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Extrema derecha
El interés superior de la infamia
Quise escribir “El interés superior de la(s) infancia(s)” en el título, pero no me apetecía mentir. No quería sumar a la infamia, entendida como la característica de aquellas personas malvadas que carecen de honra, crédito y estimación, según he podido leer en algún rincón de internet. Lo peor es que, al parecer —no sé si estaréis de acuerdo—, se puede ser abiertamente malvado, incluso fanfarronear de ello y sacar pecho de palomo, sin perder crédito y estimación. Siempre hay alguien dispuesto a darte una palmada en la espalda, una sentencia favorable o varios cientos de miles de votos en las elecciones.
Y mientras, ¿qué pasa con las infancias? Más que palmadas les están cayendo empujones, sentencias acusatorias y varios cientos de miles de motivos para que cuestionen —y cuestionemos— si eso del “interés superior” es palabrería tan vacía como una casa sin gente. Sin ánimo de ser exhaustivo, solo tirando de memoria, recuerdo a niñas u niños aguantando un confinamiento especialmente estricto cuando les veíamos como “vectores de contagio” (las personas adultas podíamos salir a comprar, a pasear al perrete, ellas y ellos no); también recuerdo el atentado contra la salud de los peques más vulnerabilizados, comiendo pizza y sándwiches durante días, semanas y meses, por decisión de un gobierno regional sin escrúpulos que aprovechó la situación para beneficiar económicamente a sus amiguitos (“¿El secreto está en la masa…?”); tampoco se me quitan de la cabeza aquellos peques de una Cañada Real sin suministro eléctrico, o las infancias desahuciadas de sus casas…; ni el ataque estratégico y continuado contra niños, niñas adolescentes y jóvenes migrantes, que ahora cuenta con el beneplácito de algún juez de la Audiencia Provincial de Madrid, además de varios palmeros bastante ruidosos repartidos por ahí.
Resulta que un juez puede opinar, como un tertuliano másde Ana Rosa (“la fascista”; que conste que solo se lo llamo porque sabemos que le gusta, ya que le recuerda que está en el “lado bueno de la Historia”), sobre quiénes somos o dejamos de ser un “problema social y político”. Quizá el problema sea la desprotección y la persecución que están sufriendo los jóvenes migrantes, muchos de ellos menores de edad, por parte de un populismo xenófobo que está generando situaciones de tensión política sin precedentes en los últimos años, y que se inserta en una “internacional reaccionaria” verdaderamente preocupante desde el punto de vista democrático, como se ha documentado —entre otros— en el último informe de la Fundación Rosa Luxemburgo, o desde la Asociación de Investigación y Especialización sobre Temas Iberoamericanos (AIETI) en su mapeo de actores y repertorios de odio, por no hablar de las recomendaciones frente al discurso de odio por parte de la Comisión Europea o la ONU.
El problema es la infamia que supone justificar que la instrumentalización de personas vulnerabilizadas cabe en un “contexto de legítima lucha ideológico-partidista”. ¿Y la Convención sobre los Derechos del Niño y de la Niña que firmamos en 1989, dónde cabe? ¿En un cajón? Creer que la libertad de expresión debe prevalecer sobre la responsabilidad de expresión es como darle la razón a Aznar cuando decía que quién narices era la DGT para decidir la cantidad de vino que él podía o no tomar antes de conducir, que la libertad era una cuestión individual y que ya sabíamos cada uno cómo gestionarla. Y así nos va. Atropello tras atropello, y no me refiero a los que ocurren en las carreteras. Tantos atropellos que, como dice el magistrado de la Audiencia Provincial, da igual “si las cifras que se ofrecen son o no veraces”. Si total…, como ya dijera el poeta anónimo M. Rajoy: “Todo es falso, salvo algunas cosas”. Bienvenidxs al tiempo de la “Posverdad” que, si le preguntáramos a mi abuela qué leches puede ser ese palabro, sabiamente nos diría: “P’os mentira”. Pues eso, abuela, pues eso.
Infancia migrante
El pepito grillo facha hoy está de suerte
Mentira es también que un discurso de odio deba incitar “de modo inmediato a la violencia, a la discriminación o al odio”. Quien haya curioseado mínimamente sobre el concepto sabrá que no hay una definición cerrada, sino que hay varias coordenadas que manejamos para decidir, según el contexto, si se trata de un discurso de odio o no. El caso del dichoso y vox-mitivo cartel de Sol es un ejemplo —¡de manual!— de lo que es un discurso de odio, ya que contribuye a seguir generando un clima de hostilidad hacia un colectivo vulnerabilizado (¡que incluye a niñas, niños y adolescentes!) desde una posición de poder que busca rentabilizar el miedo y el rechazo con fines políticos y económicos. Incita a la violencia, a la discriminación y al odio porque predispone a ello aunque no lo explicite, sin que sea necesaria una gran habilidad interpretativa para leer entre líneas… Es cuestión de “sentido común”, pero claro, como se preguntan Ainhoa Nadia Douhaibi y Salma Amazian: “¿Qué es el sentido común en una sociedad racista?”. Y, bueno, para comprender algo también hay que tener intención de hacerlo, y quizá no haya voluntad para frenar a una extrema derecha cada día más envalentonada por este tipo de palmaditas en la espalda desde los tribunales y otros espacios de poder (como ciertos medios de comunicación).
Ay…, regresando al título, para terminar este torrente de indignación que solo soportan las teclas del ordenador, me gustaría agradecer y abrazar a toda aquellas personas que sí estáis “Protegiendo Madrid” (léase el lugar que sea), pero de la infamia, ayudando a crear y sostener espacios, relaciones y procesos favorables para rellenar de contenido tangible ese “Interés Superior de las Infancias”, de todas ellas y junto a ellas. Frente al odio, seguimos tejiendo…