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Colonialismo
Cartas mestizas a Gabriela
Epístola apócrifa a un huaco retrato
Por Carolina Meloni
“Yo digo mujer mágica, vacíate a ti misma.
Estrújate hasta percibir nuevas maneras de ver,
estruja a tus lectores hasta lo mismo”
Gloria Anzaldúa
Toda escritura es confesión, nos advertía Cherríe Moraga. Confesión y desvelamiento de cierta verdad falseada, tramposa, enmascarada. Trazamos líneas, puentes y metáforas sobre nosotras mismas. Construimos relatos con los desperdicios de nuestras frágiles memorias. Merodeamos cual traperas, hurgando en los secretos familiares, en los silencios de nuestras alcobas, olisqueando los aromas de nuestras sábanas. “Todo es hambre”, anhelo irrefrenable, según Moraga, de perfilar, aunque torpemente, nuestro poliédrico ser. Escribimos desde la deslealtad más pura, habitamos el juego de la mentira y el engaño, sorteamos la vulnerabilidad y los miedos, refugiándonos en la calidez de las palabras que hacen nido, en esas frases que son nuestros hogares. Solo y solo así asumimos la infidelidad originaria que nos caracteriza. Desleales a la historia, a nuestras genealogías, a nuestros amantes. Radicalmente fieles a nuestras más inconfesables contradicciones. Toda escritura es confesión, es herida.
Nada más confesional y testimonial que una carta. Esa que escribimos a una madre para pedirle explicaciones sobre nuestros relatos familiares. O aquellas que enviamos a nuestros amores, desde el otro lado del océano, cuando la culpa nos invade. Cartas que buscan señales sobre nuestros orígenes; posts de Facebook que intentan recolocar toda una genealogía histórico-familiar. Mails espectrales de un padre muerto, esos que revisitamos, jugando ominosamente a pensar que fueron enviados desde el mismísimo más allá. De todos estos fragmentos, de epístolas tuyas, de mensajes ocultos, de múltiples voces ancestrales y contemporáneas, se compone tu Huaco retrato. Como un palimpsesto, construyes este texto con numerosas capas y sedimentos arqueológicos, manchados de tierra y arcilla, de miedo, sudor y sexo, estratos superpuestos que nos instas a escavar.
Como un palimpsesto, construyes este texto con numerosas capas y sedimentos arqueológicos, manchados de tierra y arcilla, de miedo, sudor y sexo, estratos superpuestos que nos instas a escavar.
Por todo ello, no puedo más que devolverte otra epístola, a modo de falsa confidencia. Leerte me ha dejado desorientada, confusa, suspendida en mi propia historia de mestizaje. Me he asomado, con cierta morbosidad, a un relato en espejo. Y me he visto atravesada y reconocida en esos ecos de historias tan familiares como extrañas. Inmigración, pérdida de hogar, duelos que nos reclaman desde esa parte de nosotras que se quedó allá, en esas tierras donde dejamos nuestros sabores de infancia. Colonización y racismo, destierros y esa eterna sensación que nos persigue de haber quedado partidas entre dos hemisferios. Pero también, traición. Somos esa raza traidora que habita las entrañas del monstruo, habiendo elegido permanecer en esta indefendible Europa. Somos las hijas y nietas de la colonización, tanto de las víctimas como de sus verdugos. Mestizas traicioneras, gestadas en el seno del expolio, llevamos la sed del imperio en nuestra propia sangre. Dignas herederas de esa madre Malinche, que nos parió a todas como putas impostoras, traductoras de lenguas, seductoras con malas artes de la estirpe de Hernán Cortés.
Trahir significa en francés traicionar. Traicionamos a alguien, a un ideal, a la patria. Faltar a la palabra. No ser fiel, en definitiva. Hay, sin embargo, una acepción de este verbo que me interesa. Trahir puede significar también revelar, descubrir un secreto, desvelar un misterio. Tanto la palabra española como la francesa tienen su origen en la latina “tradere” que indica entregar, transmitir. Incluso, transportar y comerciar. Huaco retrato comienza con esa suerte de revelación, a modo de don envenenado. La muerte del padre lleva a su protagonista a volver a los orígenes, en toda su radicalidad. Volver al país que la vio nacer y del que tuvo que emigrar; retornar a la casa materna, con todos los recuerdos y secretos familiares que esta guarda en su seno; enfrentar la historia contradictoria de una genealogía mestiza. El retrato de un desconocido tatarabuelo vienés nos pone delante de aquellas genealogías que preferiríamos olvidar y esconder tras una impronta racializada. Charles Wiener, explorador y saqueador, reconocido por la comunidad científica europea, aparece como símbolo y tropo del despojo más crudo llevado a cabo en América. Hijo legítimo de esa geopolítica de la colonialidad que fue la Modernidad, entendida esta como proyecto político imperialista y fundadora del necrocapitalismo.
Feminismos
María Galindo y la oscuridad bailable
Gracias a Wiener, “América del sur enseña un poco más sus tetas” (82), en las figurillas robadas tras sus excavaciones. Se exponen en París, casi cuatro mil objetos entre los que se encuentran cántaros incaicos, retratos huacos de arcilla, urpus, todo un botín triunfal de la arqueología extractivista. Hasta un niño, arrancado por el propio Wiener de los brazos de su madre, comienza a formar parte de esa colección perversa, basada en taxonomías y bestiarios pseudocientíficos. De todo ello, surgirán los conocidos zoos humanos, tan en boga a finales del XIX en numerosas ciudades europeas. Wiener forma parte de esos discursos médicos y científicos, que emergen cual dispositivos políticos, teóricos y económicos para producir la barbarización, la subalternización, la racialización y la guetificación de la alteridad. Una alteridad traída directamente de las colonias para confrontar al sujeto civilizado europeo con su otro. Wiener mismo es todo un archivo textual, visual, político del papel de Europa en América. “Charles nació con el racismo moderno, el que da sustento a las naciones tal como las conocemos; él no es otra cosa que un refinado producto de su tiempo” (p. 113). ¿Qué clase de archivo somos entonces nosotras, descendientes bastardas de todo este dispositivo colonial? ¿Cómo renegar de estas siniestras genealogías que nos desdoblan, nos conforman, nos asedian cual fantasmagorías subterradas? “Hay algo en esta mezcla perversa de huaquero y huaco que corre por mis venas”, afirmas sin pudor; hay algo de víctima y verdugo en nuestra mirada; somos esa mezcla insoluble que nos transforma en saqueadoras y cuerpo-saqueado, violado, arrebatado. Si las ánimas de los millones de indios asesinados, expoliados, violados y arrancados de sus tierras volvieran para pedir justicia, ten por seguro que vendrían a por nosotras.
“Venimos de no tener nada. Por eso queremos vivir un rato en el mundo al revés en el que tenemos todo” (p. 143). Venimos de territorios de la desposesión, de la pérdida. Somos algo así como una “cripta viviente”, en las que se concentran bienes, objetos y cuerpos transaccionales, cuerpos violentamente desarraigados y extraídos de sus lugares de origen para ser convertidos en la mano de obra esclava que cimentaría el progreso de una Europa imperialista. Esa herida originaria forma parte de nuestras células, atraviesa nuestra piel, hace nido en nuestra carne y deseo. Asimismo, portamos la huella del hombre blanco y su violencia nos constituye. No puedo dejar de sentir, al escribirte, cómo emerge obscenamente mi blanquitud. Y me sitúo en esta, mi carta apócrifa, más güera que nunca. Cierto escalofrío me invade si intento equiparar la historia de tu tatarabuelo huaquero, con el mío sardo, procedente de esa isla que fue el centro neurálgico del comercio de esclavos africanos.
Definitivamente, leo tu 'Huaco retrato' como ese punto de partida, en el que se crea y reescribe una nueva conciencia, una new-mestiza, un nuevo ser.
En mayo de 1980, escribía Anzaldúa su conocida carta a escritoras tercermundistas. Empezaba la misma, describiéndose “encuerada” ante su máquina de escribir, mientras los rayos del sol acariciaban su rostro. Las mujeres de color, las negras, latinas, chicanas, las mestizas, debemos hacer de la escritura un acto vital, nos dice Anzaldúa, una suerte de alquimia sanadora, en la que lo íntimo es la herramienta más combativa que poseemos. No hay cuarto propio para nosotras, nos advierte, no hay habitación burguesa que nos contenga. Escribimos en la cocina, lavando los platos, trabajando, en el bus o en el metro, hasta en el váter o friendo pollo, como lo haces tú. Escribimos para entender, para escarbar, para denunciar, para duelar. Desde la grieta, la duda, el coño, el amor y el desasosiego. Escribimos también para mentir. Para engañar tanto a los otros como a nosotras mismas.
Hoy te escribo desde nuestra condición de intrusas, de eternas impostoras, como esos cactus, que tú misma describes, que crecen en tierras que no les pertenecen. Te escribo para agradecer tu valentía, tu fuerza andina para encuerarte y desvelarnos sin paliativos esas oscuras genealogías que nos conforman. Redacto esta carta desde la orfandad que yo también habito, esa que nos impulsa a crear refugios en los más insólitos pliegues, cuerpos y amantes. Territorios ajenos que nos acogen y hacemos nuestros, como el nido que fabricas, entremezclando tres lenguas, con una mujer blanca y un hombre cholo (p. 163). Y si bien tu Huaco retrato es el testimonio doloroso del duelo y la historia, viene cargado de ternura ante la vida. No es sino un relato sobre el amor, a nuestros antepasados, a nuestros hijos, a las personas que forman el mundo de nuestros extraños hogares: amor a ese padre y sus dos mujeres; al relato de tu madre; al frágil cuerpo de Rocío y a la robustez de Jaime; a ti misma. Y como todo amor, nos enfrenta a la más pura vulnerabilidad, aquella de nuestros cuerpos inseguros, plagados de miedos, deseos y celos desbordantes.
Afirma Galindo que urge crear un nuevo lenguaje, una nueva genealogía, nuevas palabras que desafíen y trasciendan los mitos originarios, que impugnen el estigma que el mestizaje ha dejado en nuestras pieles. “Necesitamos una hoja en blanco donde empezar a escribir nuestros sueños” (Galindo, M., 2021, p. 149). Definitivamente, leo tu Huaco retrato como ese punto de partida, en el que se crea y reescribe una nueva conciencia, una new-mestiza, un nuevo ser. Somos esas otras-ontologías desobedientes y contradictorias. Siempre indecibibles, imposibles de definir ni de localizar. Somos una nueva tribu, panchitas desbobladas y norteadas, modeladas a golpe de tierra y vientos del altiplano:
“Traidora
que soy
por descubrir
la fuerza
de la lengua
por los labios
de otra”
Cherríe Moraga
Carta de amor a Gabriela Wiener
Por Mafe Moscoso
Amada bastarda.
Si me permites, me gustaría empezar esta carta pronunciando en voz alta las siguientes palabras:
racismo, restitución
racismo, restitución
racismo, restitución
racismo, restitución
racismo, restitución.
En España.
No siempre es fácil acceder a una waca. No es fácil porque son enterramientos. Es preciso abrir la tierra, es preciso penetrarla, es preciso intervenir. Hay que bajar mucho. Hay que perder la tierra para bajar al mundo del subsuelo. Pero la avaricia por el oro, metal precioso dorado. La avaricia blanca por el oro. La avaricia. El deseo blanco. Los sueños ininterrumpidos del colonizador. El soñador eterno que parece que nunca va a despertar. La ilusión llamada bienestar europeo. Llamada felicidad europea. La pesadilla colonial interminable. La avaricia europea. La avaricia por el oro, metal precioso dorado. El deseo de más plata. Más plata para unos pocos. Más bienestar. El deseo de más metal. Más petróleo. Más madera. Más zinc. Más vacunas. Más vacunas sólo para ellos. Más cobre. El bienestar europeo que se sostiene gracias a la penetración, intervención, saqueo de la tierra, de nuestra tierra, de nuestra llacta herida que hoy es paisaje lejano, de nuestra tierrita inmensa paraíso-plantación-huasipungo cósmico. Nuestra tierrita que desde el principio de la pesadilla interminable fue atravesada con una profundidad tan terrible que a veces parece niebla, un planeta impenetrable, una extraña opacidad que aún no ha sido nombrada.
Hay una luz que se apaga pero nosotras nos encendemos en la oscuridad. Ardemos, nos achicharramos bajo el poncho hilado con los huesos de arcilla de nuestras abuelas violadas.
De dudosa a dudosa, me gustaría regalarte un papelito escrito a mano que dice: querida hermana bastarda, cuando se nos niega una historia, se apaga una luz. La oscuridad, el cuerpo rocoso, la penetración de los cuerpos rocosos, arenosos, con el fin de robar lo que no es de una. De robar lo que es de una. Una que es waca y es waquero al mismo tiempo. Una que es la ladrona y la saqueda. La negación de la historia, la negación de nuestras historias, de la tuya, de la mía. La luz que se apaga. La historia de mi abuela Lucinda, Lucinda la bastarda. La de tu abuela. La oscuridad, la niebla, la mancha impenetrable. La mancha humana inversa. El disimulo. Las wacas enterradas entre las placas tectónicas que hoy son plástico post-capitalista. Las placas tectónicas, la historia. La historia que no se puede contar. Lo que no se puede decir.
racismo, restitución
racismo, restitución
racismo, restitución.
En España.
De Fernanda a Gabriela, de colonizada y colona a colonizada y colona, de migrante a migrante, de latin a latin, te digo, amada bastarda: hay una luz que se apaga, hay una luz que se apaga cuando se nos niega una historia. Hay una luz que se apaga cuando nos negamos una historia, nuestra propia historia. Y es cierto, hay una luz que se apaga pero nosotras nos encendemos en la oscuridad. Ardemos, nos achicharramos bajo el poncho de las bellas penumbras de óxido, cromo y platino. Bajo el poncho hilado con los huesos de arcilla de nuestras abuelas violadas. Alguien apaga la luz pero nosotras nos encendemos en la oscuridad porque somos la oscuridad, somos la penumbra. Somos la penumbra porque habitamos el agujero de la waca, somos las del entremedio, las que no somos de allá y tampoco de acá. Las que no somos ni indias, ni negras, ni blancas. Las hijas del cuy y del toro.
Celebro 'Huaco Retrato' contigo y con las comunidades raras de amor y resistencia que nos acompañan. Celebro contigo porque el tiempo de la negación de nuestra historia ha llegado a su fin.
De hija de Raúl a hija de Raúl, de hijita insolente a hijita insolente te digo: en la penumbra crecen flores invisibles. Cada waca arrancada de la tierra deja un agujero. Hay que perder tierra para bajar al entresuelo, para habitar las placas tectónicas incandescentes. Esas son, amada bastarda, nuestras flores. Son nuestros muertos. Son nuestros duelos. Son nuestras despedidas continuas. Yo, que también he aprendido a hablar con los muertos, escribo otro papelito para ti que dice:
racismo, restitución
racismo, restitución
racismo, restitución.
En España.
Amada bastarda, hija de Elsie, te escribe la hija de Elena: nadie te prepara para un duelo, es cierto. Sobrevivimos más de lo que creemos que podemos, es verdad. Y algunos lo hacen, como tú dices mientras escribes, para escribir. Te imagino escribiendo, te imagino escribiendo mientras te escribo y pienso que ahora mismo me gustaría unir mis manos achicharradas por el carbón que arde tus manos y nuestros dedos con los tentáculos de una medusa arco iris, al plancton, a los ornitorrincos, a los geckos de Namibia, el calamar luciérnaga. Me gustaría decirte que creo firmemente en la idea de que sobrevivimos más de lo que creemos porque formamos parte de una comunidad de animales bioluminiscentes y bestias microscópicas que han aprendido a sobrevivir en las profundidades y las sombras creando su propia luz. A más penumbra, más resplandor. Amada bastarda: celebro Huaco Retrato contigo y con las comunidades raras de amor y resistencia que nos acompañan. Celebro contigo porque el tiempo de la negación de nuestra historia ha llegado a su fin. Se nos niega una historia si quieren que olvidemos, sí, pero nosotras no olvidamos y lo decimos fuerte y claro.
racismo, restitución
racismo, restitución
racismo, restitución.
En España.
Celebro contigo Huaco Retrato porque el tiempo de la negación de nuestra historia ha llegado a su fin. Ha llegado a su fin porque ahora somos nosotras quienes hemos decidido escribirla. La vida no siempre nos sale bien, pero lo intentamos. Nuestra historia tampoco siempre nos ha salido bien, pero lo seguiremos intentando. Esto, entiendo, es nuestra forma de amar la vida, y eso, entiendo, es nuestra forma de amar la muerte también.
¡A tu salud, amada bastarda!
Con amor,
Mafe Moscoso
(Cuando se nos niega una historia, se apaga una luz. Lo que te estoy pidiendo es que estudies la oscuridad. Traducido por Cristina Burneo del original: When we are denied a story, a light goes off. I am asking you to study the dark, Anne Carson Bot).