Centrales nucleares
¿Para qué sirven las trolas radiactivas?

El anunciado cierre de Almaraz viene acompañado de una campaña de mentiras cuya única intención es prolongar la vida del negocio de las multinacionales eléctricas, sostenido con el dinero de toda la ciudadanía y tecnológicamente obsoleto.

Grupo de trabajo de energía de Adenex.


Coordinador Observatorio Ibérico de Energía


13 ene 2025 11:16

Asistimos desde hace varios meses a una de las más intensas campañas mediáticas a favor de la trola pronuclear en España, consistente en inundar de titulares y montar tinglados mediáticos (a través de la financiación en ciertos medios de comunicación) con el fin de obviar la verdadera situación ―anunciada― del final nuclear pactado entre el Gobierno español y las empresas multinacionales eléctricas. Un final que cierra, definitivamente (desde 2027, con Almaraz I, al 2035 con Trillo), el grifo a la generación de residuos radiactivos altamente mortales como regalo envenenado para generaciones futuras sin opción a decidir ( los residuos tienen un millón de años de latencia).

Energía nuclear
Análisis ¿Qué hay detrás de las presiones para evitar el cierre de Almaraz?
Bulos, titulares equívocos y movimientos de las terminales políticas y mediáticas del lobby eléctrico preludian unos meses de fuertes presiones para suspender el cierre de la central nuclear de Almaraz, cuyo inicio está previsto en 2027.

Un final que, también, acaba definitivamente con los incidentes y paradas no programadas que, de manera recurrente, siempre han mantenido presente la amenaza de un accidente grave, tanto en Almaraz como en todas las demás. Como ejemplo reciente, la notificación de un nuevo incidente, este 9 de enero, en la Unidad II de la propia central de Almaraz.

La misma C. N. de Almaraz, que nunca ha sacado de la miseria ni a la comarca donde se sitúa, ni a su zona de influencia, ni a la región extremeña. Y no lo ha hecho a pesar de los millones anualmente entregados a los 12 municipios situados en un radio de 10 km, resultando incapaz de servir, más allá de su periodo de construcción (diez años), para crear ni un tejido industrial ni nuevas expectativas emprendedoras.

Es, por eso, un espejismo desalentador seguir oyendo a los alcaldes y alcaldesas de la zona declaraciones repitiendo que, durante un mes al año, la central contrata a cientos de jóvenes, e incluso miles, para las tareas de mantenimiento, recarga y modificado de equipos, como si dicha actividad fuera todo el futuro laboral que les espera. Igual que queda claro escuchar a los actuales propietarios de Almaraz-Trillo (Iberdrola, Endesa y Naturgy) decir que no prolongará su funcionamiento si no hay rebajas de los impuestos, impuestos que sirven precisamente para poder costear la gestión de los residuos que han generado.

Y esa es la trola, en realidad, no reconocer que esa fábrica no produce ninguna cosa necesaria, sino que se trata de un ejemplo de la peor industria creada por el hombre al calor militar del final de la II Guerra Mundial. Esos átomos para la paz (así los denominaron para poder seguir con el desarrollo de bombas nucleares) puestos en marcha en edificios (las centrales), que hoy se pintan de verde, como nos sugiere el monopolio francés del átomo, a fin de seguir manipulando los efectos para la salud y el medioambiente, ocultando todo el ciclo completo que, desde la misma minería, resulta un gran emisor de gases de efecto invernadero.

El problema no lo tiene Europa, como bien ha señalado Teresa Ribera (actual vicepresidenta de la Comisión Europea), lo tiene Francia, absolutamente dependiente de una tecnología obsoleta, devoradora de enormes recursos económicos y tecnológicos

El problema no lo tiene Europa, como bien ha señalado Teresa Ribera (actual vicepresidenta de la Comisión Europea), lo tiene Francia, absolutamente dependiente de una tecnología obsoleta, devoradora de enormes recursos económicos y tecnológicos que le impide encarar la transición energética más justa: la descentralizada y comunitaria.

De esa trola se debe alejar España, de esa mentira con fines políticos (hoy se diría ideológicos para que no sepamos de qué hablamos) que conviene recordar desde sus inicios pronucleares de antaño. Sí, en la dictadura franquista quisimos ser campeones nucleares, mientras se promovían más de 40 reactores nucleares el propósito era poseer una bomba atómica que nunca tuvimos (“Ecologiada. 100 batallas: medioambiente y sociedad en la España reciente”, de Pedro Costa Morata. 2013).

Las movilizaciones sociales en contra fueron tan poderosas que solo se construyeron 10 reactores y hubo otros cinco planificados que nunca llegaron a funcionar. Dos de ellos, por cierto, en Extremadura (Valdecaballeros), a los que se concitó una de las mayores movilizaciones sociales pacíficas de todo el país.

Jamás se han considerado claves los planes de emergencia nuclear dirigidos a la población situada más allá de diez kilómetros, y estos siempre han sido una pantomima asumida incluso por las propias administraciones políticas, sanitarias y ambientales concernidas

Las empresas promotoras alegaban que las habían construido con el aval financiero del Estado, entonces franquista, y en los años ochenta consiguieron que, con los presupuestos del Estado, más el recibo de la luz, lo pagáramos todos sin apenas darnos cuenta hasta el 2015.

A tanto político rampante y a algunos mediocres departamentos universitarios hay que recordar que una central no es sólo el edificio que vemos junto a un río o a las orillas del mar. De este espejismo nacel afirmar que las centrales no emiten gases de efecto invernadero, cuando lo cierto es que su negocio proviene de todo un ciclo previo de obtención del combustible que incluye extracción colonial, transporte internacional, concentración y purificación del uranio en la Europa pronuclear (Inglaterra y Francia) con su consiguiente transporte y la fabricación propiamente dicha del combustible por empresas públicas en España para llevarlo a las puertas de cada central nuclear.

La central, puesta en funcionamiento después de su construcción, que dura más de 10 años, con sus correspondientes emisiones de gases de efecto invernadero dispone de un control de seguridad y radiactivo a través de un ente público y neutral creado específicamente para la industria atómica en marcha. Se trata del Consejo de seguridad nuclear (CSN), organismo que las empresas eléctricas siempre han logrado controlar, hasta hace bien poco, desde dentro. ¿Por qué se les permitía que el controlado fuera el propio controlador? Pues para evitar inspecciones y que el verdadero funcionamiento de la central estuviera oculto, incluso poniendo en peligro a poblaciones y entornos muy alejados del edificio industrial. Jamás se han considerado claves los planes de emergencia nuclear dirigidos a la población situada más allá de diez kilómetros, y estos siempre han sido una pantomima asumida incluso por las propias administraciones políticas, sanitarias y ambientales concernidas.

Pero es que, además, en el caso de Almaraz también estamos frente a un problema internacional. Nuestros vecinos portugueses tienen la central a tan solo 100 kilómetros de distancia, con el riesgo de accidente o de contaminación por los radioisótopos que se liberan en el río Tajo, donde ya se han producido situaciones de emergencia detectadas en Lisboa, así como con el peligro de emisiones atmosféricas contaminantes con vientos predominantes hacia Oporto.

El uranio, obtenido en países empobrecidos, lleva en caída de producción mundial desde 2016 (de un 24 %) y es improbable que su obtención pueda ser rentable incluso con el fin de prolongar el funcionamiento útil de las actuales centrales

¿Quién se atreve entonces a decir que esos edificios, de apariencia tan inocua, no contribuyen al cambio climático? Ni siquiera comparándolo con cualquier otro proceso industrial, que también genera residuos y contaminación ambiental, se sostiene su producción, dada la envergadura mundial que adquieren la gestión del propio mineral de uranio y sus residuos altamente mortales generados.

El uranio, obtenido en países empobrecidos, lleva en caída de producción mundial desde 2016 (de un 24 %) y es improbable que su obtención pueda ser rentable incluso con el fin de prolongar el funcionamiento útil de las actuales centrales (cifras de Antonio Turiel de 2024). Y con respecto a la solución de un cementerio definitivo para los residuos de alta radiactividad, solo Finlandia ha dado el paso para su puesta a punto después de triplicar su presupuesto y sin garantías fiables de su seguridad, problema al cual se debe enfrentar todo el parque mundial después de su desmantelamiento (Onkalo, “Into Eternity”, 2019).

Ningún prototipo de reactor nuclear ha logrado mejoras sustanciales, ni en su construcción y funcionamiento ni en la gestión de sus residuos. Solo es rentable en el caso de desplegar una gran potencia, a pesar de toda la propaganda de lo contrario orquestada en torno a los denominados pequeños reactores modulares. Por más que se clasifiquen y califiquen como “generaciones de diseños más eficientes”, solo crecen en base a ensayo y error de cada accidente ocurrido a nivel mundial. Como ejemplo, el de tercera generación puesto en marcha por Francia en Flamanville (de 1.600 Mw, para el verano de 2025) que ha costado 13.000 millones de euros, de los 3.000 millones iniciales, y cuyo periodo de proyecto y construcción va a superar los 22 años. ¿Alguien da más y mejor?

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Sirianta
Sirianta
14/1/2025 10:36

Este es un tema que me interesa mucho, pero que me queda grande. He leído diversos artículos / visto vídeos en defensa de la energía nuclear que, a priori, me parecieron razonables. Me hicieron dudar. Pero también he leído mucho acerca de sus peligros y durante años he apoyado la causa anti nuclear. Me gustaría encontrar una fuente que me permitiera fromarme mi propia opinión "definitiva" en base a hechos científicos probados.

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