Educación
En educación pública no tenemos por qué elegir

Ha habido tiempo para planificar y establecer prioridades y, sin embargo, faltan menos de diez días para que empiece el curso y el profesorado seguimos enfangados en instrucciones confusas y desconociendo dónde va el dinero. La elección que parece que nos plantea esta situación es asumir contagios y muertes, que no queremos, o recortar en educación pública, que tampoco queremos.

Colegio educacion primaria - 3
El 11 de marzo fue el último día de clases en la educación. David F. Sabadell

Profesor de filosofía

27 ago 2020 06:00

El curso se inicia en prácticamente todas las comunidades lleno de opacidad e incertidumbre para la mayoría trabajadora del Estado. Ninguna claridad sobre las condiciones en las que vamos a empezar y cómo lo vamos a hacer. Todas las exigencias con las que el gobierno central, allá por mayo, se planteara afrontar el curso escolar 2020/2021 se han ido relajando y diluyendo hasta convertirse en un montón de recomendaciones para los departamentos de educación de los distintos territorios. De 15 alumnos por aula, a 20 y, ahora, estamos en 25; la distancia entre alumnos de 2 metros pasa a 1,5 y, de ahí, a poder sustituir eso por uso de geles y mascarillas. Pero ojo, solo son recomendaciones.

Los 2.000 millones de euros con los que prometen regar la educación pública son absolutamente insuficientes para limitar contagios y continuar con una educación mínimamente de calidad para la mayoría trabajadora. La Federación de Enseñanza de Comisiones Obreras (FECCOO), por ejemplo, explica que realmente hace falta más de tres veces más para poder tener unas condiciones sanitarias para una vuelta a las clases segura. Pero es que, además, ese dinero, al no ser finalista (es decir, se da a las comunidades sin condicionalidad) se puede destinar a otros conceptos, incluso a potenciar la privatización, de manera que como explica la confederación de STES-Intersindical, de esos 2.000 millones menos de la mitad irán a la contratación de profesorado. 

Los 2.000 millones de euros con los que prometen regar la educación pública son absolutamente insuficientes para limitar contagios y continuar con una educación mínimamente de calidad para la mayoría trabajadora

Y, en medio de todo esto, muchas instrucciones confusas sobre el transporte escolar, sobre responsabilidad de familias o docentes, sobre comedores, sobre el compromiso de las madres y padres de no llevar a su hijo con fiebre…. Seremos las trabajadoras y los trabajadores quienes tengamos que decidir entre lo malo y lo peor. Porque finalmente, ante la incapacidad de las administraciones autonómicas y central de afrontar el inicio del curso en condiciones sanitarias mínimas y con suficiente de calidad educativa, el peso de las consecuencias recaerá sobre las espaldas de la población trabajadora.

Las familias trabajadoras con hijos en edad escolar tendremos que elegir entre no ir a un trabajo, del que, en la mayoría de casos, te despiden si no eres suficientemente productivo, y la necesidad de cuidar a nuestros pequeños si detectamos algún síntoma. Y, si se da el caso de ese cierre de centro que sabemos que es más que posible, tocará pensar a quién cargamos con la responsabilidad de cuidar a nuestros niños.

Las familias trabajadoras con hijos en edad escolar tendremos que elegir entre no ir a un trabajo, del que en la mayoría de casos te despiden si no eres productivo, y la necesidad de cuidar a nuestros pequeños si detectamos algún síntoma

Quien tiene que elegir también son los equipos directivos que han sufrido desde el inicio de la pandemia un continuo cambio de instrucciones y que inician el curso escolar cargados de responsabilidades en seguridad y salud para las que no están preparados y que, por supuesto, no forman parte de sus competencias.

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Y, en general, así están todos los docentes que, tras un curso de caos, sin saber en qué condiciones vamos a empezar, ni los protocolos de actuación, ni nuestras responsabilidades, tendremos que elegir desde el principio, entre otras cosas, entre dejar la clase y llevar a un alumno con síntomas al aula correspondiente, entre explicar o exigir que se pongan la mascarilla, entre encender el ventilador o asarte da calor. Y esto, claro, en clases masificadas. Sin olvidar a una pieza clave del puzle educativo: el muchas veces ninguneado personal de limpieza, un colectivo que trabaja en general en condiciones bastante precarias y que tendrá que multiplicar la intensidad y la cantidad de su trabajo y estará sometido a una presión constante, además del lógico miedo al contagio. 

No nos puede extrañar que, conforme se acerca el inicio de curso, vayan creciendo quejas y movilizaciones. En un breve repaso a las noticias de los últimos días vemos cómo los  estudiantes, familias y docentes, como los inspectores, las juntas de personal, las AMPAS, los sindicatos de enseñanza, señalan uno tras otro todos los problemas con los que nos vamos a encontrar y anuncian movilizaciones

Este confuso preinicio de curso pone sobre la mesa la lucha de clases que se libra en el campo educativo, porque también ahí se libra esa lucha entre los dueños de los medios de producción y los que solo tenemos nuestras manos y cabeza para ganarnos las vida

¿Dónde está el problema? ¿Por qué no se invierte en educación? ¿Y si no se piensa invertir, por qué no se dice? Hemos tenido tiempo para planificar y establecer prioridades y, sin embargo, a menos de diez días para que empiece el curso y seguimos enfangados en instrucciones confusas y desconocimiento de dónde va el dinero. Porque el dilema, la elección de verdad que parece que nos plantea esta situación, es asumir contagios y muertes, que no queremos, o recortar en educación pública, que tampoco queremos, o al menos nadie se atreve a decir lo contrario

Realmente este confuso preinicio de curso pone sobre la mesa la lucha de clases que se libra en el campo educativo. Porque sí, en la educación pública también se libra esa lucha entre los que son dueños de los medios de producción y los que no tenemos más que nuestras manos y cabeza para poder ganarnos la vida. No nos olvidemos que a ellos, a la burguesía (sí, he escrito “burguesía”), no les importa que los trabajadores se contagien, su objetivo es simplemente el beneficio y, para ello, que sus empresas no paren. Un estudio de abril explicaba que vivir en un barrio pobre te hace tener entre tres y cinco posibilidades más de contagiarte —y llegar incluso a morir— que en un barrio rico. La realidad es que no nos cuesta imaginarnos a cualquier empresario relajando las medidas de control para que la empresa siga funcionando. Realmente, si les preocupa que los centros de enseñanza puedan parar es porque eso supone un problema para la capacidad de trabajo de sus trabajadores.

Solo les importa la educación pública como tal en la medida en la que forma mano de obra que trabajará, con esa formación, en sus empresas

Y es que solo les importa la educación pública como tal en la medida en la que forma mano de obra que trabajará, con esa formación, en sus empresas. Antes de todo esto de la pandemia mundial, los jefes, jefes de la burguesía, las élites económicas, también tenían su plan que no era otro que adecuar mejor la escuela pública a sus necesidades, ni más ni menos que la educación pública formara a la mano de obra inestable y precaria del siglo XXI. Ese es el plan que van a seguir querer aplicando. Y sin gastar ni un euro más de lo necesario para la educación pública

Así que como clase trabajadora tenemos que tener nuestro plan, porque cuanto más fuertes son quienes nos explotan, más indefensos estaremos. Necesitamos una educación para la mayoría, no para una minoría explotadora, una que nos dé conocimientos y armas. Queremos saber historia, lengua, literatura, economía, filosofía, física… queremos tener todos los conocimientos de la humanidad que podamos, porque esto nos protege y nos ayuda enfrentarnos mejor a quienes en lo único que piensan es en el máximo beneficio.

Sabemos que no tenemos que elegir entre contagios o recortes: simplemente se debe invertir en educación para nuestra clase. Y eso significa, sencillamente, que los dueños del dinero controlen un poquito menos y ganen un poquito menos

Por eso quienes ya estudiamos lo que pasa —previendo, exigiendo y preparando movilizaciones— sabemos que no tenemos por qué elegir, porque desde este punto de vista de clase no hay dilema a elegir entre contagios o recortes educativos. Lo que hay es que invertir simplemente en educación para nuestra clase. Y eso, así planteado, significa sencillamente que los dueños del dinero controlen un poquito menos y ganen un poquito menos. 

Estando fuera de toda duda que la prioridad es la educación presencial, las cosas que se piden son claras y sencillas y exigen inversión. Siete puntos básicos que tenemos que luchar lo más unidos posible y sin dejar ni uno atrás: más planillas de personal docente y no docente, ratios reducidas, instalaciones y recursos, conciliación familiar para familias trabajadoras en caso de cierre de centros, servicios de enfermería en los centros y ayudas a las familias sin recursos para contrarrestar la brecha digital. Simple.

La cuestión de la unidad no solo hay que pensarla en clave de comunidad educativa, sino de clase. Porque la única manera de no culpabilizar a las familias, al alumnado o al profesorado es defender inversión en educación y trabajar por organizar, movilizar y unir a las familias trabajadoras por una educación pública, laica, democrática y de calidad.

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