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Los Surfing Sirles se despedían de Barcelona en su minigira de regreso el pasado otoño y el periodista Jordi Bianciotto recordaba la pulcritud y educación de la actual escena catalana. O la que vende la cultura oficial. Pero hubo un tiempo en el que la cultura al margen, nada pulcra y educada, hervía en Barcelona y el resto de Catalunya. Gestió del caos: escenes de la contracultura a Catalunya 1973-1992 (Angle Editorial, 2018), de Aleix Salvans, es una crónica de aquella corriente, que encontró nuevas formas de explorar la creatividad en tiempos especialmente convulsos, en los que se creía que el cambio y la ruptura eran posibles.
“¿Crees que ayudas a la cultura catalana?”, pregunta Àngel Casas a Pau Riba en el primer Canet Rock. “Seh. Destruyéndola”, responde Riba.
“Tenemos a Manel, Els Amics de les Arts o Txarango, que por mucho que algunos se posicionen abiertamente de izquierdas, forman parte de una cultura oficial que se promueve en todas partes. Ya pasaba a finales de los años 80 con toda la maniobra del rock català: Sopa de Cabra, Sau, Els Pets o Lax’n’Busto”, comenta Salvans a El Salto. Con el adiós de los Dr. Calypso, recién estrenado el año, ya no quedan referentes de aquella época, aunque algunos se junten de forma esporádica. “Estaban los Sirles y están Zombi Pujol. Si buscas la contracultura, la sigues encontrando”.
Barcelona
¿Sigue siendo Barcelona una ciudad muerta?
La Barcelona de Gestió del caos es gamberra y fiestera, pero también la más activa y activista. La de la liberación sexual y homosexual, del DIY, de la primera okupación, del primer festival punk y de la autogestión obrera de los trabajadores de Numax, abandonados por sus propietarios, nazis refugiados en los años 50. Una verdadera realidad cultural paralela en una ciudad que lo más parecido que había conocido era esa exquisita Gauche Divine. Radios libres, revistas y cómics, comercios, salas y tiendas de discos conforman un circuito urbano desconocido para la mayor parte de la población de la ciudad.
De la llegada a Nazario desde Sevilla a la muerte en 1994 de Pepe Sales y Pau Malvido —Pau Maragall, nieto del poeta, hermano del alcalde—, la historia se construye a través de las vivencias de personajes como Pau Riba, Víctor Nubla, Enric Casasses, Quim Monzó, Mariscal, Ocaña o Ramon Barnils y otros muchos que les rodean.
“La gestión secreta y benevolente del caos no morirá nunca”
El propio título salió de una de las conversaciones con Nubla: “La gestión secreta y benevolente del caos no morirá nunca”, le soltó a un Aleix Salvans que sabía que acababa de encontrar título para su libro. Para los no interesados en la nostalgia, aquí se desromantiza lo que en ocasiones se ha llamado un “paraíso perdido”. “Puede que llegues a un punto de tu vida en el que resulta complicado aceptar que quizá lo que hiciste no sirvió de nada. Si explicas tu vida tienes que hacerlo explicando que estabas en un lugar de puta madre, con gente de puta madre y que ahora todo es una mierda. Muchos de ellos tienen una visión muy crítica y desmitificadora de todo aquello”.
Se dice que los motivos del éxito y el fracaso nunca se conocen, y que a menudo son intercambiables. Es el misterio más estimulante del talento y la creación, o de la ausencia de ambos. Para el autor de cómics OnliYú, todo fue más sencillo. “No éramos underground porque quisiéramos, sino porque no nos quería comprar las historietas ni Dios”, afirma el dibujante en el documental Barcelona era una fiesta (Morrosko Vila-San-Juan, 2010).
“Los que han acabado escribiendo en El País o El Mundo venían de familias ricas y todo es muy guay cuando los padres te pagan el piso y tú puedes pagarte las drogas. Luego estaban los que se ganaban la vida como podían, compartían pisos sin agua caliente y además intentaban hacer algo en un circuito que apenas existía”, comenta Salvans. “Evité caer en la visión maniquea de los que se vendieron y los que no. En general, creo que fue una gente extraordinariamente valiente, con más o menos suerte, con más o menos éxito, en unas condiciones en las que era muy complicado hacer las cosas que hacían”, añade.
Contra Franco vivíamos mejor
El fin del franquismo supuso un gran golpe al sistema cultural construido para oponerse a él. La mayor parte de Gestió del Caos se centra en los años posteriores a la muerte de Franco, en los que Catalunya y España daban forma a su cultura oficial mientras la sensación de frustración y engaño cuajaba en toda la generación de creadores. “La lucha contra la dictadura dio una sensación de unidad. Después nadie sabía qué pasaría. Y lo que pasó es que hubo varios sectores del antifranquismo que recogieron encantados su parte del pastel. Todos los grandes partidos aceptan entrar en el juego y entonces se han acabado las tonterías”.
Cultura de la Transición
Sophie Baby: “En los 70 se esperaba la guerra civil, la percepción era que habría un millón de muertos”
El discurso político generalista ha defendido el carácter incruento del paso del régimen franquista a la democracia del sistema del 78. Sin embargo, durante la Transición hubo centenares de muertos. La autora de El mito de la transición pacífica (Akal, 2018) ha realizado un estudio científico sobre la realidad y la utilidad de ese constructo.
La muerte de Franco llevó al desencanto de la Transición, que supuso un freno para toda aquella efervescencia creativa, y los primeros pasos para la oficialización de la cultura. Había dos opciones, “colgarse la corbata o la jeringuilla”, comenta David Castillo en el libro. En versión Mariscal: “Mientras unos nos colocábamos, otros se colocaban en La Caixa”.
Un puto agujero negro
“Un sistema fuertemente establecido puede aceptar cierto grado de transgresión sin que le suponga un peligro. Pero en el momento en el que el franquismo se reinventaba en el Régimen del 78, y el catalanismo de derechas de Pujol llegaba para ponerse a ‘fer país’, todo lo que quedó quedaba fuera de esta idea de país quedó apartado del todo”.
No era una idea nueva. “En parte es lo que dijo Freud en El Malestar de la Cultura. Los Estados se fundamentan también creando una cultura determinada que cree una cohesión que reprima los instintos primarios. Parte de la contracultura es agresividad, violencia, incomodidad, remite a los sentimientos más profundos… Gran parte de la contracultura es incómoda porque va en contra de cómo se establece una cultura oficial”.
Que Barcelona era una fiesta lo sabemos, en parte, por el documental de Morrosko Vila-San-Juan y otros, pocos, documentos que recuperan la memoria de una escena silenciada para construir la identidad moderna, cosmopolita, creativa y acomodada de la ciudad que hoy se proyecta al mundo. Un “puto forat negre”, regresando a Pau Riba.
El proceso de limpieza cultural que durante años ha intentado sepultar en el olvido la Barcelona underground y el rock radical vasco ha dejado a La Movida como único movimiento contracultural del Estado en gran parte del imaginario colectivo. Aunque en los últimos tiempos se ha iniciado un proceso de revisión y desmitificación, Salvans no quiere sumarse al carro. “La Movida era muy amplia, pero lo que ha quedado es Mecano, Alaska y Tequila. No sé si La Movida se apropió del dinero o el dinero de La Movida, pero resultó un movimiento mucho menos incómodo porque su provocación era estética. Lo más transgresor que ha quedado es el ‘Mujer contra mujer’ de Mecano. Valiente en su momento, pero tampoco provoca especialmente”.
El rastro de aquellos años 80 barceloneses puede escarbarse en Barcelona, del rock progresivo a la música layetanay Zeleste (Àlex Gómez Font, Milenio 2011), Que pagui Pujol, una crónica punk de la Barcelona dels 80 (Joni D, La Ciutat Invisible 2011) o Ciudad Secreta: sonidos experimentales de la Barcelona preolímpica (Munster, 2013) y sus tres discos.
Que pagui Pujol, punk y hardcore
Esa ciudad ignota de lcrítico musical Jaime Gonzalo, la de la ola laietana, el rock progresivo y la música experimental de los últimos años 70, de grupos como Macromassa, Suck Electrònic Enciclopèdic o Perucho’s, dejó paso a las nuevas generaciones y al punk con el cambio de década. “Nadie habla del punk de Barcelona”, escribía Xavi Sancho en referencia a Harto de todo: historia oral del punk en la ciudad de Barcelona (2011), autoeditado por Jordi Llansamà, el hombre detrás de BCore, el sello encargado de rescatar muchos de aquellos grupos.
Sostiene Salvans que “las corrientes culturales acostumbran a ir siempre en contra de la generación anterior. La generación previa era súperpolitizada, los punks son puramente destructivos. Su activismo no presenta una alternativa. Luego el hardcore volvería a ser muy politizado, con una propuesta de izquierdas clara”. Evolución o reacción. Oscilación o una simple corriente cíclica, la generación desengañada que creció creyendo que sus hermanos mayores lograrían el cambio se convirtió en la primera generación punk.
Música
Aina: “Cuanta más mierda comíamos, más felices éramos”
El Casino de la Aliança del Poblenou —el barrio que se quedó sin subvención socialista por su oposición a la transformación urbanística olímpica— acogería el primer festival punk estatal con Masturbadors Mongòlics, Marxa, Mortimer, Peligro, La Banda Trapera del Río y… Ramoncín. Después vendría al hardcore, dicen, la versión inteligente del punk. Los Anti/Dogmatikss, Subterranian Kids o GRB tomarían el relevo de los Último Resorte, Attack o Kangrena.
Heroína y nazis: la cara B
Cualquier movimiento juvenil y contracultural no puede entenderse sin las drogas y en la España de los años 80, con las anfetaminas retiradas de las farmacias, la heroína se movió a sus anchas. La epidemia del caballo y sus problemas derivados marcan los últimos años de la contracultura catalana. “Al convertirse en adicción, la droga te desactiva como artista. La heroína es el gran mal de la época. Un 1% de la población de Barcelona estaba enganchada y las consecuencias fueron mucho más allá, especialmente en forma de delincuencia y con el sida”, explica un Salvans para el que la heroína “desactivó a una gran parte de la escena”.
También durante los últimos años 80 la tensión entre skinheads tradicionales y de extrema derecha llegó al punto álgido. Los enfrentamientos eran constantes en el centro de Barcelona y una furgoneta de Matutano se convirtió en la encarnación del peligro. “Explicar lo que sucedió es sencillo, los motivos es más complicado. Hay mucho sustrato sociológico”, asegura al autor. “En cierto sentido, tiene muchas similitudes con lo que pasó en el Reino Unido con el National Front, por ejemplo. Tradicionalmente, y actualmente lo estamos viendo en España, la extrema derecha siempre está ahí de alguna manera, solo necesita los condicionantes y perder el miedo o la vergüenza para dejarse ver”. Los partidos de extrema derecha, hasta entonces escondidos, encuentran en parte de esta juventud desengañada a sus tropas de choque.
À la ville de… Barcelona
Los Juegos Olímpicos del 92, ese punto de encuentro entre el modelo convergrente y socialista, supusieron la culminación del gran plan de transformación y maquillaje de la ciudad y la idea de país construida durante la década anterior y también los últimos coletazos de aquella escena underground, algunos convertidos a día de hoy en algunas de las grandes marcas de la Barcelona del siglo XXI. “Después de los Juegos aparecen el Primavera Sound y el Sónar. Sideral y el Nitsa. Los inicios de aquello guardan relación con todo eso. En lo que se han convertido después ya se han encargado de explicarlo la gente que se ha hecho rica con ello”, sentencia Salvans.
Esa Barcelona que no vieron ni Pepe Sales ni Pau Malvido. “Abans morit que polit”. Antes muerto que pulcro, o aseado, o limpio, escribió Pepe Sales. La que prefieran. Sea como sea, lo cumplió.
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Eso de echar la vista atrás está muy bien, pero ¿qué tal si hablamos de la Barcelona sumergida de AHORA?
El finde pasado el Can't keep us down, dos días de hardcore, straitgh edge, punk, y grind en el Ateneu de Noubarris, con bandas locales, europeas y americanas....y el que viene 4 días de MDA, desde el jueves hasta el domingo, punk, punk y más punk. En el Ateneu L'Harmonia. Y hay más: la Sala Meteoro, el Kasal Jove de Roquetes,.... conciertos casi todos los findes!
No esperes 30 años y comprarte un libro para enterarte de la Barcelona underground.