Crisis económica
La red de apoyo de Lavapiés que quiere poner la solidaridad en boca de todos

La solidaridad está en boca de todos estos días y meses, y literalmente lo está en la Calle del Olmo número 20, cerca de la plaza Tirso de Molino en Lavapiés, en Madrid. Aquí, los voluntarios de diferentes organizaciones vecinales se involucran todas las noches distribuyendo comida a las personas que no pueden pagarla. Pero la solidaridad pura no mata el hambre.

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Dos voluntarios de la despensa solidaria de la calle del Olmo charlan ante un mural de Angela Davis. Laurie Marie Stührenberg

El viernes, poco antes de las siete de la tarde. Juanjo Mellado está en su cocina cortando patatas. “Yo cocino como si fuera para mí”, dice, porque lo que se encuentra en la olla gigante y llena la pequeña cocina con vapor y un delicioso olor no lo va a comer él. Lo está preparando para las personas que no tienen suficiente recursos de su barrio, Lavapiés. Desde hace seis años, Juanjo forma parte de la asociación Plaza Solidaria, un colectivo sin ánimo de lucro formado por activistas voluntarios, allí cocina y distribuye donaciones. En estos seis años Juanjo ha escuchado muchas historias. “Muchas veces, la línea divisoria entre un lado de la cola y otro es muy pequeña. Hay gente normal y corriente con su carrera, con su buen trabajo, a la que la vida le da un palo, y llevan un año o dos en la calle. No es tan difícil estar un día ahí”.

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Juanjo, cocinero solidario, preparando el guiso para el reparto de comida en Lavapiés. Laurie Marie Stührenberg


Los alimentos que Juanjo echa al cocido vienen de bancos de alimentos, de otras asociaciones y también de vecinos del barrio. “Lo que pasa es que las donaciones van bajando mucho. La gente tiene cada vez menos poder adquisitivo, y también esa explosión de solidaridad se va perdiendo un poco en el tiempo”, dice.

En Madrid, las despensas solidarias y los bancos de alimentos del barrio atendieron a más de 45.000 habitantes durante el confinamiento de marzo a junio

Actualmente, entre 150 y 180 comidas son repartidas por la asociación Plaza Solidaria cada noche. Con el comienzo de la pandemia, sus voluntarios y una red de otras organizaciones vecinales se juntaron para el reparto de alimentos en el Teatro del Barrio a 800 hogares ─aproximadamente 3.000 personas─ más 100 a 150 personas en situación de calle. Como muchas de las organizaciones vecinales no cuentan con un local fijo donde puedan servir su comida, se vieron obligados a mudarse varias veces desde principios de año a medida que la situación empeoraba. Actual y temporalmente se encuentran en un local en la Calle del Olmo 20.

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Ahí es donde Juanjo se dirige después de haber llenado el cocido de tomates, patatas y garbanzos en tuppers.

“¡Llegamos tarde!”, dice y señala a un grupo de gente esperando. Son tantas personas que la cola ya ha dado la vuelta a la esquina. Desde afuera, se escucha la voz de Florencia Inés González, vecina de Lavapiés, directora de casting y voluntaria desde hace siete meses. Ella es la que pone, desde la puerta del local, bolsas de plástico llenas de comida en las manos de la gente en la cola. Pero no solo eso. “Me gusta estar en la puerta, estar en contacto con los usuarios, porque hablo con ellos, les pregunto y los conozco, sé sus historias, sus nombres, las cosas por las que han pasado, la situación en la que están. Se trata no solo de darles de comer, sino también de darles un espacio, una charla. Acompañar, intentar hacer un poco más”, dice.

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Fila de gente ante el local en el que se produce el reparto de comida. Laurie Marie Stührenberg


Tres noches a la semana, Florencia está aquí para escuchar, hacer bromas y lanzar una sonrisa a las personas que vienen, a pesar de su mascarilla y a pesar de que encuentra la situación injusta: “De esta gente se tienen que encargar los servicios sociales. Y no lo hacen. Entonces lo hacemos nosotros, sin más ayuda que la de los vecinos (que no es poco). Pero necesitamos medios, un lugar fijo, una ayuda económica, un apoyo. Nosotros ofrecemos estar, dar nuestro tiempo y trabajar. Pero se hace muy cuesta arriba estar siempre de prestado".

Hasta ahora no han recibido ningún apoyo del ayuntamiento. En su lugar, la vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís (Cs), aseguró hace unas semanas que todas las personas necesitadas ya estaban siendo atendidas por los servicios sociales. Pero viendo cuánta gente viene a las organizaciones vecinales para poder comer, lo prometido no parece suficiente y no tiene en cuenta que las asociaciones también están atendiendo personas sin papeles que están excluidas de los servicios sociales mientras su derecho de estancia no haya sido regularizado.

Como no es un grupo fijo, la organización de las donaciones, las cocinas, las compras y los repartos entre todos puede ser compleja

“Nosotros somos gente con amor y buena voluntad, que viene a ayudar pero no somos expertos”, dice Florencia Inés González. “Tenemos intuición y ganas de hacer y ayudar, pero necesitamos un sostén profesional, porque hay personas que están en situaciones dificilísimas, que necesitan otro tipo de ayuda además de la que damos aquí”.

El local en la Calle del Olmo 20 pertenece al Partido Comunista de España, los únicos que han respondido cuando Plaza Solidaria estaba pidiendo un local por sus canales en las redes sociales. Más atrás en el local, se puede ver un retrato de Angela Davis en la pared; delante de ella hay mesas en las que se apila lo que se va a distribuir esta noche.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística, más de un millón de personas en Madrid vivieron en riesgo de pobreza en el año 2019. Es un 15% de la población de la capital

Unos 70 a 80 voluntarios están involucrados apoyando, muchos de ellos son personas mayores que se vieron obligadas a dar un paso atrás durante la pandemia. Como no es un grupo fijo, la organización de las donaciones, las cocinas, las compras y los repartos entre todos puede ser compleja. Por las medidas actuales, en este momento solo se permiten seis personas en las mesas de las donaciones, frente al mural con la cara de Angela Davis. Llenan bolsas de plástico con los tuppers que ha traído Juanjo, junto con paquetes de zumo, galletas, frutas y más.

Omar ya ha recibido su bolsa de comida esta noche. Ha trabajado en varias profesiones y ahora está desempleado. No vive en la calle, pero tiene que gastar  todos sus recursos en el alquiler. No llega a fin de mes y por eso viene a la calle del Olmo 20 todas las noches. “Menos el domingo, que no abre”.

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Tres voluntarias, en el almacén de reparto de comida de la calle del Olmo. Laurie Marie Stührenberg


Según datos del Instituto Nacional de Estadística, más de un millón de personas en Madrid vivieron en riesgo de pobreza en el año 2019. Es un 30% de la población de la capital. Lo que las cifras también muestran es que un cuarto de la población madrileña tiene cierta dificultad para llegar a fin de mes, 10% solo llegan con dificultad y 7% con mucha dificultad.

Tribuna
Hambre en Madrid

La desproporción es abismal entre lo que es capaz de hacer una gran Institución con más de 25.000 trabajadores y un presupuesto de más de cinco mil millones y un conjunto de voluntarios/as que no tienen más recursos que las donaciones solidarias.

Es evidente que la situación de estas personas ha empeorado como resultado de la pandemia y que las cifras serán mucho más altas en 2020 en todo el país, como también indica un informe actual del European Anti-Poverty Network (EAPN). En Madrid, las despensas solidarias y los bancos de alimentos del barrio atendieron a más de 45.000 habitantes durante los confinamientos de marzo a junio, mientras los servicios sociales se ocuparon de 88.000 personas. El número de despensas solidarias en la capital aumentó durante este tiempo de 37 a 62.

Para Omar, vecino de Lavapiés, es la solidaridad, como por ejemplo lo que ocurre en la calle del Olmo 20, lo que hace avanzar a la humanidad: “Lo mejor es, que aquí todo el mundo se une, hace el esfuerzo, se ayuda. Porque, si no hay solidaridad no hay nada absolutamente. Yo puedo comer hoy, ¿pero mañana qué pasa?“

A mucha gente como Omar le hace sentir incómodo venir aquí por el estigma que tiene la pobreza. “La primera vez que vine me dio mucha vergüenza.” Desde que en 2016 se fundó la Plaza Solidaria en contra de la injusticia social, el fondo de las políticas que tratan estos temas ha cambiado, pero no necesariamente para mejor para las asociaciones vecinales. Cansadas de ser ignoradas durante la pandemia, llamaron a la puerta del Ayuntamiento para denunciar su inacción persistente hace unas semanas. Con poco efecto. Mientras, las filas de los que necesitan ayuda se hacen cada vez más largas, no solo en la calle del Olmo.

Para Matteo Pezzollo, jurista italiano que realiza un trabajo de campo para su doctorado de filosofía de derechos humanos y filosofía política a la vez que hace de voluntario aquí, las circunstancias no se solucionan con la solidaridad pura. “El estado debe garantizar una vivienda justa. Porque el derecho a la vivienda, a la alimentación es un derecho universal que es inherente a la dignidad humana”, concluye.

De hecho, en el artículo 25 de la Declaración de los Derechos Humanos se encuentra exactamente esta demanda. Y en la Constitución Española, el artículo 47 establece el derecho a una vivienda adecuada y humana. Una paradoja que los voluntarios quieren abolir, llenando estómagos hambrientos y dando tiempo y atención para una convivencia humana y solidaria allí, en la calle del Olmo, con la justicia social como fuerza impulsora para acabar con la desigualdad.

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