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Hungría
József Böröcz: "Las políticas de Orbán ya se han extendido más allá de las fronteras de Hungría"
József Böröcz, profesor de Sociología en la Universidad Rutgers de Nueva Jersey, desencripta las claves de las elecciones del próximo domingo en Hungría, en las que se prevé el triunfo del conservador Fidesz seguido por la extrema derecha.
József Böröcz (Budapest, 1956) es profesor de Sociología en la Universidad Rutgers de Nueva Jersey, EE UU. Böröcz es autor de varios libros y estudios académicos sobre la Unión Europea y la sociología del trabajo. Junto con otros intelectuales renunció en el año 2015 a la Orden del Mérito de la República de Hungría en protesta por la concesión de la medalla aquel año a un autor que había realizado declaraciones abiertamente xenófobas. En 2017, la Federación Húngara de Antifascistas y Luchadores de la Resistencia le otorgó el galardón Radnóti Mikós por su compromiso político.
De acuerdo con las encuestas, Fidesz, el partido de Viktor Orbán, podría imponerse este domingo con hasta un 49% de los votos, seguido por Jobbik (extrema derecha) con un 17% y el MSZP (socialdemócratas) con un 12% . ¿Qué explica en su opinión el éxito y la popularidad de Fidesz?
No quisiera entrar en detalle en lo que respecta a métodos de investigación, pero es necesario recordar que es extraordinariamente difícil prever los resultados de unas elecciones a partir de las encuestas por un buen número de razones, incluyendo, por ejemplo, el hecho de que es imposible diseñar encuestas que simulen elecciones, que en política pueden ocurrir muchas cosas en el lapso que existe entre la encuesta y las propias elecciones —especialmente en un Estado histérico como es la Hungría actual—, y que en la mayoría de países la gente, como es sabido, acostumbra a no revelar sus preferencias políticas a los encuestadores. Las últimas elecciones municipales en una pequeña ciudad en el sur de Hungría terminaron con un resultado que fue muy diferente al de la mayoría de encuestas más precisas. Todo esto es particularmente cierto cuando las elecciones “reales” se acercan.
En términos más generales, el éxito de Fidesz es, en parte, resultado del espectacular fracaso del proyecto neoliberal que caracterizó a buena parte de la política postsocialista de Estado en Hungría hasta la llegada de Fidesz al poder en 2010. Aunque los políticos neoliberales prometieron, en términos bastante precisos, que en algún momento “alcanzaríamos a Europa occidental” con toda seguridad, es bastante obvio que no ocurrió nada de eso en la generación del cambio de régimen hace ya 29 años. De hecho, Hungría, como la mayor parte de lo que fue la Europa de socialismo de Estado, sufrió un enorme desplome económico y todavía no se ha recuperado, ni siquiera a los niveles en posición global que ocupaba en 1989.
Para la mayoría de húngaros es evidente que su economía se encuentra en un estado de dependencia externa extrema. Un asombroso porcentaje del PIB lo producen unas pocas multinacionales con sede en la Unión Europea, que han transformado al país en una economía de tipo “maquiladora” no muy diferente a la que se podía encontrar en algunas zonas de Latinoamérica hace una generación. Añádase a eso la catástrofe de las hipotecas en divisa extranjera, que afectó a aproximadamente un tercio de la población en el momento del desplome del último gobierno neoliberal en 2010, y ahí tiene un terreno fértil para una explosión de derecha populista. Y eso es a grandes rasgos lo que ocurrió. Bajo el liderazgo de su líder populista, Fidesz ha sido capaz de canalizar toda esa frustración y rabia en una dirección anti Unión Europea vulgar y nacionalista extrema. A pesar de los obvios indicios de una crisis múltiple y en cascada —como por ejemplo la degradación del sistema público de sanidad o los vergonzosos casos de impresionante corrupción—, gran parte de la población sigue idolatrando a Viktor Orbán y sus políticas.
Un reciente artículo en The Guardian escrito por Cas Mudde ha sugerido una “alianza táctica entre los liberales y Jobbik” para echar a Orbán del Gobierno, una plataforma electoral muy similar, en mi opinión, a la que acabó con el Gobierno de Viktor Yanukóvich en Ucrania en 2014. ¿Pero es esta maniobra posible en Hungría? ¿Podría estar incluso dirigida por fuerzas externas que están contra Orbán?
Todo es posible. No tengo conocimiento directo de la participación de “fuerzas externas” —aunque un estudio de la cuestión del cui prodest geopolítico nos señalará a unos cuantos candidatos obvios—, así que todo lo que puedo decir es que, basándome en las pruebas existentes en la esfera pública en Hungría, resulta claro que quienes proponen esta idea con más ahínco son aquellos intelectuales de la élite que han estado en las tres décadas precedentes más asociados a la posición neoliberal. Su argumento es que “la tarea más importante en esta coyuntura es echar a Orbán a cualquier precio”. Tomando el último punto, aparentemente retórico, argumentan, de manera concertada y a menudo ad hominem, especialmente en todas sus conversaciones más importantes en Facebook, que “ya que es imposible que los partidos de la oposición que no son nazis derroquen al 'régimen de Orbán'”, estos partidos “aceptables” deben adoptar un compromiso histórico con la extrema derecha de la Hungría actual. No puedo más que recordar que esto no es exactamente nuevo: históricamente hemos visto ejemplos de este extraño matrimonio entre neoliberalismo y política de extrema derecha, por ejemplo, en el caso del Chile de Pinochet.
El votante húngaro se enfrenta a una elección imposible estas elecciones
Cuando alguien responde que echar a Orbán a favor de una derecha todavía más extrema es como “neutralizar” una bomba convencional con una bomba nuclear, la respuesta estándar que recibe es que quien está en contra de que el centro neoliberal ayude a la extrema derecha a alcanzar el poder está “apoyando la reelección de Orbán”. Eso finiquita toda conversación.
Habida cuenta del recuerdo reciente de la extrema derecha en la política húngara, desde su retórica abiertamente antisemita a su papel en crear el clima ideológico y político que ha llevado al asesinato racista de gitanos húngaros, no supone ningún problema afirmar que el votante húngaro se enfrenta a una elección imposible estas elecciones.
¿Qué cabe esperar de una probable victoria aplastante de Fidesz en Hungría?
Para responder a esta pregunta necesitaría conocer dos detalles adicionales. El primero, ¿alcanzará Fidesz una mayoría de más de dos tercios en el Parlamento? Y el segundo, si no lo consigue, ¿crearía una posible coalición con Jobbik esa mayoría? Si la respuesta a estas preguntas es “sí”, el nuevo gobierno será capaz de modificar la Constitución a su voluntad. Orbán ya hizo esto unas cinco o seis veces durante su primer mandato de cuatro años. También ha señalado qué cambios contempla para el futuro inmediato, incluyendo la sustitución de los alcaldes de las ciudades medias y pequeñas, actualmente elegidos por sufragio directo, por gobernadores nombrados por el Ejecutivo central. De modificarlo, sólo Budapest y quizá otras cinco o seis grandes ciudades podrán elegir a sus alcaldes directamente. Cabe esperar otras medidas antidemocráticas, contrarias a la organización desde la base y más y más abiertamente fascistas o cuasifascistas.
La importancia de los alcaldes es que, a nivel local existen un número de políticos que o bien son independientes o son miembros de partidos políticos de la oposición. Con un cambio constitucional así, simplemente quedarían eliminados. Además, los alcaldes juegan un papel importante en la implementación de las políticas de Orbán contra la inmigración y los refugiados, y también en la toma de decisiones respecto a la concesión de contratos públicos y el mecanismo de distribución de las subvenciones de la Unión Europea, que constituye un importante mecanismo de premiar al capital prorrégimen en la Hungría actual.
Ha criticado el concepto de Estado 'iliberal' aplicado a Hungría por considerarlo vago e incluso discriminatorio para los Europeos orientales. ¿Por qué? ¿Existe una definición mejor?
Nadie cuerdo duda de que el sistema político y legal de Hungría, como el de otros países que formaban parte de la Europa de socialismo de Estado, han sido “vaciados”. Han retenido sus características democráticas pro forma (por ejemplo, se celebran regularmente elecciones, las leyes se aprueban en el Parlamento por mayoría, etcétera), pero las condiciones han sido transformadas por expertos legales y técnicos brillantes —aunque moralmente cuestionables— en torno al partido en el poder para asegurarse que sea extraordinariamente difícil sacarlo del poder, que haya graves problemas con el funcionamiento del imperio de la ley cuando quienes lo quebrantan son políticos del régimen. También hay vulneraciones abiertas y ampliamente toleradas del principio de igualdad ante la ley, etcétera. En otras palabras, Orbán ha creado un sistema político que proporciona enormes ventajas al partido en el poder, así como a los expertos e intelectuales que lo rodean en competición por el espacio mediático. Es virtualmente imposible participar en el más mínimo debate crítico que se incline ligeramente a la “izquierda” en la “esfera pública” sobre la política en Hungría sin que alguien emplee explícitamente censores, comisarios u otros resortes institucionales opresivos.
Tengo un problema con las implicaciones culturales desdeñosas del término política “iliberal”. Es una palabra que el propio Orbán ha utilizado para describir su propio estilo político. De hecho, el término que utilizó fue el de “democracia iliberal”, un término contradictorio en sí mismo, con las partes que lo forman en tensión. Lo hizo en un discurso sobre “el estado de la nación” que dio en un concierto de rock en el marco de un evento nacionalista que se celebra anualmente a las afueras de una ciudad en el norte de Rumanía. Lo tomó del uso europeo occidental, con el descuido habitual que caracteriza estos préstamos.
El racismo europeo occidental, el nacionalismo y las políticas derechistas en general son la fuente, directa y sin filtros, de inspiración y de ideas específicas para las políticas nacionalistas, de derechas, racistas, antidemocráticas, etc., en Europa oriental
Cuando este término se utiliza en Europa occidental o Norteamérica para describir lo que ocurre en Hungría, Polonia o Rusia, adquiere un tono diferente, fácilmente reconocible: se convierte en un lenguaje de poder y de desdén. En primer lugar, se trata de una declaración sumamente general sobre toda la política en Europa del Este y los países post socialismo de Estado. Esto es patentemente injusto para aquellos activistas, trabajadores de organizaciones no gubernamentales, voluntarios, activistas de la economía social, etcétera, que trabajan día y noche para que el estado de cosas sea menos antidemocrático, más igualitario, etcétera, en nuestras sociedades.
El segundo, en mi opinión indeseable, efecto de este uso del término es que sirve muy claramente para “blanquear” las sociedades de “Occidente”. Hace imposible, por ejemplo, señalar las sorprendentes similitudes entre el régimen de Orbán y no sólo, digamos, la situación política en Rusia o Turquía (las comparaciones que se hacen a menudo), sino también con los recientes desarrollos políticos en Estados Unidos, Francia, Austria, Italia, Alemania, etcétera.
“Iliberal” o no, constatamos una tendencia creciente de populismo de derechas (o nacional-conservador) en Europa. ¿Se puede considerar el “iliberalismo” de Orbán un precedente de estos partidos?
Ambas cosas. En primer lugar, y antes que nada, Orbán es un seguidor de patrones europeos occidentales, en el sentido de que el racismo europeo occidental, el nacionalismo y las políticas derechistas en general son claramente la fuente, directa y sin filtros, de inspiración y de ideas específicas para las políticas nacionalistas, de derechas, racistas, antidemocráticas, etcétera, en Europa oriental. Europa occidental es donde los europeos orientales han aprendido históricamente cómo ser nacionalistas, racistas y antidemocráticos. Esto es parte del impacto intelectual de la política cultural europea occidental en las sociedades europeas orientales. Ésta entiende a aquélla como parte de la “tradición europea”, y, por supuesto, ellos se ven a sí mismos como fieles seguidores de la “tradición europea”. Las sociedades europeas orientales tienen un fuerte compromiso a la hora de ignorar la búsqueda y la conflictividad de esa tradición en Europa occidental y en el resto del mundo.
Su eslogan de una “Europa para las naciones” tiene muchos oídos puestos en toda la Unión Europea. Con el Brexit, Orbán será cada vez más importante como defensor clave de ese modelo para la UE
Por otra parte, Orbán es, por supuesto, también un precedente (forerunner) en el sentido de que Hungría ha tenido que “correr” (run) hacia la derecha para buscar apoyo a esas políticas e ir más lejos que cualquier otra sociedad de la Unión Europea contemporánea, con la posible excepción de Polonia. La política de Orbán supone claramente un desafío muy complicado en el campo de la política de Europa occidental. Por una parte, es obvio que aquellos sectores del gran capital europeo occidental presentes en Hungría son exaltados en su apoyo a las políticas de bajos salarios, del tipo “disciplina y represión”, de Orbán, que les proporciona una aparentemente inagotable fuente de fuerza de trabajo barata, regulada y razonablemente bien instruida, tanto a las compañías propiedad de empresas europeas occidentales en Hungría como, crecientemente, en forma de mano de obra emigrante que abandona Hungría para trasladarse a Europa occidental, socavando esencialmente los logros relativos de las clases trabajadores europeas occidentales.
Orbán supone un desafío genuino al statu quo europeo occidental desplazando el eje de lo “aceptable” en política a la derecha. También tiene un modelo destacablemente bien articulado para la Unión Europea que es prointegración, antisupranacional y resueltamente antifederal. Su eslogan de una “Europa para las naciones” tiene muchos oídos puestos en toda la Unión Europea. Con el Brexit, Orbán será cada vez más importante como defensor clave de ese modelo para la UE. E incluso iría más lejos y diría que parte del asombroso, casi coordinado desplazamiento a la derecha de los Estados sucesores de lo que fue el Imperio austrohúngaro y sus vecinos inmediatos tiene algo que ver (obviamente por encima y más allá de la historia local) con la receptividad de una considerable proporción de las sociedades de Europa central al movimiento netamente proto-fascista que las políticas de Orbán representan, aparentemente con éxito. En otras palabras, los efectos de Orbán ya se han extendido más allá de las fronteras de Hungría.
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