Coronavirus
Cuando despertamos, el dinosaurio todavía estaba ahí

El pavor será mayúsculo cuando la excepcionalidad deje paso a la vida real.

Mani confinamiento Ayuso - 5
Vecinas y vecinos de barrios del sur se concentran contra el confinamiento selectivo. Edu León

“De esta saldremos mejores”, decíamos. Primero con la voz de nuestra mente, para otorgarle un sentido a tantísimas horas, días y semanas bajo encierro; después, con la voz de nuestra boca, haciendo colectivos esos esfuerzos por construir un paracaídas de esperanza que frenase la caída de la soledad, la incertidumbre y el miedo. “¿Cuándo has visto a tantas personas congregadas con el objetivo de darse apoyo unas a otras?”, preguntábamos al espejo. “Nunca”, respondía sin dudar un reflejo que, poco a poco, iba acusando la falta de luz solar, de ejercicio físico, de sueño, de contacto humano. La falta de vida. “Estamos empezando a ser conscientes de que lo realmente importante es cuidarnos los unos a las otras”, y de pronto el confinamiento era muchísimo más llevadero. “Merecerá la pena”.

No.

La instauración de la nueva normalidad permite esbozar una serie de conclusiones que, por desgracia, no pueden estar más lejos de las convicciones que tiraron de nuestro estado emocional durante los momentos más crudos de la crisis sanitaria.

La ultraderecha sigue goleando en el ámbito discursivo

El panorama político español desde la llegada al poder del genocida Franco conforma una estampa descorazonadora para cualquier persona con unas inquietudes ideológicas que tiendan hacia el progresismo. Y es que, casi medio siglo después de su plácida muerte, la obsesión del dictador por purgar el país de todo rastro de socialismo sigue resonando en la conciencia colectiva.

La hegemonía del bipartidismo durante más de 30 años configuró las mentes del electorado, acostumbrado a decidir entre el conservadurismo manso del puño y la flor, y el charrán —la gaviota, de toda la vida— reaccionario alineado con las corrientes neoliberales más fundamentalistas.

Contar con una ventana de discurso tan escorada hacia la derecha en el momento en que el panorama político abrió sus puertas a nuevos actores es un factor imprescindible para entender cómo es posible que, en el año 2020, el fascismo más rancio ocupe una posición democrática aceptable en el Estado español. Si las ideologías pudiesen representarse en forma de segmentos de una línea recta pautada del cero (extrema izquierda) al diez (extrema derecha), digamos que el franquismo —y su extensión pseudodemocrática, bautizada como Régimen del 78— deslizó la opinión pública hacia una zona intermedia dentro de la mitad derecha de esa línea imaginaria. Entre el siete y el ocho. Así, la intención de garantizar el acceso a un derecho fundamental como el hogar, que podría situarse alrededor del cuatro y el cinco, se encuentra a la misma distancia —discursiva y, por lo tanto, mental— que los dogmas ultraderechistas más brutales de las posiciones nueve y diez.

Pese a que hubo momentos en los que se pudo intuir un atisbo de conciencia comunitaria acerca de la urgencia de colocar los cuidados en el centro de las políticas socioeconómicas, el neoliberalismo voraz volvió a salirse con la suya

En este contexto, exigir una progresividad fiscal que asegure el reparto de la riqueza como escudo protector ante la recesión que se avecina es una amenaza comunista, mientras que intentar boicotear un homenaje oficial a las víctimas de una pandemia mundial es poco menos que una heroicidad patria. Es lo que tiene el fascismo: una vez consigue infiltrarse en las instituciones democráticas, se convierte en imbatible; siempre partirá con una ventaja colosal en el debate público, puesto que su doctrina no cuenta con límites como la realidad, la coherencia o los derechos humanos. Si quedan acorralados, pueden utilizar salvoconductos como la pertenencia de la Organización Mundial de la Salud a una supuesta conspiración comunista, y nadie pedirá que tal afirmación sea demostrada.

La llegada de una catástrofe sanitaria de dimensiones históricas es, para la extrema derecha en la oposición, un regalo caído del cielo. Todo es nuevo, así que todo puede manipularse con más facilidad que de costumbre. “Si salís a aplaudir os estáis dejando engañar por un Gobierno asesino”: cacerolas en los balcones, confrontación. “Las elecciones fueron, en realidad, un golpe de Estado”, “os están ocultando las cifras reales”: concentraciones de personas en las calles durante un confinamiento avalado por la ciencia. “Las residencias son competencia de las comunidades autónomas, Madrid ha sufrido una auténtica carnicería de personas mayores en residencias, yo gobierno en Madrid y llevamos años impulsando la privatización que ha debilitado estas instituciones, pero todas esas muertes son culpa del Gobierno central”: nadie habla de que un equipo de gobierno comunitario podría tener responsabilidad penal en cientos de muertes.

El colmo del insulto a la inteligencia se produce cuando alguno de los matones que se han colado en el Congreso pronuncia un discurso en el que, sin atisbo de vergüenza, instrumentaliza las víctimas del coronavirus justo después de pedir respeto para ellas y sus familias. Si todo vale en el lugar donde se decide el rumbo de un país al completo, entre las paredes que resguardan la democracia, ¿qué hay de malo en berrear agravios del siglo XVIII y acosar por la calle a personas como Yolanda Díaz o Juan Carlos Monedero?

La dictadura del capital ha superado el virus con éxito

Si bien estas líneas nacen de la necesidad de denunciar que, pese al espejismo vivido durante algunas semanas, las principales disfunciones que torpedean nuestra democracia siguen igual de vivas que siempre, es de justicia mencionar que quizá no todo haya sido tan pasajero. Y es que la intensidad con la que el covid-19 sacudió el Estado español hizo que, en un momento, los pilares fundamentales que sustentan la vida en sociedad adquiriesen una visibilidad inédita. De pronto, a la tiranía del interés económico le había salido un competidor: los cuidados.

Cuando se habla de cuidados se está haciendo referencia a un amplio conjunto de tareas imprescindibles para la reproducción de la vida en sociedad. Tareas que, por norma general, son llevadas a cabo de forma mayoritaria por mujeres que deben compatibilizarlas con el trabajo remunerado. La mera visibilización de la problemática que implica esta realidad cultural ya es un triunfo a celebrar por aquellos movimientos sociales que pretenden un cambio real en la organización patriarcal.

No obstante, pese a que hubo momentos en los que se pudo intuir un atisbo de conciencia comunitaria acerca de la urgencia de colocar los cuidados en el centro de las políticas socioeconómicas, el neoliberalismo voraz volvió a salirse con la suya. La más que polémica reactivación de las actividades “no esenciales” fue el globo sonda al que siguieron, en las semanas sucesivas, decisiones que dejaron clara la prevalencia indiscutible de lo económico sobre todo lo demás. Y así se llega a la situación actual: la ciudadanía luchando a manos desnudas contra los rebrotes, mientras que las estructuras estatales permiten la llegada de turistas o la reapertura del altamente contagioso ocio nocturno, entre otras cosas.

Con miles de cadáveres, víctimas de la incompatibilidad entre salud y beneficios económicos, aún calientes, Díaz Ayuso se ha atrevido a subcontratar el servicio de rastreadores, vital para evitar que los rebrotes se descontrolen

La victoria aplastante de la dictadura del capital puede observarse con especial evidencia en Madrid. Allí, las consecuencias del coronavirus han dejado un paisaje desolador, circunstancia que multiplica la sensación de incredulidad frente a las decisiones tomadas por el equipo de Gobierno encabezado por Isabel Díaz Ayuso. Tanto la sanidad como el sector de la vivienda —en su ámbito de relación con el turismo— son dos ejemplos que escenifican a la perfección la filosofía kamikaze de huida hacia adelante que tanto caracteriza al neoliberalismo.

Por un lado, la presencia de España en todas las listas de destinos menos recomendables por riesgo de contraer —y propagar— el virus ha hecho que la llegada de turistas disminuya tremendamente. Además, las personas que sí se atreven a venir eligen destinos en los que la oferta de ocio cumpla con ciertas precauciones, entre las que destacan la posibilidad de estar en espacios amplios, al aire libre y sin aglomeraciones. Por lo tanto, Madrid pasa de prioridad a descarte automático.

Tras muchos años de especulación y gentrificación del centro de la ciudad, la ausencia de visitantes ha vaciado las calles de la capital, pero el plan sigue siendo el mismo. Para evitar abordar el gravísimo problema de acceso a la vivienda que asola nuestro país, la derecha y su extensión mediática han decidido acudir a uno de los chivos expiatorios por excelencia: la okupación. El pasado 27 de abril, El Mundo abrió su portada con el siguiente titular: “La okupación de viviendas se dispara y ya supera las 40 al día”, acompañado de un subtítulo en el que no se hacía mención, ni siquiera de forma tangencial, a los motivos que obligan a tantas familias a entrar en hogares vacíos para poder vivir bajo techo. Al mismo tiempo, los grandes tenedores de vivienda se niegan a reducir los precios y exigen al Gobierno medidas de protección que les permitan seguir especulando con el suelo.

Especulación urbanística
El fantasma de la okupación, agítese antes de usar
Los medios y partidos de derechas encuentran un nuevo chivo expiatorio en las personas forzadas a ocupar en un mercado inaccesible para las familias vulnerables.

En cuanto a la sanidad madrileña, la situación es mucho más insultante. Después de vivir un auténtico infierno por culpa de la privatización de las residencias para la tercera edad, la (ultra)derecha ha decidido mantener a fondo el pedal del neoliberalismo más sanguinario. Con miles de cadáveres, víctimas de la incompatibilidad entre salud y beneficios económicos, aún calientes, Díaz Ayuso se ha atrevido a subcontratar el servicio de rastreadores, vital para evitar que los rebrotes se descontrolen. Como no podía ser de otra forma, los elegidos son dos auténticos baluartes del capitalismo extremo, ambos presentes en el Ibex35: Indra y Telefónica.

La presidenta de la Comunidad de Madrid ha querido hacer honor a la estrecha relación entre privatizar y precarizar —dos conceptos que rozan la sinonimia—, acompañando sus subcontrataciones con despidos masivos que están dejando en la calle a una gran parte del personal sanitario que sirvió de barrera humana ante el coronavirus. “Están maltratando a los profesionales que han puesto en peligro su vida y su salud en la lucha contra el Covid-19”, clama el sindicato de enfermería SATSE.

Por desgracia, lo que ocurre en la capital tiene sus ecos resonantes en muchas otras regiones. La Sociedad Murciana de Medicina Familiar y Comunitaria asegura tener la sensación “de estar desandando el camino”, mientras que diversos sindicatos y asociaciones médicas de la Comunidad Valenciana tachan de “despropósito” la gestión sanitaria y lanzan una advertencia: “Hasta aquí hemos llegado”. Todo ello ha dado lugar a movimientos de protesta como Sanitarios Necesarios, un empuje social ante el que Díaz Ayuso ha respondido asignando un millón de euros del presupuesto sanitario a incrementar la presencia de capellanes en los hospitales.

El summum de la majadería lo firma la Comisión de Reconstrucción de la Sanidad. Gracias a un profundo análisis publicado por Ángeles Maestro —licenciada en Medicina y Cirujía— y Juan Antonio Gómez Liébana —enfermero y miembro de la Coordinadora Antiprivatización de la Sanidad—, queda destapada la principal intención hacia la que se dirige dicha comisión: aumentar la participación de intereses privados en el sector sanitario.

La (in)Justicia española sigue atada y bien atada

La impunidad de la que disfrutan los abusos de autoridad en nuestro país ha sido una de las realidades que más ha intensificado su presencia durante los meses de confinamiento. Desde las más altas esferas judiciales hasta cuerpos de seguridad de ámbito local, han materializado su complejo de superioridad en incontables ocasiones, aprovechando un estado de emergencia que no solo aparecía en el BOE, sino que se instauró con fuerza en las mentes de la población al completo. Las redes sociales se convirtieron en el lugar al que acudir para intentar entender por qué un agente te había humillado delante de tu hija si solo habíais salido a comprar material escolar, qué pasaba por la cabeza de esa vecina que festejó con regodeo el tortazo experto de un policía a un chaval que no quiso bajar la mirada, o cómo procesar las crueles vejaciones de esa pareja de locales que respondieron a tu autorización médica para dar un paseo durante el confinamiento con gritos de “loca, vete a casa”.

Además, el archivo de la causa contra los guardias civiles implicados en la masacre del Tarajal o el blanqueamiento de la huida del rey emérito demuestran que la putrefacción asciende mucho más allá de lo cotidiano, de los maltratos policiales. Y es que la Justicia española, en su conjunto, sigue adoleciendo de una cojera ideológica insultantemente pronunciada. Un profundo sesgo muy cercano a la extrema derecha que, combinado con la sólida conciencia de clase que une a la élite, hace que quienes tienen en sus manos las correas de jueces y comisarios sepan perfectamente cómo mover las cadenas para que el tirón sea letal y el ruido, mínimo.

Todo esto está siendo una pesadilla, pero lo más terrorífico está por venir. El pavor será mayúsculo cuando la excepcionalidad deje paso a la vida real; puesto que, justo en ese momento, seremos conscientes de que ya hemos despertado. Y el dinosaurio sigue justo donde estaba, más feroz que nunca.

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