artículo? Ays, que cansancio!