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Cine
Primero tomaremos Brooklyn
Airado y controvertido, el cine de Spike Lee —que estrena ‘Infiltrado en el KKKlan’— presenta tanto compromiso con sus orígenes como alternativas y posibles vías para su análisis crítico.
Curiosamente, en su último largometraje, Infiltrado en el KKKlan (2018), durante una ceremonia de iniciación, los miembros de la ‘organización’ jalean las actitudes racistas y supremacistas que se reproducen en el film de Griffith. Esta conexión, además de denunciar la apología de la violencia de este grupo de encapuchados frente a las imágenes, parece subrayar una de las máximas que soporta el trabajo de Spike Lee: el cine siempre ha marginado a los afroamericanos, delante y detrás de las cámaras, y ya es hora de que eso cambie. O según sus propias palabras: “He sido bendecido con la oportunidad de expresar las opiniones de las personas negras, que de otra manera no tienen acceso al poder y los medios de comunicación”.
Spike Lee debuta como director de largometrajes en 1986 con Nola Darling, una comedia sobre relaciones sexuales que comienza a esbozar con claridad su universo racializado y su apuesta clara por el estilo autoral a la hora de narrar, al mismo tiempo que cae en algunos de los clichés de cierto cine indie.
Con Aulas turbulentas (1988), su segundo film, el cineasta muestra su cara más política de forma frontal. Ambientada en una universidad del sur de Estados Unidos, narra el enfrentamiento entre dos colectivos de estudiantes afroamericanos, con distintas visiones frente a cuál debe ser su papel dentro del orden social impuesto: colaboración o enfrentamiento. Y solo un año después firma la obra que cierra, de forma magistral, esta trilogía sobre la juventud afroamericana a finales de los ochenta: Haz lo que debas o Do the right thing (1989).
“Fue la primera película que descubrí de Spike Lee, me hicieron una copia en VHS y la vi un montón de veces en mi adolescencia. La escena en la que un tipo blanco le pisa las Jordan a uno de los protagonistas es inolvidable. Más allá de si me gusta más o menos, o si estoy de acuerdo o no con las ideas o preguntas que se desprenden de sus películas, me afectó pensar que en el cine de Spike Lee, casi siempre, lo afro está en el centro”, asegura Rubén H. Bermúdez, fotógrafo y autor del libro Y tú, ¿por qué eres negro?.
Subir el volumen de las voces silenciadas
“La calidad artística de Spike Lee es innegable. No solo por la capacidad de plasmar el día a día de los neoyorquinos, sino por la síntesis que mantiene entre el costumbrismo, el simbolismo y la crítica. Se agradece mucho la forma en la que crea contenido a partir del concepto de crisol de culturas estadounidense. No solo introducen el papel que juegan las personas blancas, tanto neoyorquinas como no-neoyorquinas, sino que también expone las diferencias y elementos dentro de la comunidad afro en EE UU —afroamericanas, afrolatinas, afrocaribeñas— sin pelos en la lengua. Ha contribuido a renovar el enfoque, tanto de forma endógena como exógena, de la comunidad afroamericana y su incansable lucha por exponer tanto temas tabú, como las cargas y opresiones cada vez más sutiles dentro y fuera de la comunidad”, explica Salvador Esono, miembro de Kwanzaa, asociación de afrodescendientes en el ámbito universitario.En la misma línea sitúa su transcendencia en la revisión del pasado más reciente la actriz Silvia Albert Sopale, protagonista de No es país para negras, obra que se puede ver en la sala OFF Latina (Madrid). “Es necesario que la historia sea contada desde diferentes puntos de vista, que todas las voces sean oídas, en especial las voces de la comunidad negra. Silenciada, invisibilizada, blanqueada... Creo que hace un gran trabajo, lástima que no sea mujer” [risas].
Está claro que el impacto de Haz lo que debas es incuestionable y su poder sigue intacto. Una película que retrata un Brooklyn a punto de explotar por el calor y la tensión entre sus vecinos, con banda sonora de Public Enemy, que abrió las puertas del circuito de festivales y también de los grandes estudios a Spike Lee. Adiós a la etiqueta de director underground, pero sin renunciar a su independencia, algo que le permitió acometer inmediatamente un proyecto menos comprometido ideológicamente, aunque con bastante conexiones con su universo personal-artístico.
Cuanto más, mejor (Mo' Better Blues, 1990) significa la primera vinculación directa de su filmografía con el jazz. Su padre fue músico y su cine siempre ha estado ligado a esa concepción de libertad interpretativa y de improvisación calculada que emana del género. El cambio de década lo sella con un notable éxito comercial como fue Fiebre salvaje (1991), con banda sonora de Stevie Wonder y Terence Blanchard, que luego sería su músico más recurrente. Un film con historia de amor interracial como tronco narrativo, que conjuga la denuncia airada con cierta tendencia a plegarse a los cánones del drama.
Quienes acusaron a Lee de pasarse al otro lado, de instalarse en el mainstream a través de la melancolía familiar y las relaciones personales, tuvieron que retractarse cuando el director presenta Malcolm X (1992), una película que trasciende el terreno del biopic convencional para convertirse en un film-manifiesto. “Lo que más me ha interesado siempre es que resulta imposible disociar en su cine más inspirado el talante combativo de su inflamada retórica audiovisual, sinergia que en Malcolm X llegó a adquirir dimensiones épicas. Luego, como sucedió con tantos directores de cine mayoritario cuya actividad arrancó con entusiasmo entre mediados de los años 80 y principios de los 90 y a quienes laminó un cambio de siglo traumático —Branagh, Campion, Stone—, Lee se ha limitado durante el resto de su carrera a sobrevivir con altibajos y sin la misma chispa. Creo que nunca ha vuelto a estar al mismo nivel formal ni a ser tan significativo como en Nola Darling, Haz lo que debas o Malcolm X”, asegura Diego Salgado, crítico de cine en Dirigido Por y Cine Divergente. En su opinión, a falta de ver lo que puedan hacer en un futuro Barry Jenkins, Jordan Peele, Steve McQueen o Ryan Coogler, “y sin olvidar lo logrado por Oscar Micheaux o Charles Burnett, Lee es el realizador afroamericano más destacable en la historia del cine estadounidense. Por razones que tienen que ver desde luego con la calidad y el compromiso expresados en sus películas, pero, también, con el momento sociohistórico en que vieron la luz”.
La política de los géneros cinematográficos
Malcolm X forma una trilogía —no oficial— junto con dos de las películas más políticas y estimulantes de su filmografía: Get on the bus (La marcha del millón de hombres, 1996), sobre la concentración histórica celebrada en Washington DC, semilla de muchas e importantes movilizaciones; y Bamboozled (2000), una interesante reflexión sobre el poder de los medios en la consolidación de los roles sociales y, sobre todo, un acercamiento crítico a la forma en la que el cine ha representado (y sigue haciendolo) a las personas negras.Para Beatriz Martínez, crítica de cine en Fotogramas y periodista cultural en El Periódico, “cuando comenzó a hacer cine en los años 80 no solo consiguió dar voz a los cineastas afroamericanos a través de una dimensión autoral, sino que introdujo dentro del mainstream el espíritu de lucha y la reivindicación racial. Siempre ha abrazado el cine de denuncia, a veces de forma más sutil, otras más bronca, alzando la voz contra la represión y la intolerancia en la sociedad norteamericana desde una perspectiva crítica y nada cómoda. A través de sus películas ha retratado las desigualdades raciales a lo largo de la historia de su país desde una perspectiva social y política”.
Cine
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Después de este tríptico en el que apuesta por la hibridación genérica, acentuando su mirada más documental, Spike Lee se lanza sin disimulo a explorar el cine de género. Primero con el thriller sobre un asesino en serie en Nueva York en Nadie está a salvo de Sam (1999) al que siguen la intensa y madura La última noche (2002), sobre los efectos del 11-S; Plan oculto (2006), una joya de orfebrería asentada sobre el cine de atracos clásicos; y la prescindible revisión de la magistral Old Boy (2012), del coreano Park Chan-Wook.
Con el cambio de siglo se atisba un auteur con mucha intención a la hora de abordar el cine comercial. “Este mismo año, en el Festival de Cannes, tuve la suerte de poder entrevistar a Spike Lee y le pedí que compartiera conmigo las claves de su estilo. Me respondió con una lista bastante anodina de rasgos relativos a la dimensión artesanal del cine: buena música, un buen vestuario, un montaje con ritmo, una buena historia… Además de cineasta, Lee lleva años formando a jóvenes directores, algo que parece haber orientado sus intereses hacia la maquinaria narrativa audiovisual, como demuestra la notable Plano oculto o su reciente serie para Netflix Nola Darling. Sin embargo, tengo claro que la fuerza de su cine reside en aquello intangible que los críticos autoristas llamamos ‘personalidad’, que en su caso está íntimamente vinculada a una conciencia racial —afroamericana—, una identidad rabiosamente local —asociada al barrio de Brooklyn— y una vocación popular”, relata Manu Yáñez, director de Otros Cines Europa y docente en la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (ESCAC).
¿Un modelo superado?
Pero la prolífica carrera de Spike Lee —que abarca ya cuatro décadas, con más de 80 títulos acreditados entre largometrajes, documentales, cortos y trabajos para televisión— también permite un acercamiento más crítico. Una postura que Elisa McCausland, periodista, colaboradora de El Saltoy autora de Wonder Woman: el feminismo como superpoder (Errata Naturae, 2017), sustenta en su papel dentro de la historia del cine y como marca reconocible del presente: “En una época en la que se premia el guiño, el planteamiento cool, y se confunde el significante con el significado, no es de extrañar que se celebre una película como Infiltrado en el KKKlan. Hilvanada desde el reduccionismo ideológico del que también hace gala Marvel-Disney para introducir en la ficción una visión amable, domesticada, de la diversidad, y sabiendo que estamos ante una película de quien hace décadas firmara historias complejas, adultas, no nos queda más que preguntarnos por el daño que han hecho las políticas de comunicación buenistas para aplacar el verdadero espíritu revolucionario de autores como Spike Lee, que se conforman con torpes fantasías de poder cuando deberían estar quemando estadios”.Del mismo modo, Carlos Heredero, director de la revista Caimán. Cuadernos de Cine, también señala la obsesión del cineasta por remarcar el discurso, aunque eso le lleve a descuidar la parcela formal de su obra. “Siempre me ha parecido más preocupado por los mensajes que por las imágenes, más interesado por significar que por mostrar —eso que Eric Rohmer decía que el cine no debía ser—, más pendiente del discurso que de sus formas, lo que ya desde el principio le llevaba a buscar el efecto, la sorpresa y los ángulos llamativos por encima de todo. Algo de todo eso vuelve a suceder en Infiltrado en el KKKlan, una película que me cae simpática y que construye un discurso siempre de agradecer, que funciona apreciablemente bien como un thriller tradicional, no mucho más, pero que, a la postre, es tan evidente y tan maniquea como casi todo su cine, por mucho que nos podamos identificar con su punto de vista ideológico”.
Opiniones enfrentadas sobre una propuesta como la de Spike Lee que lleva el debate mucho más allá. Para ampliar sus fronteras hasta un espacio donde furia y compromiso se funden con lo estrictamente cinematográfico.