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Cuando decidimos ver la obra de teatro Asesinato y adolescencia (de Alberto San Juan, en las Naves del Español en Madrid), éramos conscientes de que la pieza iba a resultar dura, ya que trata de primera mano las violencias en la adolescencia. Lo que no esperábamos era el enorme grado de violencia sexual y de asesinato(s) machistas ejercidos por un hombre, que no un monstruo, casi romantizado y con quien la obra quiere continuamente que empaticemos. A esto contribuye el enorme cartel que aparece al inicio de la obra, con la palabra “monstruo” iluminada y en mayúsculas.
El contexto es espeluznante ya desde el inicio, y el grado de violencia va en aumento: las autolesiones de Lucía, la protagonista, o el contenido de las entrevistas a diferentes adolescentes. Sin embargo, el eje vertebrador de la obra es la perversión, el engaño, la violencia sexual y los asesinatos cometidos contra chicas adolescentes. El protagonista lleva esta violencia al extremo, pese a ello la obra invita en todo momento a empatizar con él.
La obra destaca por el exhaustivo trabajo de investigación que ha necesitado hacer el director previamente, y que incluye tanto a adolescentes como a profesionales. Sin embargo, después se reproducen muchos estereotipos que pueden ser muy perjudiciales.
En cuanto a Lucía, por ejemplo, ¿qué pasa con esa soledad llevada al extremo? En la obra parece vincularse su soledad con la posibilidad de ser agredida sexualmente o incluso asesinada por un “monstruo”, cuando estas violencias las sufren o sufrimos en realidad todo tipo de mujeres, bajo diferentes circunstancias, y a manos de hombres muy diversos.
Él, por su parte, sin nombre y con un aspecto demasiado alejado de lo real, está tan estereotipado que nos dificulta identificar a tantos otros hombres que habitan entre nosotras/os y que ejercen estas violencias cada día.
La obra resultaría mucho más transformadora si mostrara una masculinidad más parecida a la de los hombres que nos rodean, más cercana y cotidiana. Cuando construimos imágenes tan estereotipadas de víctimas y victimarios, es imposible identificarse con esos personajes y, por tanto, imposible identificar las violencias que vivimos o que ejercemos.
No hay duda de sus brillantes actuaciones. Ella consigue transmitir una angustia extrema, mientras que él genera una repulsión y un terror difíciles de digerir. Esto nos atraviesa de manera directa a mujeres y adolescentes, y, de la misma manera que la pieza incluye avisos al público del uso de luz estroboscópica, podría añadir también avisos de contenido en relación con el grado de violencia que se muestra, para poder ahorrarse el disgusto. Los avisos de contenido no son spoilers ni tonterías para personas con la piel muy fina, sino herramientas que previenen que quien así lo desee o necesite reviva una experiencia traumática.
En la sinopsis leemos: “Asesinato y adolescencia es la historia de Luis y Lucía, dos soledades empujadas al filo del abismo por una suma de violencias propias y ajenas. Asesinato y adolescencia es, también la posibilidad del amor, no tanto en un sentido romántico, como en el sentido de la continuidad de la vida”. Con este adelanto, no dejamos de sorprendernos de la manera en que la obra muestra a víctima y victimario con un mismo nivel de vulnerabilidad. Echamos de menos, desde luego, una mirada feminista. Cuando esta mirada no existe, nos queda tan solo una representación machista de la violencia. Otra más.