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Antiespecismo
De plumas y crestas ¿Qué dicen los datos sobre las vidas afectivas de las gallinas?
Todavía se arquean cejas ante la idea de que las gallinas puedan tener experiencias afectivas. Sin embargo, los datos empíricos nos alejan de la posibilidad de que estas aves estén desprovistas de toda capacidad emocional. Hoy disponemos de evidencias convincentes acerca del dolor, el miedo o incluso otros procesos más complejos como el contagio emocional en gallinas.
El interés por las vidas emocionales de los animales ha crecido durante los últimos treinta años como consecuencia de una mayor preocupación por su situación en las diferentes industrias y ámbitos en los que son usados, especialmente en granjas y mataderos, pues la relación que la mayoría de seres humanos establecemos con estos individuos es a través de nuestros platos. Según estadísticas de la FAO, en 2018 se sacrificaron más de 68 mil millones de pollos para carne y más de 7 mil millones de gallinas en la industria del huevo, sin contar los pollitos macho descartados por la industria del huevo o los individuos que mueren antes de llegar a la edad de sacrificio. Teniendo este escenario en cuenta, vale la pena retroceder cierta distancia para obtener una perspectiva más amplia sobre quiénes son las gallinas, cómo son sus vidas afectivas y qué nos indica esta información sobre su situación en la práctica ganadera.
Una de las primeras preguntas que podrían plantearse es si estos individuos pueden experimentar dolor. Aquí expliqué cómo pollos con cojera y gallinas con fracturas óseas (dolencias muy prevalentes en la industria ganadera), desarrollan preferencia por comida que contiene analgésico y por ocupar un espacio que asocian al efecto calmante de dicho fármaco, respectivamente. Lo que sugiere que experimentan el alivio que les proporciona el analgésico y que, por tanto, las cojeras y las lesiones óseas son dolorosas.
También han sido identificados comportamientos asociados a otros estados emocionales como la ansiedad, la depresión, la frustración o el miedo. En el caso del miedo, las respuestas fisiológicas incluyen la taquicardia y el aumento de la temperatura central. A nivel de comportamiento, las reacciones incluyen, en función de las circunstancias, la inmovilización o la respuesta de huida. Por ejemplo, la presencia de un estímulo nuevo o potencialmente peligroso hace que las gallinas pongan distancia de por medio. En las granjas, esta reacción se puede dar ante la presencia de seres humanos. De hecho, la medición de la distancia que ponen los pollos entre ellos y los seres humanos se utiliza para evaluar el nivel de miedo en las granjas según el protocolo del proyecto Welfare Quality impulsado por la Comisión Europea. Sin embargo, a pesar de que las reacciones ante el miedo son consideradas un indicador de malestar, un estudio reciente ha caracterizado que las dolencias en los pies y las cojeras en los pollos impiden una respuesta de huida apropiada. Esto significa que las mediciones actuales sobre los niveles de miedo pueden verse confundidas por el estado de salud podal de los individuos que, a su vez, se ve agravado a medida que éstos se encuentran más próximos a la edad de sacrificio (Vasdal et al., 2018).
Disponemos de muy pocos datos sobre estados afectivos positivos en gallinas. En un estudio sobre la capacidad de las gallinas de anticipar acontecimientos, se enseñó a diversas de ellas a discriminar tres sonidos diferentes asociados a tres eventos distintos que iban a suceder en un futuro cercano (Zimmerman et al., 2011). Estos eventos eran una recompensa en forma de comida (estímulo positivo), un chorro de agua (estímulo negativo) o simplemente tiempo de espera (estímulo neutro). En respuesta a la anticipación del estímulo negativo, las gallinas realizaban más movimientos de cabeza y en general estaban más activas que cuando estaban a la espera de los eventos positivo o neutro. En cambio, ante la anticipación de la recompensa, las aves realizaban comportamientos asociados al confort como ahuecar las alas, aletear, estirarse o acicalarse.
Otra dimensión a considerar sobre las vidas emocionales de estas aves es que los afectos no necesariamente se encuentran confinados en el individuo, de hecho, en determinados contextos se pueden transmitir de uno a otro mediante un proceso de contagio emocional. En un estudio realizado en la Universidad de Bristol se analizó la reacción de un grupo de madres ante diversos acontecimientos que sucedían a sus polluelos (Edgar et al., 2011). Cuando los polluelos eran expuestos a un soplo de aire (estímulo negativo), las madres experimentaban cambios fisiológicos asociados al estrés agudo como un aumento de la frecuencia cardiaca y un descenso en la temperatura ocular y de la cresta. Por otro lado, a nivel de comportamiento, adquirían una postura corporal de alerta, incrementaban su frecuencia de cacareo y se acicalaban menos. Cabe mencionar que un estudio posterior, realizado por el mismo grupo de investigación, demostró que la reacción protectora de las madres no solamente era inducida por las señales de malestar expresadas por los polluelos, sino que también se daba en función de su propia percepción de peligro, independientemente de la de los polluelos (Edgar et al., 2013). En otro estudio realizado al hilo del anterior se demostró que, ante el soplo de aire, la presencia de la madre mitigaba el estrés en los polluelos (Edgar et al., 2015). Como curiosidad relevante, este estudio detectó la existencia de estilos maternales, pues las madres menos reactivas eran las que tenían mayor efecto amortiguador sobre la reacción de los polluelos.
Si bien es cierto que aún nos queda mucho por conocer sobre las vidas emocionales de los animales en general y de las gallinas en particular, especialmente a lo que experiencias positivas respecta, los datos indican que estos individuos no son los autómatas de respuestas reflejo que de un tiempo a esta parte habíamos asumido. De la experiencia del dolor al contagio emocional, gallinas, gallos y pollos son individuos que se ven afectados por los acontecimientos que suceden en sus vidas, lo que nos lleva a cuestionar el perjuicio sistemático al que son sometidos en granjas y mataderos.
Una sociedad que aspire a ser más justa y empática no puede permitirse ignorar las implicaciones éticas y políticas que se desprenden de las evidencias científicas acerca de las vidas afectivas de los animales.