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Insólita Península
Una fuente pública bajo una seta de madera
La plaza de la Encarnación seguirá mutando quién sabe con qué destino y, en ese futuro hipotético, los surtidores de la fuente seguirán mandando.
Las grandes ciudades albergan varias ciudades en su interior y, en las costuras que unen cada fragmento, no es extraño que aparezcan territorios híbridos, lugares que no se decantan hacia ningún lado. La plaza de la Encarnación de Sevilla, en la antesala de las calles más concurridas del casco histórico, conserva ese tono indeterminado. Desde 2011, un parasol inmenso da sombra al lugar, como si quisiera definir el terreno, generar un espacio de encuentro y, de paso, desmentir al turista que extrae conclusiones precipitadas. “La estructura de madera más grande del mundo”, tal y como la describen los paneles informativos, es conocida como las Setas de Sevilla.
Viajé hasta la plaza de la Encarnación con el único propósito de contemplar una fuente. Me quería sumar así a la tendencia a festejar los números redondos. Porque la fuente en cuestión cumple ahora 300 años. Sin demasiados preámbulos, me situé en un banco junto a los cuatro surtidores que manan agua desde 1720 y tomé algunas notas que ahora traigo a esta página.
La fuente, de dimensiones reducidas y recién restaurada, sobrevive bajo un árbol frondoso. Está compuesta por un estanque circular del que emerge una suerte de columna con elementos decorativos que se suceden hacia el cielo. De la columna, a media altura, surgen cuatro caños. El ruido del agua que mana de ellos apenas se escucha bajo el estruendo de las obras de un edificio colindante. Las palomas y las tórtolas se entretienen en acariciar esta fuente que nadie fotografía. Los turistas se sientan en el peldaño que la circunda y escriben con prisas en el móvil.
Al contemplar el cielo desde la fuente, sorprende apreciar que ha quedado protegida por el árbol y por una de las inmensas setas de madera. De modo que, para apreciar la fuente en plano cenital, me decidí a subir a lo alto del parasol.
El proyecto Metropol Parasol, del arquitecto Jürgen Mayer, cuenta con un mirador en forma de pasarela sobre los sombreros de las setas. La subida en ascensor hasta esa cumbre ya sitúa al visitante en un espacio atípico, un terreno habitado por turistas deseosos de obtener una visión panorámica de la ciudad, ilusionados tal vez con la posibilidad de abarcarla. Una vez sobre las setas, el caminante parece deambular por el pasillo ancho de un avión que planea muy bajo sobre el cielo de Sevilla. Las curvas y pendientes de la pasarela contribuyen a acentuar esa sensación de tiempo detenido. El horizonte que puede contemplarse permite reconocer monumentos, apreciar la urbe como una nave varada junto a un río y, sobre todo, detenerse en los detalles de las azoteas, salpicadas de antenas, aires acondicionados, tendederos, depósitos y mesas dispuestas para la conversación.
Durante mi recorrido sobre las setas de madera escuché el rumor de las conversaciones en ese avión sin turbulencias, conversaciones suaves en francés de quienes hacían un alto en altura en sus días de inmersión sevillana. Tan abstraído me encontraba en ese lugar suspendido que, por un momento, olvidé que me encontraba allí para contemplar en plano cenital la fuente pública que acaba de cumplir tres siglos. Al recordarlo, me situé en un punto adecuado de la pasarela y miré hacia abajo sin reprimir un ligero vértigo. Allí encontré el breve monumento al agua, un manantial de vida que sobrevive a la evolución acelerada de la ciudad.
La fuente de la plaza de la Encarnación “en origen tuvo el fin de abastecer públicamente el agua proveniente de los Caños de Carmona; esta funcionalidad motivó su posición central y su morfología circular con cuatro surtidores que vierten agua a los cuatro frentes de la plaza”. Así lo explica un cartel de información muy concisa a escasos metros de la fuente, donde se detalla que esta inicialmente sirvió para mejorar la plazuela de la Encarnación y que, en torno a los años 1820 y 1830, pasó a ocupar el patio central del nuevo Mercado de la Encarnación. Aquellos tiempos en que la fuente articulaba la vida de este espacio han quedado clausurados. Sin embargo, su presencia señala que las costuras nuevas y antiguas con las que se construyen las ciudades dejan a veces testigos impermeables al tiempo. Sospecho que la plaza de la Encarnación seguirá mutando quién sabe con qué destino y, en ese futuro hipotético, los surtidores de la fuente seguirán mandando. Entonces, como hoy, alguien querrá tocar el agua.