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Culturas
Mucho sobreesfuerzo, cero conciliación: así viven las librerías independientes la Feria del Libro de Madrid
El agua de mayo y de junio que cae sobre Madrid no disuade a los cientos de personas que acuden a su cita anual con la mayor concentración del libro en la capital. A lo largo de un kilómetro se reparten las 424 casetas y expositores que conforman la 82ª edición de la Feria del Libro de Madrid. Un encuentro en el que las personas lectoras aprovechan ese 10 % de descuento para poner tics en su lista de libros pendientes, y las librerías para prepararse para las vacas flacas que suelen venir con el verano.
Recorriendo esta zona del parque del Retiro se ve condensada la mayor parte del ecosistema madrileño del libro. Un código de colores en el cartel de cada caseta indica el lugar de cada negocio en esa bibliosfera: institución, editorial, distribuidora, librería generalista o especializada. Con el blanco de fondo que la señala como parte de las generalistas, está El Buscón. Desde 1977 en el barrio de Prosperidad, llevan unas 45 ediciones de la feria a sus espaldas.
“Tenemos la feria muy integrada en nuestros bibliorritmos. Sabemos que después del Día del Libro hay que prepararse para la feria. Es una fecha muy importante a nivel económico y de trabajo”, explica Pedro Bermejo, librero de El Buscón, entre venta y venta de libro.
“Claro, aquí tienes”; “está en la primera página, y le tienes que restar el 10 % de descuento de la feria”; “¿quieres copia?”. A pesar de que por las mañanas hay menos afluencia de gente, el librero no se sienta ni un momento en toda la entrevista.
Las ventas de la feria, junto con la campaña de Navidad, son los picos de ingresos para la mayoría de librerías pequeñas. Esperan conseguir un poco de colchón para compensar la menor facturación de otros periodos. “El verano es una época, sobre todo en las librerías de barrio, mucho más floja. En la feria no te haces de oro, pero ganas algo”, cuenta Bermejo.
En El Buscón cuentan con tres personas, dos jornadas y media contratadas, para hacer frente al esfuerzo de estar en dos sitios a la vez durante los 17 días de feria. “Seguimos abiertos porque es importante seguir atendiendo a la gente del barrio”, afirma el librero. Aunque admite que las actividades que normalmente llevan a cabo en la librería quedan paralizadas: “Es demasiado esfuerzo”.
Conciliación: ni está ni se la espera
Avanzando hacia el norte, a unas cincuenta casetas de distancia de El Buscón, está Mujeres y Compañía. El color verde del rótulo indica que es especializada. “En literatura escrita por mujeres, que es solo un 30 %”, aclara un cartel al fondo.
Detrás de la mesa más cercana al público está Miren Elorduy. Recomienda, enseña, sonríe y entrega el libro elegido con o sin bolsa, con o sin copia del recibo. Se mantiene vivaz a pocos minutos del cierre de mediodía. Es una jornada calurosa; casi parece una feria distinta a la que hemos visto estos días tan de paraguas y de toldos parasoles utilizados como refugios contra la lluvia.
“Has dado con la única librera que disfruta y que estaría una semana más”, asegura. Para ella, la feria es un escaparate “fantástico” para visibilizar la literatura escrita por mujeres: “Nos interesa que nuestras lectoras vengan aquí y se den cuenta de la disparidad. Durante el año hacemos un trabajo de visibilización y en la feria ven por qué es tan importante”.
Sin embargo, estar presentes año tras año es un esfuerzo. Y la primera víctima es la conciliación: “Son horarios y jornadas muy largas de trabajo, que ni empiezan ni acaban con la subida o bajada de persiana. Nuestra relación con la familia esos días es complicada y exige esfuerzos por ambas partes”.
Elorduy lo dice claro: “No hay posibilidad de conciliación para nosotras”. Explica que, aunque pudieran permitirse contratar a una persona para la feria, no lo harían: “Yo trabajo el fondo de títulos todo el año y tengo que saber de todos los libros. Todo lo que traemos está leído o estudiado, y eso no se le puede pedir a cualquiera”.
En Mujeres y Compañía trabajan tres libreras contratadas. Durante la feria, cierran la librería los sábados “porque no da la vida”. Tampoco pueden contratar un refuerzo para el local porque esa persona tendría que conocer los entresijos del funcionamiento de la librería. Con su nivel de especialización “solo lo podemos hacer nosotras”, declara Elorduy.
En El Buscón también hacen malabares para conciliar. Bermejo lo cuenta así: “Me gusta venir y cambiar de aires. Salir de las cuatro paredes y oxigenarme un poco, pero para mí es diferente porque no tengo hijos. Para otras compañeras sí supone mucho más trabajo y no se pueden permitir estar tanto tiempo aquí”.
Otra librería de barrio, La Lumbre, no participa este año en la feria. Consideran que no les compensa. Y parte del motivo está en la conciliación: “Es un sobreesfuerzo y cubrir gastos no basta. Yo tengo que conciliar, tengo que responsabilizarme de mi familia”, explica Julia Ugarte desde su librería.
Cuenta que, cuando participaron en otras ediciones, su pareja estaba en feria, ella en la librería, y sus hijos con las abuelas todo el día durante los 17 días del evento. “No me explico cómo lo hará gente que no tiene familia cerca”, dice Ugarte.
El local de La Lumbre está en el barrio de Pacífico, no muy lejos del Retiro. Un perro se acerca a husmear la entrada y la mujer que lo lleva de la correa pega un tirón: “Si tú no sabes leer”, le dice. Es primera hora de la mañana y ya tienen alguna clienta. Fisgan el escaparate, se paran un momento y entran.
Como comenta Ugarte, los clientes de La Lumbre son esos: los que pasean por la calle y entran a mirar. “La gente que te pueda conocer en la feria es la misma que está caminando ahora por este barrio”, asegura.
A veces han sentido alguna presión por parte de sus clientes. Les hace ilusión encontrarse a su librería favorita en la feria. Pero lo tienen claro: “No voy a dejarme la piel para cubrir gastos porque eso significa que no estoy haciendo otro tipo de cosas que tengo que hacer aquí”, dice la librera, y mira alrededor.
Está sentada en un sillón al fondo del local en una zona con sillas y un sofá. Es ahí, además de en la planta superior, donde tienen lugar sus actividades, principalmente clubes de lectura y presentaciones de libros. No van a descuidar eso por tener presencia en la feria.
Competir con los grandes grupos
Dejando de lado expositores de comunidades autónomas o patrocinadores de la feria, hay 385 casetas. La mayoría son de editoriales, y encontramos el número relativamente pequeño de 115 puestos de librerías. En su mayoría son pequeñas y tendrán dos o tres personas empleadas. Pero también hay grandes nombres: Casa del Libro, El Corte Inglés o muchas de las marcas del grupo Penguin Random House.
Son las que tienen, en palabras de Ugarte, capital suficiente como para contratar el refuerzo necesario para la feria sin que eso vaya en perjuicio de su salud o de su actividad principal el resto del año.
Para Bermejo, su presencia supone un problema: “Ocupan cuatro casetas seguidas entre librería, distribuidora y tal vez también editorial. Si te tocan al lado y viene a firmar un superventas o un youtuber se va a formar una cola increíble. Y la gente que pasa cerca, para evitar el pifostio, va a esquivar también tu caseta”.
La organización de la feria ya hace esfuerzos para evitar esto. El sorteo por el que se reparte la posición de las casetas está dirigido: “Las grandes casas van en el tramo final de la feria, y está preparado de forma que a una librería generalista pequeña no le toque entre dos grandes grupos”, explica Eva Orúe, directora de la feria.
Si una editorial o distribuidora tiene caseta, tendrá márgenes de beneficios mayores por saltarse peldaños en la cadena por la que los libros llegan a las personas lectoras. Por ejemplo, una distribuidora podrá quedarse con el margen reservado a librerías además de su propio porcentaje.
Por ello, desde la organización intentan compensar estas diferencias. Las librerías tienen todas, de entrada, asegurada una caseta de cuatro metros de largo, mientras que las editoriales varían entre tres y cuatro. Además, las librerías pagan unos 1.700 euros por el alquiler del espacio, unos 1.000 menos que la editorial que menos aporta.
Sin embargo, las preocupaciones por la competencia van más allá. El librero de El Buscón y la de Mujeres y Compañía comparten varias de estas inquietudes en torno a los grandes grupos: generan mucho fondo de títulos en torno a personalidades famosas y es difícil competir con eso.
Bermejo lo ve, además como un problema de pluralidad y de comercialización de la feria. Asegura que se dan casos de editoriales que rechazan traer parte de sus propios libros para hacer un hueco a las novedades. “Por eso es tan importante que sigamos viniendo las librerías y editoriales pequeñas: para que siga habiendo pluralidad y no solo superventas o lo que le interesa vender al Grupo Planeta o los grandes medios”.
Al final, son muchos factores los que deciden si a una librería de barrio le compensa o no acudir a la feria. Para La Lumbre, el riesgo de que les toque un mal puesto en el sorteo y vean reducidos sus beneficios es demasiado grande: “Es una ruleta rusa”, sentencia Ugarte.
Considera que no tienen la resiliencia humana ni económica para acudir, y cree que se debería revisar el formato: “Tal vez se podría reducir el tiempo a diez días. Siempre va a ser muy duro, siempre va a ser más fácil de gestionar para los grandes grupos, pero no es lo mismo. El ejemplo para seguir es Sant Jordi; reduciendo el número de días las ventas se compactarán”.
Para Elorduy, de Mujeres y Compañía, sí merece la pena: “Compensa porque podemos sorprender a las lectoras que solo nos ven en la feria. Traerles temas que les pueden preocupar o escuchar cómo el libro que les recomendamos el año pasado les ha cambiado la vida”.
La librera no olvida el papel de quienes se acercan a comprar: “El equipo de organización de la feria es pequeño y trabaja a destajo. Pueden intentar favorecer la pluralidad, pero nosotras como consumidoras tenemos que ser conscientes de dónde invertimos nuestro dinero. Tenemos que defender los espacios que defienden a todas”.