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El pasado 28 de mayo, tras la final de la Champions League, el encuentro entre el Real Madrid y el Liverpool se reflejó en los periódicos y la conversación pública no tanto por su dimensión deportiva, sino por la tensión que se habría vivido en el entorno del Stade de France, ubicado en Saint-Denis, una banlieu del norte de París con una importante población de origen migrante, y unas estadísticas económicas muy por debajo de las de la capital francesa. Los incidentes —la denuncia de robos y agresiones por parte del público— sucedían en medio de dos campañas electorales donde la extrema derecha empujaba su hegemonía narrativa: las legislativas francesas, y mucho más al Sur, las autonómicas andaluzas. Mientras el ultraderechista Eric Zemmour afirmaba “Saint Denis hace mucho que dejó de ser Francia”, Macarena Olona llevaba el discurso de la inseguridad a El Ejido, o Santiago Abascal alertaba en sus redes: “Aún estamos a tiempo de evitar que Usera, El Puche o Salt se conviertan en Saint Denis”.
Usera tiene cosas en común con Saint Denis: una importante población de origen migrante, muchos jóvenes, y una renta media que es de las más bajas de la ciudad. También la tendencia a salir en los medios de comunicación relacionada con hechos delictivos. Elementos que alimentan una narrativa alarmista, espoleada por discursos de una extrema derecha que es capaz de definir a barrios como Saint Denis como “estercoleros multiculturales”.
“Tengo amigos por el centro que les digo ‘soy de Usera’ y dicen, esa parte es muy conflictiva”. Britany tiene 14 años y lleva toda la vida en el barrio. Le cansa un poco este discurso de la conflictividad, no niega que haya problemas, pero cree que el barrio es mucho más que eso
“Tengo amigos por el centro que les digo ‘soy de Usera’ y dicen, esa parte es muy conflictiva”. Britany tiene 14 años y lleva toda la vida en el barrio. Le cansa un poco este discurso de la conflictividad, no niega que haya problemas, pero cree que el barrio es mucho más que eso. “Me gustaría que se hablara de la parte buena de Usera, la parte positiva”. Entre lo positivo, esta adolescente destaca las asociaciones, como La Asociación la Mancha, a la que acude un par de días a la semana a hacer boxeo. Ubicada en una plaza frecuentada por jóvenes, niñas y niños de todas partes, la asociación la fundaron las olas de migrantes previas que llegaron a Usera buscando un futuro mejor en Madrid desde otros lugares de la península.
“Llegaron cuatro vecinos y se armaron un barrio entero de la nada. Vamos, que el barrio lo construye la gente que vive en él, de forma autogestionada”, explica Luis. Este joven procedente de Caracas se propuso saberlo todo del barrio donde iba a vivir, pero también de la ciudad, cuando llegó hace cuatro años. Explica que, al principio, Usera era un barrio de chabolas, que en los años 80, en la plaza del campo de Criptana, donde ahora está la asociación, había drogadictos. “Siempre ha sido un barrio pobre en cierta forma”, concluye. Pero es su barrio y le gusta, viene tiempo acudiendo a la asociación La Mancha, a practicar boxeo. Lo hace por entrenarse, por hacer deporte.
A 200 metros de la plaza, Fidel Oliván, entrenador de boxeo y uno de los integrantes de Guantes Manchados, muestra una callejuela peatonal que se encuentra cerca otra asociación: La Unión de Almendrales. La callejuela lleva el extraño nombre de Remodelación de Almendrales. El nombre, explica, responde a la voluntad de los vecinos y vecinas de recordar cómo las luchas vecinales arrancaron una gran promoción de vivienda pública. Los bloques sociales de los 80 y 90 se ven por todo el barrio. Es en este experimentado tejido vecinal que Fidel, junto a un grupo de amigos que habían llegado a vivir Usera desde Zaragoza, se decidieron a arrancar un proyecto que conjugaba su afición al boxeo con la militancia. “Ya hemos cumplido cuatro años este pasado febrero y han pasado cientos de jóvenes. Es un proyecto que tiene mucha base y está muy arraigado”, explica Fidel, que también es dinamizador juvenil en el barrio.
Para Guantes Manchados, estar en la plaza donde se encuentra la Asociación la Mancha es importante, explica Fidel, pues se trata de un espacio en el que “confluyen algunas de las problemáticas de la juventud en el distrito, el absentismo escolar, problema de violencias urbanas, ocupación del espacio público de una forma, y no de otras, consumo y demás”. La buena implantación de esta iniciativa responde para Fidel a que “hubo un contexto, hubo análisis previo y hubo también un diálogo con los agentes sociales”.
Juventud callejera
Algo que reivindican desde Guantes Manchados es que, a diferencia de otros colectivos y movimientos barriales de más larga trayectoria pero con más dificultades para incorporar los cambios demográficos en el barrio, su asociación supone “un reflejo actualizado de la sociedad”. Salvo por la comunidad china, muy presente en el barrio, pero con sus propios circuitos de ocio y deporte.
“La gran mayoría de la juventud de Guantes Manchados es muy callejera en muchos sentidos, está siempre en la calle y es de origen migrante”. Hay quienes como Luis, nacieron en el extranjero, hay quienes como Britany ya nacieron aquí, pero todos comparten “una identidad de Usera total, una identidad dual muy rica que se ve muy, muy claramente. El boxeo, además, siempre ha sido muy atractivo para las clases populares, sea donde sea su origen”, explica Fidel.
La presencia de la chavalería en la calle, asociada al hecho de que muchos de ellos y ellas son de origen extranjero, genera, considera el entrenador, también sociólogo, una cierta alterización de esta juventud por parte sobre todo de determinados sectores de la población: “Quienes dicen que los espacios públicos están copados por jóvenes, que son ruidosos, que son molestos, son siempre mayores españoles, aunque provengan de otras regiones que no son Madrid y también fueron migrantes en su momento”. Habría ahí un doble eje, basado en la edad y en la procedencia.
“La realidad es que si no existieran esos jóvenes, estos espacios públicos —en Pradolongo, en Almendrales, en todas las plazas de Usera— que siempre han sido muy vividos, muy animados, gracias precisamente a esta diversidad de migraciones en los 60 y 70, hoy estarían muertos”
“La realidad es que si no existieran esos jóvenes, estos espacios públicos —en Pradolongo, en Almendrales, en todas las plazas de Usera— que siempre han sido muy vividos, muy animados, gracias precisamente a esta diversidad de migraciones en los 60 y 70, hoy estarían muertos”. Fidel acusa una cierta amnesia entre alguna gente mayor, sobre cómo eran los barrios antes, y también sobre las diversas formas de inseguridad que se vivían, incluidas las bandas juveniles, que no tienen nada de nuevo. La chavalada, sin embargo, está creciendo en otro paradigma: “Han nacido ya en esta multiculturalidad. Es como un pez que está dentro de un estanque. No ve el agua es su medio, es su entorno. Aquí pasa lo mismo, no hay conflictos de origen entre la juventud prácticamente”.
Albeyro tiene 13 años pero aparenta más. Lleva gran parte de su vida en el barrio. Recuerda en concreto cómo, desde los cinco años, la plaza ha sido un lugar de juego y de encuentro. Ahora afronta la entrada en una adolescencia que, confiesa, no es fácil mientras intenta adaptarse al instituto y los cambios. A pesar de lo que cuentan en televisión, a Albeyro el barrio no le parece particularmente inseguro: reconoce que, como en otros barrios puede haber atracos, “puede que te metas en algún lío, en alguna pelea”. El joven compara el barrio con su país de origen: “Aquí es más como en República Dominicana, donde parece que todo el mundo es como que más familiar”, comenta antes de volver a la sala de la Asociación, donde varias decenas de jóvenes se están poniendo ya las vendas y los guantes.
Minerva tiene 16 años y su experiencia del barrio es distinta, pues no vive allí sino en el vecino Carabanchel. Eso sí, lleva cuatro años dando puñetazos a los sacos de Guantes Manchados, y recorre dos veces a la semana los 10 o 15 minutos andando que separan el metro de Usera de la Asociación. Es en este recorrido donde Minerva puede ver lo que cuentan las estadísticas: la presencia migrante, las rentas bajas, el descuido institucional de las calles o de la recogida de basura. “Aquí invierten muy poco dinero en comparación con otros barrios y se nota por la calidad de vida, como se puede ver desde fuera, comparándolo con, por ejemplo, algún barrio del norte. Los edificios, el tipo de construcción, las calles, las tiendas, se nota que todo tiene peor calidad que en otros barrios”, afirma.
La percepción de las chicas y chicos entrevistados es clara: viven en un entorno con peores condiciones económicas que el resto de la ciudad, pero no en un mal barrio. “El barrio me gusta. A veces es un poco peligroso y eso, pero aun así yo lo veo como normal. Me gusta mi barrio y me siento segura en él”, resume Britany, quien considera Usera como un barrio de clase media baja. Para Luis, lo que pasa también es que la pobreza no se ve, que se desconocen las realidades de la gente, como en su caso, que reside con su familia en un piso gracias al apoyo de la Cruz Roja. Él, sin embargo, es muy consciente de que la pobreza está, solo que es invisible porque no se la quiere mirar, aunque, como se encontró él mismo el otro día en el Pradolongo, o como se ve en la misma plaza algunas noches, hay gente durmiendo en la calle. “Es como si fueras invisible. Por ejemplo, un político dijo el otro día que él no había visto nunca a alguien pobre en Madrid, normal, viviendo en La Moraleja y andando con chófer a todo sitio, ¿cómo vas a ver a alguien pobre?”
Lo que Luis no ve es esa inseguridad de la que tanto alertan quienes no pisan mucho el barrio. Él viene de Caracas, recuerda, y de inseguridad sabe un rato. “Aquí me siento tranquilo, es un barrio normal, hay paz”. Lo que sucede, apunta, es que como en Madrid pasan pocas cosas, en cuanto hay un par de noticias sobre delitos en Usera, el barrio ya se gana la reputación de inseguro.
Inseguridad vital
A sus 14 años, a Britany le gustaría estudiar criminología o psicología. O quizás ser maestra infantil pues los niños le gustan “a veces”, explica riendo. Aunque ella piensa que esforzándose puede llegar a donde quiera, el otro día en su clase hicieron un ejercicio para ver cuál era el costo de la vida, sumaron alquileres, suministros, comida, y en general todos los gastos, y se dio cuenta de que era bastante dinero. Se preocupó un poco. Piensa que entonces no basta con trabajar de lo que te guste sino que te tienen que pagar bien. Pero confía: “Si haces una FP ya te tienen como un futuro asegurado, haces el grado superior y ya te meten en un trabajo”. Albeyro, un año más joven, también piensa que si lo hace todo bien conseguirá un empleo bien pagado para “poder apoyar tanto a mi familia como a lo mejor a otras personas”.
A medida que se cumplen años el optimismo se modera: Minerva ve cómo sus amigos más mayores que van a la universidad se enfrentan a ofertas de trabajo con malas condiciones y escasos salarios. A sus 22 años, frente a frente con el mercado laboral, Luis ya vive en primera persona la decepción: tras cuatro años de Formación Profesional no está encontrando un empleo. “En todos los trabajos me pedían diez años de experiencia y justo había terminado de estudiar. Es como si tuvieras que empezar a trabajar con seis años. Si no, la mayoría de cosas que podía conseguir eran de becario y no te pagaban”.
“En todos los trabajos me pedían diez años de experiencia y justo había terminado de estudiar. Es como si tuvieras que empezar a trabajar con seis años. Si no, la mayoría de cosas que podía conseguir eran de becario y no te pagaban”
Fidel no es mucho mayor que Luis y puede dar fe de la aridez del mercado de trabajo. Frente a las esperanzas de los chavales más jóvenes de que el esfuerzo traerá recompensas, ambos conocen la sensación de frustración de las expectativas no alcanzadas. El dinamizador enmarca esta presión en el viejo gusto capitalista por los discursos meritocráticos, una narrativa del emprendedor “que se ha reactualizado muy bien” y puja fuerte entre las y los jóvenes. Un discurso que prima sobre el de la redistribución o que aleja el debate de las condiciones estructurales. “Hay una muy pronta distinción o triaje entre los que pueden estudiar una carrera y que pueden llegar a tener una oportunidad laboral —pero que en gran medida se frustran porque no pueden trabajar de lo que han estudiado—, y quienes van directamente a FP, que pueden conseguir trabajo, pero nunca será mejor que el de los otros. Digamos que eso es muy rápido y diferenciador”.
Ante los discursos sobre el barrio de quienes raramente lo pisan, y que recetan medidas policiales o de control de la migración, los chavales y chavalas que lo habitan necesitan otras cosas. Más inversión en educación y en empleo, ayudas para el alquiler, una mayor limpieza de calles que se limpian mucho menos que en otros barrios, equipamientos culturales, añade Luis recordando que hay un teatro cerrado desde hace años, una reivindicación histórica de los vecinos a la que ningún ayuntamiento ha dado respuesta. Lo que piden es una mayor escucha, y también, por qué no, mayor seguridad. En este sentido, Fidel apunta a que es importante que los jóvenes se apropien de los espacios y participen a nivel social. Participación social, mejor formación y mayores oportunidades laborales, esa es la propuesta que emana de una plaza de Usera, antes de que los chavales se enfunden los guantes de boxeo, como hacen cada semana, lejos de los relatos de terror que gustan a las fuerzas reaccionarias.
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Pequeno error en el texto:
En la jerga del boxeo, en todos los gimnasios donde he estado, de "las cintas" (expresion usada en el articulo) lo llaman "las vendas". Entiendo que nos referimos a las vendas de las manos, claro.
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