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Contigo empezó todo
¡Abajo la fábrica! La revuelta de Barcelona contra las máquinas
En agosto de 1835, la incipiente burguesía de Barcelona está que trina. Varias zonas de España son pasto de las revueltas anticlericales. En Catalunya, el detonante ha sido el ataque de una partida carlista, el 19 de julio, contra un grupo de milicianos urbanos. Ocho de ellos han muerto. Según el historiador Antonio de Bufarull, “se habían entretenido los irruptores en crucificarlos, sacarles los ojos y otras barbaridades, a consejo de uno de los frailes que iba en la partida”. La bullanga se desata. Las órdenes religiosas son atacadas con violencia. Los conventos arden. No son estas llamas sino otras las que enardecen los corazones de los empresarios. Concretamente las que devoran, en la noche del 5 de agosto, la fábrica Vapor Bonaplata de Barcelona.
Uno de los indignados narradores comenta: “Al anochecer de aquel día, una multitud de marineros y gitanos, varios de ellos enmascarados, comenzó a recorrer tumultuosamente la ciudad, blandiendo algunas malas armas y enarbolando una bandera negra, a la cual precedía un tambor batiendo marcha”. Añade otro: “Al anochecer entró toda la chusma de la Barceloneta. ¡Ojalá no hubieran entrado! Ellos han deshonrado nuestros puros sentimientos. Recorrieron estos pillos todas las calles de Barcelona, agregósele toda la pandilla de pícaros de esta”. “No ha sido el pueblo de Barcelona, sino la chusma de la marinería y la escoria de los arrabales”, clama un tercero.
En efecto, una parte del pueblo barcelonés ha aparcado por un momento los agravios del clero ultrarreaccionario y ha actuado contra lo que considera una razón fundamental del desempleo y los bajos salarios: las máquinas. La Vapor Bonaplata, según describe Pascual Muñoz en su Diccionario geográfico estadístico histórico de España, empezó a montarse el año 1832: es la primera que armó telares de tejer mecánicamente, y que introdujo asimismo el uso del hierro colado, planteando la fundición y construcción de máquinas. Esta sociedad tuvo también la primera máquina de pintar indianas: ahora, pues, no solamente pueden construirse todas las máquinas necesarias para sus talleres sino que, recibiendo el algodón de Motril en rama, sale de ellos pintado y dispuesto a ser cortado para vestidos en competencia con los extranjeros. Tiene empleadas de 600 a 700 personas”. La fábrica es, en resumen, el comienzo de la Revolución Industrial en España.
El vapor viene de Inglaterra… y Ludd con él
Josep Bonaplata, hijo de otro importante industrial, obtiene en 1829 por Real Orden un privilegio para introducir maquinaria desde el extranjero. Al año siguiente visita Manchester con el doble objetivo de comprar maquinaria y aprender el funcionamiento del pujante capitalismo fabril británico. Con el apoyo de los embajadores españoles en Londres y París, Bonaplata logra el respaldo del Gobierno a su proyecto a finales de 1831 y se alía con otros empresarios catalanes. En 1832 empieza a funcionar la fábrica, ubicada en la calle Tallers.
Sin embargo, de Inglaterra no solo llegan los nuevos métodos de organización empresarial. A ellos los acompañan las novedosas tácticas de resistencia obrera. Es el ludismo, consistente en la destrucción de la maquinaria de las fábricas como forma de resistencia y negociación obrera en el nuevo marco laboral que se está creando. Con su apogeo en la segunda década del siglo XIX, su nombre proviene de Ned Ludd, un trabajador de Leicestershire que, según la leyenda, destruyó dos telares en 1779. La fábrica Bonaplata no será la primera víctima del “Capitán Ludd” en España, pues este ya había actuado en los sucesos de Alcoy de 1821.
Desde el comienzo de la bullanga del verano de 1835, la fábrica estaba en los planes de los amotinados, como indica el lanzamiento de botellas incendiarias que se produce el 27 de julio. Llegará a su fin el 5 de agosto, poco después del discurso de una persona ante la multitud: “Sublevémonos contra esta escandalosa opresión y destruyamos ese monumento a la codicia de los ricos, hagámosles ver que estamos dispuestos y contra ellos mismos si necesario fuera. ¡Abajo la fábrica!”. Según el relato del escritor Manuel Angelón, este discurso lo pronunció un personaje mal vestido, con un palo en las manos. Si damos rienda suelta a nuestra imaginación, podemos pensar que quizá se tratara del propio Ned Ludd, que había viajado desde las Midlands británicas hasta tierras catalanas llevando consigo la resistencia al progreso y su correspondiente miseria.
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Excelente artículo. Muy bien documentado y redactado.
Gracias.