Black Lives Matter
Tras seis meses de Black Lives Matter, ¿qué monumentos queremos para el futuro?

Seis meses han pasado desde las protestas de Black Lives Matter y los ataques a monumentos que trajeron consigo. ¿Con qué se van a llenar las peanas que han quedado vacías?
Stonewall Jackson Richmond
Peana del monumento a Stonewall Jackson en Richmond, que fue desmantelado. SANJAY SUCHAK / TOPPLED MONUMENTOS ARCHIVE
1 feb 2021 06:00

Durante el 2020, no solo el covid-19 ha ocupado titulares. Los meses de mayo y junio trajeron consigo protestas en respuesta a la muerte de George Floyd, y por la defensa de las vidas de las personas afrodescendientes. En este contexto, ocurrieron derribos y ataques a monumentos en EE UU y algunos países de Europa. Con el paso de los meses, el debate en torno a monumentos ha dejado de estar presente en los medios. Que ahora no llene titulares nos concede el tiempo para pensar desde el reposo la dimensión del problema, e imaginar cómo queremos que sean las cosas a partir de ahora.  

La violencia contra las personas racializadas no se ha ido a ningún sitio, porque forma parte de las estructuras en las que se asienta nuestra sociedad. Ahora que se ha hecho visible que los monumentos toman parte en la lucha contra esta violencia, es necesario poner acciones en marcha. ¿Qué va a pasar con los monumentos retirados? ¿Con qué se van a llenar las peanas que han quedado vacías? ¿Hay otros monumentos cuestionables que siguen camuflados a plena vista? 

Aparecen aquí varias problemáticas, entrelazadas entre sí. Primero, hay un desajuste entre el tipo de sociedad que generan los monumentos que llenan nuestras calles, y la construcción de una sociedad igualitaria; segundo, la toma de decisiones en torno a esto no es algo colectivo y, además, está atravesada por la misma ideología que producen los monumentos en pie.
Los monumentos, al estar colocados en el espacio público, crean un mapa simbólico de la historia del territorio en el que son levantados
Los monumentos son una escenificación del poder. En su mayoría, son la representación de un personaje o hazaña a los que se les da cuerpo de hierro o piedra para que sobrevivan generaciones —por mucho que sea a través de una forma abstracta—, y con la intención de que sean recordados de la manera en que, quien le dio cuerpo, quiere que se haga. Al estar colocados en el espacio público, crean un mapa simbólico en nuestra mente, de la historia del territorio en el que son levantados. Puede que no sepamos a quién o a que están dedicados, pero por el mero hecho de estar ahí, deducimos que son determinantes para la historia gloriosa del lugar. La lógica dicta que las personas representadas han de ser figuras que merecen respeto, porque no a todas las personas se nos otorga el privilegio de la memoria. Por lo tanto, en el mismo gesto de decidir quien es recordado y quien no, los monumentos nos hacen conscientes de que la historia que narran, es excluyente. Construyen una memoria basada en hitos históricos. Generan enclaves de éxito y orgullo reservados a unas pocas personas aisladas de su contexto, e ignorando con ello el hecho de que todo lo que ocurrió en ese momento (incluidas todas las vidas), está en realidad entrelazado entre sí.  

En mayo y junio en Europa, se tomaron como objetivo estatuas que hacían honor a personas responsables del pasado esclavista de los países en los que se encontraban y, por lo tanto, de su pasado imperialista. Las razones para que estos monumentos aún estuvieran en pie se encuentran en los siglos de racismo heredados generación tras generación, que vienen de aquel momento de la historia en el que el hombre blanco hizo de las vidas racializadas objeto, materia de la que extraer fuerza de trabajo a coste cero. Es decir, posesión. Quieran o no algunas personas aceptar esta realidad, que siguieran en sus peanas, es prueba y causa al mismo tiempo, de la supervivencia de esta concepción arrojada sobre algunas vidas, como no vidas.


Ni los muertos ni el pasado están tan muertos ni tan pasados o, si no, ¿por qué corrieron en Bristol a recuperar del agua la estatua del comerciante de esclavos Edward Colston, pero no a aplaudir el gesto de derribo, a aceptar responsabilidades por mantenerla en pie, o a abrir una convocatoria pública con la que pensar una alternativa para su sustitución? El ayuntamiento de Bristol respondió con un sentimiento de pérdida. De igual manera, ¿por qué corrieron Bansky y Marc Quinn (ambas personas con poder) a proponer alternativas, en vez de esperar a la comunidad que protestaba tomara la iniciativa? 

La brutalidad policial y el racismo sistemático que denuncia la comunidad afrodescendiente, continúa. Al igual que los monumentos, estas herencias se camuflan en el día a día, haciendo urgente poner en práctica formas con las que erradicar su supervivencia, y con las que construir un futuro igualitario. Que el racismo existe, es innegable. También, que tenemos que encontrar formas de hacer reparaciones para acabar con él. Retirar monumentos es solo una parte del trabajo, pero es una parte importante porque el espacio público determina maneras en que lo simbólico y lo afectivo nos hace formar parte de un territorio y de una sociedad. A través de estos símbolos se nos da un lugar o se nos niega, en el ecosistema social. La dimensión simbólica de nuestro espacio público omite sistemáticamente símbolos de determinados sectores de la sociedad (personas racializadas, migrantes, LGTBIQ+, mujeres), o les otorga un lugar determinado (por ejemplo, con los monumentos a las madres, o pintadas con la palabra maricón a modo de insulto). 
El sentimiento de pérdida derivado del derribo de la estatua de Colston, al igual que las fricciones en España ante los monumentos a Colón, demuestra que se genera un vínculo emocional con estos símbolos
El sentimiento de pérdida derivado del derribo de la estatua de Colston, al igual que las fricciones en España ante los monumentos a Colón, o las reticencias de sectores de la población —no necesariamente franquistas— a modificar herencias del franquismo como nombres de calles, demuestra que, al margen de quienes sean los representados, se genera un vínculo emocional con estos símbolos y con la geografía de la ciudad. Allí es donde hemos vivido nuestras vidas, y se entrelazan con nuestros recuerdos. Por eso, aunque la mera presencia en las calles de estas herencias niegue la igualdad entre todas las vidas, siempre habrá quienes defiendan su mantenimiento. Ahora bien, no hay razón que justifique que este sentimiento guíe la toma de decisiones respecto al problema que acontece, como ocurrió en Bristol.

Los monumentos imponen una forma de recordar la historia, pero también de concebir la vida. Incluir en las calles monumentos dedicados a versiones de la historia no blancas y que no estén en manos de hombres es, por lo tanto, otorgar un poder que les ha sido negado en el entramado social. Es parte del trabajo necesario para rectificar la falta de representación y, por lo tanto, de concebir todas las vidas de una manera que se aleje de la negación de la misma. Este es el comienzo para tan urgentes reparaciones. Sin embargo, ¿es suficiente? ¿o seguiríamos escribiendo a pesar de todo, la historia del poder? Aquellos que recordamos a través de monumentos están tocados por el poder y, por ello, este tipo de imágenes describen una historia basada en su posesión, más que en cualquier otra cosa. Hacen de la posesión de poder razón para el éxito, el orgullo y el paso a la memoria colectiva.


Las formas en que fueron atacados los monumentos el pasado junio no son nuevas. Son de hecho antiquísimas. Una rápida mirada a la historia de la iconoclasia lo hace evidente, llena de imágenes derribadas, golpeadas, humilladas y mutiladas. Que estas maneras sigan repitiéndose, tiene que ver con que seguimos construyendo monumentos de la misma forma. La ciudad debe ser un espacio donde todas sus voces puedan ser escuchadas, y esto es algo que hay que defender desde la práctica. Ante esto, ¿son los monumentos, tal y como los conocemos, la mejor manera de crear sociedad? ¿no es esta forma de recordar, a través del poder, imperialista en sí misma? 
Juguemos con los tiempos verbales: podríamos hacer un monumento al momento exacto en que el hombre blanco entendió su privilegio
Si el poder es lo que concede acceso a la memoria colectiva, ¿cómo hacer que todas las personas sin él, puedan adquirir la posibilidad de ese privilegio? Quizás esto no sea posible a través de la idea de monumento que conocemos, porque no está diseñado para hacer historia de lo insignificante. ¿Qué podemos hacer con el espacio público, más allá de rellenar los huecos que han dejado los condenados, con otros monumentos construidos de la misma manera? Este es, a mi entender, el reto frente al que nos encontramos, e implica un cambio radical de la gramática de las imágenes que construyen nuestros espacios públicos. Implica trabajar a favor de una dedicada a la posibilidad más que al evento. Diseñada para crear una sensibilidad con la que escuchar lo que, de otra manera, no puede ser dicho. Una que trabaje en un tiempo verbal condicional, en el ¿y si...? más que en la afirmación del es, ha sido y será. Quizás así, lo monumental sea capaz de dar cuerpo a otro tipo de historia, una no construida a través de hitos, y que preste atención al continuo que es realmente el tiempo, donde todo lo que ocurre está relacionado entre sí. Replantear a través de esta gramática el espacio, el monumento, la percepción del tiempo y de la historia, y cómo nos relacionamos con la idea de vida a través de ellos. Juguemos con los tiempos verbales. Podríamos hacer un monumento al momento exacto en que el hombre blanco entendió su privilegio. En pasado, dando por hecho que ya ha ocurrido. 

¿Qué pasaría si hacemos monumentos que no estén hechos para durar? si generamos una mirada a lo efímero, a lo que es posible que olvidemos en vida. ¿Qué pasaría si pensamos los monumentos como perecederos, o como algo que se degrada con el tiempo sin necesidad de conservarlo? ¿Qué otras formas de recordar conocemos, o que otras podemos imaginar?

Para ser, no necesitamos pasear por ciudades llenas de figuras con las que medir nuestra existencia, o bajo cuyo éxito guarecernos solo por haber nacido en el mismo lugar. ¿Por qué no caminar por parques llenos de árboles, y hacer de ellos monumentos? Parques llenos de gente viva, viviendo. ¿Por qué no hacer más espacios de encuentro, en vez de peanas sobre las que alzar victorias, y bajo las que humillar derrotas? 

En España hay mucho trabajo por hacer. Los símbolos heredados del franquismo siguen siendo empleados como arma política —como ocurrió con la defensa de una cruz del Valle de los Caídos, que nunca estuvo amenazada—. Pero, además, España tiene que pensar cómo se relaciona con las personas migrantes que forman parte de su tejido social, a través de los símbolos derivados de su pasado colonial. Como BLM ha demostrado, esto es algo que pasa por monumentos y conmemoraciones. Sin ir más lejos, la plaza de Colón en Madrid sigue conteniendo Los Jardines del descubrimiento. Al mismo tiempo, la comunidad migrante en España, con el #12OctubreNadaQueCelebrar, demanda la eliminación del 12 de octubre como Fiesta Nacional al menos desde 2012. Como dice el colectivo Toppled Monuments Archive a tenor de los monumentos confederados en EEUU, no necesitamos preservar estos objetos para preservar la historia. 
Las decisiones tomadas por ayuntamientos, demuestran que los conocimientos sobre arte y cultura visual de aquellas personas que los componen, son en ocasiones cuestionables. ¿Qué nos asegura que no estará su mirada atravesada por ese sentimiento de pérdida antes mencionado? ¿Cómo hacer de esto una cuestión colectiva? 

Tenemos que estar alerta al caminar por las calles. Tenemos que prestar atención al lugar a donde van a parar los monumentos que se quitan, porque no es lo mismo un museo (como dijo Resnais, allí donde van las estatuas a morir) que en venta en una subasta. Hay que asegurarse de que no vuelvan a la vida, si es que acaso han muerto. No es una tarea fácil la que propongo. Por eso, hacen falta espacios para pensar sobre esta nueva gramática, o al menos, donde cuestionar la que tenemos. Tenemos que demandar exposiciones, convocatorias para artistas, y dinero público destinado a imaginar un espacio público construido de forma que permita a todas las personas formar parte de la misma manera.
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#81667
2/2/2021 14:44

Qué monumentos? pues como siempre es la izquierda la abanderada de la superioridad moral... los monumentos que vosotros digáis.

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1
#81554
1/2/2021 10:43

En resumen, se nos dice que nos sintamos culpables, y que construyamos una nueva sociedad con la base de ese sentimiento de culpa.

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