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Catalunya
La simulada dimisión de Artur Mas
Esta renuncia de Mas es una estrategia que deberíamos entenderla, únicamente, en clave política.
El martes por la tarde Artur Mas anunciaba su dimisión de la presidencia del PdeCAT. El periodista Arturo Puente nos recordaba que el anuncio de Mas se producía dos años exactos después de que la CUP le enviara a la “papelera de la historia”, y a seis días de que se conozca la sentencia del Caso Palau, el desfalco realizado por Félix Millet en el Palau de la Música y que afectó directamente a Convergencia Democràtica de Catalunya (CDC), que habría sido receptora del pago de comisiones de Ferrovial a cambio de la concesión de obras públicas, como la Ciudad de la Justicia o la línea 9, nunca terminada, del metro de Barcelona.
Para Artur Mas “hacer otro paso al lado”, como ya hizo el 9 de enero de 2016, no significa dejar la política. En una entrevista a Catalunya Ràdio, Mas no descartaba presentarse, a largo plazo, en unas elecciones catalanas. Esta renuncia de Mas es una estrategia que deberíamos entenderla, únicamente, en clave política.
La dimisión de Artur Mas como presidente del PDeCAT no la hace para evitar la sentencia inminente del caso Palau, sino para fortalecer su “instinto de poder”, una de las claves para entender el fuerte arraigo que consigue la antigua Convergencia en sus múltiples formas. El “segundo paso al lado” del hombre que era el máximo responsable de CDC, es otra proclamación simulada, una nueva declaración fake que comienza a establecerse como una operación sistémica —el gen convergente que describe tan oportunamente Enric Juliana— para salvaguardar las irresponsabilidades políticas.
La “papelera de la historia” que vaticinó la CUP en 2016 se convirtió, en realidad, en un paréntesis, en un espejismo.
El resultado de la CUP en las elecciones del pasado 21 de diciembre demuestran, una y otra vez, que la derecha catalana ha mandado y manda en Cataluña
Si hiciéramos una mirada al pasado y tanteáramos a la memoria, a menudo menospreciada, nos daríamos cuenta que, seguramente para algunos, el resultado de la CUP en las elecciones del pasado 21 de diciembre son inmerecidos, pero incesantemente reales, puesto que se demuestra, una y otra vez, que la derecha catalana ha mandado y manda en Cataluña.
Si se quiere ensanchar el independentismo para ganar adeptos en una futura república catalana debería hacerse desde la izquierda, y, de momento, los resultados obtenidos no acompañan. El agravio es que la polarización de la que tanto se habla se encuentra, realmente, dentro del independentismo en el eje derecha-izquierda, donde Catalunya En Comú de Xavier Domènech y Ada Colau tienen la última palabra. Lo que pueda suceder en el ayuntamiento de Barcelona, a un año de elecciones municipales, ahora que Colau gobierna en minoría y, según los últimos sondeos, ERC subiría enteros, podría revertir en la investidura de Puigdemont.
Sin embargo, si la mayor parte de los más de dos millones de catalanes que votaron por formaciones independentistas no son capaces de virar hacia la izquierda será muy difícil que el proyecto soberanista se consolide en esta próxima legislatura. La independencia debe ser instrumental, una herramienta que garantice un cambio del statu quo, que, precisamente, la derecha que ha representado el pujolismo primero, Artur Mas después y ahora Puigdemont no capitalizan. De hecho: obstruyen y liquidan.
La sociedad catalana se siente cómoda con el gen convergente. La oportunidad de Esquerra Republicana para liderar el gobierno de Catalunya se ha perdido, y muy dificilmente conseguirán restablecerse con su máximo dirigente, Oriol Junqueras, en prisión. El posible relevo en frente de la Generalitat que se auguraba en favor de ERC ha sido la punta de lanza de la ciclogénesis de Convergencia que explica Jordi Amat en La conjura de los irresponsables.
Las repetidas victorias electorales del pujolismo que se han vuelto a repetir con Puigdemont en estas últimas elecciones demuestran que la batalla psicológica convergente se ha edificado alrededor de la falsa conciencia marxista que ha aniquilado con cualquier aspiración de clase. La ideología burguesa ha terminado calando en la conciencia de una buena parte de las clases populares que se han visto alienadas por el procesismo. Hoy Artur Mas no está ni mucho menos muerto políticamente, simplemente, cómo la energía se está transformando.