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Libros de texto
Fardo: el pórtico y los márgenes
A Fardo se entra por un pórtico; no introducción, prólogo ni preludio. Las columnas que lo sustentan son aquellas que Heracles erigiera para señalar los confines del mundo y para lanzar una advertencia a los mortales: “non plus ultra”. Francis Bacon utilizó esas mismas columnas en la portada del Novum Organum, traspasadas por navíos que se aventuraban hacia el horizonte, traspasando los límites impuestos al conocimiento humano a través de una nueva ciencia, más allá de todo mito. Pero en la antigüedad, las columnas de Hércules no marcaban tanto los límites del conocimiento como los de la ambición. “A la excelencia de los hombres se le ha impuesto un límite, como a la mar insondable”, dijo Píndaro, advirtiendo a los mortales que no osaran imitar las hazañas de los dioses. Las columnas de Hércules se asemejaban así a los límites de la virtud, más allá de los mismos el hombre incurría en hýbris: la desmesura, la soberbia. Es la hýbris la causa de la caída del héroe trágico, pero sobre todo es la marca del gobernante que desdeña las leyes, que ignora los consejos de los otros, que se muestra arrogante e infalible, que se cree invulnerable.
La primera incursión de Joaquín Recio en el arte de la novela es, entre otras cosas, una reflexión sobre la hybris del gobernante, aunque éste sea el alcalde de un pueblo de la costa del campo de Gibraltar, aunque éste sea “comunista”. O precisamente porque es, o se dice, comunista. Si en esta ficción el primer edil perteneciese al bipartidismo, sencillamente, no habría novela, pues no sería posible señalar las condiciones por las que el personaje cambia. Y sin cambio, no hay relato.
Son estas condiciones las verdaderas protagonistas de Fardo, una novela que refleja la pérdida de la unidad entre el ser humano y su mundo, un mundo des-encantado donde los valores son reemplazados por la incertidumbre, y la armonía por la problematicidad. Para ello Recio recurre a personajes comunes en situaciones cotidianas, demasiado cotidianas. Digamos que Fardo cumple así con lo que el joven Lukacs planteaba en Teoría de la novela, personajes escindidos, fragmentados, sin poder alguno para encontrar un sentido a sus acciones y, ni mucho menos, para escapar de la realidad buscando su propio camino.
La novela es ficción, pero el ”mundo” elegido por Joaquín Recio para su novela es real. Hay quien para escribir una novela necesita, y así debe ser, documentarse, investigar, tomar notas, ordenarlas, como el periodista que en Fardo llega desde Madrid a curiosear para escribir un gran reportaje. Y hay quien escribe para sacar de sí aquello que no puede sacar de otra manera, para dar cuenta de lo que le consume, que conoce perfectamente el idioma vital de una comunidad, del mundo que retrata. Joaquín Recio ha vivido, y con-vivido, en lo que antaño fuesen los límites del mundo reconvertidos ahora en pórtico de “la civilización”. Conoce al dedillo el lenguaje del pueblo marinero, no tanto el idioma de los abajo como el de aquellos que habitan en los márgenes; por ello es posible que haya quien no comprenda esta novela, de tanto habitar los palacios. Esa la verdadera intención de Fardo, señalar una realidad que no queremos ver, o que sólo miramos cuando son asesinados agentes de la ley, o cuando se producen espectaculares tiroteos como el que estos días nos recordaba la existencia de “las tresmil viviendas” sevillanas.
Recio nos emplaza en un lugar propio de lo que en otros lares llamamos un “Estado fallido”. La mar, antes fuente de riqueza, y de sentido, convertida, literalmente, en cementerio. Un escenario con vallas, cámaras de seguridad, cárceles, bases militares, redes de prostitución y trata de personas, mafias de todos los colores, en el que las viejas consignas ya sólo se mantienen en pintadas en muros descascarillados, en el que las viudas de pescadores son madres de presos, de yonquis o de aspirantes a narcos desde el trapicheo y en el que su única esperanza radica en encomendarse a la Virgen del Carmen, esa diosa del pueblo trabajador de la mar. La “Puerta de Europa”, como irónicamente llama Recio al proyecto urbanístico que aparece como salvación de la vida del pueblo, no sólo está cerrada, sino que nos aparece como un lugar de encierro. Un escenario en el que lo difícil, lo incomprensible, incluso, es resistirse a formar parte de máquina.
Porque Fardo no es una novela representacional, sino diagramática; no muestra un conjunto de caracteres cerrados con su correspondiente genealogía sino a personajes atravesados por una diversidad de fuerzas de las que son a su vez producto. Fardo es un diagrama de las fuerzas del sometimiento, de una servidumbre maquínica, como diría Guattari, una máquina de la que cada personaje es una pieza, que se desarrolla molecularmente y que por tanto tiene que ver más con el deseo y los afectos que con las representaciones de la razón. Por eso Recio no ha escrito un relato épico, con su tiempo lineal, sino un diagrama de fuerzas retratado en apenas una semana de finales de septiembre de 2015, y en el que cada sujeto es un producto, no un agente.
Joaquín Recio, que ha cumplido este año veinticinco como editor, militante y activista - categorías que no siempre van juntas-, pendiente siempre de la micropolítica, amante de la experimentación, propiciador de buenos encuentros, alérgico a las pasiones tristes; es un spinoziano andalûh, atento a los devenires que confinan a su pueblo a los márgenes del olvido. Esta, su primera novela, es una buena muestra de ello.
¿Cómo es posible que desde un despacho presidido por un retrato del Che se dé pábulo a la corrupción y a la servidumbre? ¿Qué significan la amistad, la lealtad o el amor en una sometida a la pérdida del sentido? ¿Cómo han sustituido el barrer calles o vender droga, a la mar, los andamios, los camiones? ¿Cómo es posible que la gestión del miedo haya derribado a la construcción de la esperanza como mecanismo de gobierno? Recio trata de responder a estas preguntas con Fardo, una novela en la que cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia. O no. Léanla, y juzguen por sí mismos.