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Crisis climática
“El ecofascismo comparte muchas similitudes con el ambientalismo de los ricos”
Evgeny Morozov es autor de Santiago Boys y fundador de The Syllabus.
@evgenymorozov
Jason W. Moore es profesor de Sociología en la Universidad de Binghamton, donde dirige el Colectivo de Investigación de Ecología Mundial. Este historiador ambiental y geógrafo histórico, cuya publicación más reciente es El capitalismo en la trama de la vida (Traficantes de Sueños), utiliza los análisis del capitalismo histórico de Braudel, Wallerstein o Arrighi para señalar que la capacidad de crear naturalezas baratas en este sistema, sea en forma de mano de obra, alimentos, energía o materias primas, se ha vuelto problemática.
Además, el desprecio por la historia habría obstaculizado nuestros debates contemporáneos sobre el clima hasta el punto de que las izquierdas se encuentren perdidas. En esta extensa entrevista realizada en el marco de un proyecto sobre populismo climático de derechas del The Center for the Advancement of Infrastructural Imagination (CAII), Moore enfatiza una lección a extraer del último medio milenio: el capitalismo y el imperialismo, cuando trabajan en tándem, tienden a enfrentar a los humanos contra la naturaleza. De esta oposición surge el maltusianismo, pero también el prometeísmo, una ideología que aleja la potencialidad tecnológica para imaginar alternativas de la realidad material. Podemos resistir esta tentanción prometeica recordando que la ecología va de alcanzar cierta armonía, no meramente de la gestión.
El cambio climático ha dejado de ser algo que las fuerzas de derecha niegan rotundamente, sino que están tratando de instrumentalizar esta lucha para consolidar sus agendas conservadoras. ¿Es esto algo específico a nuestra época, o siempre han existido movimientos de derecha favorables al clima?
Mi primera observación es que la distancia política entre el llamado ambientalismo liberal y el ecofascismo nunca ha sido tan grande como nos gustaría. Ambos comparten muchos elementos similares en su cosmología, similitudes que han sido parte del ambientalismo de los ricos, como llamo a este ambientalismo impulsado por la élite, no solo desde 1968, sino desde finales del siglo XIX.
Una de las contradicciones fundamentales del sistema en la crisis climática es que algunos sectores capitalista intentarán degollar a otros mientras el barco se hunde"
De hecho, cuando observamos muchos de los documentos clave del ambientalismo de la década de 1970, como el del Reino Unido A Blueprint for Survival, el sentimiento anti-inmigrante está en todas partes. Paul Ehrlich, coautor del libro The Population Bomb con su esposa Anne, en 1968, pasó a escribir un libro llamado The Golden Door una década después. Publicado en 1979, este libro declaraba que los inmigrantes tenía un coste mayor para “el medio ambiente” que los ciudadanos de los países imperialistas. Esta sensibilidad del nacionalismo de sangre y tierra (del alemán Blut und Boden, un slogan nazi), que llamamos ecofascismo, realmente no está tan lejos del ambientalismo centrista y liberal.
En los últimos años, hemos visto ciertos cambios dentro del sistema capitalista, especialmente en relación con la tecnología y las finanzas. El auge de los ESG (gobierno ambiental, social y corporativo) es un ejemplo que sugiere que lo que impulsa a los capitalistas a luchar contra la crisis climática son las ganancias potenciales que se derivan de acabar con el calentamiento global. ¿Ve el ambientalismo como una nueva frontera para la acumulación capitalista?
Los capitalistas siempre sacan provecho de los desastres, pero eso no lo convierte en una frontera. Una de las contradicciones fundamentales de este sistema es que algunos sectores capitalista intentarán degollar a otros mientras el barco se hunde. Eso es lo que está pasando con la crisis climática. Aunque ciertamente son importantes, no diría que los procesos que indicas están impulsando lo que sucede actualmente. Más bien, diría que existe una forma de autoritarismo tecnocientífico que se viene gestando desde hace mucho tiempo. Algo así como la tendencia hacia una hegemonía capitalista ultramonopolista que trata de sacar al capital del capitalismo y llevarlo a una economía política más administrada. Este sistema todavía tendría bancos, proletarios, desigualdad, pero estaría generalizando el espíritu de 2008 del Too Big to Fail.
¿Qué opina del hecho de que, en los EE. UU., los conservadores estén blandiendo las armas contra BlackRock, presentándolo como un agente progresista? ¿Se trata de algún tipo de rivalidad intercapitalista, o hay algo más en el hecho de presentar a los BlackRocks del mundo como hombres de paja?
Especialmente en Estados Unidos, estamos asistiendo al agotamiento del modelo neoliberal. Este proceso ha estado en marcha desde 2016, con la elección de Donald Trump, quien se legitimaba gracias a una retórica nacionalista centrada en la clase trabajadora. Por supuesto, nunca gobernó desde el punto de vista de los intereses de clase, pero su historial en política exterior fue sin duda mucho mejor que el de Obama y Biden.
Respecto a tu pregunta, no es el antiguo Partido Republicano quien defiende estos argumentos contra BlackRock, sino que son la salida de una corriente libertaria, populista y nacionalista con una larga historia en la política estadounidense, y que se remonta al siglo XIX. Este es el peligro del populismo: siempre tiene cara de Jano. Lo que estos argumentos contra BlackRock están haciendo es expresar la profunda indignación de la clase trabajadora contra los fondos de cobertura y los bancos de Wall Street que han robado a este país, destruido su infraestructura y se han apropiado de cualquier cosa con un valor real.
El nivel de indignación y desesperación contra fondos de inversión como BlackRock está marcando el fin de ese orden neoliberal, al menos en Estados Unidos
Junto con desarrollos como el Brexit, todo esto habla de la crisis de la gobernanza neoliberal en los centros imperialistas. Políticamente hablando, el modelo de gobierno en los EE. UU. se remonta a Jimmy Carter y los demócratas en la década de 1970, que, afrontémoslo, se extiende a los socialdemócratas, incluidos los de derecha y centro-derecha. El actual nivel de indignación y desesperación contra estos fondos de inversión está marcando el fin de ese orden neoliberal, al menos en Estados Unidos.
También podría decirse que la violenta reacción contra los gestores de activos se enmarca en términos opuestos. Las personas que están atacando a BlackRock porque asume causas progresistas, ¿no son acaso las mismas que quieren recuperar el viejo modelo neoliberal? Es decir, quieren que estos capitalistas inviertan en lo que el mercado les dice que inviertan, en lugar de escuchar señales ajenas al mercado sobre el cambio climático
No creo que estas empresas estén renunciando a oportunidades de alto beneficio para invertir en otras de bajo beneficio. No hay nada que sugiera que eso está sucediendo, especialmente dada la profunda crisis de sobreacumulación que existe a día de hoy. En 2019, 17 billones de dólares estaban depositados en títulos públicos de rentabilidad cero o negativa. Eso es porque no tienen dónde colocar el capital. Más que invirtiendo en causas progresistas, están invirtiendo en aquello que es rentable.
A diferencia de los temas bannonistas que defiende el antiglobalismo, asociados con el populismo en EE. UU., creemos que hay algo que decir sobre el lugar que tiene la tecnología en la imaginación populista actual. Usted ha escrito sobre esto en el contexto del prometeísmo, pero también existe mucha especulación sobre la geoingeniería y los desarrollos como la energía solar
El discurso sobre el Antropoceno se basa en la centralidad de la geoingeniería. La forma en que lo hace, como ustedes y otros autores han señalado, es fetichizando la tecnología. Abstrae los aparatos tecnológicos de las relaciones de poder, de la ganancia y de la vida en el mundo moderno.
Esta técnica fue, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, una prioridad del imperio americano y del complejo militar-industrial. Al principio, giraba en torno a cuestiones para controlar del clima, pero luego se reinventó y se volvió a implementar en todo tipo de formas. La geoingeniería ejemplifica cómo el liberalismo centrista, los discursos del Antropoceno y el ecologismo dominante promueven arreglos tecno-gerenciales y tecno-científicos. Y lo hace para que la desigualdad pueda permanecer y los negocios puedan continuar como de costumbre.
Pero debo añadir que estos arreglos tecnológicos no rescatarán al capitalismo. En primer lugar, todavía no existe un impulso suficiente como para desarrollar la geoingeniería que el clima necesita. El más grande, por supuesto, es la eliminación de carbono. Y ha existido muy, muy poco progreso significativo en esa tecnología.
Tecnología
Los nuevos ropajes del capitalismo (Parte I)
Evgeny Morozov realiza en este texto, publicado en dos entregas, una extensa e implacable crítica del libro de Shoshana Zuboff Surveillance Capitalism, el intento más reciente por conceptualizar el régimen social imperante. El intelectual bielorruso exige fijarse en las lógicas del capitalismo más que en las de la vigilancia.
¿Hay algo novedoso en las expectativas puestas en la tecnología como un deus ex machina de la crisis climática? ¿O es la vieja cháchara sobre las soluciones tecnológicas un eufemismo para dejar que el capitalismo haga su trabajo?
El capitalismo siempre ha sido bueno en el desarrollo de tecnologías que cumplen una de las cuatro funciones principales, todas ellas interrelacionadas: tecnologías militares, tecnologías de transporte, tecnologías de la información y tecnologías productivas.
El primer tipo, las tecnologías para hacer la guerra y arrasar al enemigo, han sido fundamentales. En un grado u otro, todas las revoluciones industriales surgen de las revoluciones militares, como Priya Satia ha señalado sobre la industrialización británica, aunque el mismo patrón se mantiene en los siglos XVI y XVII. Entonces, matar a un gran número de personas es el objetivo número uno de este desarrollo.
El segundo tipo son tecnologías para mover no solo mercancías, sino también soldados. Ser capaz de desplegar rápidamente fuerzas militares en todo el mundo, desde las carabelas del siglo XVI hasta las fuerzas de despliegue rápido de Jimmy Carter a fines de la década de 1970, ha sido otro pilar clave de la innovación tecnológica.
Luego tenemos el tercer tipo, que son tecnologías para mover información alrededor del mundo. Las revoluciones de la información y las comunicaciones también son fundamentales para el capitalismo.
Y el cuarto y último tipo son las tecnologías para la producción, como la máquina de vapor rotativa y las líneas de montaje fordistas, que aumentaron la productividad laboral. De una forma u otra, todas estas formas implican el control sobre la trama de la vida. Y todos comparten una prioridad específica: aumentar la tasa de ganancia.
Ahora, el elemento del control de la trama de la vida es importante. La tecnología opera para crear algo que denomino la naturaleza barata, cuyo objetivo es reducir los costos de producción para aumentar la tasa de ganancia. Pero este es un proceso necesariamente finito. No es reproducible, se agota. Las fronteras de la naturaleza barata ya no operan como lo han hecho históricamente. Y además está el cercamiento de los bienes comunes atmosféricos a través de la carbonización, que está induciendo otra capa fundamental a este problema de la crisis de la naturaleza barata.
¿Cuáles son las estrategias retóricas e ideológicas que han ayudado a ocultar los costos reales de la naturaleza barata? ¿Qué hizo que la naturaleza barata fuera tan resiliente?
Los orígenes del capitalismo son también los orígenes de algo que podemos llamar el “Proyecto Civilizador”, que posicionó a sus defensores en una santa trinidad de conflicto contra el “Hombre” y la “Naturaleza”. Los civilizadores eran los burgueses blancos, los poseedores del poder, los dueños del capital. Ellos, los iluminados, navegarían la tensión.
Los imperialistas hablaban de aquellos a quienes dominaban y expropiaban como salvajes, flojos o rebeldes. Eran esos cuerpos, o los territorios en lo que habitaban, de los que se aprovechaban gratuitamente para acumular capital.
Pero la mayoría de los seres humanos no eran considerados como parte de la humanidad, sino que fueron consignados al reino de la naturaleza. Lo sabemos por cómo los imperialistas hablaban de aquellos a quienes dominaban y expropiaban: los llamaban salvajes, flojos, rebeldes. Pensaron que necesitaban ser civilizados. Eran esos cuerpos, o los territorios en lo que habitaban, de los que se aprovechaban gratuitamente para acumular capital.
Y esto se ha inventado y reinventado a lo largo de los últimos cinco siglos. Originalmente, era un proyecto cristianizador, aunque luego se convirtió en el Proyecto Civilizador –como el Destino Manifiesto de Estados Unidos, la Carga del Hombre Blanco de los colonos. Después de la Segunda Guerra Mundial, con el Programa Punto Cuatro de Truman en 1949, se convirtió en desarrollismo. La división entonces era entre países desarrollados y subdesarrollados. En la era del neoliberalismo, este proceso se convierte no solo en una extraña lógica economicista, que ya está profundamente arraigada en el naturalismo, sino también en el desarrollo sostenible.
Creo que lo que estamos viendo hoy, especialmente con el discurso del Antropoceno y el complejo eco-industrial −con el Foro Económico Mundial y sus instituciones afines, como el Club de Roma, la Comisión Trilateral y la Reunión de Bilderberg− es la recuperación de ese antiguo discurso del Hombre y la Naturaleza que estaba en la base del Proyecto Civilizador. Solo que ahora aparece bajo el signo de un doble discurso orwelliano aterrador sobre cómo la administración planetaria puede tener un resultado positivo para la naturaleza. Ahora hablan de ser mayordomos, pero ¿quiénes son los mayordomos? Los iluminados, por supuesto. ¿Y a quién debemos escuchar? A la ciencia.
Aquí quiero ser claro, para que no se me malinterprete: necesitamos escuchar a los científicos. Pero decir “escucha a los científicos” y “escucha la ciencia” son dos movimientos ideológicos completamente diferentes. Este segundo movimiento se identifica más con las medidas estatales de bioseguridad implementadas durante la pandemia de Covid, que fueron un simulacro para ver si grandes poblaciones renunciarían explícitamente a sus libertades civiles porque la ciencia decía X, Y o Z.
Usted ha tratado de replantear la discusión sobre estos temas, criticando el enfoque en el Antropoceno y proponiendo otro centrado en el Capitaloceno. ¿Podría reflexionar sobre algunas de las críticas que ha recibido? ¿Cree que ha logrado convencer a partes de la comunidad científica de que hay algo mal con el marco sobre el Antropoceno?
La introducción del Capitaloceno no rivaliza con los argumentos de los científicos del sistema terrestre, que intentan dar sentido a cómo los humanos se han convertido en una fuerza geológica. Señalemos que cuando Eugene Stoermer y Paul Crutzen lo presentaron en 2000, el Antropoceno no nos decía nada nuevo o innovador. De hecho, el Holoceno, una idea de finales del siglo XIX, ya tenía como premisa a los seres humanos como fuerza geológica. Entonces tenemos que preguntarnos, ¿por qué aparece el Antropoceno en este momento?
La geología es posiblemente la rama de las ciencias físicas más profundamente subordinada al capital y al imperio
La respuesta tiene que encontrarse en la esfera de la ideología, en la exitosa subordinación de las universidades al neoliberalismo, a un modelo de fábrica de conocimiento burgués. Esto apareció de manera bastante espectacular con el realineamiento de la intelectualidad occidental en torno a la llamada alta teoría y particularmente en la década de 1990, pero también ha subordinado por completo a otras ciencias. Recordemos que la geología es posiblemente la rama de las ciencias físicas más profundamente subordinada al capital y al imperio, la cual se remontan a más de un siglo atrás. Lo mismo ocurre con la disciplina en la que tengo un doctorado, la geografía, que también está profundamente enredada en el imperialismo.
También tienes a muchos de los llamados intelectuales críticos cuyo estribillo siempre es: “Bueno, no hablemos de capitalismo” o “el mundo es más complicado que eso”. Por eso es útil el concepto de Capitaloceno: desestabiliza, o al menos desafía, este marco del Hombre contra la Naturaleza. También es útil porque, en lugar de un argumento teórico, es fundamentalmente un conjunto de afirmaciones sobre los orígenes históricos y los patrones de desarrollo detrás de la crisis climática, así como el conjunto más amplio de crisis planetarias ocurridas desde 1492. Lo inusual es que ni los teóricos críticos ni los marxistas hayan querido debatir sobre bases históricas.
Esto es bastante desconcertante. En la década de 1970, uno de los debates centrales de la izquierda global fue sobre la historia de la transición del feudalismo al capitalismo, es decir, la historia importaba. En la actualidad, la mayoría de los llamados eco-marxistas se han negado a estudiar cómo los orígenes históricos y el desarrollo de la crisis planetaria están implicados en las cuestiones políticas del socialismo y el capitalismo.
Pensamiento
Jason W. Moore: “El sucio secreto de la acumulacion infinita por parte del capitalismo es que no paga sus facturas”
¿Puede decirnos más sobre el prometeísmo en este contexto? Parece ser un tema interesante para esa izquierda que necesita de un enfoque más práctico para gestionar la crisis climática
El primer paso tiene que ser volver al conflicto del Hombre contra la Naturaleza, que no tiene nada que ver con la humanidad y la naturaleza, sino más bien con una invención del capitalismo primitivo y su Proyecto Civilizador. Este conflicto se basó en el control y la gestión de la vida y el trabajo humano, así como el extrahumano; era fundamentalmente una filosofía gerencial.
El problema llega cuando los ecomodernistas, y cierta variedad de eco-marxistas, toman el prometeísmo como una cuestión donde la dominación humana abstracta se impone a una naturaleza abstracta. Es muy poco materialista y ahistórico. El prometeísmo, tanto en un sentido político como económico, ha sido históricamente la filosofía gerencial de lo que podemos llamar naturalismo burgués.
El prometeísmo, tanto en un sentido político como económico, ha sido históricamente la filosofía gerencial de lo que podemos llamar naturalismo burgués
El naturalismo burgués nos resulta más familiar en forma de malthusianismo y otras formas de ideología de la Buena Ciencia. Este dice que hay algo así como una “ley natural” a la que debemos ajustarnos. Según Malthus, es la naturaleza la que explica y justifica la desigualdad, más que el encierro de los bienes comunes y la explotación capitalistas. No es casualidad que ese argumento se repita cada vez que hay una revuelta obrera y campesina generalizada en el mundo.
Esta también es la razón por la cual el ecologismo de segunda ola emergió después de 1968: los movimientos de liberación nacional, los socialistas y la Nueva Izquierda fueron los desafíos más dramáticos para la hegemonía capitalista que el mundo había visto hasta el momento. El ambientalismo emerge con un imaginario para un tipo particular de prometeísmo, que ideológicamente desvincula y fetichiza la posibilidad tecnológica lejos de la realidad material. De ahí la idea de la tecnología como deus ex machina. El prometeísmo canaliza esa dominación burguesa sobre la trama de la vida −incluídas las redes de la vida con el trabajo humano− para hacer avanzar la tasa de ganancia.
Suponiendo que estamos hablando de una izquierda que es plenamente consciente de la historia, ¿cómo imagina un compromiso con la tecnología que vaya más allá de ser un complemento de las luchas principales?
He aquí un buen punto que hacen tanto los ecomodernistas como los ecosocialistas, aunque lo exageran. Cualquier esfuerzo socialista para navegar el cambio de estado real del clima requerirá de una reconstrucción masiva y del despliegue de fuerzas productivas. Por ejemplo, todas las grandes ciudades que se encuentran en la costa de este planeta tendrán que trasladarse tierra adentro. Eso significa que las redes eléctricas y los sistemas de alcantarillado deberán erigirse allí. Tendremos que reimaginar la vida urbana a gran escala.
Pero estamos en un callejón sin salida en los debates ecosocialistas, incluida la discusión sobre el decrecimiento, porque no son plenamente consciente de la historia. La izquierda carece de una astuta sensibilidad histórica sobre cómo se organizaría tal reconstrucción. Y, francamente, hay una falta de voluntad para sacar a florecer los ejemplos más obvios de una reconstrucción tan masiva: la experiencia de la Unión Soviética y China después de las luchas de sus movimientos campesinos y obreros contra los imperios fascistas, donde ambos países fueron completamente devastados y arrasados. No digo que debamos ser románticos con estos ejemplos, pero fueron movimientos relativamente igualitarios para reconstruir la totalidad de la vida social y sus entornos. Tendremos que aprovechar esas lecciones a medida que la crisis climática se profundice.
¿Puede dar más detalles sobre las conexiones entre la forma predominante de prometeísmo y el auge de los discursos de ultraderecha, que quieren enmarcar la amenaza existencial de la crisis climática en sus propios términos? ¿La forma en que fetichizamos la tecnología deja espacio para el nacionalismo y el racismo, al igual que perpetúa formas violentas de injusticia reproductiva y extracción?
Es una pregunta desafiante. Hay fetiche del fetiche del fetiche. Pero debemos advertir contra la tendencia a confundir a la llamada derecha populista con los ecofascistas. ¿Existen relaciones entre ellos? Sí. Pero también hay relaciones entre el liberalismo centrista y el ecofascismo. Eso hay que tenerlo en cuenta.
En el contexto de los Estados Unidos, el racismo se ha relacionado con la intensificación de la vigilancia fronteriza y la militarización, un proyecto que se desarrolla seriamente bajo la administración Obama, quien comenzó a construir el muro fronterizo y deportó a más personas que Trump.
Es posible que gente como Meloni vaya a intensificar lo que ya eran estrategias violentas de la policía fronteriza. Pero el hecho es que, como el Transnational Institute ha señalado, la estrategia neoliberal de vigilancia fronteriza (erigir muros fronterizos climáticos) se está intensificando en todas partes. Y esto es en gran medida un producto de la política de los liberales centristas.
Entonces, el principal enemigo no deberían ser los llamados ecofascistas, sino quienes están creando las condiciones para que surja un nacionalismo bannonista de extrema derecha. El ecofascismo no es el motor principal, es síntoma de un proceso subyacente.
En lugares como Italia, pero también en Francia y España, el discurso sobre el clima alguna vez se limitó al localismo y la oposición al globalismo. Eso es lo que les preocupaba a partidos como VOX y Lega Nord, incluso antes de Meloni: proteger los estilos de vida tradicionales y oponerse a las instituciones globalistas como el IPCC. Pero ahora, de repente, hay un discurso en torno a la justicia. Las personas como Macron que quieren gravar la gasolina están alimentando el Movimiento de los Chalecos Amarillos. Esto es, se trata de algo más que migración y ecofascismo. Las fuerzas que normalmente se identificarían como populistas están reciclando sus viejos temas de conversación y formulando su propia crítica del tecnogerencialismo de los liberales. ¿Existe la necesidad de que las fuerzas de izquierda ofrezcan su propia crítica o contrapropuesta? No deberíamos estar defendiendo a Macron, pero ¿deberíamos denfeder las conversaciones climáticas de la Comisión Europea y el Acuerdo de París?
¿Por qué deberíamos estar defendiendo a la Comisión Europea y el Acuerdo de París? Tenemos al jefe de políticas de la Unión Europea, Josep Borrell, hablando de que Europa es un jardín: esa es la retórica clásica del Proyecto Civilizador. Tenemos a Alemania rearmándose a gran escala, alentada por los Verdes como la facción más belicista del país, en apoyo a una alianza que está diseñada para librar una guerra nuclear.
Por no hablar de que el proyecto de la UE fue antidemocrático desde el principio. Por eso, más que en el Acuerdo de París, deberíamos fijarnos en los acuerdos de libre comercio. Esos son los verdaderos tratados climáticos y hemos de enfretarnos a ellos.
La izquierda se ha burlado de las críticas a la centralización global del poder y las ha presentado únicamente como una conspiración de la derecha. Lo siento, pero existe una clase capitalista transnacionalEn resumen, diría que la izquierda a menudo se ha burlado de las críticas a la centralización global del poder y las ha presentado únicamente como una conspiración de la derecha. Lo siento, pero no es una conspiración. Estudios como el de William I. Robinson muestran que existe una clase capitalista transnacional. Tienen verdaderas instituciones de poder; redes reales; y están respaldados por la máquina de guerra más temible de la historia de la humanidad.
Por lo tanto, la crítica del globalismo debe ser defendida desde la izquierda. La respuesta debería ser respetar la autonomía regional, pero desde una posicion profundamente internacionalista. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero tiene que estar en el centro de nuestra respuesta al nacionalismo de derecha, que quiere restringir el movimiento de trabajadores a través de las fronteras y nunca el del capital.
¿Dónde encaja algo como el Green New Deal? Si es fundamental reconstruir masivamente la sociedad, como usted dice, ¿hace bien la izquierda luchando por politizar una agenda industrial? ¿Qué presagian estas tendencias para el futuro del proletariado planetario, como usted lo llama?
En primer lugar, a la izquierda le está yendo mal porque durante los últimos 50 años los movimientos obrero y campesino han sido sistemáticamente destruidos y debilitados en todo el mundo, pero especialmente en los países imperialistas. Junto con eso, se produjo el derrocamiento de la Unión Soviética y la plena aceptación de la restauración capitalista por parte del Partido Comunista Chino a partir de finales de la década de 1970. Todo ello formaba parte del ataque sistemático a las bases sociales del poder obrero y campesino.
Entonces, ¿cómo reconstruimos lo que es necesario para lograr esta politización? Vuelvo a cuestiones de trabajo y de clase, aunque no de clase desde una manera formalista. Gran parte del análisis de clase de la izquierda, incluidos los discursos sobre el capitalismo fósil, es formalista y eurocéntrico. Necesitamos apreciar que el capitalismo es, ante todo, un sistema de movilización del trabajo asalariado que siempre se encuentra en conflicto con el trabajo no remunerado socialmente necesario de “mujeres, naturaleza y colonias”, citando a Maria Mies. Es decir, el tiempo de trabajo socialmente necesario depende del trabajo no remunerado. Esa es una contribución histórica de las geoculturas de dominación, especialmente del sexismo y el racismo.
Gran parte del análisis de clase de la izquierda, incluidos los discursos sobre el capitalismo fósil, es formalista y eurocéntrico
Por eso el imperialismo, junto con el prometeísmo capitalista que crítico, son centrales. Es debido al prometeísmo y al naturalismo burgués que obtenemos el racismo y el sexismo como formas de organizar a los humanos. Esto también habla del ecofascismo, porque compran el dualismo naturaleza-sociedad; tienen una visión racista y sexista, pero aceptan ese marco básico en el ecologismo dominante. Es la misma forma en que los imperios veían el mundo, como el Hombre contra la Naturaleza.
Si el Green New Deal continúa el camino que inició el desarrollismo tras la Segunda Guerra Mundial, será otro esfuerzo prometeico para remodelar la ecología social del mundo en interés del poder imperial y la acumulación de capital. Debemos entender que el capitalismo prospera gracias a un régimen de explotación, es decir, en contra del proletariado. Deberíamos entender la política de la coyuntura actual en base a cómo el trabajo remunerado y no remunerado, el trabajo productivo y reproductivo, encajan en la trama de la vida.
Otro tema sobre el que ha escrito es el “pesimismo climático”. Algunas izquierdas asientan su discurso sobre el catastrofismo, presentando los datos que provienen del IPCC como prueba de que el capitalismo va a imponerse y el planeta colapsará. ¿Qué hacemos con estas posiciones? ¿No están interiorizando alguna necesidad religiosa de salvación?
En el mundo angloamericano ha existido una historia de amor con el apocalipsis que se remonta hasta el siglo XVIII, cuando los imperios británico y estadounidense llevaron el fin del mundo a tantos pueblos. El pesimismo climático es una consecuencia ideológica necesaria de ver el mundo en base a marcos dualistas. Literalmente no hay escapatoria política al Hombre y la Naturaleza. Puede haber una solución científica y tecnológica, como iluminan los defensores del Antropoceno, pero eso no es una política democrática; eso no sería una sostenibilidad basada en el socialismo, la igualdad y la justicia.
Los discursos de amenaza existencial siempre favorecen medidas autoritarias. Nos alientan a imponer formas de austeridad informadas por la ciencia y la tecnología como el único medio para salir de la crisis climática
Por lo tanto, debemos rechazar las tentaciones sobre la emergencia climática. Los discursos de amenaza existencial siempre favorecen medidas autoritarias. Nos alientan a imponer formas de austeridad informadas por la ciencia y la tecnología como el único medio para salir de la crisis climática. Todavía no está en marcha, pero creo que lo que se está gestando en la imaginación euroestadounidense, y tal vez también en la imaginación japonesa, es alguna forma de austeridad verde que se administraría invocando el espectro del desastre climático y se despliega a través de un hipertrofiado aparato de seguridad de biovigilancia.
Una de las críticas al IPCC se centra en sus modelos, que se basan en la ciencia colonial producida en el Norte Global y, por lo tanto, excluyen las perspectivas que provienen del Sur Global. ¿Hay alguna manera de contraatacar con regímenes de conocimiento alternativos?
Una fuente clave es la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando contemplamos la subida de la marea de los movimientos obrero, socialista y de liberación nacional, así como importantes experimentos en cooperación internacional. Lo más espectacular, por supuesto, fue el surgimiento de la teoría de la dependencia en los pasillos de la Comisión de Comercio y Desarrollo de la ONU, entre otros vínculos Sur-Sur que articularon modelos e interpretaciones económicas alternativas.
Todo el mundo se olvida de esto, pero unos años después de que se publicaran Los límites del crecimiento por parte del Club de Roma hubo una respuesta latinoamericana publicada por la Fundación Bariloche en 1972. El nombre era ¿Catástrofe o nueva sociedad? y sugería la necesidad de una redistribución fundamental de la riqueza y el poder. También podemos analizar productivamente la soberanía alimentaria y la agroecología, que ha sido un movimiento internacional Sur-Sur y Sur-Norte.
El problema es que el sistema universitario mundial está imbricado en su totalidad en el complejo climático-industrial. Existe una lucha por el conocimiento liberado dentro de la fábrica de conocimiento global, pero necesitamos construir lazos de solidaridad. No solo entre intelectuales, aunque sea parte de ello, sino también entre movimientos internacionalistas de campesinos y trabajadores de todo el mundo. Eso es lo que se necesitará para nutrir y encontrar formas de desarrollar un conocimiento genuinamente emancipador. El conocimiento que ayudó a crear la crisis climática no nos ayudará a abordarla de ninguna manera liberadora y sostenible.
¿Cómo ve en términos generales el papel de China en la solución al problema climático?
Creo que la mayor amenaza para la humanidad no es el clima, sino la guerra de las grandes potencias. Veo la guerra en Ucrania como una guerra climática que, como he señalado, será el comienzo de una nueva Guerra de los Treinta Años y que marcará el final de la naturaleza barata. Aunque no soy un fanático de la Belt and Road Initiave, la estrategia de China parece más razonable sobre cuestiones de vida o muerte, guerra y paz, que el eje Washington-Davos-Berlín.
Las contradicciones internas del capitalismo chino serán cruciales. También hasta qué punto el PCCh (Partido Comunista de China) está realmente preparado para abordar la crisis climática. Creo que se están preparando para el aumento del nivel del mar. Pero prepararse para el aumento del nivel del mar no es lo mismo que hacer algo significativo sobre la crisis climática. Por eso, podríamos aprender bastante de los chinos sobre la planificación a medio plazo.
En cualquier caso, la esperanza de la justicia climática vendrá de los trabajadores, campesinos y del proletariado planetario. No solo de los trabajadores remunerados, sino de los trabajadores no remunerados, humanos y extrahumanos. De lo contrario, tendremos movimientos políticos por el socialismo que seguirán tratando la trama de la vida como algo que se debe administrar y dominar, en lugar de como camaradas que sacan las armas juntos para alcanzar un planeta sostenible.
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No tiene desperdicio nada de la entrevista. Gracias por hacerla posible.
No tiene desperdicio nada de la entrevista. Gracias por hacerla posible.