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Fútbol
Florentino Pérez y el Manchester City o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar el fútbol
Hace dos semanas, un juzgado determinó que UEFA y FIFA habían abusado de su posición dominante y que habían impedido la libre competencia al prohibir la participación en competiciones alternativas. No, no estamos hablando de fútbol propiamente y tampoco se trata de la sentencia de un tribunal deportivo, porque ha sido dictada por la magistrada del Juzgado de lo Mercantil Número 17 de Madrid y corresponde a la demanda que había puesto la European Super League Company, conocida como Superliga. La sentencia supone también un espaldarazo para el proyecto liderado por Florentino Pérez y Joan Laporta, ahora mismo respaldado únicamente por Real Madrid y Barcelona. “Los clubes europeos estamos ante el comienzo de un nuevo tiempo en el que podemos trabajar en libertad”, declaró el presidente del Real Madrid cuando el Tribunal de Justicia de la Unión Europea falló respecto a esta misma demanda en diciembre de 2023. “Nuestro destino nos pertenece”, añadió.
Aquí Florentino Pérez tampoco estaba hablando de fútbol. Más bien lo hacía en términos económicos y hablaba de organizar una liga en base a los intereses de los clubes más importantes, repartiendo los ingresos siguiendo criterios comerciales y no competitivos. El presidente del Real Madrid olvidaba que dirige un club deportivo y no una empresa y que los criterios únicamente comerciales provocan desigualdad en la competición. Por eso su objetivo es huir del control que ejerce la UEFA sobre las competiciones europeas y crear una Superliga controlada por los propios clubes. Una idea que recuerda a los movimientos liderados por Martin Edwards al frente del Manchester United, cuando los grandes clubes de Inglaterra desafiaron a la centenaria English Football League (EFL) para crear una liga mucho más elitista y mercantilizada y que marca, a día de hoy, el paso al resto de competiciones del mundo.
La huida
Martin Edwards tenía 34 años cuando en 1980 heredó el Manchester United de manos de su padre. Por entonces el club acumulaba unos ingresos de un millón de libras anuales, provenientes fundamentalmente de los abonos de los socios y la taquilla de los partidos. Los derechos de televisión aportaban apenas 25.000 libras por temporada; la misma cantidad que recibían el Scunthorpe United o el Stockport County de la cuarta división. De hecho, los 92 equipos que formaban las cuatro categorías de la EFL recibían la misma cantidad. Era la herencia de un modelo que había funcionado desde su fundación en 1888, basado en el espíritu victoriano que defendía la igualdad de oportunidades y el mérito deportivo.
Edwards se unió a los presidentes del Tottenham, Liverpool, Everton y Arsenal, los cinco grandes de Inglaterra en ese momento, para trazar un plan que les permitiera multiplicar los ingresos de sus clubes. “Bajo los auspicios de la antigua EFL nunca íbamos a poder competir con el Real Madrid, el Barcelona o el Bayern Munich, porque todo se repartía de forma bastante equitativa”, contaba recientemente Edwards en el podcast The Summit. El espíritu victoriano de la EFL no se adaptaba bien a la Inglaterra de Margaret Thatcher, enraizada en el neoliberalismo y pensada para una sociedad posindustrial e individualista.
En 1992, terminado el gobierno de Thatcher y cuando, tras la caída del Muro de Berlín, parecía que el “fin de la historia” abría el camino al triunfo del capitalismo, terminó por concretarse el plan trazado por el Big Five inglés. Los cinco principales clubes del país abandonaron la EFL, seguidos por el resto, para crear una nueva liga. Los mismos equipos, los mismos jugadores, pero con una manera totalmente diferente de gestionar el negocio. Había nacido la Premier League.
En 1992, la élite de los clubes ingleses firmó un nuevo contrato con la cadena Sky, la televisión por satélite que Rupert Murdoch había creado pocos años antes, y en poco tiempo se multiplicaron sus ingresos, concentrados esta vez en unos pocos equipos
La élite de los clubes ingleses firmó un nuevo contrato con la cadena Sky, la televisión por satélite que Rupert Murdoch había creado pocos años antes, y en poco tiempo se multiplicaron sus ingresos, concentrados esta vez en unos pocos equipos. La Premier League, con apenas 20 miembros, se convirtió en una de las sociedades más exclusivas del Reino Unido y en la liga de fútbol más lucrativa del mundo.
Los nuevos socios del club
Sin las regulaciones de la EFL establecidas para favorecer el equilibrio en la competición, ser propietario de un equipo de la Premier se convirtió pronto en la vía más rápida para acceder a los ingresos millonarios y la popularidad que ofrece el fútbol y no tardó en despertar el interés de numerosos inversores extranjeros. En 2003, Martin Edwards vendió sus acciones del Manchester United, que pasó a manos de la familia Glazer de los Estados Unidos. Ese mismo año, el ruso Roman Abramovich se hizo con el Chelsea gracias al dinero amasado durante el gobierno de Boris Yeltsin; el mismo dinero que le permitió comprar a algunos de los mejores futbolistas del mundo y ganar su primera Premier League en apenas dos años. En 2008, el Manchester City fue adquirido por Mansour bin Zayed Al Nahyan, miembro de la familia real de Abu Dhabi y hermano del actual presidente de los Emiratos Árabes Unidos. Ya no se trataba de la fortuna personal de un magnate ruso, ahora era todo un Estado el que respaldaba el crecimiento de uno de los clubes de la Premier.
Estos movimientos fueron aumentando las suspicacias de los demás equipos y no tardaron en responder. Los mismos clubes que se habían escindido de la EFL para crear una nueva liga que no pusiera límites a sus ambiciones aceptaron restringir el mercado generado por la moderna industria del fútbol y controlar el crecimiento de sus nuevos socios. Prohibieron los Third Party Owners (empresas o particulares que tenían participación en los derechos de los futbolistas) unos años antes de que lo hiciera la FIFA y aprobaron un fair play financiero más estricto que el establecido por la UEFA.
El Manchester City sorteó las nuevas regulaciones firmando contratos de patrocinio con empresas vinculadas a la familia real de Abu Dhabi y cuyas cantidades sobrepasaban con creces el valor de mercado. Ayudados por esos ingresos millonarios, los Cityzens se han consolidado como el club más fuerte de la Premier y uno de los más poderosos del mundo.
Siguiendo ese ejemplo, en 2021 fue Arabia Saudí quien fijó su atención en la Premier League y el Newcastle United fue comprado por su fondo soberano Public Investment Fund (PIF). De nuevo creció la inquietud entre los clubes ingleses. Si los EAU se habían convertido en los dominadores de la Premier gracias al dinero inyectado en el Manchester City, los fondos de Arabía Saudí podían convertir la competición en un monopolio del Newcastle. La Premier League reguló las Transacciones con Partes Asociadas (APT en inglés), limitando el importe de los contratos de patrocinio a su valor de mercado. El Newcastle no podría beneficiarse de contratos inflados para sortear el fair play financiero y la medida dificultaba también la posición dominante del Manchester City.
Convergencia de intereses
El club propiedad de los EAU ha acumulado 115 denuncias por su gestión entre los años 2009 y 2018: por violar el fair play financiero de UEFA y Premier, por no presentar informes financieros precisos de sus cuentas o de los salarios de sus futbolistas y cuerpo técnico o por la falta de cooperación en las investigaciones llevadas a cabo sobre su gestión. El club ha respondido denunciando a la propia liga, al considerar que la regulación sobre las APT es incompatible con la legislación británica sobre competencia. El City añade que la Premier les obliga a trabajar bajo “intolerables niveles de control”, aprobados por una “tiranía de la mayoría” con el objetivo de “frenar su éxito en el terreno de juego”.
La Premier League, la liga que nació para dar libertad financiera a sus equipos, ha visto que el dinero de los nuevos inversores estaba alterando la competición y se ha visto obligada a regular la gestión de los clubes
Las acusaciones del City señalan directamente al corazón de la Premier League, al cuestionar el sistema de un club-un voto que establecieron los clubes fundadores en 1992 y que exige ⅔ de los votos para cambiar las normas de la competición. La liga que nació para dar libertad financiera a sus equipos ha visto que el dinero de los nuevos inversores estaba alterando la competición y se ha visto obligada a regular la gestión de los clubes.
Ahora, si el Manchester City gana su batalla legal, podría acabar con el modelo bajo el que nació la Premier League. Por el contrario, si pierde en los tribunales, podría darse un giro de guion y unirse a Real Madrid y Barcelona en su proyecto de la Superliga.
Los tres clubes coinciden en intereses. El Manchester City, ganador de seis de las últimas ocho Premier League, considera que sus normas buscan discriminarle y frenar su rendimiento en el campo. Real Madrid y Barcelona, que se han beneficiado del reparto desigual de los derechos de televisión de La Liga, prevén que podrían ganar más dinero jugando cada semana frente al Bayern Munich o la Juventus, que frente a Valladolid u Osasuna. Los tres entienden que las normas de la UEFA o las ligas nacionales limitan su capacidad de generar ingresos, y buscan cambiar las estructuras bajo las que ha funcionado el fútbol en las últimas décadas y dar un nuevo paso en su comercialización.
En un tiempo en el que la fe en el mercado, propia del neoliberalismo, empieza a desgastarse, este paso implicaría una mayor libertad comercial y financiera y ahí los mecanismos del capitalismo no suelen fallar. Sin una regulación que preserve la igualdad de oportunidades, tendríamos una competición aún más elitista y desigual. Como la vida misma.