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II República
Tres días del 33
La matanza de campesinos ocurrida en Casas Viejas (hoy Benalup-Casas Viejas, provincia de Cádiz) en enero de 1933 fue en su momento, y sigue siéndolo hoy, un hito en la historia contemporánea política y social española. Y lo es no sólo por el número de víctimas, una veintena bien entrada, sino también por su significado y consecuencias, hasta el punto de que marcó un antes y un después en la vida de la Segunda República española. Esto no significa, sin embargo, como se ha dicho últimamente, que lo que pasó en Casas Viejas se pueda considerar el inicio del camino hacia la llamada Guerra Civil.
Casas Viejas puso sobre la mesa muchas de las limitaciones transformadoras de la Segunda República
A mi parecer, lo ocurrido en la localidad gaditana fue más bien la gota que colmó el vaso de la frustración en torno a las expectativas ciudadanas sobre la capacidad transformadora del régimen republicano, de la que entonces se llamaba “Revolución de 1931”. De la República se esperaba que liderase una profunda transformación política, económica y social del país, transformación que debería abordar el llamado “problema agrario”, que tenía en tierras gaditanas uno de los lugares de su más cruda expresión. Otra de las expectativas populares para con la República era que ésta dejase de considerar la cuestión social como un problema exclusivo de orden público, lo que el diputado federal Eduardo Barriobero sintetizara con la pregunta: “¿orden público o paz pública?”.
Quedó manifiesta en aquellos años la fortaleza del mundo anarcosindicalista, que no aceptó la caridad de aquellos que pretendían utilizar lo ocurrido en su beneficio
Los acontecimientos de Casas Viejas frustraron a muchos por el volumen y la forma en la que se produjo la represión, por cómo las autoridades de la República gestionaron las consecuencias, así como por la utilización partidaria de lo ocurrido por unas derechas que encontraron la presa en la que hincar los dientes. Por otro lado, quedó manifiesta la fortaleza del mundo anarcosindicalista, que mantuvo su propia postura, negándose a la intervención asistencial de la administración republicano-socialista y que no aceptó la caridad de aquellos que pretendían utilizar lo ocurrido en su beneficio.
El levantamiento en Casas Viejas, así como su represión posterior y las diversas interpretaciones de lo ocurrido derivaron en una enorme difusión periodística, tanto escrita como gráfica en forma de fotografías y viñetas, hasta el punto de convertirse en uno de los acontecimientos sociales de mayor impacto en su momento. Pero también, desde muy pronto, se apreció la significación profunda de lo ocurrido en Casas Viejas, no sólo para el contexto político inmediato, sino como expresión de elementos consustanciales de la vida social española.
Pronto se apreció la significación profunda de lo ocurrido en Casas Viejas, que iba mucho más allá del contexto político inmediato
Entre estos últimos se puede señalar que el mundo libertario español se presentaba como una alternativa al Estado. Y no sólo porque los sucesos formaron parte de una huelga revolucionaria organizada a escala nacional, algo muy alejado de un motín o actuación de tipo milenarista o primitiva, sino también porque mostró a las claras la forma de gestionar problemas como éste que tenía el gobierno republicano socialista, anteponiendo sus intereses “privados” de gobierno a los “públicos” de la nación.
Lo ocurrido en Benalup tenía todos los ingredientes para que acabara convirtiéndose en un mito que trascendiese lo inmediato. La rebelión y la represión posterior pasaron de ser sucesos particulares para convertirse en universales como representación de temas recurrentes como la “droga del poder” y los componentes arcaicos mentales, racionales e irracionales, de la sociedad española. De ahí a convertirse en carne literaria no hay ningún cauce que atravesar. Estaba a disposición de quien quisiera atreverse.
A escritores como Ramón J. Sender, que contó lo ocurrido en la prensa del momento, Casas Viejas le acompañaría toda su vida
Y ya se atrevieron algunos de los periodistas que se desplazaron entonces a Casas Viejas e informaron en la prensa diaria. Es el caso, por ejemplo, de Eduardo de Guzmán y Ramón J. Sender. A ambos, lo ocurrido en Casas Viejas les acompañaría durante toda su vida y, en el caso de Sender, formó parte de su obra literaria, más allá de los primeros reportajes y compilaciones como Viaje a la aldea del crimen. Más de dos décadas después, Casas Viejas proporcionaría, según estudiosos como José María Salguero, más de 7.500 palabras a la novela de Sénder El verdugo afable. Lo mismo ocurrió con la copla, el romance o la copla de carnaval: Pascual Plá y Beltrán publicó sus seis romances de Seisdedos: tragedia campesina, mientras que la militante cenetista y poeta ultraísta Lucía Sánchez Saornil, unos años después, haría lo propio con su poema Romance a La Libertaria.
A ellos les seguiría un goteo de acercamientos literarios como los de Federica Montseny, de carácter militante, o el Palenque de sicarios de José Pérez Madrigal, antiguo “jabalí” de la extrema izquierda republicana, convertido en ferviente cedista primero y franquista después. No estoy seguro de que entre en el mundo literario, de creación, el del secretario de la Audiencia Provincial de Cádiz Miguel García Ceballos quien, mediada ya la década de los sesenta, publicó una copia prácticamente literal de las actas taquigráficas de la vista del juicio contra el capitán Rojas con un prólogo del inefable Papa cultural gaditano franquista José María Pemán. Fue a partir de la década de los setenta cuando aparecerían los acercamientos literarios más destacados.
Fue a partir de la década de los setenta cuando aparecerían los acercamientos literarios más destacados a la matanza de Casas Viejas
En 1975, Teresa Gracia escribió Casas Viejas, una obra de teatro todavía sin estrenar que, para el hispanista francés Claude Le Bigot, rezuma un gran dramatismo lírico y puede ser consideraba una obra literaria que plantea la cuestión de la memoria de la matanza. Después vinieron otras que sí han sido representadas. Primero el texto de Woll Helem, Casas Viejas, que se representó en la propia localidad en 1990. Más tarde, ya entrado el actual siglo, la Asociación Cultural “Hijo de la Luna”, ha actuado, en diversas ocasiones, en los propios lugares donde se desarrollaron los acontecimientos. La última el pasado enero con motivo del noventa aniversario.
También, en la década de los ochenta, Álvaro Millán Merello recuperó el acercamiento poético. Lo hizo, en 1980, con el poemario Casas Viejas 1933. Asimismo, el recientemente fallecido Antonio Ramos Espejo escribió Después de Casas Viejas, en 1984. Una crónica periodística, con voluntad memorialista, que se nutrió de nuevos testimonios. En ese rubro, el del testimonio, se encuadran las memorias de José Suárez Orellana que ha publicado la editorial Beceuve en una edición del tristemente desaparecido Salustiano Gutiérrez Baena.
Un registro literario completamente nuevo fue la novela del barcelonés Miguel Sen, La memoria muda, aparecida en 2005. En ella, la memoria de Casas Viejas se expresa a través de los pensamientos de una nieta de Seisdedos, muda y exiliada en Francia. Se trata de un ejercicio literario en el que la realidad superó a la ficción. Sin pretenderlo el autor, su protagonista no dejaba de ser un trasunto de la figura, todavía viva pero desconocida de Catalina Silva, nieta de Curro Cruz y hermana de María Silva La Libertaria.
Tres días del 33, de Ramón Pérez Montero, se presenta el sábado 18 de marzo, a las 12:00, en La Carbonería de Sevilla
Ahora se publica Tres días del 33, de Ramón Pérez Montero, que se presenta el mediodía de este sábado 18 de marzo en La Carbonería de Sevilla. Se trata de un monumental trabajo que sigue la senda de la anterior obra del escritor asidonense, titulada Eras la noche (2020). De Medina Sidonia a Casas Viejas, en poco más de una veintena de kilómetros, el autor ha construido dos enormes retablos de un entorno y unos personajes que, partiendo de su existencia real, se convierten en personajes de ficción. Ambas miradas giran en torno al tema central del dolor que atraviesa a unos protagonistas y acontecimientos que, si bien pertenecen a un momento concreto, adquieren alcance universal.
El lector no debe “temer” las 656 páginas de la novela. Las atravesará sin cansancio. Además, ni siquiera necesita hacerlo de forma “lineal”, de la primera a la sexcentésima quincuagésima sexta página, sino que puede ir saltando por los capítulos que más le apetezcan. No hay “historia” que ir descubriendo, ni nudo que desenredar ni, por supuesto, desenlace. Lo que hay es una conversación del autor con el lector. Un diálogo en el que destaca el lenguaje. Tanto por el uso, sin complejos, del andaluz, como por el mundo propio que crea. “Mi nombre y apellíos, na más pa que ustedes lo sepan, Francisco Cruz Gutiérrez.” Así, a palo seco, arranca la obra.
El mundo creado en torno a la matanza de Casas Viejas es el de Pérez Montero. Está claro, como él mismo hace explícito, que no ha pretendido ajustarse a la realidad de los hechos históricos, sino andar “por los embarrados caminos de la fantasía”. Como tampoco busca justificar ni juzgar nada, sino comprenderlo. Rehúye el juicio moral que considera pernicioso, aunque simpatice con los que llama “preservadores de la verdad”, quienes le proporcionan la base sobre las que construye su ficción; una ficción que tiene su propia verdad, la de Pérez Montero.
Pérez Montero no pretende en su novela ajustarse al milímetro a los sucesos históricos, de los que bebe, ni justificar o juzgar nada ni a nadie
No tiene mayor importancia que la urdimbre del relato repose, en algunas ocasiones, sobre distorsiones de la “verdad”. No es una verdad absoluta, pero sí es “real” que el diario madrileño La Tierra, citado en la página 17, no era “afín al socialismo”, sino todo lo contrario. Ni que Eduardo Ortega y Gasset timoneara la nave de Alejandro Lerroux y Rafael Guerra del Río, como se dice en la página 180. En todo caso llevaba la suya propia. Tampoco que Miguel Pérez Cordón, el compañero de María Silva, fuera herido en 1937 como parece deducirse de ese “diecinueve del año pasado” de la página 170.
El autor consigue el milagro de cualquier buena obra de arte, y más cuando es literaria: que trascienda a quien la escribe
Por último, en dos ocasiones se dice que el periodista jienense Valentín Gutiérrez de Miguel pertenecía a la redacción de El Liberal (página 271) y que era fotógrafo (página 606). Respecto a lo primero, parece que hay una confusión, o errata, con Joaquín López San Miguel, el redactor del diario sevillano que sí acudió a Casas Viejas en compañía de un redactor del ABC. Gutiérrez de Miguel sí aparece correctamente citado en la siguiente mención, aunque sea como “reportero gráfico”. Leves desconchones de este monumental trabajo, al que apenas deslucen más un par de erratas en las páginas 401 y 415 y otra mención al jerezano La Voz del Campesino como periódico sevillano.
Nada de ello desdice la novela, ni mengua su brillantez y atrevimiento. Ni, sobre todo, la emoción que impregna al lector a medida que pasa las páginas del tomo que apenas se deja sentir en sus muñecas a pesar de su kilo de peso. Si la obra es rica en su lenguaje e impresionante en su estructura, lo es más en lo que ofrece. Con ello consigue el milagro de cualquier obra, y más cuando es literaria: que trascienda a quien la escribe.
Este es el caso de Tres días del 33, que bien merece acercarse a La Carbonería para compartir con el autor, en su jardín tan abierto a la emoción para, después, por qué no, tomarse una copa y dejar fluir los sentimientos.