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UNA OBRA DIFÍCIL DE PUBLICAR
En 1783, los libreros de Piccadilly, Fleet-street y Paternoster-row (Londres) pusieron a la venta —al precio de 3 chelines y 60 centavos— un librito cosido recién publicado en Green&Grose que contenía dos ensayos del ya difunto David Hume (1711-1776). Para este volumen, el editor realizó unas consideraciones previas destinadas (cito textualmente) “a servir de antídoto contra el veneno contenido en estas obras”1. Como prospecto para el fármaco, adjuntaron a los textos humeanos dos cartas procedentes de la Eloísa de Rousseau, como atenuante de la crítica que el escocés estaba planteando. Dejando al margen que ese gesto editorial inició un debate ficticio entre Hume y Rousseau —que nunca existió realmente—, lo cierto es que David había realizado pruebas de imprenta en 1757 de dichos textos (incluidos en el compendio conocido como las Cinco disertaciones), que no acabaron en buen puerto. Y la triste realidad es que esos textos ya habían visto la luz con anterioridad, dos veces: en Francia en 1770 y en inglés en 1777 —cuando ya había muerto también el autor—. Ambas salieron a la luz de forma anónima y clandestina. Con lo cual, la publicación de 1783 era un auténtico logro: aún a pesar de la nota preventiva de la editorial, los ensayos por fin se ponían a disposición del público general firmados por el autor real en su lengua materna. Una “hazaña” que Hume ya no pudo disfrutar.
El rescate de esta historia tiene interés porque su texto “Sobre el suicidio” es una punta de lanza que inicia una crítica radical de la concepción de la vida que poseemos.
Pero, ¿qué era ese veneno? El contenido de aquellos ensayos más o menos breves era una crítica intelectual de dos pilares religiosos, a saber: la inmortalidad del alma y la inmoralidad del suicidio. Con ello, están servidos los datos fundamentales que explican las dificultades de publicación. Además, es más que conocida la nefasta relación de Hume con la jerarquía religiosa (tanto presbiteriana como católica); públicamente se remonta a un encontronazo académico cuando Hume optaba a una cátedra de Filosofía del Espíritu en la Universidad de Edimburgo. Ante la posibilidad de ocupar la vacante que dejaba John Pringle, sus rivales del establishment religioso difundieron propaganda incendiaria contra Hume acusándolo de ateísmo, manipulando deliberadamente sus primeras obras2 haciendo que su mensaje crítico y escéptico se asemejara más a una apología del demonio. Como resultado de la presión propagandística en su contra, Hume perdió el puesto. Desde este momento, la actitud hostil del escocés hacia la jerarquía religiosa no hizo más que acentuarse. Ahora, a la ausencia de fundamento teórico, nuestro autor adhería una rabia anticlerical, más orientada hacia la organización propia de la iglesia y sus grupos de presión.
El rescate de esta historia tiene interés porque su texto “Sobre el suicidio” —en el cual nos vamos a centrar los próximos párrafos— es una punta de lanza que inicia una crítica radical de la concepción de la vida que poseemos. Contra toda forma de encubrimiento, Hume declara abiertamente que defender el suicidio como expresión de la soberanía personal es devolver a las personas su “nativa libertad”: si la vida de alguien solo le comporta sufrimiento, puede acabar con ella “mostrando que esa acción puede estar libre de cualquier imputación de culpa o condena”3.Podemos afirmar que probablemente estamos ante una de las primeras defensas éticas y explícitas de la eutanasia.
PERVERSIONES: SOBRE LA OBLIGACIÓN DE VIVIR
Actualmente parece que hemos avanzado muy poco respecto a los argumentos a los que Hume hace frente. En su análisis se encuentra implícito uno de los problemas de la filosofía política occidental: ¿tiene el poder (político y/o religioso) el derecho de decidir sobre mi vida o mi muerte? ¿Puede el poder obligarme a vivir? ¿Es eso el derecho a la vida o más bien un “deber vivir”? En todo su excelente artículo, Hume desafía los argumentos religiosos y sociales que niegan el suicidio como una acción moral. Sin embargo, para el escocés —llegado el momento— el acto suicida es una de las muestras más altas de dignidad. Contra toda apariencia, es una acción donde la vida se afirma y no se niega. ¿Por qué? Quizá para nuestros esquemas mentales aún nos cueste entenderlo, pero eso no es sino un síntoma de que seguimos atribuyendo a la vida un carácter sagrado, inviolable. Esto es un postulado incuestionable en la lógica de nuestras sociedades contemporáneas. Asegurar la vida está por encima de todas las demás cosas. Nuestro horizonte de sucesos, nuestro pacto como comunidad política es el de garantizar nuestra supervivencia. Es el típico chantaje de la obediencia; el miedo natural y su manipulación. Pero para Hume una verdadera vida es la que hace frente a la trampa de confundir libertad con supervivencia.
El derecho a vivir no puede confundirse con la obligación de existir. Desde este punto de vista, sólo una vida soberana es verdadera vida; la que puede decidir sobre las condiciones de su muerte. Sobre la longitud de su vida. En este sentido, la vida se afirma justamente porque tiene la posibilidad de elegir cómo será el final de su existencia. Si de ello extraemos que esto es un argumento para promover el suicidio colectivo, no seremos mejores que los fanáticos perseguidores que acosaron a Hume. Porque ese era precisamente el tipo de perversiones que perjudicaron su trayectoria intelectual y que motivaron la censura y las presiones contra la publicación de sus obras. Hume, al decir de López Petit, no opone la vida a la muerte, sino que enfrenta a la muerte con la verdad. Porque de otra manera la vida se halla amputada, incompleta: una vida sin verdad. Sin opciones reales sobre su futuro o su final. Ni la religión, que me dice que la vida es un don de Dios, y que suicidarse es una ofensa a su voluntad; ni la lógica de la utilidad, que no me deja morir si no he sido suficientemente productivo para la sociedad; ni el Estado, que me necesita para reproducirse, pueden interponerse.
La defensa del derecho al suicidio de Hume es una crítica filosófica de la forma en cómo entendemos la relación entre la vida y el poder. Esta relación constituye la ética y muestra el germen de otra concepción política de la vida.
No obstante, se interponen y mucho. La defensa del derecho al suicidio de Hume es una crítica filosófica de la forma en cómo entendemos la relación entre la vida y el poder. Esta relación constituye la ética y muestra el germen de otra concepción política de la vida. En la Modernidad, la institución del poder se produce gracias a la cesión voluntaria de la libertad propia de la vida. Crea una deuda: yo te garantizo que sobrevivirás, pero si decides por tu cuenta, me traicionas. Te condeno, en este mundo y en el más allá. Si en determinadas circunstancias una vida resulta invivible, llena de miserias “¿por qué no puedo cortar de una vez con esas miserias, mediante una acción que no es perjudicial para la sociedad?”4.¿Qué tipo de poder te arrastra a mantener una vida endeudada? En este punto, Hume deja patente en su ensayo una oposición frente al modelo del paternalismo jurídico con el que el Derecho occidental ha conseguido criminalizar el suicidio hasta la actualidad. Esta vez sin recurrir a Dios, la operación consiste en domesticar la defensa del derecho a una muerte digna, mediante un tratamiento patológico del deseo de morir. El argumento que hemos naturalizado es el siguiente: en determinadas ocasiones una misma persona no es el sujeto ideal para juzgar sobre su vida. Aunque tengamos la idea de que el suicidio pueda darse como fruto de supuestas patologías mentales, la reducción de todo suicidio a un problema mental y psíquico es la última perversión del chantaje —cada vez más religioso— necesario para la subordinación política. Como una luz intermitente hacia el futuro, el espíritu humeano nos advierte de que, en adelante, la política moderna estará centrada en la gestión de la relación entre vida y muerte —según patrones estadísticos, económicos, rentables. El suicidio no es la respuesta que soluciona este modelo, eso sería una tontería de dimensiones teológicas; significa que el derecho a una muerte digna revela los modos en que se funda el poder occidental y moderno, la relación de subordinación que implica y la distancia que la vida toma con una libertad que le proporciona la oportunidad de transformarse y dar sentido último a sus acciones. Porque, si no puedo decidir sobre mi muerte ¿para qué continuar con mi vida?
Lo que queríamos exponer en este artículo es que la figura del suicidio que invoca Hume podemos tomarla en dos sentidos de gran actualidad, a saber: como una defensa ética de la eutanasia (derecho a una muerte digna), si nos referimos estrictamente al problema moral de la muerte; y en un segundo lugar, nos parecía interesante poner sobre la mesa cómo aprovechar esta defensa ética de la autonomía personal (versus el poder establecido) para aportar una visión crítica de la manera en cómo se construye el poder. En este sentido, Hume ofrece una serie de puntos fundamentales que coinciden con otras rúbricas modernas a favor del derecho a desobedecer. En palabras humeanas, no hay nada de perverso ni de condenable en plantear qué sentido tiene la vida, si no es capaz de escapar al sufrimiento. El veneno que vertían los planteamientos de Hume ponía en cuestión la legitimidad de un poder construido a base de superstición, miedo y chantaje.
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1.- HUME, D.: Escritos impíos y antirreligiosos. (Ed. J.L. Tasset). Akal. 2005. Madrid. Pág. 125.
2.- Como por ejemplo, Tratado sobre la naturaleza humana (1739), que también tuvo problemas para su publicación y difusión. Prácticamente no tuvo repercusión debido a la mala crítica que recibía por parte de los medios de la época. En este mismo volumen no pudo incluir un apartado “Sobre los milagros”, crucial en su crítica de la religión, por miedo a represalias directas.
3.- Op cit., pág. 128.
4.- Op cit., pág. 132.
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Pésimo análisis del texto. Son los lugares comunes de la politiquería posmoderna repetidos uno tras otro. El "poder" que obliga a vivir en cada caso a los individuos no se debe a un deseo, santificación o glorificación de la vida. Si no se considera la vida como sagrada, ¿qué se considera entonces? ¿Material (sigues la corriente ilustrada)? ¿Sinsentido (nihilismo empaquetado para todos)? Si acaso quieres conectar la problemática humeana con la contemporánea, habrías de empezar por notar que el problema contemporáneo no es en ningún sentido una sacralización de la vida que se resiste a "alternativas sociales".