Caza
Matar a la zorra

Un análisis emotivo sobre la carga de odio y la persecución absurda que soporta ‘Vulpes vulpes’.
12 ene 2023 13:12

El sábado pasado mataron a mi vecina. Nos habíamos cruzado alguna vez, pero apenas nos conocíamos. Era joven, tímida, esquiva y creo que, además, era muy temerosa. El sábado comprobamos que no le faltaban razones para ello. Aún desde la distancia que siempre interpuso conmigo me inspiraba respeto, admiración y, por qué no decirlo: también amor. Era la hembra joven de Vulpes vulpes que aparece en la foto que encabeza esta carta de despedida con la que espero dar algún sentido a su vil y estúpida muerte.

A mi vecina zorra la mataron de dos tiros de escopeta en un camino público a menos de 200 metros de viviendas humanas, en un lugar cuyo nombre ni quiero ni debo recordar. En la Ley de Caza regional reza que no se puede disparar a menos de 50 metros de los caminos públicos y tampoco a menos de 200 metros de viviendas, pero todo el mundo en el campo sabe que la Ley de Caza es un papel mojado (de sangre) que dudo que se hayan leído los propios cazadores y que nadie vigila que se cumpla o procura que se sancione su incumplimiento. En estos lares, el sector de la caza goza de impunidad e indisimulado apoyo público, estamos en ese territorio de las Españas en que hasta hace bien poco se cazaba en su único y triste Parque Nacional, en el que las rehalas se han declarado Bien de Interés Cultural, en el que se promociona la caza entre los escolares de primaria y en el que, en la cabalgata de Reyes Magos, se atreven a desfilar en pantagruélica carroza reivindicando el extractivismo sangriento del procomún animal.

Caza
Indignación por la participación de la Federación Extremeña de Caza en la Cabalgata de Reyes de Badajoz
Organizada por la Federación Extremeña de Caza (FEDEX), desfiló por las calles de Badajoz, en la Cabalgata de Reyes del día 5 de enero, una polémica carroza realizando apología y defensa expresas de la práctica cinegética.

Mi vecina cayó abatida el último día de la temporada de caza menor. Alguien podría pensar que, de haber estado más espabilada, habría salvado su vida por este año, pero se equivoca: se pueden seguir matando zorros en Extremadura hasta el 26 de febrero, período que se extiende hasta el 30 de abril si la caza se realiza “con perro en madriguera”. Resulta que la época de cría de esta especie es entre los meses de enero y marzo, por lo que resulta obvio que el objetivo de esta amplia extensión de la temporada de caza para esta especie es el exterminio. Tan es así que, más allá de lo que establece la ley, al zorro se le caza todo el año y de todas las formas legales e ilegales posibles: pólvora y perros, lazos, cepos, venenos, etc. Según diversos estudios, en todo el país se matan en torno a 200.000 zorros todos los años, y en nuestra región el inefable presidente de FEDEXCAZA presume de matar 30.000 cada año muchos me parecen, pero en cualquier caso el dato ilustra la virulencia real y simbólica de la persecución.

Hace poco, un familiar mío nos relataba como había capturado vivo un ejemplar de zorro y lo había arrojado a un habitáculo lleno de perros de rehala: “¡cómo se subía por las paredes la puta bicha!”, exclamaba entre risas. Me quedé muda y consternada no ya sólo por el destino fatal y cruel de ese animal, sino por la insensibilidad moral y el sadismo del “cuñado” de mi cuñado. Por supuesto no dije esta boca es mía: hay especímenes de homo sapiens que parecen incapaces de compasión y, por ello, pueden resultar hasta peligrosos.

La maldición que pesa sobre el zorro es, por tanto, construida culturalmente, no se basa en argumentos ecológicos, ni económicos, ni agropecuarios, y ni siquiera cinegéticos, y por lo tanto puede ser deconstruida cultural y moralmente

La muerte matada de mi vecina me ha empujado a reflexionar sobre los motivos que están detrás de este odio visceral y generalizado a este hermosísimo animal. Para empezar, es muy llamativo que se le llame genéricamente en femenino, al contrario que a la mayoría de los animales: la zorra. Detalle este, que enfatiza el sesgo patriarcal y misógino que hay tras el desprecio a esta especie, algo que queda más explicitado si cabe en que “zorra” es un insulto con connotaciones sexuales que se aplica en demasiadas ocasiones a las mujeres. Mi hipótesis es que este machismo consustancial al sector cinegético —y que se extiende a la toda la sociedad rural— es uno de los pilares del odio al zorro.

Pero hay más: nos han inculcado desde la infancia una cultura que legitima la violencia contra la naturaleza y, muy específicamente, el odio a algunos animales como el lobo, el zorro, el cuervo, la serpiente, y otros. Esto se hizo y se sigue haciendo a través del lenguaje, a través de creencias religiosas que sitúan al ser humano como centro y rey despótico de la creación, a través incluso de cuentos y fábulas como las de Esopo en los que “la zorra”, siempre en femenino, aparece como un animal astuto, pérfido y mentiroso, a través de los dibujos animados (el vil coyote, primo americano de nuestro zorro, del Correcaminos de la Warner…) etc.

Recuerdo que, cuando era pequeña, el Guarda de mi pueblo pagaba a niños y adultos por cada “alimaña” abatida. En esa categoría de alimañas a las que había que “descastar”, que es cómo se denomina al exterminio en el mundo rural, entraban todos los animales que de algún modo competían con las especies cinegéticas. Por los cadáveres de lagartos, serpientes, córvidos, aves rapaces —y, por supuesto, zorros— que le lleváramos a Justo (que así se llamaba irónicamente el guarda), este nos recompensaba con unos cuantos duros de los de a cinco pesetas. Pero en aquel tiempo nuestros mayores no se conformaban con incentivar y alentar la compulsión cruel y sádica de la infancia y la juventud, el guarda también repartía huevos envenenados con estricnina (“ovo urraquil” lo denominaban) por todo el término para “descastar”, para exterminar, a la fauna salvaje. Voy a confesarlo aquí: con mis amigas y amigos destruimos todos los huevos envenenados que encontramos, y es que en nuestra socialización temprana no todo iba a ser oscuridad y así tuvimos también la suerte de conocer a través de la tele a un pionero como Félix Rodríguez de la Fuente.

Zorrito
Fotografía: Alfred Boivin. Unsplash.

Así eran las prácticas en el franquismo del llamado, a modo orwelliano, Instituto para la Conservación de la Naturaleza. Lo triste es que, a veces, da la sensación de que el franquismo no se ha ido del todo del mundo rural, y sólo han cambiado el nombre de ICONA por el de Consejería de Agricultura, Desarrollo Rural, Población y Territorio.

Contra el zorro se esgrime el argumento de que depreda sobre los ganados humanos, especialmente gallinas y otras aves de corral, y también corderos y cabritos recién nacidos, y esto concita un lógico enojo contra el pequeño cánido. Pero también hay que reconocer que en muchos casos es en parte responsabilidad nuestra: gallineros insuficientemente protegidos a los que el zorro viene a señalar los fallos, animales descuidados pariendo en el campo… Y lo digo por propia experiencia: en el pasado tuve gallinero y cabras, todas las bajas que hubo se podrían haber evitado de haber estado yo y mis perras más atentas y de haber tenido mejor pertrechadas mis instalaciones. Además, como “la zorra” es siempre la mala del cuento que nos contamos en el mundo rural, se le atribuyen automáticamente todos los ataques, aunque no haya pruebas, y lo cierto es que hay otros muchos “amigos” de la gallina mal protegida o del cabrito y el cordero recién nacidos en el campo: el meloncillo, la gineta, la comadreja, el perro del vecino, el perro abandonado, el perro del cazador…

Contra “la zorra” se proyecta una rabia antigua y arquetípica que va mucho más allá de los perjuicios menores que inflige a la ganadería y a la caza; es el odio a lo salvaje y a lo libre, es la rabia contra la inteligencia aguda

No es sólo una opinión mía, diversos estudios a cerca de la etología y la alimentación de esta especie minimizan mucho el peso que tienen las presas domésticas en la dieta de los zorros. Vulpes vulpes es una especie omnívora que se alimenta de conejos, como tantas otras especies, pero que está específicamente dotada para cazar micromamíferos como ratones y topillos que tanto daño causan a la agricultura, y que completa su dieta con reptiles, insectos, frutas y bayas (diseminando y literalmente sembrando semillas por doquier), carroñas y basuras humanas. En definitiva: un oportunista que se adapta con facilidad a la gran diversidad de ecosistemas que habita y a la disposición estacional de alimentos. A propósito de la función que tienen los zorros y otros carnívoros pequeños (tejón, garduña, etc.) en nuestros ecosistemas, se dice en el clásico manual universitario Los Bosques Ibéricos (vv.aa. ed. Planeta): “estas especies, carnívoros medianos en general, desarrollan una doble tarea de defensa de los bosques ibéricos. Así por un lado difunden y extienden una serie de importantes especies forestales y por otro lado mantienen en unos límites razonables la población de pequeños y medianos roedores que dañan de forma importante la cubierta vegetal”. Así que la matanza de zorros no tiene justificación ecológica y agronómica, a no ser que tras el odio al zorro haya una guerra contra los bosques, que también.

Caza
Prohibición de la caza en Monfragüe El lobby cazador se echa al monte
La Federación de Caza denuncia ante la Fiscalía General de Medio Ambiente a la Dirección del Parque Nacional de Monfragüe, en un contexto de ofensiva generalizada del lobby cazador.

Mi vecina, antes de morir, necesitaba ingerir unos 400 gramos diarios de alimentos. Los topillos que nos están destrozando los huertos y los jardines en la comarca que habito pesan una media de 15 gramos, así que en una sola buena noche de caza de mi vecina podían caer 20 topillos o más, roedores que ahora dan las gracias a los cazadores mientras se comen mis coles, mis puerros y cruzo los dedos para que respeten a los emergentes ajos. Un pan como unas hostias.

Hace unos años, algunas de las promesas de la “nueva política” regional sostenían que la caza era un método de gestión de la biodiversidad —y sin duda lo es—, pero es un método pésimo desde un punto de vista ecológico, económico y moral. Incurrían en ese tipo de soberbia antropocéntrica que nos ha llevado al desastre climático, energético y civilizatorio que padecemos, esa soberbia infausta por la que nos creemos aparte de la naturaleza y más listas que ella. Espero que entendamos, antes de que sea demasiado tarde, que Homo sapiens es naturaleza y que tenemos que aprender un tanto de las otras especies, que en su inmensa mayoría llevan habitando este planeta con gran éxito evolutivo mucho antes de que llegáramos nosotras y lo destrozáramos.

Contra “la zorra” se proyecta una rabia antigua y arquetípica que va mucho más allá de los perjuicios menores que inflige a la ganadería y a la caza; es el odio a lo salvaje y a lo libre, es la rabia contra la inteligencia aguda y la gran capacidad de adaptación de este animal que ha logrado sobrevivir mucho mejor que el lobo a la masacre organizada contra ellos desde la Edad Media. Nos jode que un pequeño perrillo de entre 5 y 7 kg se burle de nuestras alambradas, de nuestras trampas, de nuestras escopetas, de nuestras cámaras de fototrampeo empleadas por el furtivismo, de nuestros perros de caza (esos pobres a los que no alcanzará la ley de bienestar animal); en definitiva, un perrillo que se burla con toda su elegancia de nuestra prepotencia machista y antropocéntrica.

Diversos estudios a cerca de la etología y la alimentación de esta especie minimizan mucho el peso que tienen las presas domésticas en la dieta de los zorros

En el pasado no fue siempre el zorro un animal maldito o, mejor dicho, maldecido. Para nuestros antepasados vetones y lusitanos era un animal sagrado, un guardián del bosque y un guía de los espíritus caracterizado por su astucia y su ingenio; el zorro representaba el triunfo de la inteligencia sobre la maldad. También era un animal totémico para los nativos americanos, con idéntica función de cuidador de los bosques, y lo mismo representaba para la cultura tradicional japonesa que le honraba bajo la denominación de kitsune. En el folklore y la literatura europeas se puede rastrear esta visión más positiva y compasiva del zorro que era consustancial al paganismo, y que fue erosionándose con el avance de la cristianización. Riccardo Rao, un reconocido profesor de historia medieval de la Universidad de Bérgamo en Italia describe en El tiempo de los lobos (ed. Universidad de Cádiz) el papel que tuvo la iglesia católica medieval en la demonización del oso, del lobo, del zorro y de otros animales malditos a los que se podía y debía cazar, violando una regla fundamental que rige para la mayoría de las otras especies cinegéticas: no matar a las crías. Había que exterminar de raíz a las bestias, así como a las creencias paganas, así como a las brujas… pero unas y otras, no sin dolor, sobrevivieron.

La maldición que pesa sobre el zorro es, por tanto, construida culturalmente, no se basa en argumentos ecológicos, ni económicos, ni agropecuarios, y ni siquiera cinegéticos, y por lo tanto puede ser deconstruida cultural y moralmente. Tenemos que cambiar el cuento de la zorra ladrona y darle a este bello animal otro final mejor que el que le han dado a mi vecina. Tenemos que explicar la función indispensable que los zorros y todos los depredadores tienen en los ecosistemas como reguladores de las poblaciones de herbívoros, como sembradores de los bosques del futuro, como agentes sanitarios: un reciente estudio realizado en Galicia demuestra el papel de los zorros en el control del topillo,  que es vector de las garrapatas infectadas por la bacteria “borrelia burgdorferi” que provoca la enfermedad de Lyme. Hay que explicar incluso al “cuñado” que el zorro trabaja para la salud pública.

Sería muy deseable que hubiera una tregua unilateral de nuestra parte en la guerra de siglos que tenemos emprendida contra el zorro común, pero viendo la reacción que ha suscitado la tímida política de protección de su hermano mayor, el lobo, se comprende que va a ser muy difícil. Antes tiene que haber un gran salto en la conciencia colectiva que posibilite el necesario cambio social que obligue a nuestras ignorantes autoridades a un cambio legislativo y que se saque a Vulpes vulpes de la lista de “especies cinegéticas”. Y este cambio social no se acelera solo exponiendo argumentos científicos; necesitamos cambiar los sentimientos y las creencias, necesitamos difundir otras maneras de mirar el mundo, necesitamos palpitar con la vida más amablemente, necesitamos otros cuentos para nuestra infancia, otras canciones al viento, otros dibujos animados, otras espiritualidades ligadas a lo terreno, otros cultos.

Mi vecina permanecerá así , habitando en el cuerpo y la energía vital de otros animales, de otros seres sintientes; mi querida zorrilla, de algún modo, sigue viva también en estas palabras

Dice Joseph Campbell sobre el arquetipo espiritual que encarna: “el zorro, el animal que provoca y subvierte el orden con sus bromas y engaños sin maldad, pero con astucia y que se mueve entre las sombras, es el poseedor de la sabiduría y la magia. Sigiloso vive en el bosque, su espacio por excelencia y que bien conoce y usa en su beneficio, siempre mutando y guiando a otros hacia nuevos encuentros. El zorro es de alguna forma entonces un recordatorio del constante cambio en que se vive en la naturaleza, inherente al ser humano con todo lo misterioso y oculto que aún habita en ella”.

Para habitar emocionalmente en el mundo roto y recalentado que se nos presenta en las próximas décadas nos van a ser más útiles y virtuosas las cosmovisiones integradas en la naturaleza del pasado que la cosmovisión desintegradora y violenta del capitalismo patriarcal.

De los despojos del cadáver de mi vecina no queda ya nada, en el bosque no hay basura, todo lo que muere es alimento para otras formas de vida, a mi querida zorrilla la habrán devorado los jabalíes y otros carroñeros alados y terrestres, los insectos necrófagos, etc. Mi vecina permanecerá así , habitando en el cuerpo y la energía vital de otros animales, de otros seres sintientes; mi querida zorrilla, de algún modo, sigue viva también en estas palabras Y que el Dios o Diosa de los zorros y las zorras perdone a sus asesinos… si puede.

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Andariegu
13/1/2023 10:13

El mejor artículo que he leído sobre ecología desde hace mucho tiempo, ya quisiera ver algo así en el ámbito ecologista donde muchas veces no se sale de los anquilosados y tan poco productivos ámbitos cientificistas o legislativos. Hace falta remover conciencias. Gracias

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Víctor Cañizares
13/1/2023 8:54

Gran artículo con el que me siento muy identificado, gracias.

De hecho, me gustaría compartir una experiencia relacionada.

Ayer mismo, mientras cenaba en el bar del pueblo con unos amigos, uno de ello alardeaba de que había matado a dos jabalíes. Otro amigo los había visto y le había avisado de dónde estaban, y allá que se fue con su escopeta. Después, enseñaba orgulloso al amigo que se sentaba junto a mí fotos de los cadáveres. Yo miraba hacia otro lado, sientiendo por un lado rabia y por otro vergüenza de no ser capaz de reprocharle esa actitud. Pero como tú dices es un tema muy sensible en el mundo rural, sienta muy mal que alguien como yo, que vino de la ciudad al pueblo, les afee esa actitud.
Soy consciente de que el exceso de jabalíes es perjudicial para el equilibrio ecosistemico, pero no creo que la forma de "solucionar" el problema sea coger la escopeta y matar a todo el que veamos.

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Asanuma
13/1/2023 6:08

Texto excelente de una triste realidad.

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