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Guatemala
“Es ahí cuando mi madre se quedó sin aire”: la búsqueda de Ana de su padre desaparecido
Emil Bustamante Cruz, fue detenido a plena luz del día por miembros del ejército guatemalteco. Tenía 32 años, era médico veterinario y sociólogo rural. Su caso es emblemático de la impunidad que persiste en Guatemala hoy. Durante el conflicto armado interno que vivió el país entre 1960 y 1996 se produjeron al menos 40.000 desapariciones forzadas, aunque, probablemente, la cifra sea mucho más elevada. A pesar de esto, de entre todas ellas, solo seis han dado lugar a una condena en el país
El padre de Ana Isabel Bustamante fue desaparecido por el ejército guatemalteco hace 38 años. Hoy pide a las Naciones Unidas que la ayuden a encontrar la verdad.
Cada 13 de febrero, nuestro grupo de tres amigas lleva a cabo un ritual. Llevamos a Ana Isabel a un bar a tomar una copa de vino. De lejos, parecemos tres mujeres divirtiéndonos. Pero Ana Isabel está triste y no puede llorar. No sabe adónde ir ni qué hacer. Su interior está desbordado por sentimientos, pero no hay lugar en el mundo donde pueda depositarlos.
El 13 de febrero de 1982, su padre, Emil Bustamante Cruz, fue detenido a plena luz del día por miembros del ejército guatemalteco. Tenía 32 años, era médico veterinario y sociólogo rural, casado con Rosa María Cruz López, que por aquel entonces estaba embarazada de Ana Isabel. Ambos eran padres de otra niña de pocos meses.
Ese día, Emil había ido a una reunión. Mientras tanto, su esposa hacía un pastel para llevar a una celebración familiar a la que tenían que asistir juntos. Pero el joven veterinario no regresó. Rosa María lo buscó, en vano. “Fue entonces cuando mi madre sintió que el pánico le oprimía el pecho y no pudo respirar”, me dijo Ana Isabel Bustamante Cruz. “De niña, soñaba que todavía estaba vivo. Estaba segura de que había perdido la memoria y que por eso no sabía cómo volver a casa”. Ana ha hecho una película sobre su padre, La Asfixia. El título hace referencia a ese instante en que su madre no pudo respirar, al darse cuenta de lo que le podía haber pasado a Emil, pero también a los recurrentes ataques de pánico que ha sufrido ella misma a lo largo de su vida.
El caso de Emil Bustamante Cruz es emblemático de la impunidad que persiste en Guatemala hoy. Durante el conflicto armado interno que vivió el país entre 1960 y 1996, se produjeron al menos 40.000 desapariciones forzadas, aunque, probablemente, la cifra sea mucho más elevada. A pesar de esto, de entre todas ellas, solo seis han dado lugar a una condena en el país, más otras más, pocas, en el sistema interamericano de derechos humanos.
Junto a ello, más de 250.000 personas fueron ejecutadas y miles de ellas fueron torturadas, detenidas arbitrariamente o sufrieron abuso sexual. La orgía de violencia fue tal que una comisión patrocinada por las Naciones Unidas concluyó en 1999 que se había perpetrado un genocidio contra la población indígena maya de Guatemala.
El actuar reciente de los poderes del país ha ido en contra de la paz y contra cualquier intento de exigir responsabilidades por los crímenes del pasado. La búsqueda de justicia en Guatemala se ha convertido en una actividad peligrosa, sobre todo cuando se trata de justicia de transición o de enfrentar la corrupción endémica existente en el país. El acoso contra quienes defienden los derechos humanos es constante y se articula a través de una legislación abusiva combinada con ataques selectivos e incluso asesinatos. Una situación que fue calificada como “alarmante” por el principal órgano de derechos humanos de las Naciones Unidas. Jueces y fiscales independientes son víctimas de calumnias, amenazas y agresiones públicas, y algunos de ellos se encuentran bajo la protección permanente de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Varios de mis conocidos, abogados y personas defensoras de derechos humanos, tienen que cambiar constantemente de casa debido al temor por sus vidas. Otros, como yo, eligieron el exilio para continuar con su trabajo en búsqueda de justicia.
William Faulkner escribió la conocida frase: “El pasado nunca está muerto. No es ni siquiera pasado”. En el caso de Guatemala, la impunidad de los crímenes cometidos durante la guerra civil ha generado un ciclo de violencia perpetua e interminable, que ha convertido a mi pequeño país en uno de los más violentos de América Latina y del mundo, con al menos 13 muertes violentas al día y la tercera tasa más alta de feminicidios del planeta. Además, el racismo sistémico contra la población indígena sigue siendo una realidad profundamente arraigada.
Mientras tanto, mujeres como Ana Isabel, su hermana Flora Mercedes y su madre Rosa María todavía viven con miedo, en un estado de alerta permanente, suprimiendo sentimientos y palabras, ocultando emociones, bloqueando todo lo relacionado con la intimidad y el contacto físico, experimentando ansiedad, insomnio y formas obsesivas de hiperactividad.
Pero a pesar de ello, mujeres guatemaltecas como ellas siguen llamando a la puerta de jueces y fiscales. Estas mujeres exigen la verdad y el castigo de los culpables para que el relato de sus vidas ya no sean historias de opresión y negación de justicia. Durante años, Ana Isabel Bustamante, su madre y su hermana han intentado mover las ruedas de la justicia en su propio país con la esperanza de averiguar lo que le ocurrió a su padre y marido y poder encontrar, al fin, un lugar al que poder ir a llorar cada 13 de febrero. Sus esfuerzos han sido en vano. Hace unos años, Ana Isabel abandonó el país que la privó de su padre incluso antes de nacer; un país que durante toda su vida se ha negado a contar lo que le había sucedido.
Pero Ana Isabel no pierde la esperanza y es por eso por lo que pidió a sus dos amigas, ambas abogadas, que presentaran un caso ante el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Será la primera vez que el prestigioso grupo de expertos considere una desaparición forzada de Guatemala. Ana Isabel, su madre y su hermana esperan que el organismo de la ONU pida al gobierno que investigue lo que le sucedió a Emil Bustamante y que sancione a quienes han dañado sus vidas de manera tan brutal.
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La autora, Evelyn Recinos Contreras, es una abogada guatemalteca. Junto con Teresa Fernández Paredes de la Organización Mundial Contra la Tortura (OMCT), ha presentado un caso sobre la desaparición de Emil Bustamante ante el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra, Suiza.