Filosofía
Gobierno de sí y de los otros en clave materialista

¿Quiénes están dispuestxs a asumir lo que el deseo revoluciona en los cuerpos y pensamientos, atravesando diversas instituciones y dispositivos, en relación a sí y a los otros?

Madrid - Acampada Sol
Manifestante con megáfono. Acampada Sol. Puerta del Sol, Madrid. 20 Mayo 2011 (Barcex) Wikimedia Commons
Filósofo, psicoanalista e investigador del CONICET
27 oct 2020 10:00

“La gente está muy loca”, escucho decir por aquí y por allá. Pero, parafraseando lo que escribe Alizart respecto al clima (Golpe de estado climático, Adrogué, La cebra, 2020), afirmaría: “No hay una crisis de la subjetividad, lo que hay es una voluntad política sistemática para que los sujetos no se constituyan a sí mismos.” Así opera la ideología dominante y las tecnologías del poder neoliberal, con esos mandatos enloquecedores del “empresario de sí”, el “terraplanismo”, el “coaching” y demás imbecilidades; sobre todo con la promoción de una subjetividad troll que distrae continuamente. Que haya voluntad política y económica para que eso suceda, con todos los recursos disponibles, no implica negar la especificidad de los modos subjetivos en que se ejerce el poder. Lo paradójico es que si no nos ocupamos de nosotros mismos, para emprender cada lucha, por el ambiente, por los derechos, por la igualdad de género, no podremos ofrecer alternativas reales, deseables y sostenibles, que las comprendan y articulen.

Tras el rastro de la subjetividad troll

Por eso quizás sea necesario hacer una breve genealogía de la subjetividad troll. Creo que la posibilidad de decir cualquier cosa, desde la impunidad del anonimato y el odio, tiene su antecedente inmediato en el privilegio dado al sujeto de la información, construido puramente por datos. El hecho de que los datos se hayan vuelto poco confiables y harto manipulables, es solo un avatar de esa banalidad que prima en la constitución actual del sujeto. A su vez, el sujeto de la información tiene su antecedente en el privilegio dado al sujeto del conocimiento, el cual no es solo un prejuicio epocal de la Ilustración moderada, sino que atraviesa la escisión característica entre prácticas de constitución de sí y saberes fundados que prima por doquier. En el momento en que dejamos de exigir la transformación del sujeto para acceder a una verdad cualquiera, para decir, escribir y pensar en nombre propio, la imbecilidad del troll que hoy nos aqueja se anticipa y domina el campo. Igualmente, en toda época y cultura hay quienes insisten en la formación integral del sujeto y la practican, no como mera sumatoria de saberes expertos, sino como implicación material: resistencias transformadoras.

La escritura implica el cuerpo, las palabras y los afectos, de un modo que se anudan singularmente.

El problema entonces no es la comunicación ni la información. A esta altura deberíamos saberlo: quienes no entienden ni se informan bien es porque no quieren hacerlo. Reforzar los mecanismos persuasivos y la editorialización constante solo conduce a exacerbar los ánimos, siempre hacia lo peor: los discursos del odio. El problema en cambio es el sujeto: la formación integral del sujeto más que su interpelación ideológica. La formación se tiene que hacer punto por punto, en cada nivel e instancia del todo social complejo, siguiendo lógicas de cuidado que atiendan el caso en su singularidad (no necesariamente individual). La formación no es solo transmisión de contenidos, sino el anudamiento singular de forma, contenido y afecto. El gobierno de las conductas que no desea manipular ni prestarse tampoco a la manipulación mediática tiene que ser impecable y confiar en el uso material de cada dispositivo. No confundir las instancias y las prácticas resulta clave para no seguir reproduciendo lo peor. No podemos admitir la desfachatez de decir cualquier cosa abusando de la posición dominante o la transferencia idealizante, cualquiera sea el sujeto que así opere. Incluso en el uso de las redes sociales tenemos que ser responsables por cómo decimos y escribimos, si no queremos reproducir aquello de lo cual nos quejamos.

Sin duda, un punto neurálgico donde circulan y se reproducen las subjetividades troll, son las redes sociales. Si las redes sociales cumplen hoy la función del gran Otro en el cual nos constituimos, la operación que lo descompleta consiste, como siempre, en tacharlo y darle un uso singular; o sea: escribir en nombre propio. En términos lacanianos, el nombre propio es lo que se produce cada vez que se circunscribe el significante de la falta en el Otro. Ese débil eco que, como decía Marco Aurelio, se perderá en las ruinas del tiempo. Quien así escribe no se da ninguna importancia personal; por tanto, no teme lo que se pierda, o lo que se gane: no hay progreso. Ni extensa ni breve, una escritura resulta siempre de un nudo justo entre las determinaciones del Otro que ponemos en cortocircuito: intensidad de un deseo. Nada más. Si alguien responde, bien; si no, también. Aceptar la pérdida y saber hacer con ella es el mejor remedio contra la idea de progreso que, desde siempre, le hace juego al fascismo.

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La escritura y la valentía del decir veraz

Es necesario, sobre todo, aprender a perder la cuenta en lo que se escribe: no se trata de acumular likes o seguidores. La escritura es una tecnología maravillosa y simple, disponible en cualquier medio; requiere para su práctica realizar un cruce de determinaciones (epistémicas, históricas, subjetivas) que inhabilitan cualquier algoritmo o contabilidad, cualquier división lógica fácil, cualquier distinción entre ceros y unos, positivos y negativos. Porque la escritura implica el cuerpo, las palabras y los afectos, de un modo que se anudan singularmente evadiendo las cajitas bien dispuestas de recolección de datos y significaciones. Sugiero usar esta modesta tecnología, incluso en las redes bobas, porque permite resignificarlo todo, leer de otro modo, dejar de decir necedades. En la escritura uno no consume más que el tiempo que resta, sin promesas de significaciones trascendentes o importancias personales. La escritura es, como se dice, a puro gasto del sujeto, a pura cuenta de su deseo.

En ese sentido, lo que escribo en redes sociales no son solo frases sueltas, aunque tengan el tono de la ocurrencia improvisada o el carácter taxativo de tesis; son enunciados producidos a partir de cierta maquinaria teórico-política que vengo afinando desde hace tiempo y que, a su vez, ellos mismos contribuyen a componer o rectificar de acuerdo a la materialidad de encuentros y desencuentros producidos en distintas instancias. Sobre todo se trata de un ejercicio atento de lectura, escritura, meditación y prueba que va haciendo cuerpo y encontrando su voz tejida de múltiples voces. Todos mis libros dan cuenta de esos movimientos de composición. En los últimos se puede apreciar que no solo doy importancia a la tópica marxista-althusseriana, por caso, sino que busco complejizarla con nuevas teorías materialistas y dimensiones de análisis, selección de autores y textos escogidos; pero sobre todo con el posicionamiento y la demarcación, clara y decidida, respecto de cuáles son las condiciones activas en nuestra coyuntura: populismo, feminismo, psicoanálisis. Si no me consuelo con un comentario erudito o nostálgico de los textos materialistas, sino que busco componer con los materiales indicados de nuestro momento y lugar, es porque considero que de eso se trata el materialismo puesto en acto a la hora de pensar.

En lugar de preguntar si la revolución es deseable, habría que plantear si no es el deseo el que puede ser revolucionario; o mejor: subversivo.

No hay modo de pensar que no se sostenga de un decir singular. Los jueces hablan por sus sentencias; los escritores por su letra; algunos hablan por su silencio; otros por sus canciones; hay quienes se van a la tumba con su secreto sellado en los labios; y también, como se sabe: el pez por la boca muere. El acto de decir veraz, la parresía, no es un acto individual o colectivo, ético o político; es singular-plural, ético-político al mismo tiempo. En una reseña recientemente publicada sobre el libro de Judith Butler, Sin miedo. Formas de resistencia a la violencia de hoy, Xisca Homar repone el concepto de parresía o decir veraz para pensarnos en el presente. Por mi parte, participo de esa valoración crítica del decir veraz, pero acentuando la cuestión del gobierno de sí y de los otros (en torno a las cuales Foucault enfoca la cuestión de la parresía) en nombre propio, es decir, presentando libremente otras composiciones conceptuales que responden a mi propio recorrido teórico-político, ligado también a la escritura. Pues siempre hablamos con y contra otros, lo sepamos y asumamos explícitamente o no. En cada caso, se trata de asumir una posición enunciativa que, al decir la verdad, interpela y cuestiona la lógica de poder-saber en la cual cada sujeto se encuentra implicado, y por eso mismo corre el riesgo de ser aplastado o simplemente hacer que se derrumbe el lazo que lo sostiene, por su acto. Perder la vida, sí, o más simplemente: ser marginado, ignorado, destituido, desvalorizado.

El gobierno de sí y de los otros: la subversión del deseo

No estamos en tiempos de coraje intelectual; hoy parece más difícil bancarse la soledad común que en otros tiempos de persecuciones, ostracismos y censuras. Hay tanto despiste que casi nadie entiende nada o no se sacan, oportunamente, las consecuencias del caso. No estoy por la devoción ni por la sátira, en lo que respecta a los actos de gobierno que apoyo. No obstante, me inclino a pensar que es posible recrear ese difícil lugar de enunciación en actos discursivos donde incluso la indiferencia recibida suele ser buen índice de eficacia. La sutileza hasta el fin, expuesta en gestos de escritura que no han cesado y la afirmación de tesis que, cuando ha sido necesario, he reformulado. No hay más gobierno que el de sí mismo, en el terreno que sea, y lo que de ahí pueda interpelar o inspirar a otros. Gestos o actos de gobierno sin garantías; no imágenes o mediciones, comentarios o chismes que quedarán sepultados en el olvido. Como todo.

El problema es que habitualmente nos vinculamos con los otros a través de fantasmas, prejuicios, ideales, proyecciones y falsas expectativas; por eso no escuchamos, ni vemos, ni sentimos, ni leemos realmente sino, en principio, imaginariamente. No es que lo imaginario sea limitado en sí mismo, solo que se encuentra enmarcado por significantes incuestionados: tenemos que atravesar el marco simbólico que nos constituye, por más pobre o sofisticado que sea, para acceder a lo real; recién ahí podemos reanudar con lo imaginario, enriquecer la ficción, cambiar los marcos que importan, hacer cuerpo, escuchar, leer, pensar y escribir activamente, alegremente, anudando la letra del nombre propio a cualquier materia que aumente la potencia de obrar. Podemos decirlo con palabras mucho más simples que estas, con otras palabras, con gestos o imágenes, pero cuando el nudo entre lo real, lo simbólico y lo imaginario ha sido efectuado en nombre propio, una alegría inconmensurable nos afecta.

La revolución del sí mismo, es lo que aun no hemos pensado. Ello acontece cuando el sujeto vuelve sobre sí y se da cuenta de su ausencia: ahí no hay nada. Ha estado leyendo pero no se ha transformado, ha escuchado solo lo que se ajustaba a la medida de sus prejuicios, ha visto solo aquello que confirmaba sus fantasmas, ha deseado lo que otros decían desear, ha estado soñando pero no ha hecho más que dormir y balbucear. Es hora de despertar. El volver sobre sí y constatar el vacío de toda formación (social, cultural, individual). El vaciamiento es solo el primer paso para comenzar una transformación radical; verdadera constitución de sí que solo puede darse en el uso y anudamiento de enunciados, dispositivos y tradiciones, según el deseo irreductible que lo habita.

Entonces, en lugar de preguntar a esta altura del partido si la revolución es deseable, habría que plantear si no es el deseo el que, a la inversa, puede ser revolucionario; o mejor: subversivo. Quizás estemos en condiciones de plantear la revolución del deseo desde otro lugar: ¿quiénes están dispuestxs a asumir lo que el deseo revoluciona en los cuerpos y pensamientos, atravesando diversas instituciones y dispositivos, en relación a sí y a los otros? Porque es asumiendo la idea del fin inminente de todo que la posibilidad del deseo subversivo, no como ingenua liberación de las pulsiones, adquiere su verdadera materialidad e irreductibilidad. El deseo de perseverar en el ser puede ser tan conservador como revolucionario (después de todo revolución significa literalmente “volver al mismo lugar”). ¿Cómo puede ser? Solo cuando desear, desear vivir y desear vivir bien son lo mismo, coinciden nodalmente en un punto crítico, no queda otra posibilidad que asumir el deseo o morir. La opción es forzada, pero tiene que ser decidida.

Córdoba, 9 de octubre.


Roque Farrán nació en Córdoba en 1977. Es Investigador Adjunto del Conicet, Doctor en filosofía y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba, y miembro de los Comités Editoriales de las Revistas Nombres, Diferencias y Litura. Publicó los libros Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo, 2014),  Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra/Palinodia, 2016), Nodaléctica. Un ejercicio de pensamiento materialista (La cebra, 2018), El uso de los saberes. Filosofía, psicoanálisis, política (Borde perdido, 2018), Leer, meditar, escribir. La práctica de la filosofía en pandemia (La cebra, 2020); editó junto a E. Biset Ontologías política (Imago mundi, 2011), Teoría política. Perspectivas actuales en Argentina (Teseo, 2016), Estado. Perspectivas posfundacionales (Prometeo, 2017), Métodos. Aproximaciones a un campo problemático (Prometeo, 2018).

Sobre este blog
La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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