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Cine
Milisuthando, un filme y un nombre propio para contar desde el amor la búsqueda de la identidad sudafricana
“La calle en la que crecí no tiene nombre y está en un país que ya no existe”, reflexiona Milisuthando en el inicio de su documental de título homónimo, una historia que recorre los caminos de tierra del Transkei, un país declarado independiente en la Sudáfrica del apartheid y en la que se vivió la ilusión de un territorio sin segregación racial. Con cierta desconfianza en sus recuerdos, pero aferrándose a ellos como una propuesta firme desde la que poder contar parte de la historia, esta directora nos hace viajar por una Sudáfrica pasada, presente y futura llena de complejidad política e identitaria. Reflexiones en una pantalla sin luz a modo de confesionario íntimo, imágenes de archivo, vídeos caseros llenos de cariño y una banda sonora que es compañía y grito componen este documental poético que nos esboza la necesidad de rebuscar entre recuerdos colectivos y personales para hacernos cuestionar la validez de nuestros cimientos.
Desde la orilla tarifeña charlamos con Milisuthando, en un día donde se divisa con especial lucidez el continente vecino y desde el que comenta que “nunca había visto observado África desde esa perspectiva”. Una visión aparentemente horizontal que une, en esta ocasión, el sur de Europa con el sur de África y que nos ha regalado la 20º edición del Festival del Cine Áfricano de Tarifa (FCAT).
Milisuthando, así, sin apellidos, nos explica que de donde proviene “cuando queremos identificarnos recurrimos a nuestros ancestros” y continúa presentándose en xhosa, la lengua predominante en la región del Transkei, donde nacen sus recuerdos y a donde regresa para intentar aliviar la rabia que le produce el choque racial aún tan existente en Johannesburgo, la capital sudafricana.
Hijas del apartheid
“El trabajo que estuve realizando en un periódico me hizo ver todas las dificultades a las que nos enfrentamos la generación después del apartheid, ese legado que nos han dejado nuestros abuelos, quienes tuvieron que luchar para desmantelar ese sistema, un sistema al ahora tenemos que hacer frente” relata Milisuthando, al mismo tiempo que se pregunta qué hacer con todo esto que le han dejado. Al intentar responderse no podía dejar de sentirse interpelada por el colonialismo tan presente en la ciudad; en la propia arquitectura, en los nombres de las calles, en las conversaciones simples en el gimnasio o incluso en las más profundas con algunos amigos blancos: “Este acercamiento a la historia reciente me hizo tener tanta rabia que tuve que salir de ahí”, expresa.
Así es como llega a su pueblo y a la casa familiar de la que se mudó tras el fin del apartheid. “Al llegar al hogar de mi abuela comencé a preguntarme por qué ella tenía tanta calma, por qué vivía tan en paz después de todo a lo que tuvo que enfrentarse” y reconoce que su entorno era visiblemente distinto al de Johannesburgo. Un lugar pausado en el tiempo donde pudo encontrar tranquilidad. “Mi abuela se relacionaba con gente negra con la que no tenía que estar en constante lucha y con quienes compartía un idioma común y al final, en la lengua encontramos una manera diferente de ver y describir el mundo”, detalla. En este retorno reflexiona sobre el significado de su propio nombre: “Milisuthando quiere decir ‘la que tiene amor cuando no hay en el resto del mundo’, algo que me hizo pararme un momento y decir, ok, para nosotros nuestro nombre es un propósito también, cómo vuelvo yo a la ciudad con toda esta rabia si yo estoy aquí para dar amor” reconoce la directora.
A veces las historias van vagando por el mundo y de alguna manera nos encuentran”
Partir del amor y no desde el resentimiento es algo fundamental en la creación del documental, comenta Milisuthando: “Yo quería contar algo para mí muy duro pero desde un lugar cálido, quizás más femenino, sin fomentar ese odio. Quería acercar esta historia al público, pero no desde el trauma, sino buscando que acojan bien la idea y reflexionen sobre la complejidad de las personas negras a las que le atraviesan la religión, la clase, la familia… y de cómo todo esto podría hacer que el mundo se transformase en otra cosa”. Para ella, poder contar esto es un privilegio, sobre todo siendo consciente de que durante mucho tiempo hacer cine en Sudáfrica era muy difícil. Aún reconociéndose como alguien que no es esotérica cree que “a veces las historias van vagando por el mundo y de alguna manera nos encuentran y tenemos la responsabilidad de contarlas”.
En este sentido explica que el género documental le ha dado la libertad para que la historia se vaya transformando de manera orgánica y “conforme van llegando las señales”. Según relata, cuando comenzó a tener clara la necesidad de contar esta historia se topó en varias ocasiones con la figura de Leni Riefenstahl, una fotógrafa nazi responsable de mucho del contenido propagandístico de la época: “Buscando archivos me encontré con su foto en un cuadro, antes apenas me había fijado en él y en un momento me llamó la atención, al poco, en la calle me encontré un casete donde esta mujer tenía comportamientos cariñosos con gente cercana, sentí como si su fantasma me persiguiese y me obligara a ver todas esas imágenes para comprender y poder enfrentar esa otra parte de la historia e intentar curar ese dolor”, añade firme y comparte que aquí quizás podríamos entenderla. “Creo que es como si de repente en España encontráramos imágenes de Franco siendo un abuelo tierno, amable, vestido con ropa de calle y tuviéramos que complejizar la imagen que se puede tener de él”, concluye.
Toparse con estas señales le reafirmaba en que, aunque estaba segura de contar la historia desde el documental, debía alejarse de la pretensión de contar algo más formal o periodístico que reconoce no les funcionó. “Tuvimos que buscar una manera más polifónica, más subjetiva de expresar” y ahí aparecieron los fondos negros que se pueden observar en varias ocasiones a lo largo de Milisuthando. “A menudo entendemos el cine como luz, pero si queremos confesar el dolor, los secretos o las conversaciones incómodas con amigos tenía que encontrar esa forma, a modo de confesionario, que dejara ver que estas relaciones tienen consecuencias para las personas negras como la pérdida de la propia amistad o de un trabajo”.
“El conflicto íntimo e incómodo es lo que nos lleva a algo, el antídoto al fascismo es la intimidad”
“Este negro nos deja clara la complejidad, no es lo mismo protestar contra el racismo en una manifestación donde vamos con esa intención, que hacerlo con tus amigos cercanos blancos, ese conflicto íntimo e incómodo es lo que al final nos lleva a algo, para mí el antídoto al fascismo es esta intimidad, esto no es una cuestión de un día, tenemos una conversación y ya, es un proceso vital que conseguirá que se acabe esa idea de compasión de blancos a negros”. El documental es también un llamamiento a esa manera de educarse a uno mismo. Seguimos hablando de colores, pero es una cuestión de poder, el documental, las voces de mis amigas tratan un poco de hacer ese balance” y lo trae a la práctica relacionándolo con la situación actual de la industria fílmica: “trasladado al cine es como decir ‘no te voy a dar dinero para tu película porque me da pena lo que te pasó, sino porque realmente es una historia que interesa y es relevante para la vida’”, relata.
Milisuthando puede resultar curiosa desde la mirada occidental, tal vez más acostumbrada las coproducciones norte-sur y donde es llamativo que sea un documental coproducido principalmente en Colombia. La propia directora explica que esta unión entre “sures” afectó a la película: “En un inicio solo habíamos mirado al mundo angloparlante y de repente Colombia apareció en escena y la abrió al mundo hispano, algo que me hizo comprender cómo esto que estábamos contando es también es relevante para indígenas de todo el mundo, no solo en África. Había que mostrarla en Latinoamérica, en España, donde hay mucha gente que puede empatizar conmigo y con la propia película”.
Cuenta Milisuthando que las productoras le decían un poco entre risas que “esta película es mucho más grande de lo que habías imaginado” y reflexiona que “lo que compartimos estos dos sures es este complejo de inferioridad, que nos lo encontramos mucho en nuestra manera de hacer las cosas. Cuando vamos a Estados Unidos tienen una manera muy directa y concreta de hacer las cosas, pero el hecho de que Colombia nos diera esta beca ha hecho que entre nosotros nos entendamos mejor y que también cineastas africanos podamos tener otra manera de hacer las cosas, reconocernos que está bien hablar y negociar a nuestra manera” y añade que “quizás así la industria empiece a tratarnos como iguales”.
Milisuthando quiere seguir haciendo películas toda su vida, quiere saber cuánto más puede exprimir el género documental pues confiesa que ha “encontrado la manera más gratificante de hacer arte y de hacerlo más accesible”. Expresa con cierto orgullo que quiere “africanizar el cine" y que considera este arte algo parecido a magia: “Poder mezclar escritura, sonido, luz, imagen es brujería” y detalla que si la propaganda pudo convencer a la sociedad de llevar a cabo el apartheid, ella puede hacer uso de ese efecto hechizador de la pantalla para andar el camino de sus ancestros, hacer memoria y encontrar así la manera de sanarse y sanar la memoria de todos ellos.