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Contigo empezó todo
La revuelta de Granada por la tierra y la libertad
“Soldados, la patria nos llama a la lid. Juremos por ella, vencer o morir”. Alrededor de mil personas cantan el “Himno de Riego” en la Campiña de las Salinas, el lugar acordado para el comienzo de la insurrección. Han llegado desde municipios del poniente granadino como Loja, Iznájar, Trabuco o Archidona. Llevan la cabeza tapada con sombreros o pañuelos para defenderse del creciente sol de principios de verano. Su tez es, por lo general, muy morena, sus facciones duras y su vestimenta humilde. Son, en su mayoría, campesinos. Portan armas de fuego.
Un hombre destaca entre la multitud. Viste un viejo y polvoriento uniforme de la Milicia y unas botas que le llegan a la altura de la rodilla, lo que le da un aspecto imponente junto a su espesa barba de pelo cano. Con poco más de 30 años, este albéitar, una especie de veterinario de la época, es liberal y republicano. Admira a Giuseppe Garibaldi y a George Washington. Rafael Pérez del Álamo es el jefe de la Revolución de Loja este 28 de junio de 1861. Toma la palabra y habla de libertad de opinión, de democracia, de justicia; contra la tiranía, los caciques y los privilegios. Cuando menciona el derecho a cultivar la tierra, la efusividad de los congregados se multiplica. Están preparados para el combate.
La insurrección se alimenta del resentimiento generado en el alma popular durante los últimos años del reinado de Isabel II. Concretamente, la última desamortización ha supuesto un huracán para muchos trabajadores y trabajadoras del campo. Sobre el papel, la venta de los campos propiedad de ayuntamientos, clero o Ejército debía favorecer la creación de una nueva clase de pequeños propietarios rurales. La realidad es bien distinta: son los privilegiados quienes se hacen con las tierras. De este modo, bienes comunales o cedidos al uso comunal son convertidos en bienes privados. El ejemplo local es Ramón María Narváez, gran cacique de Loja y uno de los políticos más importantes durante este reinado. Narváez pretende hacerse con la Sierra de Loja, hasta entonces de propiedad comunal. Los jornaleros tendrán que pagar por lo que antes les salía gratis. El reparto de la tierra será el gran objetivo de la sublevación de Loja.
La opresión económica se ve acompañada por la represión política, que complica extraordinariamente la organización de los desafectos al régimen. Los liberales lojeños se organizan desde 1856 en una Sociedad Secreta con altos niveles de organización clandestina. Cuenta con presidente, secretario, comisiones y un estricto reglamento interno, y se divide en secciones compuestas por 25 hombres, a su vez con sus propios cargos. También es importante destacar que la Sociedad Secreta estaba armada.
Son, sin embargo, los pasos del Gobierno los que aceleran la llegada de la violencia. El reparto de un folleto propagandístico le lleva a dar orden de registrar domicilios en busca de armamento. La Sociedad Secreta, tras un cierto grado de debate interno, acuerda que es la hora de sublevarse. Pérez del Álamo es elegido jefe. El 21 de junio se produce un choque en Mollina. Las autoridades, conscientes de la relevancia del veterinario, le intentan apresar, pero este consigue escapar a caballo y llega a la Campiña de las Salinas.
Los revolucionarios se dirigen al norte. En Iznájar, donde la Guardia Civil se rinde ante su manifiesta inferioridad después de una breve contienda que no ocasiona víctimas en el bando rebelde, Pérez del Álamo lanza una proclama que anima a unirse a la lucha: “Todo el que sienta el sagrado amor a la libertad de su patria, empuñe un arma y únase a sus compañeros: el que no lo hiciere será un cobarde o un mal español”. Son ya 6.000 los combatientes que emprenden de nuevo camino y vencen otra vez a las fuerzas gubernamentales. Se plantean ya tomar Loja. El enemigo se retira y la ciudad es conquistada en un ambiente festivo. En esos días reciben varios ataques, rechazados con éxito, mientras llegan refuerzos tanto de Granada como de las provincias vecinas de Málaga y Jaén. Se trata ya de un gran ejército de más de 20.000 efectivos, aunque solo la mitad estuvieran armados. Sin embargo, no es suficiente para enfrentar al Ejército español, que amenaza con asaltar la ciudad con su artillería el 4 de julio. Pérez del Álamo logra romper el cerco y sus fuerzas, cada vez más menguadas, recorren varios pueblos de la zona. Se marca el objetivo de tomar Granada para reactivar el movimiento, pero los militares interceptan a la columna rebelde. Esta es, finalmente, vencida. Termina así la sublevación de Loja, conocida como “la revolución del pan y el queso”. 116 rebeldes serán fusilados, 400 deportados y Pérez del Álamo conseguirá escapar a Madrid. Al año siguiente disfrutará de una amnistía general para los insurrectos y pasará el resto de su vida como dirigente obrero en Arcos de la Frontera. El escritor Benito Pérez Galdós le rendirá homenaje en sus Episodios nacionales: “Representó una idea que en su tiempo se tuvo por delirio. Otros tiempos traerían la razón de aquella sinrazón”.