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¿De dónde viene el daño? ¿A cuándo se remonta? Es nuestro esto roto anterior a nosotras, algo que nos persigue desde siempre, algo que vino a cubrir la vida como un manto o un musgo siglo a siglo. ¿No seguimos en las guerras donde parieron las nuestras, donde cayeron las nuestras? ¿No sentimos a veces el hueco de su hambre o de su miedo? ¿No nos late el corazón al ritmo de las bombas al caer?
Hay una mujer que avanza por un camino de tierra. Apoya en la cintura un cántaro de agua. Paso a paso se acerca a una hilera de casas que se ven a lo lejos. Tres hombres se aproximan por detrás. Yo solo veo la mano que se agarra a su muñeca y el agua derramándose; la mancha que crece por dentro; la mancha que se extiende bajo sus pies. El pozo en el que su cuerpo se convierte. Cómo llega de noche a la hilera de casas siendo ya para siempre distinta, extranjera de sí. Su sexo es el sexo que yo heredo, siglos después.
Hay una familia que camina muy junta. El niño está cansado. El padre tira suavemente de él. En lengua aljamiada, el padre le susurra que tiene que seguir. Quedan días para llegar a Tombuctú, donde podrán, al fin, descansar. Por el camino arrastran, además de los pies, los recuerdos de todo lo que dejan atrás: el rumor del agua, los muros de la Alhambra, la casa en la que creyeron que iban a morir. Su tierra es la tierra que yo heredo, siglos después.
Hay un hombre negro que baja de un barco. Avanza lento. Lleva grilletes en los pies. El barco ha hecho un viaje largo: desde África hasta la Capitanía General de Cuba. Quien inspecciona al hombre, comprueba su dentadura como si fuese ganado, es dueño de una plantación de azúcar y otra de café. Intercambia monedas por personas. Su lengua es la lengua que yo heredo, siglos después.
En la puerta del edificio se puede leer: Real Fábrica de Tabacos de Sevilla. Dentro hay varias filas de mujeres sentadas unas frente a otras en mesas muy largas. Van colocando puñados de tabaco sobre papel de fumar. Dicen los patrones que sus manos pequeñas lían más rápido el cigarro y con más precisión. Trabajan a destajo más horas de las que debería ser legal. Los vapores que emanan de las hebras van dejándolas ciegas y anegando sus pulmones a la vez. Donde una no llega, llegan las demás. Juntas reclaman lo que es suyo. Saben que una mujer pobre es siempre muda; que muchas voces juntas hacen una voz. Sus manos son las manos que yo heredo, siglos después.
Walter Benjamin imaginó a un ángel de la historia mirando hacia el pasado: “Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina y la arroja a sus pies”. Para “recomponer lo despedazado”, dice Benjamin, hay que luchar contra el huracán que el poder denominó progreso, ese viento que nos impele hacia delante, que nos insta a olvidar lo que queda detrás. Entender el continuum sobre el que se construye el daño, no dejar nunca de mirar lo que pasó. Saber quiénes lo sufrieron. Quién lo infligió. Entender que el daño empieza mucho antes que nosotras para intentar que el daño acabe alguna vez.
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