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Diccionario de la Posverdad
Democracia
Según Platón, dado que el pueblo es un monstruo dominado por la concupiscencia, es necesario que la ciudad la gobierne el rey-filósofo, que tiene un acceso privilegiado a la verdad. Si quien manda es el único sabio, entonces está autorizado a controlar la verdad pública. Esta es la función del Ministerio de la verdad que George Orwell dibujó en 1984: el control de la mentira, el control de la palabra. La sociedad totalitaria vive bajo una verdad por decreto que, eliminando la libre manifestación de las ideas, corta de raíz la aparición de la posverdad.
La planta silvestre y endémica de la posverdad encuentra en la democracia un biotopo óptimo para reproducirse, porque nadie, ni los científicos, ni los clérigos, ni los políticos, ni los jueces, tiene la última palabra, y predomina el batiburrillo de los muchos.
La sociedad totalitaria vive bajo una verdad por decreto; en democracia, predomina el batiburrillo de los muchos
Nadie es mejor que nadie, nadie tiene una autoridad superior a nadie y, por tanto, quien se arroga la verdad o quien en nombre de la objetividad demuestra la falsedad de una idea compartida por la mayoría es visto como un enemigo del ideal igualitario de la democracia. Nuestros tiempos, en los que la plaza pública se ha transformado en una inmensa y desordenada ágora digital, son fértiles para la consolidación de la posverdad. La democracia puede convivir con la ciencia y atender a la verdad, pero en el siglo XXI las circunstancias la han conducido al precipicio de un relativismo salvaje que, tras reducir la verdad a algo íntegramente cultural, ha dejado a los otrora ciudadanos pasmados de indiferencia ante los abismos de la posverdad.
En este antiautoritarismo democrático casi ácrata desaparece la ignorancia y los electores se mueven entre la sospecha y la candidez. Inescrupulosa gente con poder se aprovecha de esta confusión y rentabiliza el caos democrático. No hay que olvidar que la democracia presupone la capacidad de los ciudadanos para identificar sus intereses y la exigencia de contraponerlos en francas conversaciones públicas con los intereses de los otros.
La democracia presupone la capacidad de los ciudadanos para identificar sus intereses
La posverdad es una planta que se enraíza en el contexto igualitario y que, por lo que vamos viendo desde su aparición, tiene un potencial viral que amenaza con la colonización de todo el bosque democrático. Por ahora, las instituciones de la democracia han mostrado cierta solidez ante el avance de estas patologías, conviene que lo haga también la evanescente ciudadanía que para existir vigorosamente necesita (¡pero no le basta!) que alguien vigorosamente crea en su existencia y actúe en consecuencia.