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Un periódico sin ninguna viñeta relativa a la actualidad política. Nada de humor, sarcasmo o ironía en la gráfica del diario. No vaya a ser. Es lo que ofrece la edición internacional de The New York Times desde el 1 de julio a quienes se acercan a sus páginas. La decisión del periódico fundado en septiembre de 1851 de prescindir de viñetas políticas —y de despedir a dos de sus ilustradores— es la respuesta de la compañía a la polémica generada tras la publicación en abril de una caricatura firmada por el dibujante Antonio Moreira Antunes donde el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, aparece como el perro guía del presidente estadounidense, Donald Trump.
“El humor no tiene límites pero los intereses económicos y la diplomacia internacional tienen los brazos muy largos”, resume Lucía Lijtmaer
“Esto dice muchísimo sobre el poder político”, opina la periodista Lucía Lijtmaer, quien recuerda que las presiones sobre la empresa, que presume de haber ganado 127 premios Pulitzer en su historia, han provenido del Estado de Israel. “Me ha resultado muy notable que se haya hablado en España de ‘presiones de la izquierda’ en este caso. Claramente, hay analistas aquí que no leen ni siquiera los hechos antes de tildar de ‘corrección política’ a cualquier cosa”.
Las líneas rojas que no puede traspasar el humor, los ataques a la libertad de expresión, las maniobras desde el poder y las acusaciones de corrección política son los protagonistas de una tragicomedia que en los últimos tiempos ha vivido numerosos actos. “El humor no tiene límites pero los intereses económicos y la diplomacia internacional tienen los brazos muy largos”, resume Lijtmaer sobre este nuevo episodio. Ella acaba de publicar Ofendiditos (Anagrama, 2019), un breve ensayo en el que reflexiona sobre los cambios producidos en la opinión pública y cómo desde los palmeros habituales —tertulianos, columnistas de opinión, variados generadores de realidad que evitan con sumo cuidado molestar a quien manda— se hace recaer sobre las víctimas de bromas, chistes y menosprecios el peso de la culpa por la supuesta implantación de una moral censora —con ese insultante término, “ofendiditos”— cuando alzan la voz contra las humillaciones ‘humorísticas’ que padecen. Algo que no sucede cuando es el poder quien se revuelve con toda su artillería contra quien le ridiculiza.
Su tesis es firme: Lijtmaer considera que la libertad de expresión está constantemente amenazada, “pero no por minorías, feministas puritanas u ofendidos moralistas, sino por un poder político y legislativo al que los mismos analistas que ponen el grito en el cielo en la prensa no quieren mirar a la cara”. Nadie, sabido es, llamará ofendidito al Estado de Israel cuando persigue viñetas de humor, ni a un ayuntamiento que denuncia la actuación de dos titiriteros en un carnaval organizado por el propio consistorio que lleva a los cómicos a dormir cinco noches en prisión, ni a la Policía cuando presenta una querella criminal contra un cómic paródico sobre su actuación el 1 de octubre de 2017 en el referéndum catalán o contra Dani Mateo por sonarse los mocos con una bandera de España en un sketch del programa El Intermedio. Pero sí se lo dirán a la gitana que protesta por los monólogos de Rober Bodegas que perpetúan estereotipos racistas o a la tuitera que critica el anuncio navideño de una empresa multinacional de embutidos industriales en el que se dice que hacer chistes sobre feminismo sale más caro que hacerlos sobre la monarquía. Para Lijtmaer, lo que hay de fondo es la pretensión de criminalizar la denuncia, de demonizar las opiniones discordantes: “El ofendidito está categorizado dentro de la disidencia como intransigente, equivocada, y un tanto infantilizada. Jamás se aplica al poder político, sino a quien se queja o reclama, preferentemente en red o en la calle”.
Lijtmaer, partidaria de fomentar la discusión crítica y el disenso en los espacios mediáticos para no dar por hecho el retroceso en el derecho a la libertad de expresión, es también creadora junto a Isa Calderón de Deforme Semanal, un late night cultural y feminista que lleva varias temporadas abarrotando teatros. “Sería presuntuoso por mi parte decir qué pretendíamos cuando empezamos Deforme Semanal, realmente surgió como una apuesta orgánica por decir lo que queremos y con sentido del humor, no éramos muy conscientes —no sé si lo somos aún— de qué ve la gente en lo que hacemos y si combatimos algo. Sí tenemos claro que queremos hablar de una manera que no siempre sale en otros espacios”, asegura. Y señala también una cuestión fundamental en estos tiempos: la posibilidad de sufrir la tijera de la censura y cómo les afecta. “No nos preocupa en exceso, la gente olvida que Deforme Semanal es un espacio autogestionado por dos personas, no hay productora o gran grupo detrás. Eso nos da una libertad inigualable”, concluye.
Una risa nueva
Para el crítico cultural Jordi Costa, en los últimos años en España se ha utilizado la palabra “censura” con una “alegría excesiva”. En su opinión, no se puede hablar de censura cuando “unos grupos te reprochan en redes sociales un chiste”, sino que es “lo que le ha ocurrido a Valtonyc: que por orden gubernamental no puedas expresar tu discurso y tengas que exiliarte o te expongas a un juicio o una condena, el resto es manifestar una opinión”.
“Si haces chistes homófobos y Vox te ríe las gracias, igual te tienes que plantear que ese es tu público objetivo”, sugiere Jordi Costa
Costa considera que la función del humor es poner el dedo en la contradicción, en lo paradójico, y que en ocasiones sirve al poder y en otras evidencia las hipocresías y dobles lenguajes de este. “Al humor no se le pueden poner nunca ni límites ni restricciones, pero no está de más pensar en quién te ríe las gracias. Si haces chistes homófobos y Vox te ríe las gracias, igual te tienes que plantear que ese es tu público objetivo”, sugiere.
En 2010, Costa coordinó Una risa nueva, un trabajo colectivo reeditado y ampliado en octubre de 2018 que pretendía levantar acta del estado de la comedia entonces y que proponía el concepto de poshumor como reflexión para explicar un humor que no buscaba necesariamente como objetivo la risa, sino el desconcierto y la incomodidad. Pero desde su publicación original se han sucedido acontecimientos que han modificado notablemente la atmósfera desde la que nos hacen reír: desde el 15M a la implantación definitiva de las redes sociales como vehículo de expresión, pasando por el atentado contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo, el auge de la extrema derecha o la repercusión mundial de las reivindicaciones feministas. Costa aprecia que el humor evoluciona y se transforma y que siempre conviven varios registros humorísticos en cada momento. Del actual destaca que estamos en un contexto en el que el cómico “debe ser más autoconsciente de las consecuencias del chiste” y apela a la responsabilidad de quien genera contenidos: “El argumento de ‘es humor, todo vale’ está superado porque todo discurso implica un cierto posicionamiento ideológico, hagas comedia, cine infantil o drama. A través de la ficción se filtran cuestiones de sensibilidad e ideológicas”.
Una de las atrabiliarias respuestas que obtienen quienes señalan los sesgos racistas, clasistas o machistas del humor es que, bajo esa lupa, no se podrían contar chistes o que algunas comedias del pasado no serían posibles hoy. Como si la crítica no ayudase a mejorar el hecho sino que lo impidiese. Costa lo refuta con razones y ejemplos: “Cuando Andrés Pajares hacía su personaje del Paleto era un momento en el que daba igual herir sensibilidades de la población rural española, se hacía con total carta blanca. Cuando Ernesto Sevilla hace la figura del Gañán en Muchachada Nui es una lectura distanciada sobre ese tipo de humor. A él no le sale hacer esa figura sin ningún tipo de responsabilidad. Que ahora mismo sea viejo y carca hacer chistes de maricas está muy bien, quiere decir que algo hemos avanzado, o el famoso sketch de Martes y Trece de ‘Mi marido me pega’, del que Millán Salcedo dice que se arrepiente y ahora no lo haría jamás. ¿Quiere decir que hemos perdido libertad o que hemos ganado conciencia? Sería tremendo que eso nos siguiera haciendo gracia hoy”.
También destaca tres nombres propios: el programa de la televisión pública catalana Polònia —“ha hecho sketches sobre la Corona muy incisivos, no necesariamente groseros sino muy elaborados y con mucha carga de profundidad sobre lo que significa el poder monárquico y la no separación de poderes en nuestro país”—, el humorista gráfico político Manel Fontdevila —“siempre pone el dedo en la llaga”— y la revista TMEO, “con un humor directo y absolutamente brutal heredero de la estética de los fanzines”.
Disparen al humorista
“En el TMEO hemos tenido muchísima suerte. Solo en una ocasión tuvimos que ir a declarar a la Audiencia Nacional y nos tocó un juez que desestimó la denuncia de dos guardias civiles, que habían llegado a la revista robándola en un registro, por cierto”, recuerda el dibujante Mauro Entrialgo, parte integrante de una publicación de cuyas páginas salió el personaje Herminio Bolaextra, protagonista de títulos como Cómo convertirse en un hijo de puta.
“El humor ahora se emplea con gran profusión tanto en publicidad comercial como en comunicación política, incluida la propaganda más reaccionaria”, dice Mauro Entrialgo
Entrialgo, también colaborador de El Salto, entiende que la zona de influencia del TMEO —“claramente más permisiva con la gamberrada y la opinión informal que la media”— y su trayectoria de 32 años les han permitido “hasta ahora caminar sin demasiados tropiezos, pero no dudamos que algún collejón legal nos puede caer en cualquier momento”.
En su opinión, el humor es “claramente” una buena herramienta de subversión, pero también señala que, por idénticas razones, “puede convertirse en herramienta ideal para vendernos cosas de forma más sutil y, efectivamente, los poderes se han dado cuenta de ello y ahora se emplea con gran profusión tanto en publicidad comercial como en comunicación política, incluida la propaganda más reaccionaria”.
Con respecto a la postura que el humor ha de mantener frente al poder, lo que Entrialgo defiende es nítido: “Cuando el poder es ya ridículo, no se trata tanto de ridiculizarlo sino de mostrarlo tal cual es. Entre los mecanismos del humor, en este caso la hipérbole puede resultar ineficaz para ello pero, por ejemplo, una comparación afortunada puede resultar muy efectiva”.
“Ya sea desde la violencia física o verbal o desde la judicialización, solo se dispara al humorista desde la derecha y los sectores conservadores”, considera Darío Adanti
En 2017 Darío Adanti publicó Disparen al humorista, un ensayo gráfico sobre los límites del humor. Él tiene claro quién aprieta el gatillo, desde dónde y de qué manera: “Ya sea desde la violencia física o verbal o desde la judicialización, solo se dispara desde la derecha y los sectores conservadores”.
Adanti, miembro de la redacción de la revista Mongolia, añade que “la derecha vende el relato de que es incorrecta políticamente, pero es falso. Su incorrección política ha sido lo políticamente correcto de toda la vida. Es decir, burlarse del débil, del diferente, del que no cumple lo normativo, ha sido la norma desde tiempos inmemoriales. Su incorrección política no es más que la defensa, sin eufemismos, de su corrección política reaccionaria ante los avances de los derechos sociales que son, para sus intereses de élite, lo verdaderamente incorrecto”.
Mongolia ha recibido en varias ocasiones críticas desde posiciones feministas por algunos de sus contenidos. Adanti lo recuerda y las asume: “Las entendí en su momento, cuando sucedió, que fue hace ya más de seis años. El que escribió aquel chiste no está en la revista hace más de cuatro años. Pero que me lo menciones demuestra que en este nuevo mundo de redes sociales no hay pasado, solo presente continuo donde siempre serás culpable por algo que pasó tiempo atrás”. También apunta que la revista pidió disculpas públicamente —“la única vez que lo hicimos”— y se generó un debate que llevó a “feminizar” Mongolia: “Hoy los fijos de la revista somos cuatro mujeres y cuatro hombres y tenemos muchas colaboradoras para que la visión cómica de la revista esté en sintonía con nuestro ámbito social y las épocas que vivimos”. Como coda, Adanti deja un sano propósito de enmienda: “Estamos aprendiendo a editar una revista política y satírica de izquierdas y el feminismo es la revolución de nuestro tiempo y creemos que no se puede ser de izquierdas y no estar con el feminismo. Aquello fue parte de un aprendizaje que aún continúa”.
La puta de la clase
A finales de marzo Henar Álvarez estrenó su monólogo La puta de la clase en el programa Late Motiv de Andreu Buenafuente en Movistar+. “Hay una denuncia de cómo se juzga la sexualidad de las mujeres en la sociedad. Un tío cuenta sus conquistas e incluso miente para engordarlas, y una mujer tiene que ocultarlas. Hay una denuncia, pero si no lo pillas da igual, te ríes con el chiste. Me gusta que dentro haya una pequeña crítica social”, explica Álvarez a El Salto.
“Creo que el humor hace mucha gracia cuando es verdad, y eso se percibe. Al ser mujer y haber crecido en el sur de Madrid, tengo unas peculiaridades que quiero mostrar”, comenta Henar Álvarez
Ella habla como guionista y humorista, reconoce que lo suyo es el entretenimiento y desde ahí participa en una nueva ola de humor que tiene en cuenta y se dirige a un público diferente al que tradicionalmente han apelado los medios de comunicación, compuesto por hombres blancos heterosexuales. “Me interesa cualquier cosa que tenga que ver con mi punto de vista. Y como soy una mujer, creo que ahí tenemos un terreno virgen por explorar de cosas que no se han hecho antes. He hablado de la sexualidad, hice otro monólogo que iba sobre mi parto, cualquier cosa que tenga que ver con lo que vivo. Creo que el humor hace mucha gracia cuando es verdad, y eso se percibe. Al ser mujer y haber crecido en el sur de Madrid, tengo unas peculiaridades que quiero mostrar”, comenta.
Su objetivo primordial es hacer reír: “La primera reacción que busco es que se rían. Lo paso muy mal si pienso que va a haber un silencio incómodo, me violenta mucho. Si, además, puedo hacer que se piense un poquito sobre algunos aspectos de la vida, muchísimo mejor”. En ese sentido, sobre las reacciones que ha suscitado dice que recibe comentarios positivos, “incluso en YouTube, que suele ser un pozo de odio. Ha habido alguna cosa, pero no es que no me lo esperase: que te llamen fea, feminazi,... pero es tan absolutamente previsible que no me ha llamado la atención”.
Ella cree que el humor siempre molesta “a no ser que hagas chistes de caca culo pedo pis, aunque seguramente también moleste a alguien porque le parecerá soez” y reconoce que antes, cuando escribía artículos, tenía más miedo. Ahora, como mucho, le preocupa que “no me contraten porque piensen que lo que hago es humor feminista y no lo vean como humor sin más”.
También en marzo habría cumplido 100 años el humorista pegado a un teléfono que, uniformado y con más miedo que vergüenza, preguntaba si al otro lado estaba el enemigo y se podía poner. Gila logró sintetizar el carácter español en sus monólogos y en el humor gráfico que desarrolló desde principios de los años 40, según lo describe Jorge de Cascante, editor de El libro de Gila (Blackie Books, 2019), un volumen con piezas firmadas por el humorista, fotografías y anécdotas de su biografía. “Vivió lo peor que puede vivir un ser humano: la pobreza, la guerra, la enfermedad, la muerte alrededor, y reuniendo esas experiencias logró hacer reír a la gente. Le dio la vuelta a su situación sirviéndose del humor, tal vez la única forma que tuvo para seguir adelante”, resume De Cascante, quien define a Gila como una figura clave para entender toda la cultura española del siglo XX y menciona a Quevedo, Goya o Ambrose Bierce como sus antecedentes. Como sucesores, solo encuentra algunos pasajes de Faemino y Cansado y también parte del elenco de La hora chanante.
El humor de Gila no era altisonante pero sí detonaba una carga importante contra el estado de las cosas posterior a 1939. “No creo que el objetivo de Gila fuera no molestar —valora De Cascante—, su idea fue saltarse a la censura de una forma muy profunda. Todo su humor es antimilitarista, y en la guerra civil española solo hubo un bando militarista, ya solo con eso se explica mucho. Lo que sí procuró evitar fue hacer burla de gente, practicar un humor directamente ofensivo. Su intención fue unir a las personas, no aislarlas”.
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Suso De Toro
@SusodeToro1
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