Filosofía
Yo quisiera enamorarme, pero no puedo. Deseos exhaustos y deseos perezosos

No se trata de satisfacer nuestros deseos y colmar nuestras demandas: esa misma es la trampa. Se trata de desear de otro modo, de desear con pereza y no con estrés, de desear con paciencia y no con violencia.
Bad Bunny perreo sola
Bad Bunny. “Yo perreo sola”.
25 abr 2023 08:30

1.

Era verano en Los Ángeles. Siempre es verano en Los Ángeles, también en noviembre. Iba a llover en la ciudad, así que J. y yo decidimos ir al desierto, a ciento veintiocho millas de allí. “En el viaje, vamos a escuchar y a analizar tema por tema el álbum de Bad Bunny, Un verano sin ti”, me propuso.

Siempre confundo el título de Bad Bunny con Un verano sin fin, el álbum recopilatorio que publicaron los Beach Boys en 1974. También lo confundo ahora con Endless Summer Vacation, lo último de Miley Cyrus. Un verano sin fin, un verano sin ti.

2.

La canción “Titi me preguntó” encarna una de las paradojas de la afectividad que caracterizan nuestro tiempo. A saber: quien canta tiene muchas amantes, pero no puede enamorarse de ninguna. Para él, la proliferación de vínculos sexoafectivos no es sino el modo en que una forma de amor se vuelve imposible, un extraño proceso de inflación emocional donde el incremento desmedido de vínculos es correlativo a un proceso de desvaloración del cuidado.

La canción sobre las novias de Bad Bunny es una canción serial: como un trasunto de Don Juan, Bad Bunny nos cuenta la historia de su deseo, una suerte de educación sentimental por entregas donde se enumeran todas las señoras que aguardan, desean o buscan a un conejo cuyo bicho está cabrón. Como tal, es cómplice de otros temas como “Demasiadas mujeres” (2021), de C. Tangana, o “Mon amour”, de Stromae (2022), y todas tienen un común ancestro en aquella aria mozartiana en que Leporello le enseña a Donna Elvira el catálogo en el que registra celosamente las hazañas amatorias de su amo. La imponente cifra de conquistas, que en las versiones donjuanescas contemporáneas se corresponde con la retahíla de nombres que se cantan, indica que aquí la cantidad es una forma de cualidad, esto es, del modo en que se arma el vínculo: la serie ha reemplazado a la singularidad en los asuntos del corazón. La amante es una ocasión, una como cualquier otra, una en tanto cualquier otra, para la afirmación del yo.

3.

Una serie es una sucesión de particulares. Un(a) particular es un caso en que puede expresarse el universal, y solo es relevante en la medida en que lo hace. En ese sentido, y a diferencia de el/la singular, el particular es perfectamente reemplazable: “Uno nuevo, uno nuevo, uno nuevo, uno nuevo”. La serie es un modo de lo objetivo, o de lo alienado. De ahí que la pregunta de Tití sobre si Bad Bunny tiene muchas novias sea retórica, pues en el “muchas” de la pregunta está ya contenida la respuesta: ninguna, es decir todas, es decir cualquiera, es decir siempre yo. Y por ello también Bad Bunny repite el final de la frase con dos ritmos distintos que se superponen en la mezcla: “Tití me preguntó – tó – tó – tó – tó” y “Tití me pregun tó-tó, tó-tó, tó-tó, tó-tó”. La respuesta a la pregunta es, pues, “tó tó-tó”, es decir, “todos los totos”, siempre un “totito inédito”.

A Bad Bunny le honra haber entremezclado la euforia del seductor con el malestar de estar solo en medio de tantos cuerpos

Cuanto más exprese el particular al universal, cuanto más exhaustivo en su encarnación de un ideal, más perfecta es la categoría de la serie, y más alta la alienación. El ideal de la cantidad, la cantidad perfecta, es el todo, el totto, y con esa toto-totalización Bad Bunny señala dos cosas: de un lado, que idealizar es una forma de objetivar, de despersonalizar; de otro lado, que el único vínculo que es capaz de establecer es una forma de dominio. La seducción convoca al otro para negarlo, para reducirlo a una oportunidad to-total en que meter el yo.

4.

J. me decía en el coche: “Claro, pero luego la canción dice: ‘Hazle caso a tu amiga, / ella tiene razón / Yo vo’a romperte el corazón / Ey, no te enamores de mí’. Que incluya eso es lo que la hace tan buena”. Quítale la paradoja a un pensador y tendrás un profesor, decía Kierkegaard. Quítale la paradoja a un cantante y tendrás… ¿A C. Tangana?

¿Qué es un singular? Un singular es un quién, el quién que trastorna la pregunta e invalida el universal. Será singular quien nos lleve a cambiar el modo que tenemos de preguntar, es decir, el modo que tenemos de relacionarnos.

Víctor Lenore sostuvo en un artículo de 2020 que Bad Bunny era el nuevo Bob Dylan. Como tal, Benito llama a una revolución, pero esta vez no se trata de una revolución del sujeto, sino de los vínculos; no una revolución de los modos de hacer, sino una revolución de los afectos. O quizá y habida cuenta de que solo conocemos afectos revolucionados, deseos agotados de su propia excitación, la canción-protesta de Bad Bunny llama a desacelerar las pasiones, señala un impasse en las relaciones afectivas que solo puede superarse con un cambio en el modo de relacionarse. No se trata de revolucionar por enésima vez el deseo, sino de tumbarlo, de volverlo perezoso, de conseguir que deje de trabajar. La cama, epítome de la pereza tanto como de la intimidad, es el cuadrilátero donde esa revolución de los afectos tendrá lugar.

¿Podemos desear de otro modo? How many roads must a man walk down before you call him a man? ¿Cuántas muchachas más hacen falta para darnos cuenta? ¿Cuántos más fracasos? ¿How many son “muchas”? ¿Cuántas son “todas”? The answer, my friend, is blowing…

A Bad Bunny le honra haber entremezclado la euforia del seductor con el malestar de estar solo en medio de tantos cuerpos.

5.

Es conocido el desconcierto de Mark Fisher al hablar con sus estudiantes. Comprendió en sus clases, como cuenta en Realismo capitalista, que se encontraba ante un malestar nuevo, que calificó con el oxímoron de hedonia depresiva: el bajón y la desazón de sus alumnos no se caracterizaba por la incapacidad de sentir placer, sino por “la incapacidad para hacer cualquier cosa que no sea buscar placer”. En la era de la seducción y el FOMO, es la adicción y no la disciplina, la excitación del deseo y no su normativización, lo que constituye la forma en que los sujetos son gobernados. Esta especie de hartazgo hedónico genera una extraña disociación de deseo y placer, como observó más tarde “Bifo” Berardi: no hay deseo para tanto placer, no hay cuerpo que aguante. Del mismo modo en que Marx definía el capital como la acumulación de trabajo muerto, la redefinición neoliberal del capital como capital sexual supone la acumulación de placer muerto. Si pervertimos el pasaje del libro I de El capital, obtenemos la clave: “El capital sexual es placer muerto que solo se reanima vampirescamente chupando placer vivo, y que vive tanto más cuanto más chupa de ello”. Ay, el vicio de chupar, qué esclavo es.

Siguiendo con esta analogía, la perniciosa realización de uno mismo a través del trabajo se ha extendido al ámbito de las relaciones sexoafectivas: en ambos casos es un consumo de cuerpos lo que está a la base del capital humano, entendido aquí como capital emocional y sexual. A propósito de este último, Eva Illouz y Dana Kaplan observan: “El sexo se ha convertido de hecho en un lugar crucial para cultivar sentimientos de autoestima, resiliencia y aptitud”. Se trata de un cambio que ilustra “las formas en que el yo neoliberal está llamado a explotar la totalidad de sus capacidades y dimensiones para entrar y competir en el mercado”, sentencian. En este sentido, la película Boogie Nights (1997), que narra el ascenso y caída de un actor porno de origen humilde con una perniciosa lógica de meritocracia sexual, es una temprana bildungsroman de nuestros tiempos calenturientos. Nymphomaniac (2013) es otra reinvención sexocapitalista, tardía y oscura, del mismo género (¿o del mismo sexo?).

6.

Una pareja de recién casados se hace fotos con sus trajes de boda en medio del desierto de Joshua Tree National Park. J. está fascinada con la pareja, que ensaya la performance de su amor con besos y brazos extendidos a la corta sombra de un árbol de Josué. Me pide que le haga fotos para que los novios salgan detrás de ella y sean capturados sin inmutarse. La cola del vestido de la novia, blanca y larguísima, se posa con paciencia sobre el asfalto.

Cuando Laval y Dardot escribieron La nueva razón del mundo, tenían el propósito de explicar el último estadio que atravesaba el capitalismo. La era neoliberal, sostenían, se caracteriza por la expansión de la lógica del mercado, basada en el crecimiento ilimitado del beneficio, a todos los dominios de la existencia. En este marco, se trata de gobernar a los sujetos de modo que su subjetividad esté plenamente implicada en la actividad que se requiere que lleven a cabo, en un afán de realización de uno mismo en que afirmación y explotación, lo personal y lo profesional, lo íntimo y lo social, se tornan indistinguibles.

Nuestro deseo se encuentra completamente implicado en el proceso de su propio sometimiento, y así se lo pasa bomba y hasta explota. Estoy con J. en un desierto californiano, pienso en los selfies de las novias de Bad Bunny, hago fotos indirectas a un matrimonio mientras se hace selfies, recuerdo que Laval y Dardot denominan “dispositivo rendimiento/goce” a esta ardua producción de plusvalía libidinal o “plus de goce”, que se hace manifiesto con especial claridad en el plano de la sexualidad: “Cada uno se ve confrontado a la norma de un rendimiento socialmente requerido: número y duración de los coitos, calidad e intensidad de los orgasmos, variedad y propiedades de las parejas, número y tipo de posiciones, estimulación y sostenimiento de la libido a cualquier edad”. La imagen de la pareja en traje de boda bajo un árbol de Josué es una reliquia del pasado de ahí la fascinación de J., y ni sus afectos nos interpelan ni sus violencias nos interesan. La imagen del sujeto-empresa seductor multinovias ha de volverse también una reliquia del pasado. Y Bad Bunny se hace selfies para convertirla en reliquia, para que tomemos distancia, para que la recordemos como un lugar al que no queremos volver.

Subo con J. al coche, que ya atardece y empieza a hacer frío. J. me explica que, en un capítulo de Doctor en Alaska, la protagonista cae enferma y, en sus delirios febriles, fantasea con la bochornosa o extrañamente feliz escena de encontrarse con todos sus ex juntos y haciendo una barbacoa. Bromeamos imaginando qué pedazo de carne asaría cada una de nuestras viejas compañías de alcoba, evocamos el alzamiento de todos esos cadáveres sentimentales en un film de zombies hedónicos titulado Fucking Dead. “La subjetivación neoliberal se acompaña necesariamente de la introducción, cada vez más explícita, de una relación de goce obligada para con todo otro individuo”, perseveran Laval y Dardot. Como Fisher al hablar de una incapacidad para lo anhedónico, los autores reconocen que hay algo que se ha perdido cuando nos encontramos ante “la imposibilidad de atribuir al otro, y a uno mismo como otro, algo distinto que su valor de goce”. Eso que se ha perdido, y que nos resignamos a perder cuando bailamos Bad Bunny, es una forma de vínculo. Pero ¿alguna vez existió semejante vínculo? ¿Podemos perder algo que genuinamente nunca hemos tenido?

Una rata canguro cruza el horizonte de cactus dando brincos, mi mirada no consigue atraparla. Ay, cuánta melancolía.

7.

La historia es antigua y Bad Gyal le dio una fórmula nueva al resignificar el término “zorra” en su canción homónima. La palabra ya no es sinónimo de “prostituta”, como quiere la RAE, ni tampoco critica y moraliza la vida sexual promiscua de una mujer que, como antes se decía, “se va con todo el mundo”. Bad Gyal redirige la fuerza performativa del insulto para señalar a un onvre que, como ella misma le reprocha, “no sabe ser fiel”. Precisamente porque no sabe ser fiel, es decir, porque no sabe cuidar de sus vínculos, sino que incluso está dispuesto a destrozar otros para armarlos, es un mierda y no vale na’. Ese algo que, según Fisher, Laval y Dardot, habíamos perdido, reluce aquí con la forma de una intuición, de una clarividencia ética, cuando Bad Gyal sentencia “y eso todas lo saben”. Es cosa sabida y no por ello menos susceptible de ser olvidada― que alguien no vale una mierda cuando no hace otra cosa que buscar valor en los otros, que chuparles la sangre y extraerles un plus-de-goce. La expresión “cada día una chica nueva” denomina la serialidad que requiere esta objetalización del otro. Bad Gyal es la contracara de quien se complace de acompañarse de “demasiadas mujeres”.

Nuestro agotamiento hoy es un agotamiento del deseo, una afectividad exhausta y devastada por su incesante solicitud: se rige por la ley del mercado, por el crecimiento ilimitado del goce

Pero Bad Gyal no es puritana: no critica la cantidad, critica la estructura de sensibilidad de la que la cantidad es un efecto: es una zorra quien no sabe cuidar, quien no sabe ser fiel, sea a una o a varias, como quiere la Iglesia o como Julio Iglesias quiere. El insulto “zorra” aspira a destituir, a deformar, en términos de Sedgwick, esa estructura violenta de sensibilidad. Ello no está necesariamente relacionado con vínculos no exclusivos o relaciones abiertas antes al contrario, podría decirse, sino con cómo se trate y se entienda al otro. No en balde Ahmed sostenía que la escucha es una virtud feminista: “Oír con un oído feminista es oír a quien no es oída, oír cómo no nos oyen”, explica en ¡Denuncia!

Bad Bunny encarna a esa zorra incapaz de ser fiel cuando confiesa “Sorry, yo no confío, yo no confío / Nah, ni en mí mismo confío”. La furia de “Zorra” y la angustia final de “Tití me preguntó” señalan el mismo impasse de la afectividad contemporánea. En ella, no hay diablo que no sea, en el fondo, un pobre diablo.

8.

Peter Sloterdijk se suma a estas reflexiones cuando lee como estrés la necesidad de mantener un cuerpo político activo y excitado para garantizar la estabilidad del sistema. Es la producción de estrés, la excitación constante de nuestro deseo, lo que caracteriza nuestra sociedad, explica. Desde ese punto de vista, nuestro cansancio hoy es un cansancio hedónico, nuestro agotamiento hoy es un agotamiento del deseo, una afectividad exhausta y devastada por su incesante solicitud: se rige por la ley del mercado, a saber, el crecimiento ilimitado del goce. Así entendido, el estrés de nuestros cuerpos señala una falta de libertad, precisamente porque no podemos parar. Pero, ¿de qué no podemos parar? No podemos parar de desear, y nada nos hace más pobres que la pérdida de esta resistencia, que es también la pérdida de un modo de convivencia. El estrés hace de todos nosotros unas zorracas, incapaces de cuidar, de sostener, de escuchar, sumidos en el suspiro exhausto de un deseo sin fin y sin ti. Y esta enfermedad productivista del deseo, este deseo que ya no funciona porque no puede pararse, no es solo un síntoma o un efecto del neoliberalismo: es también una condición de posibilidad del mismo.

En definitiva, no se trata de satisfacer nuestros deseos y colmar nuestras demandas: esa misma es la trampa. Se trata de desear de otro modo, de desear con pereza y no con estrés, de desear con paciencia y no con violencia. En la era del capitalismo libidinal, cuando nuestra productividad biopolítica se mide por la exhaustividad de nuestro deseo, la pereza no puede sino ser una forma de afectividad disidente. Una forma de cuidado que renuncia a concebir al otro como una oportunidad de inversión hedónica (te doy mi tiempo para que me plazcas) para abrazar un modo de relacionarse que, tumbando los deseos del sujeto en una cama enorme, establezca una actitud de escucha para recuperar eso que hemos perdido: me place darte mi tiempo, dártelo a fondo perdido.

Bad Bunny saca fuerzas de su cansancio y ensaya ese cambio de deseo cuando concluye la canción con estas palabras: “Sorry, yo soy así / Ya no quiero ser así, no”. Pienso que, desde las coordenadas del sujeto neoliberal, pornoempresario de sí mismo, la pereza, si todavía guarda una potencia crítica y puede concebirse más allá de la industria del wellbeing, es lo que Judith Butler denominó recientemente una fuerza no-violenta: la capacidad de parar la máquina de nuestro deseo revolucionado, la fuerza para destituir el afán incesante de dominio que articula la estructura de un sujeto siempre fuera de sí. ¡Qué pereza, quedar con este pavo! No, ya no quiero ser así.

Así entendido, el jolgorio perezoso comienza cuando el deseo de sí se torna deseo del otro, y el poder se concibe como forma de vulnerabilidad o de escucha, porque afirma al otro, da el tiempo, y así lo celebra y no lo consume: “Quiero que vivas; quiero que quieras vivir, así que toma mi deseo como tu deseo, porque el tuyo ya es mío”. Buena cosa es que Bad Bunny se lleve a todas sus novias a un VIP, porque la fiesta es la forma más alta de cuidado, porque allí van todas a sonreír, a olvidarse de él, a perrear un ratito y gozárselo hasta abajo: toma mi deseo y gástalo como quieras, invita a tus friends al partysón.

9.

Cuando hizo la maleta el último de los siete días que pasó conmigo, J. me regaló un parasol plateado con la cara de Bad Gyal, enorme, estampada en tonos azules. “Me encanta el calor de Los Ángeles”, me decía con una sonrisa, “pero no quiero que el coche se queme”. ¿Cómo podremos si no volver al desierto?

Sobre este blog
La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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