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Ciberactivismo
Primavera Árabe: la revolución que sí fue televisada, pero en internet
Gil Scott-Heron lanzó en 1971 un tema que se convirtió en un himno contracultural y antisistema: “The revolution will not be televised”. El título fue recuperado en 2003 por los cineastas irlandeses Kim Bartley y Donnacha O’Briam en su documental sobre la derrota del golpe de estado contra Hugo Chávez en Venezuela. La provocativa reflexión de Scott-Heron se confirmaba: las revoluciones se producen en vivo y no podemos esperar que una cámara nos la retransmita hasta nuestros televisores. Sin embargo, todo pareció cambiar el 17 de diciembre de 2010 cuando un vendedor ambulante, Mohamed Bouazizi, se inmoló en la localidad tunecina de Sidi Bouzid. Su desesperado gesto de protesta encendió la llama de una revolución que se extendió por Túnez y después por Egipto, Libia, Siria y la mayoría de países árabes. Los acontecimientos se precipitaban. Caían gobiernos, se reprimía a multitudes, estallaban guerras civiles devastadoras. Y, desmintiendo al poeta y músico norteamericano, todo sucedía en directo en nuestras pantallas. Solo que no era la televisión la que nos hacía partícipes de aquel torrente de imágenes sino un nuevo medio: Facebook. La Primavera Árabe se convertía así en la primera revolución de la historia retransmitida por internet.
Ha pasado una década de aquellos acontecimientos, cuyas consecuencias todavía lastran a no pocos de sus protagonistas. Y como marcan las conmemoraciones es momento de hacer balance. También de los cambios que se impusieron en el consumo simbólico de las imágenes. Ese es el objetivo que se propone la exposición 'Primavera Árabe, 10 años después' que durante todo el mes de octubre acoge la Galeria Tossal de València dentro de las actividades paralelas de la Mostra València-Cinema del Mediterrani. La exposición reúne miles de fotografías y videos de aquellas jornadas, en su mayoría grabados de forma muy rudimentaria con teléfonos móviles y compartidos de inmediato en las redes sociales, aunque también incluye trabajos de fotoperiodismo, portadas de revistas y libros o se acerca a la influencia que aquellos acontecimientos han tenido en la cinematografía árabe.
Ramón Alfonso, crítico, profesor de Historia del Cine y comisario de la exposición, destaca que la muestra pretende ser una viaje diez años atrás, a los días mismos de las revueltas y subraya la importancia que aquellos hechos, tan heterogéneos en sus causas y desenlaces, tuvieron en nuestra forma de percibir las imágenes. “Asistimos a la transformación, la mutación, que han experimentado las imágenes en el siglo XXI: cómo imágenes que en su origen son privadas se convierten en fuentes de información”, comenta. Un fenómeno que en su opinión no se entiende sin la inmediatez que permiten las por entonces nuevas redes sociales. “Facebook y las redes sociales trajeron gracias a las posibilidades de compartir, una nueva vida digital que acelera la recepción de imágenes y provoca que lo que vemos a través del ordenador y los teléfonos móviles, tenga una sensación de existencia mayor que lo que no vemos”.
Aunque para conseguirlo Facebook no estuvo solo. Contó con la ayuda indirecta de una medio audiovisual más institucionalizado, aunque, eso sí, también de nuevo cuño: Al Jazeera. El canal catarí fue clave en la legitimación de las imágenes y videos compartidos por internet al incluirlos en sus informativos. No obstante, para Alfonso la relación entre el canal de televisión y las redes sociales tuvo puntos de encuentro y desencuentro y destaca la influencia determinante de las segundas en nuestra nueva forma de acercarnos a las imágenes. “Las Primaveras Árabes podrían haber ocurrido igual sin las redes sociales, pero su alcance simbólico no habría sido el mismo. Y lo simbólico es muy importante, casi decisivo”, afirma.
“Las Primaveras Árabes podrían haber ocurrido igual sin las redes sociales, pero su alcance simbólico no habría sido el mismo. Y lo simbólico es muy importante, casi decisivo”
Las redes sociales convirtieron a las Primaveras Árabes en un aluvión de imágenes, un sinfín de fotografías y videos rudimentarios, testimonio inmediato de las revueltas. Una saturación de instantáneas y grabaciones que, paradójicamente, ha sido incapaz de dejar una imagen icónica de la revolución. Hoy no recordamos entre todas ellas ninguna equivalente al miliciano de Robert Capa en la guerra civil española, ni a la bandera roja ondeando en el Reichstag; tampoco a la de la niña vietnamita captada por la cámara de Nick Ut cuando huía del napalm, ni como la de aquel hombre solitario que detenía una columna de tanques en la plaza de Tiananmen. “En las Primaveras Árabes encontramos imágenes impresionantes, como las manifestaciones en la plaza Tahrir, pero falta esa imagen que capta el espíritu del momento”, señala Ramón Alfonso. A su juicio, “eso tiene que ver con la relación que mantenemos con las imágenes en el siglo XXI; tras la caída de las Torres Gemelas hay un cambio absoluto, después de aquello ya no es posible esa imagen icónica, sino que lo que viene es un puzzle, un amontonamiento de imágenes”
Pero las Primaveras Árabes no solo evidencian nuestra dificultad para sentirnos impactados y conmovidos por una imagen. También hay un cambio en el punto de vista que se sitúa detrás de una cámara que ahora aparece integrada en un teléfono móvil. “En las imágenes de actualidad del siglo XX se percibe una actitud ligada a una épica casi lírica así como una cierta mirada artística. En las Primaveras Árabes la perspectiva del momento desaparece. Son imágenes violentas, muy agresivas, como las registradas en videos amateurs, donde lo que importa es la urgencia por dejar testimonio inmediato. Pero no existe una consciencia de estar captando un momento de la historia, y mucho menos una mirada artística”.
Tampoco la mirada del cine profesional ha tenido éxito hasta ahora de plasmar el espíritu de aquellas intensas jornadas. Y eso que en algunos casos, el cine supo anticiparse y reflejar, especialmente en Egipto, el malestar latente que acabaría estallando en las revueltas. Es el caso de títulos como El edificio Yacobian (2006), de Marwan Hamed, una película basada en la novela homónima de Alaa al-Aswany que radiografía buena parte de las contradicciones sociales y culturales del Egipto prerevolucionario, o el filme de Yusry Nasrallah Mujeres de El Cairo (2009) en el que se da voz a las mujeres y se desnudaba la corrupción y violencia del régimen. Aunque tal vez la cinta más premonitoria, y no solo por su enfoque crítico, fue Microphone (2011), del realizador independiente Ahmad Abdallah. En sus primeros planos el filme incluía un grafiti en el que podía leerse “La revolución empieza aquí”. Microphone se estrenó el el 25 de enero de 2011, el mismo día en que estallaban protestas en la plaza Tahrir.
Sin embargo, es significativo que al comenzar las protestas Ahmad Abdallah renunciara a plasmar su compromiso con la revolución poniéndose detrás de una cámara. A su juicio, le faltaba distanciamiento para aproximarse desde una óptica artística a los hechos que estaban aconteciendo. Por ello, y no es menos significativo, Abdallah decidió concretar su militancia en aquellos días organizando un media center desde la misma plaza Tahrir para filtrar y distribuir entre los medios de comunicación la caótica cascada de imágenes que les iban llegando a través de las redes sociales. Para el cineasta lo prioritario entonces era la inmediatez. Y esa inmediatez marcó y ha seguido marcando las formas en que el cine árabe se ha aproximado a aquellas revoluciones.
“Tras las Primaveras Árabes han surgido nuevas miradas jóvenes y nuevas sensibilidades en las cinematografías árabes, pero eso no ha dado forma a un nuevo movimiento reconocible.”
“Muchas de las grabaciones realizadas para el cine, han buscado dejar testimonio de los hechos, tanto desde el documental como desde la ficción, y a menudo borrando las barreras entre documental y ficción”, señala Alfonso; “han buscado dejar testimonio, pero no han llegado a recoger el espíritu de esos días”. Para el crítico cinematográfico, las Primaveras Árabes no han supuesto para el cine de estos países el surgimiento de un nuevo movimiento como pudo suponer en 1967 el estreno de Le chinoise de Godard, otro filme premonitorio de una revolución. Ni tampoco un revulsivo y una proyección como, por ejemplo, se experimentaron en los noventa con la consolidación del nuevo cine asiático. “Tras las Primaveras Árabes han surgido nuevas miradas jóvenes y nuevas sensibilidades en las cinematografías árabes, pero eso no ha dado forma a un nuevo movimiento reconocible. Hay nuevas miradas, pero sigue siendo muy complicado hacer cine y abordar determinadas temáticas”, comenta Ramón Alfonso. De hecho, no son pocos los cineastas árabes que siguen topándose con problemas para abordar algunos temas como, por ejemplo la institución militar. Unas cortapisas que no solo llegan de la censura institucional sino también de la presión social del fundamentalismo religioso: la cineasta Nadia El Fani recibió amenazas de muerte por su película Ni Allah ni maître (2011), en la que defendía la libertad de conciencia, mientras que el también realizador tunecino Nouri Bouzid fue agredido en la calle por integristas islámicos.
El cine egipcio, por otro lado, también nos permite sacar a la luz otro fenómeno sobre el que siempre es interesante reflexionar: la ambivalencia de las imágenes. En vísperas de la revolución las televisiones egipcias emitían el trailer de la película Sálvanos, presidente, de Sameh Abdel Aziz. En él podían verse imágenes de una manifestación en la que los participantes portaban fotografías de Hosni Mubarak y mostraban su confianza en el presidente para afrontar las dificultades de la vida. Aquella promoción se detendría al iniciarse las protestas, la película se adaptó a las circunstancias cambiando las manifestaciones de apoyo a Mubarak por otras de rechazo al depuesto presidente y se estrenaría con un nuevo título, El grito de una hormiga.
El filme de Abdel Azzid, que incluso llegaría a proyectarse en el festival de Cannes, es sin duda un ejemplo de manual de travestismo político y visual. Pero lejos de ser un caso aislado, podría también incitarnos a reflexionar sobre el papel de estas imágenes y las redes sociales diez años después de las Primaveras Árabes. Porque resulta cuanto menos llamativo que esa supuesta democratización mediática que generó tal aluvión visual que hizo imposible concretar una imagen icónica de la revolución, fuera más efectiva para dejarnos instantáneas de su fracaso con la fuerza del cuerpo asesinado de Gadafi en Libia o la desoladora visión de un Alepo destruido en Siria. Como también resulta de interés pararse a reflexionar por qué la ventana abierta al mundo de internet se mantuvo cerrada a las protestas y matanzas que ocurrían por otras latitudes árabes como Yemen, Bahrein o Iraq, de las que apenas tenemos conciencia visual.
Detenerse en estos aspectos quizá nos obligue a repensar la relación entre internet y las Primaveras Árabes desde un prisma diferente: ¿Facebook catapultó a las revoluciones árabes o las revoluciones árabes le sirvieron a Facebook para legitimarse y consolidarse? Posiblemente las respuestas que extraigamos nos ayuden a entender por qué hoy, diez años después de las Primaveras Árabes, las mismas redes sociales que entonces encarnaron la libertad y la esperanza son ahora un agujero negro de fake news y conspiraciones reaccionarias.