Cine
Víctor Gaviria: “Las FARC surgieron como consecuencia de una enorme desigualdad”

A pesar de las críticas de las clases poderosas, las películas del director colombiano Víctor Gaviria, rodadas con actores no profesionales de los barrios más pobres de Medellín, ponen siempre el foco donde nadie quiere mirar: narcotráfico, violencia, exclusión social…

Víctor Gaviria 2
27 jun 2017 12:50

Cada vez que Víctor Gaviria (Liborina, 1955) estrena una película, las clases pudientes de Colombia cargan todo su arsenal de reproches e insultos para despacharse a gusto con el director antioqueño. “Qué vergüenza, ¿por qué tiene que dar siempre esa imagen del país?”, claman.

Le ocurrió con aquel crudo retrato de los niños sicarios de Medellín, en Rodrigo D: no futuro (1990). También con La vendedora de rosas (1998), sobre las niñas que sobreviven en los suburbios de la capital enganchadas al pegamento. Se repitió cuando decidió contar la historia del narcotráfico colombiano en Sumas y restas (2005). Y lo ha vuelto a sufrir con La mujer del animal, un relato salvaje sobre la violencia de género en los barrios pobres de la periferia.

“Estas clases poderosas siempre se han mostrado hostiles hacia mi cine. Me acusan de hacer espectáculo de la violencia y de victimizar a los criminales que protagonizan mis filmes, lo cual es frustrante, porque lo cierto es que para mí sí que son víctimas de un problema estructural y de la desigualdad social”, defiende el director, que cuenta cómo hace poco unos conocidos se cruzaron con Lina Moreno, la esposa de Álvaro Uribe [presidente de Colombia entre 2002 y 2010], y unas amigas suyas, y no paraban de quejarse de que “la forma en que presentaba esa violencia no era la correcta”.

La razón de fondo tras esas críticas: el compromiso de Gaviria de poner siempre la cámara donde nadie quiere mirar. En este caso, en un país donde, según los datos oficiales, cada cuatro días una mujer es asesinada por su pareja o expareja y donde el 72% de las víctimas de las agresiones sexuales son menores de 10 años.

Unas cifras que muchas organizaciones consideran incorrectas, bajo la sospecha de que las mujeres golpeadas son muchas más de las que denuncian. “Es curioso cómo, sin embargo, en los barrios populares o de clase baja mis trabajos se reciben espectacularmente bien. Muchas veces, los empleados de la limpieza, botones, los chavales que van recogiendo la basura por las calles o los que limpian los parabrisas en los semáforos me paran para ofrecerme historias para una próxima película, que no son otras que sus propias vidas”, cuenta el cineasta, dejando escapar una sonrisa de satisfacción. “Y claro que mis obras tienen grandes dosis de agresividad, pero esta no es otra que la propia de los escenarios que retrato”, subraya.

En La mujer del animal, que se acaba de estrenar en España, vuelve a contar una historia basada en hechos reales: los de una adolescente que, en los años 70, fue violada y secuestrada durante seis años por el líder de una banda, Libardo el “Animal”, mientras el aterrorizado vecindario hacía la vista gorda como si nada ocurriera.

Se lo contó Margarita Gómez, la mujer que en la vida real fue víctima de aquel infierno difícil de digerir para el espectador y a la que aún hoy, más de treinta años después de que el “Animal” fuera asesinado por una banda rival, se la conoce como el título del filme.

Gaviria —primer director colombiano que llegó a la selección oficial de Cannes— cuenta de nuevo con actores no profesionales de las comunidades más desfavorecidas de Medellín, con la condición de que hayan vivido en primera persona situaciones parecidas a las que se relatan. Una forma de representar la historia con el menor maquillaje posible, dejando que “la realidad se manifieste tal y como es a través de la película, con el objetivo de remover la conciencia del espectador”.

¿Margarita Gómez le ayudó a reconstruir toda su experiencia en el filme? 
Nos asesoró casi todo el rodaje, excepto cuando rodábamos las escenas de violencia, que se marchaba. “Le cuento todo esto porque usted me lo pidió. Y quiero que la gente sepa lo que me ocurrió, que es lo mismo que sufren muchas mujeres en Colombia. Pero yo no quiero volver a revivirlo”, me decía. Tampoco ha visto la película… ni la verá jamás. 

¿Cree que podrán verla el resto de mujeres colombianas? 
Ha sido frustrante que muchas no hayan querido, después de que se extendiera el rumor de que era una experiencia terrible para ellas. Sin embargo, las que han ido al cine me lo han agradecido. Y ahora, incluso, La mujer del animal está siendo utilizada por colectivos femeninos como herramienta de concienciación y hasta me llaman para dar charlas. 

Los empleados de la limpieza, botones, los chavales que van recogiendo la basura por las calles o los que limpian los parabrisas en los semáforos me paran para ofrecerme historias para una próxima película, que no son otras que sus propias vidas

Le hago yo la misma pregunta que sus críticos. ¿Por qué siempre muestra la peor cara del país? 
Porque siempre me he encontrado con historias de fracaso, de abandono, de niños que entran en el narcotráfico porque no tienen ningún futuro. Chavales que manejan unos valores muy infantiles, convencidos de que robar y matar es trabajar y de que drogarse es la única vía de escape. Una mentira enorme que hace que me conmueva ante sus historias. 

En el caso de Natalia Polo, la actriz que da vida a Margarita Gómez, ¿a qué se dedica en la vida real? 
Es una auxiliar de enfermería huérfana y muy pobre a la que sus padres abandonaron cuando era una niña. Su madre era prostituta. Cuando fue acogida por su abuela con ocho o nueve años, sus tíos abusaron de ella. Es decir, que conoce perfectamente el mundo que vivió Margarita. 

¿Tito Alexander Gómez también estaba familiarizado con la violencia de su personaje, el “Animal”? 
Sí, porque en su juventud trabajó para la mafia. Tito era un delincuente que presenció cómo mataban a su hermano mientras ambos cometían un atraco juntos. Sus padres siempre le responsabilizaron de ello y él, traumatizado, quiso escapar de ese mundo. Hoy es conductor de autobuses, pero cuando le veo actuar en la película, no sé de dónde sale el actor, pero sale. Me pasa con todos los que participan en la peli. La mujer que hace de la madre del “Animal” en la ficción, en la vida real regenta un prostíbulo en Antioquía, el barrio en el que se encuentran casi todas las casas de Medellín donde se vende droga. 

En las escenas en las que se ve a Gómez borracho, ¿lo estaba de verdad?
Bueno, lo cierto es que fumaba mucha marihuana para actuar y tuve muchos problemas. Le decía que no se colocara tanto, pero no me hacía caso. A veces no podía ni hablar y otras llegaba tan eufórico y descontrolado, que le funcionaba para hacer de borracho.

¿También consumían cocaína de verdad en La vendedora de rosas?
Al principio no, pero los mismos actores se negaron a que fuera falsa y acabaron consumiendo cocaína real gran parte de la película. También pegamento y alcohol. En ese momento desaparecían las diferencias entre la realidad y la ficción. Por supuesto, a nadie se le obligaba a consumir nada. La protagonista, por ejemplo, inhalaba miel con leche condensada.

¿Y ni una sola vez dejó conscientemente que Gómez abusara de la marihuana, porque pensara que eso beneficiaría a la credibilidad del filme?
No. Siempre le decía que no fumara tanto porque estaba teniendo problemas con la memoria, pero llegaba un momento en el que no podía controlarle. En La vendedora de rosas me criticaron mucho por eso, puesto que había momentos en los que los muchachos estaban tan drogados que el rodaje tenía que pararse. El productor se ponía furioso y les quitaba el pegamento. Yo le decía: “No puedes solucionar un problema que es estructural. Hoy, en este set, estás viviendo un problema muy grave de la sociedad”.

¿Ningún gobierno de Colombia ha hecho nada para solucionar este problema, desde que rodó su primera película en 1990?
Después de la paz con las FARC han comenzado a hacerse las reformas sociales que se le debían a Colombia. Reformas a favor de las víctimas o de la restitución de tierras, para que no solo se produzca la entrega de las armas, sino la reinserción de todos los que participaron en la guerrilla y se vieron obligados, después, a vivir del narcotráfico, la delincuencia o la prostitución. El país tiene que incluir económicamente a toda esta gente en la sociedad a través de una serie de reformas que, tristemente, la mitad del país no quiere. Su pretexto es que la guerrilla ha sido muy violenta y que se han producido muchos asesinatos. Y es verdad, ha sido muy cruel, pero esa gente que critica las reformas no se da cuenta de que las FARC surgieron como consecuencia de una enorme desigualdad y de que lo único que ha hecho el conflicto ha sido profundizar en ella. No hay que olvidar que, en Colombia, el 1% de las élites tienen el 58% de las tierras. Es una acumulación impresionante. La sociedad civil ha sido masacrada con la guerra de una manera miserable.

¿El Animal, entonces, también es una víctima del sistema? 
Sí. De niño se salvó de milagro de un atentado contra su tío, un bandolero de la época de los enfrentamientos entre liberales y conservadores en los años 50. Este murió y a él, que era un niño, le dejaron una mano inutilizada y todo el cuerpo lleno de cicatrices a causa de los machetazos. Sin embargo, no pude mostrar ninguna ambigüedad en la película con respecto a él, por cómo trataba a la protagonista. Además, en las conversaciones que mantuve con Margarita y con el resto de vecinos del barrio, nadie me contó jamás que Libardo tuviera el más mínimo gesto de arrepentimiento por su parte. Era un violador sistemático. 

¿Cómo encuentra a todos estos actores? 
Voy a los barrios populares y aviso de que voy a hacer una película. Los vecinos me ofrecen muchas veces sus propios hogares, los centros de cultura o las casas de acción comunal y me ayudan a hacer una convocatoria a la que acuden cientos de personas, desde niños de ocho años hasta mujeres y hombres de más de 60. Les cuento la historia y les digo: “Todo aquel que haya vivido algo parecido o conozca a alguien que lo haya hecho, me gustaría que se quedara para hacerle una entrevista personal para conocer su vida”. Para La mujer del animal acabé haciendo unas 2.000 entrevistas, algunas de 10 minutos y otras de más de dos horas, las cuales siempre grabo. Y es increíble, porque es ahí donde empiezan a aparecer todos esos “animales”, huérfanos o pandilleros de la vida real. 

Es un proceso demasiado minucioso…
No se trata de un casting de un mes como en el resto de las películas. Puedo tardar más de un año en encontrar a los actores para hacer una reconstrucción lo más exacta posible de la vida de todo el barrio.

¿Esa es la razón de que únicamente haya hecho cuatro películas desde 1990?
No. Yo hubiera hecho más, pero nadie me apoya. No encuentro productores, no les atraen los temas que trato en las películas y tampoco les gusta que no use a actores famosos. Es la lógica del capital de esta gente, que solo invierten dinero donde piensan que lo van a recuperar seguro. Cuando ofrecía la historia de La mujer del animal, todos me la tiraban a la cara. Pensaban que era absurdo que alguien fuera al cine a ver una película sobre un hombre que pega a una mujer. Por eso he tardado 12 años en hacerla.

¿Y el presupuesto ha sido muy alto?
Un millón de dólares. Poco para Europa y mucho para Colombia.

Estamos en lugares donde no hay culpables, sino víctimas de sus circunstancias. Y hablamos de un país donde la mitad de la población, entre el narcotráfico y el paramilitarismo, está fuera de la ley

¿No lamenta la falta de experiencia de estos actores naturales?
He descubierto que las personas son buenas narradoras de sus propias vidas. Cuando rodamos siempre les digo que improvisen sobre lo que me han contado, para que pongan en el presente lo que han vivido. Creo que así logro evitar el moralismo en el que cae la narrativa, clasificando siempre a todo el mundo como buenos o malos. Esa es una de las cosas que más me agradecen los actores, que nunca los señalo como drogadictos o prostitutas. Estamos en lugares donde no hay culpables, sino víctimas de sus circunstancias. Y hablamos de un país donde la mitad de la población, entre el narcotráfico y el paramilitarismo, está fuera de la ley. Me gusta poner esos universos en la pantalla, sin señalar a nadie.

¿Se olvida de los actores tras finalizar el rodaje?
He mantenido el contacto con todos ellos. Soy muy amigo de todas las niñas que participaron en La vendedora de rosas, por ejemplo, con las que me veo continuamente. En este sentido no me considero un profesional del cine que termina su trabajo y se va. Y aunque parezca una contradicción, tampoco me gusta trabajar con profesionales, sino con gente que se compromete y conoce perfectamente el tipo de película que estamos haciendo. Por eso siempre trabajo con amigos.

Le han ocurrido cosas muy trágicas con sus actores, como estar esperando a uno para ensayar y que no llegue porque ha sido asesinado mientras robaba una moto. O la misma Leidy Tabares, protagonista de La vendedora de rosas, que fue condenada a 26 años de prisión por su participación en el robo y homicidio de un taxista, incluso después de haber sido invitada al Festival de Cannes por su buena actuación. ¿Cómo le afecta el destino de estos chicos al volver a sus vidas tras el rodaje? 
De una manera trágica. En Rodrigo D: no futuro, por ejemplo, casi todos los muchachos que hicieron la película fueron asesinados después. Y es curioso cómo, durante el rodaje, ellos mismos me decían que no tenían ningún futuro. Por eso, desde que rodé aquel primer filme, vivo desgarrado, y, en cierta medida, desadaptado. No creo en muchísimas cosas y vivo de espaldas a esa realidad que viven mis amigos, preocupados porque sus hijos estudien una ingeniería… 

¿Ha ido a visitar a Leidy Tabares a la cárcel?
Sí, claro, muchas veces. Voy una vez al mes o cada mes y medio. Tenemos muy buena relación…

¿A pesar del homicidio? 
Sí. Para mí eso fue muy duro. De todas las veces que he ido a visitarla, tan solo una vez me dijo, llorando, que sí había participado en el asesinato y que si la podía perdonar. Después siempre repitió que no tuvo nada que ver.

Una postura en la que se ha mantenido firme desde 2002, cuando fue detenida. Por lo tanto, nunca he llegado a saber a ciencia cierta si participó o no. 

¿Nunca se siente culpable o responsable del destino de estos actores?
Muchas veces me he preguntado si podía haber hecho algo, por ejemplo, con los actores de Rodrigo D: no futuro asesinados. Es muy difícil de explicar. Cuando estrenamos esa película, en 1990, se conoció el dato de que, en la década de los 80, habían muerto asesinados 50.000 jóvenes en estos barrios de invasión, al mismo tiempo que el recién elegido presidente, César Gaviria, aseguraba públicamente que en Colombia había futuro y esperanza. Es que estamos hablando de, como mínimo, un asesinado por cada unidad familiar. En este sentido, me siento culpable de formar parte de una sociedad que no le importó que murieran tantos jóvenes o que ignoró que estuvieran condenados al “no futuro”.

¿Pero no se siente responsable a título individual?
[Largo silencio] Claro que sí… me siento responsable de no haber estado más cerca. Por ejemplo, en el año 2000, matan a Giovanni Quiroz, que interpretaba a “El Zarco” en La vendedora de rosas, por un ajuste de cuentas entre bandas de narcotráfico. Recuerdo mucho cuando le decía que íbamos a hacer otra película juntos, después de que mostrara su intención de seguir actuando para huir de esa vida callejera. Sin embargo, mientras me decía eso seguía drogándose muchísimo y llevando una vida paralela. Cuando llegué a Medellín, todo el mundo me decía que, en sus últimos días de vida, preguntaba mucho por mí, mientras yo estaba viajando por la promoción de la película. Y acabaron matándolo. Durante un tiempo no paré de preguntarme por qué no había ido a buscar a ese “huevón” para decirle que se cuidara. Lloré muchísimo…

Teniendo en cuenta este entorno tan violento en el que usted rueda sus películas, con el objetivo de que la realidad invada la ficción, ¿nunca ha tenido problemas de seguridad durante los rodajes?
Por extraño que parezca, las bandas que controlan los barrios a través del tráfico de drogas y los impuestos, me cuidan. Vienen los chavales y me dicen: “Nos ha dicho el patrón que le tenemos que cuidar, hermano”. A esos mismos chicos que me vigilan y que son como soldados, yo les digo: “¿Por qué no hacen el casting?”. Y muchos lo acaban haciendo.

Para abandonar el barrio una vez terminado el rodaje, tuvimos que pagar unos 15.000 dólares más, además de lo que ya habíamos pagado semanalmente 

¿Tenía que pagar usted a esas bandas? 
Claro, pero no sé cuánto. De eso se encargaban los productores. Lo que sí sé es que, para abandonar el barrio una vez terminado el rodaje, tuvimos que pagar unos 15.000 dólares más, además de lo que ya habíamos pagado semanalmente. Todo el equipo vivió el rodaje con un estrés tremendo. 

¿Nunca pensó en hacer documentales en vez de películas?
En un documental no podría haber mostrado una cocina de cocaína de verdad, como ocurría en Sumas y restas (2005). Me metería en problemas con la ley. Y los actores, aunque sean ladrones o hayan estado en contacto con el narcotráfico en la vida real, tampoco podrían dar la cara. El piloto que aparece manejando una avioneta en esa película había volado a Estados Unidos con cocaína en el pasado, pero en ese momento estaba actuando y no había droga. ¿No te parece interesante?

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