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En saco roto (textos de ficción)
No me esperes
Abotargado por el efecto de varios días sin apenas dormir, dedicó la tarde del último día del año a teclear en el ordenador un texto en el que intentaba explicarse a sí mismo lo que le había ocurrido durante aquellos 365 días. Primero apuntó unos recuerdos del mes de enero: unos paisajes con nieve y un viaje con aire de despedida. Sobre febrero prefirió no escribir nada. Marzo lo despachó con unas líneas en las que daba cuenta de una película vista de madrugada en la que una mujer huía con su hijo e intentaba, sin demasiado éxito, ganarse la vida tocando el piano. En contraste con el laconismo con el que había glosado el primer trimestre del año, a la hora de hablar del mes de abril se entregó a un texto sin pausas en el que fueron apareciendo una sucesión de montañas, diez viajes de trabajo, dos discusiones familiares, un par de zapatos perdidos al final de una fiesta, una bronca con el propietario de un bar, dos desencuentros con viejos amigos, la carta de una amiga de la que hacía mucho que no sabía nada y una pared desconchada en la casa en la que nació su abuelo. Llegó agotado a mayo, así que sobre el tan celebrado mes de las flores solo anotó que las piscinas de la ciudad de Madrid, fieles a su misión anticipatoria, habían abierto el 15 de mayo. No contento con un apunte tan banal, para junio profundizó en la misma idea y dejó escrito que no lograba explicarse cómo en la noche de San Juan podía acumularse tanta basura en las playas con bandera azul. Quizá se hartó de tanta inanidad. Iba ya por el tercer folio (Times New Roman, 12, espacio y medio) y puede que estuviera tentado de no seguir escribiendo. El caso es que dejó medio folio en blanco y anotó: “Julio: creo recordar que hubo elecciones y pareció que iba a acabarse el mundo, pero votamos y nos fuimos de vacaciones con la esperanza de evitar los accidentes de tráfico y acumular instantes significativos, de esos que dicen que dan sentido a la existencia misma”. Luego dejó la mitad de otro folio en blanco y escribió tan solo una frase: “En agosto estuve a punto de morir ahogado”. Como pie explicativo a la anotación de agosto, copió la imagen del informe médico de alta del hospital de Valdecilla en el que le recomendaban reposo. Sobre septiembre apuntó que fue extremadamente caluroso y se enredó en una reflexión circular sobre el abuso de la expresión “desde que hay registros”. Intentaba explicar que, en realidad, la humanidad lleva varios milenios empeñada en dejar registros. Argumentaba que la expresión “desde que hay registros” obedecía a la voluntad contemporánea de cumplir protocolos estandarizados de medición. Y ahí el círculo de sus argumentos se volvía cada vez más reducido y parecía tentado de borrar todo lo que había escrito sobre septiembre e incluso sobre todo el maldito año que por fin terminaba. Luego, de forma brusca y sin aparentes remordimientos, abandonó el mes de septiembre y se entregó a octubre y el otoño. A propósito de ese mes templado, de lluvia y hojas muertas, solo escribió: “No recuerdo nada reseñable de octubre salvo que me cambiaron la medicación”. Entonces, como si hubiera recordado la importancia de las sustancias químicas ingeridas, dedicó las páginas de noviembre a valorar los efectos que tal vez producían en su organismo los ansiolíticos y antidepresivos que consumía por prescripción médica desde hacía diez años. La última línea sobre ese asunto decía lo siguiente: “El mejor indicio de que me encuentro bien es que me olvido de tomar la medicación, pero ya no me sucede casi nunca”.
Eran las siete de la tarde cuando abordó el último folio de su escrito. Un folio en el que escribió un único párrafo: “En realidad, todo lo ocurrido en este año que termina podría resumirse en una frase que al principio no supe interpretar o que interpreté erróneamente como un intercambio cotidiano; sí, todo lo ocurrido podría resumirse en esas tres palabras: ‘No me esperes’. Y todo lo ocurrido ha sido quizá un intento de no pensar en esas tres palabras, una lucha perdida por intentar olvidarlas. Claro está que no lo he conseguido. Y la mejor prueba de que no lo he logrado está en este texto que me recuerda demasiado a aquellos diarios adolescentes en los que escribía con una letra deliberadamente mala para que ni yo mismo pudiera entender al cabo de unos días lo que había escrito. Así que, consciente de que este texto es un desahogo que me avergonzará leer dentro de unos días, creo que lo mejor es que lo borre”. Y eso es lo que hizo: seleccionó todo el texto y pulsó borrar.
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Qué buena idea lo de borrar. Lo que no sé, entonces, es por qué lo hemos tenido que leer...
Muy bien. Aunque al final el texto se borre, al menos ha servido para soltar la mano, como diría el gran Roberto Bolaño, y sirve para confirmar que la ficción es una excelente herramienta para mostrar la realidad que se opaca en los telediarios. ¡Y qué decir a 31 de marzo de este nuevo año!, etapa en la que estos telediarios podrían abrirse con los sonidos de los bombardeos y los gritos de dolor y los llantos!, mientras los Fondos de Inversión se apropian de todos los decorados, de las bombas y de las casas que habitamos.