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Culturas
Trabajadoras de la cultura en tiempos de covid-19
Ya antes del estallido del coronavirus y de las consecuencias de la pandemia, trabajar en el ámbito de la cultura y lograr vivir de ello no era fácil por la existencia de un sistema capitalista en el que priman la productividad y la rentabilidad. La crisis ha supuesto un impacto distinto en los diferentes sectores laborales, con lo que la pandemia ha golpeado las vidas de quienes se dedican a ellos de formas muy diversas.
El trabajo de Nathalie de Úbeda parte de la artesanía con madera. Junto a su marido, Jesús, crea casitas de pájaros, puertas del Ratón Pérez y otras obras decorativas. El suyo es un proyecto ligado a la naturaleza, de producción lenta y sostenible. Por su parte, Gabriela Righi es también artesana, aunque además se dedica al arte callejero a través del baile y los malabares. Vende cariocas hechas a mano, a base de material reciclado, en Mindset del Malabarista, donde promociona, dice, los valores de creatividad y justicia en los que cree.
Como organizadora del Mercado de Autoras, iniciado en 2017, Juana López del Castillo se dedica a impulsar a pequeñas marcas de mujeres con el deseo de crear y expresarse. Este punto de encuentro valenciano da cabida a ilustradoras, orfebres, escritoras, fotógrafas, tejedoras y muchas más artistas, que promocionan y distribuyen sus obras en diferentes ediciones del mismo mercado.
Alodia Clemente abrió la librería La Rossa, especializada en autoras, en 2015, en el barrio de Benimaclet. Además de ser punto de venta de literatura, ofrece un lugar de encuentro para actividades como presentaciones. También en València, Carmen Pérez Cuberos inauguró en 2014 LA CASA de Patraix, un espacio cultural donde encontrarse a través de exposiciones, recitales, obras de teatro, conciertos, talleres...
La cultura, precariedades diversas
Cuando hablamos de cultura, hace falta tener en cuenta que existe una cultura en mayúsculas y otra en minúsculas. Al menos, a los ojos de quienes gobiernan. Más allá de los trabajadores de la cultura de renombre, a menudo enriquecidos, hay una mayoría de personas empleadas en el sector, entre las que se cuentan muchas mujeres y personas con otras identidades de género, que luchan cada día por poder vivir de lo que hacen. Personas que se ven arrinconadas por la precarización de su trabajo, si es que alguna vez llega a remunerarse como tal.
La pandemia ha empeorado esta situación. Juana explica su experiencia: “Se decretó el estado de alarma el día 14 de marzo y tenía programado un Mercado de Autoras para los días 14 y 15. Era una programación súper especial, tenía un montón de actividades”. No se pudo hacer, lamenta, absolutamente nada. “Me quedé con un mercado por montar, debiendo dinero a todas las personas que habían pagado la participación. Lo que había ganado por organizar ese mercado lo destiné a cubrir el precio que suponía utilizar ese local, así como la publicidad. Acabé con una deuda y, a causa de esa deuda, tuve que hacer un mercado más forzado en agosto de ese año”.
Cuando se trata de cultura, cabe también señalar a todas esas personas que atienden tras los mostradores de los pequeños establecimientos de barrio. Carmen afirma que la pandemia le ha influido mucho, especialmente teniendo en cuenta los cambios que realizó en septiembre de 2019 en LA CASA de Patraix. “El año siguiente tenía muy buena pinta. Había muchas actividades ya agendadas, pero todas se aplazaron. Los gastos del espacio, como alquiler, luz y agua, tampoco desaparecieron durante la pandemia”, cuenta. Ha llegado a un acuerdo con la persona propietaria e intenta gastar lo menos posible, pero afirma que ha sido duro mantenerse.
Alodia, por su parte, hace énfasis en la necesidad de disponer de un punto de venta virtual a la hora de lograr que su negocio sobreviviera a la crisis: “Al tener tienda virtual de La Rossa, durante la pandemia, las personas podían comprar perfectamente. Nos dieron la oportunidad de hacer nosotras mismas el reparto si éramos propietarias del establecimiento. Las librerías estuvimos verdaderamente confinadas alrededor de un mes y medio”, recuerda.
Gabriela también asumió muchas dificultades: “Cuando empezó la crisis del covid-19, tenía un trabajo normal y corriente. Era camarera desde hacía alrededor de nueve meses y me habían contratado”, narra la artesana. “Cuatro días antes de que se declarara el estado de alarma me habían dado de baja”. Además de este último trabajo, explica, participaba en mercados, vendía sus obras, hacía malabares. “Cuando me despidieron, y sin poder dedicarme al arte callejero por el confinamiento, mis ahorros fueron gastándose poco a poco”. Ahora, dice, tiene que luchar por el dinero de cada día, y sin ayuda del Estado. “Por supuesto, ha impactado en mi calidad de vida. He pasado por situaciones difíciles en invierno, antes de que reabrieran los bares. Llevaba a mi hija al colegio y, después, me iba al semáforo. Pero cuando paraba porque hacía mucho frío o se ponía a llover, no tenía un bar adonde ir. No sé cómo explicarlo pero, a veces, es algo que da miedo”.
El Estado destina una partida presupuestaria como respaldo económico para aquellas personas vulnerabilizadas que encajan en un molde preestablecido. Una parte de la población ha podido hacer frente al temporal recurriendo a estas medidas. No obstante, son muchas las familias para las que no han tenido suficiente utilidad. Esto se debe tanto a los procesos burocráticos inaccesibles, que hacen que a menudo no se llegue a obtener lo que se solicita; como a lo que ocurre cuando sí se concede, pero resulta insuficiente. En palabras de Nathalie: “Me he tenido que mover bastante en cuanto a apoyos económicos. Pedir una subvención me ha supuesto un expediente administrativo extremadamente complejo. No lo han puesto nada fácil; además de la situación, ha habido que pelear para obtener un mínimo de ayuda. Eso, para mí, ha sido difícil. Finalmente, no tengo noticias de esta subvención; no me han respondido”.
Cuando Gabriela solicitó el Ingreso Mínimo Vital, lo que le sucedió fue, asegura, que la ayuda recibida era en realidad una prórroga del subsidio de desempleo. “En vez de los cuatro meses a los que tendría derecho inicialmente, me lo han aumentado un año. He intentado acceder al Ingreso Mínimo Vital pero no me lo han concedido”. Juana también se refiere a ello: “A mí y a mi familia nos han concedido el Ingreso Mínimo Vital. Nos han otorgado 350 euros, pero somos cuatro personas. Sin embargo, se agradece; podrían no habérnoslo dado”.
Más desigualdad
Uno de los efectos nocivos de la crisis actual ha sido el aumento de la desigualdad, y la de género no es una excepción: datos estadísticos, basados en investigaciones con un sesgo binarista que no contempla otras identidades, sitúan la brecha salarial entre hombres y mujeres, en 2020, en un 23% en España y un 15’7% en la Unión Europea. Esta brecha patriarcal aumenta con la edad de las trabajadoras. Al mismo tiempo, según un informe de la ONU citado en esta misma fuente, las mujeres tienen menos posibilidades laborales, incluso que antes, en comparación con los hombres. El número de obstáculos que se ven obligadas a enfrentar es mayor.
Sin embargo, hay muchos otros ejes que atraviesan a estas trabajadoras de la cultura, como las vivencias de la maternidad y la migración. Gabriela, madre de una criatura pequeña, migró desde Brasil y actualmente reside en València: “El machismo y el racismo ya me afectaban normalmente. La pandemia ha acentuado todos los problemas que pueden existir en ese sentido; tanto la forma en la que otras personas reciben o aceptan mi trabajo, como las propias relaciones con mi compañero y los problemas que tenemos”. Habla de las presiones sociales: “Lo que se espera de una madre no es lo mismo que se espera de un padre. A las madres se nos carga con la expectativa de que nos ocupemos de todo. Y, si los padres no lo hacen, nunca van a ser entendidos de la misma forma que las madres”.
No obstante, la precarización también ha afectado de formas menos directas a quienes regentan pequeños negocios. “Muchas mujeres han acabado despedidas o en ERTE y, si no tienes un sueldo que te aporte lo suficiente, no puedes consumir libros. Se convierten en artículos de lujo. Así, cuando una mujer está precarizada, tiene otros hábitos de consumo; la prioridad es pagar las facturas y comer”, resume Alodia.
Salud mental afectada
La situación también ha provocado una gran sacudida en los cimientos del sistema de salud mental español. Fallecimientos de familiares y seres queridos en circunstancias de muy poco recogimiento, despidos, trabajo en condiciones deplorables, cambios bruscos en la rutina; todo aterrizado sobre un clima de crispación debido a la crisis económica que atraviesa la mayoría de los hogares.
Juana explica cómo ha impactado esta etapa en su salud emocional: “La pandemia ha roto mi estructura vital. Si estaba pensando en el Mercado de Autoras, no estaba pensando en qué me estaba pasando a mí. La consecuencia ha sido que me he tenido que encontrar conmigo misma de frente, en un espejo muy grande. Creo que todo lo que ha pasado ha sido pésimo pero que, al mismo tiempo, hay experiencias positivas asociadas”. Nathalie cuenta, por su parte, que durante este periodo no ha sido capaz de crear nuevos modelos artesanales.
Carmen también relata cómo la pandemia ha supuesto un paréntesis y de qué formas le ha sacado partido: “Llegó un momento en el que tuve que parar. Quise darle la vuelta y convertirlo en algo positivo para mí; me ha servido para plantearme cosas acerca de LA CASA y, al mismo tiempo, de mí misma”, dice. “Me veía súper abandonada y es que, de hecho, no me veía. Ahora hay días puntuales que me dedico a mí y tampoco antepongo el negocio a mi familia. Esto también me ha permitido tomarme la relación con mis hijos, que ya son mayores y viven en casa, de una forma diferente. Nos hemos reencontrado”.
Enriquecimiento diferencial
En una publicación del periódico Financial Times podemos acceder a una lista que nos muestra las empresas económicamente beneficiadas por la pandemia. Encabezando el escalafón se encuentra Amazon, con 401,1 millones de dólares de crecimiento de capital en el Mercado, del mismo modo que se puede establecer una comparativa entre las grandes superficies locales y los pequeños negocios de nuestros barrios. Alodia lo ejemplifica: “Ha pasado algo que me ha enfadado bastante, aunque no me afectara personalmente. No se podían vender libros en los supermercados y Consum sí lo hacía. Nadie les decía nada. Me daba mucha rabia porque, aunque, evidentemente, los libros que vendían en Consum no eran los especializados que vendo yo; me parecía injusto para mis compañeras libreras”.
En esta línea, Juana denuncia la imposibilidad de un auténtico apoyo comunitario durante la gestión de la pandemia: “Pienso que ha habido un bloqueo social a causa de la pandemia. Si hubieran facilitado el apoyo mutuo, se habría dado esa bondad que existe de forma natural en la vecindad”. Pone el ejemplo de un restaurante que cerró en El Cabanyal, y donde el vecindario se reunía para cocinar la comida que tenían y donarla, recibiendo multas por ello: “No ha habido una contención social porque no ha podido haberla, se ha quedado en el apoyo a través de redes sociales”.
Para Gabriela, el punto de la burocratización también es importante. Dice que le gustaría que hubiera otro tipo de regulación de su situación como artista callejera: “Ahora tengo que estar en el semáforo, arriesgando mi vida sin ninguna seguridad. Tendría que poder organizar espectáculos, por ejemplo, en terrazas de hostelería o en mercados”. Carmen va más allá: “No se trata de ponerle solución ahora a raíz de la pandemia. Para generar una solución hace falta excavar muy profundamente y empezar a construir desde abajo”. Le da igual, dice, qué partido gobierne: “Se trata de un sistema que no funciona.”