We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Filosofía
Miseria de la estrategia. Sobre 'El capital odia a todo el mundo', de Lazzarato
A partir del último título de Lazzarato, El capital odia a todo el mundo, y teniendo en cuenta la lectura crítica que propone el autor sobre análisis como los de Foucault, Deleuze y Guattari, analizamos las formas de dominación que el modelo neoliberal dispone en la actualidad sobre la población.
“La teoría de la guerra es un modelo para la ciencia social”
León Rozitchner
1. El pensamiento del 68 y sus límites
Hay que agradecer el impulso que lleva a un escritor a sacudirse aquellas premisas que ya no le son útiles. Tanto más si sus desplazamientos ayudan a provocar pensamiento. El último libro de Maurizio Lazzarato, El capital odia a todo el mundo. Fascismo o revolución (2020), es ejemplar al respecto. Su crítica al llamado “pensamiento del 68” ―que fue, ostensiblemente, el suyo― propone una amonestación política a las corrientes llamadas autónomas, además de una refutación filosófica a textos clave de Foucault, Deleuze, Guattari, Agamben, Negri o Rancière.
Se trata de algo más que de meros ajustes de cuentas personales. Los desplazamientos propuestos por Lazzarato conectan con una insatisfacción respecto del estado actual de la teoría y de su capacidad para articularse con una política. En particular, el autor pretende llamar la atención sobre el dramático olvido de la guerra como principio que anima a la política, la economía y la técnica. No se trata sólo de la guerra como creciente amenaza de conflagraciones bélicas entre Estados en la actual coyuntura global. Sino, más en general, del poder fundado en la violencia y en la fuerza armada como razón última del capitalismo, y del neoliberal actual.
Para Lazzarato, 1968 fue el último intento europeo de animar una tentativa revolucionaria, luego de verificar la inviabilidad o el fracaso de la hipótesis leninista. En particular, el autor considera los grandes afluentes radicales que determinaron su formación ética e intelectual: la gran filosofía francesa de inicios de los años setenta ―muy en particular la obra de Foucault, Deleuze y Guattari― y la iniciativa teórica y militante de la llamada autonomía obrera italiana ―Mario Tronti y Toni Negri―.
Lazzarato opera sus desplazamientos, en primer lugar, alrededor de los límites que identifica en estas corrientes. Esos límites son tanto internos ―europeísmo, exaltación de una figura restringida al movimiento obrero del ámbito fabril, desconsideración del pluralismo del sujeto presente en el feminismo y en la lucha anticolonial― como externos ―la desactualización de muchas de sus categorías como producto de la evolución de la coyuntura global, la proliferación de discursos políticos y académicos que desfiguran ese pensamiento volviendo patética su impotencia para una coyuntura completamente diferente―. El cuadro de impotencia de la política radical del presente está configurado por estos límites.
Cinco décadas después, el panorama es desolador: el socialismo real implosionó; el capitalismo, sin amenazas que lo fuercen a hacer reformas, descarga toda su agresividad sobre el planeta; y el pensamiento filosófico radical se convierte en las universidades en simple racionalización de la derrota.
Respecto a la autonomía obrera y postobrera, el análisis que dedica Lazzarato a sus maestros de antaño es más bien ácido. No ve en ellos sino carencia de estrategia. A Mario Tronti le dirige dos críticas: haber errado teórica y políticamente al definir la “fuerza laboral” sin tomar en cuenta a los “colonizados” ni a las “mujeres”, y una torpeza estratégica al separar esta fuerza de una perspectiva concretamente anticapitalista. A Toni Negri, para quien la multitud sí es una subjetividad múltiple, le atribuye el abandono del principio fundamental del “rechazo al trabajo” ―cuestión que no se constata en Asamblea, el último libro de Negri en colaboración con Michael Hardt, en el que se postula más bien una teoría política para los procesos de valorización del trabajo vivo contra el dominio en términos de capital fijo―.
Filosofía
Hardt y Negri: ‘Asamblea’, o cómo cartografiar los últimos ciclos de luchas (I)
Si bien la polémica principal de Lazzarato se dirige contra lo que él denomina los “foucaultianos”, una noción genérica en la que agrupa diversas corrientes teóricas que tendrían en común el haber desarrollado todo aquello que en Foucault sería errado y nocivo. Esto es, una cierta imagen de los dispositivos de poder que crean subjetividad mediante una serie de automatismos, despojados de toda consideración de su violencia expropiadora. Este sería el caso de las analíticas del neoliberalismo en autores como Luc Boltanski y Ève Chiapello, o Christian Laval y Pierre Dardot. La positividad del poder circularía en el neoliberalismo entre las finanzas y las tecnologías, como si estos funcionamientos no respondieran a estrategias de guerra entre clases sociales.
Lo ausente, sobre todo en el último Foucault, sería una analítica del papel de la violencia tanto en los dispositivos coloniales como en los propiamente neoliberales. Pero lo que en Foucault es una ausencia fatal, en sus seguidores, afirma Lazzarato, es complicidad flagrante. Es el caso de Giorgio Agamben y de Roberto Esposito, cuyas retóricas referidas a los dispositivos “biopolíticos”, con todas sus variantes, no harían otra cosa que opacar o mistificar la realidad que es necesario pensar: el neoliberalismo como la estrategia del capital que, para aumentar la ganancia a toda costa, acude a la violencia y la emplea como medio para extraer valor de la vida. Al denegar esta verdad fascista del neoliberalismo los “foucaultianos” olvidan el ensamble político entre la violencia neocolonial, patriarcal y propiamente neoliberal. Con esto renuncian a la tarea intelectual del momento: aportar las categorías para crear una organización capaz de enfrentar al enemigo principal.
Para Lazzarato, 1968 fue el último intento europeo de animar una tentativa revolucionaria, luego de verificar la inviabilidad o el fracaso de la hipótesis leninista.
El reproche a la izquierda universitaria (los “foucaultianos”) se basa en que haya dejado de lado los orígenes fascistas del neoliberalismo. Este borramiento, para Lazzarato, se da por la vía de una desconexión entre “dispositivos” ―en tanto que dominación de los automatismos― y subjetividad estratégica de dominación en manos de sujetos concretos y específicos. Para ilustrar esos orígenes, el autor recurre a la implantación de las políticas neoliberales en América del Sur, al papel contrarrevolucionario del terrorismo de Estado que instauró los “dispositivos” neoliberales, pero también al fascismo neoliberal actual de Bolsonaro.
2. La teoría social continúa la guerra por otros medios
El núcleo de la intervención de Lazzarato consiste en mostrar que toda analítica de poder falla cuando no se remite el dispositivo a la estrategia bélica que le da vida y racionalidad. En el fondo, se trata de retomar la vieja máxima del teórico militar Carl von Clausewitz, según la cual la guerra es la prolongación de la política por otros medios. O, más bien, de seguir la inversión leninista por la cual la política prolonga y da forma, en el mejor de los casos, a la guerra.
Lazzarato acierta en buscar la clave de la relación interna entre guerra y política (neoliberal) en la coyuntura sudamericana de mediados de los años setenta. Sin considerar aquella derrota de las fuerzas de la revolución, es difícil comprender la profundidad de la instalación de los dispositivos neoliberales, con la deuda ocupando el primer lugar. Ahora bien, la filosofía de León Rozitchner, muy en particular sus libros del exilio ―desde Perón: entre la sangre y el tiempo a Las Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia―, capta tres cuestiones vinculadas a la guerra que aún faltan desplegar en Lazzarato: el carácter ético y cognitivo de las estrategias de la guerra; las consecuencias subjetivas del terrorismo de Estado; el papel de la contraviolencia como respuesta desde abajo a la guerra implementada desde arriba.
Entre todos los textos de Rozitchner, quizás sea Freud y los límites del poder, libro escrito en 1981, a partir de un seminario brindado en México, el que mejor articula su perspectiva sobre el problema de la violencia. Su razonamiento es aproximadamente el siguiente: dado que tanto en Marx como en Freud la organización social aparece como el resultado de un enfrentamiento en el que se pone en juego el dominio de la voluntad ajena, y dado que, entonces, lo que estructura el campo político es la posibilidad de recuperar el poder colectivo expropiado, cabe responder a la pregunta en torno a las razones por las que los dominados suelen manejarse con “las mismas categorías del poder dominante”, muchas veces elaboradas por los estrategas de los países colonialistas.
El neoliberalismo, escribe Lazzarato, debe ser leído como el acto de fuerza que convirtió al pueblo en armas en mera “población” y, en su despliegue, como la declaración continua de una guerra a esa población.
De esta manera, la respuesta de Rozitchner es la siguiente: sucede que el individualismo burgués es el producto de la introyección de una violencia y de unas categorías que operan despotencializando toda tentativa de organización colectiva contra el objeto exterior o enemigo común. Mientras las cosas se mantengan en estos términos, todo intento de los grupos militantes de armarse en nombre del pueblo no hará sino profundizar el problema de una izquierda sin sujeto. Al arrogarse la representación del colectivo, sin lograrlo en los hechos, los grupos revolucionarios, afirma Rozitchner, desconocen la realidad y viven “una representación mítica”. Por el contrario, habría que suscitar en las personas “un interés mucho más profundo”, llamado deseo, para que “puedan constituirse en un poderoso medio colectivo de recuperación del poder”. Así, el problema de la subjetividad queda planteado como el de la relación entre la violencia y las categorías.
El problema de la guerra debe ser entonces reorganizado. La guerra no aparece como la interrupción de la política, como si esta fuera un campo de paz hasta la llegada del terror que la aboliera. Esta comprensión abstracta de la guerra, propia del modelo del duelo, ignora la conexión interna entre las fuerzas enemigas, que en la política aparecen al desnudo como Estado terrorista en situaciones límites. Asumir el paso directo a la guerra como momento de verdad, como si la política fuera solo falsedad, no conduce a otra cosa que a dramatizar la ineficacia ya ostensible en el campo político. Por el contrario, “si la guerra está presente en la política como violencia encubierta en la legalidad, se trata de profundizar la política para encontrar en ella las fuerzas colectivas que, por su presencia real, establezcan un limite al poder”.
La miseria de la estrategia que denuncia Lazzarato es inseparable de la miseria de la teoría social, tal como la descubrió Rozitchner hace ya cuatro décadas: la teoría de la guerra es un modelo para unas ciencias sociales que comprendan la relación entre las categorías y su prolongación en la acción, cuya verdad final se verifica en última instancia en el campo de batalla.
3. Máquina de guerra revolucionaria contra el neofascismo
El desplazamiento más original y fecundo se da en torno a la noción central de “máquina”. Fusionando dos nociones de Deleuze y Guattari, las de “máquina social” y “máquina de guerra”, reorganiza el modelo racional de su tesis: toda máquina técnica (o dispositivo), responde a una máquina social (o máquina de guerra) capitalista. De modo tal que los mecanismos creadores de modos neoliberales de vida deberán ser asumidos, desde ahora, como meras tácticas de una estrategia subjetiva y guerrera del capital: el consumismo, las finanzas, los medios de comunicación o las tecnologías no son procesos que producen en automático un individualismo burgués, sino piezas que refuerzan e intensifican los efectos de una derrota militar.
El neoliberalismo, escribe Lazzarato, debe ser leído como en sus comienzos, como el acto de fuerza que convirtió al pueblo en armas en mera “población”. Y en su despliegue, como la declaración continua de una guerra a esa población. Este es el sentido del título de su libro. El odio del capital brota de una tentativa maquínica por sostener la ganancia, única verdad que guía a la globalización, que explica sus crisis irresueltas, y hasta permite anticipar sus salidas cada vez más violentas y expropiadoras. Es, incluso, la verdad en la que hay que buscar las claves para dar cuenta de la pandemia. La afirmación quizás más importante y la que más discusión merece, entonces, es aquella que sostiene que por detrás de las estructuras de la globalización, o adyacente a ellas, se encuentra una producción subjetiva que debe ser combatida de modo directo por la máquina de guerra revolucionaria. Esas subjetividades de la máquina de guerra del capital van del ejército norteamericano (la empresa más grande del mundo), a las bandas neofascistas ―que llegan crecientemente a los gobiernos―, pasando por una variedad de técnicos e investigadores que, como se torna ostensible en las crisis furibundas, trabajan full time en los arreglos del funcionamiento.
Filosofía
Máquina de guerra: manual de instrucciones
¿Qué obtiene Lazzarato con esta reforma de las nociones de Mil mesetas? a) Una formulación que vuelve a reenviar la política y la violencia a la lucha de clases (Marx y Lenin, autonomía obrera). b) Una ampliación de los sujetos de esa lucha por la vía (tardío reconocimiento) de las luchas feministas y anticoloniales. c) Un reacomodamiento teórico que permite comprender la subordinación estratégica de las máquinas técnicas (dispositivos) al funcionamiento de la máquina social (máquina de guerra del capital). Y finalmente, d) la postulación de la revolución como creación de una máquina de guerra revolucionaria global, sin la cual no hay crítica ni alternativa posible.
Si lo comparamos con El huracán rojo, la extraordinaria narración de la revolución europea ―de Francia de 1789 a Rusia de 1917―, escrita recientemente por el profesor Alejandro Horowicz, podremos multiplicar la pluralidad de perspectivas desde la que la parte más sensible de la intelectualidad politizada no deja de volver sobre el asunto. Mientras para Horowicz la revolución es un fenómeno de doble poder, que comienza por la capacidad de las clases subalternas de construir una autoridad moral para devenir fuerza armada, capaz de inscribir en las estructuras económicas y jurídicas nuevas perspectivas de igualdad, en Lazzarato se trata de un discurso de crítica filosófica que procura combinar, a partir de las luchas actuales, los ejes que las revoluciones del siglo XX no supieron coordinar: la intensidad (obrera) y la extensión (nuevas subjetividades); la dimensión igualitaria y la libertaria; la revolución con los devenires revolucionarios; el antagonismo político efectivo con las máquinas de guerra.
Quizás sientan lxs lectorxs, al menos lxs sudamericanxs, que las orientaciones principales de Lazzarato ya se venían desarrollando localmente de diversos modos y con referencias propias. Sin ese tono impugnador y unilateral. Con mayor comprensión y generosidad por los intentos del pasado. Y que al mismo tiempo falta un estudio integrador, comparable al que Horowicz dedicó a la coyuntura europea, sobre las vicisitudes de la revolución latinoamericana del siglo XX. La intuición de Lazzarato sobre lo imposible que resulta asumir la comprensión del neoliberalismo, en sus fundamentos militares, sin retomar a fondo las consecuencias de la derrota de las fuerzas revolucionarias, ha circulado y se ha desarrollado durante décadas entre nosotrxs. No deja de ser cierto, sin embargo, que la historia de la revolución continental, exitosa en Cuba y Nicaragua y liquidada militarmente en el resto del continente, aún espera nuevos estudios de filosofía política militante capaz de descubrir continuidades inesperadas, útiles para enfrentar el odio del capital.
Diego Sztulwark es animador del blog Lobo Suelto. Ha sido miembro del Colectivo Situaciones y de la Editorial Tinta Limón. Es autor del libro La ofensiva sensible (Caja Negra, 2019)
Coronavirus
¡Es el capitalismo, estúpido!
El fin de la pandemia será el comienzo de duros enfrentamientos de clases.