Austria
La ultraderecha austríaca gana las elecciones, pero sobre todo la hegemonía

El ultraderechista Partido de la Libertad de Austria se convirtió en las elecciones de este domingo en la primera fuerza del país, con un 28,8% de los votos.
Herbert Kickl
Foto: Michael Lucan (CC BY-NC)

Los pronósticos finalmente se cumplieron y el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) se impuso claramente en las elecciones legislativas del domingo, convirtiéndose en la primera fuerza del país con un 28,8% de los votos, una subida de más de 12 puntos con respecto a las últimas elecciones.

Con estos resultados el FPÖ consigue por primera vez en su historia adelantar al Partido Popular Austríaco (ÖVP), que ha obtenido un 26,3%, con una importante caída de 11 puntos porcentuales en las urnas. Aunque el Partido Socialdemócrata de Austria (SPÖ) no ha conseguido mejorar sus resultados —un 21%— tampoco registra pérdidas significativas, pero la subida del FPÖ lo relega a un incómodo tercer puesto. Les siguen los liberales de NEOS con un 9,2% (+1,1) y Los Verdes con un 8,3% (-5,6). Ni el Partido Comunista de Austria (KPÖ) ni el satírico partido de la cerveza (BIER) han conseguido superar el umbral necesario para entrar en el parlamento y se quedan con la duda de si lo hubiesen conseguido de retirarse el otro, además de la de hasta qué punto el SPÖ ha capitalizado el voto útil de las izquierdas.

Los resultados de estas elecciones son inauditos y el futuro político de Austria, incierto. Algunas voces internacionales ya han expresado su preocupación: desde el ministro de Exteriores de Italia, Antonio Tajani (“creo que Austria necesita una coalición de Gobierno que excluya al FPÖ, las luchas políticas se ganan siempre en el centro para que los partidos de extrema izquierda y extrema derecha no puedan causar daños”), hasta el presidente del Congreso Europeo Judío, Ariel Muzicant, en unas declaraciones al diario italiano La Stampa.

Que los “azules” —como se conoce a la ultraderecha en Austria— hayan ganado estas elecciones no significa automáticamente que vayan a gobernar. Este lunes, el diario Der Standard recordaba que en 2019 tuvieron que pasar 100 días hasta la formación de un Ejecutivo. Aunque el FPÖ ya tiene preparado su equipo negociador y no quiere esperar demasiado a sentarse a la mesa, se interponen varios obstáculos en su camino a Ballhausplatz 2, sede de la Cancillería Federal de Austria. El presidente del país, Alexander van der Bellen, podría, por ejemplo, haciendo ejercicio de sus funciones, no encargar a Herbert Kickl, el candidato del FPÖ, la tarea de formar Gobierno apelando a los pilares democráticos de la constitución de la Segunda República, aunque esta posibilidad parece remota.

Los conservadores, decisivos

Los titulares se los lleva el FPÖ, pero la llave de gobierno la tiene el ÖVP. A pesar de su fuerte descenso —los populares austríacos no se han beneficiado ni de la caída de la inflación en agosto, ni de la supuesta estabilidad que los votantes buscan tras catástrofes naturales como la de las recientes riadas en Europa central, ni de sus equilibrios en política exterior con Rusia sobre la base de la neutralidad histórica del país—, los 52 diputados conservadores serán clave para formar un Ejecutivo.

La primera opción del ÖVP sería entrar en una coalición de gobierno con el FPÖ como socio minoritario. Esta opción cuenta en el partido tanto con voces a favor como en contra. Dentro de las primeras —entre las que se encuentra, por lo que se desprende de las entrevistas concedidas semanas atrás, el propio canciller, Karl Nehammer— hay quien opta por algo más maquiavélico: un cordón sanitario no al FPÖ, sino a Kickl, con la esperanza de precipitar una crisis interna en el partido que le permita, al menos, ganar oxígeno incluso si gobiernan con ellos y, así, recuperar el terreno perdido. En esta constelación política, el ÖVP seguramente haría uso de sus 52 escaños en las negociaciones para reclamar carteras clave como Finanzas, Interior y Justicia que le permitiesen presentarse ante el electorado como el socio fiable de la coalición.

La segunda opción, descartada una gran coalición con los socialdemócratas —el sello que ha imprimido a la formación su presidente, Andreas Babler, perteneciente al ala izquierda del partido, hace que sea vista como “inestable” por buena parte de la opinión pública—, es que el ÖVP encabece un Gobierno tripartito con otros partidos, con los liberales como “partido bisagra” siguiendo el modelo alemán.

Especialmente preocupante para los socialdemócratas es la pérdida de votos en distritos electorales industriales. La dirección del SPÖ se ha mostrado abierta a participar en una ronda de conversaciones con el resto de partidos y, aunque Michael Ludwig, alcalde de Viena y uno de los pesos pesados de la formación, afirmó a los medios que no se prevé un debate sobre nombres en el partido, para la firma de una coalición con los conservadores la dimisión de Babler podría muy bien ser el precio a pagar si termina siendo visto como el principal obstáculo a su formación. Como ha constatado Barbara Tóth en Der Falter, “la campaña electoral se ha terminado y ahora comienzan las luchas por el poder”.

Mientras tanto, y a la espera de las conversaciones entre los partidos, la sociedad civil ya se ha movilizado y ya se han convocado una primera manifestación el próximo jueves 3 de octubre frente al Parlamento, en la que se exigirá a los partidos políticos que no pacten con el FPÖ.

El FPÖ conquista la hegemonía

Incluso si el FPÖ se queda fuera del Gobierno, no conviene pasar por alto que ha ganado algo quizá incluso más importante: la hegemonía política. Como primera fuerza en el Parlamento podría seguir el ejemplo de la Agrupación Nacional (RN) de Marine Le Pen y, desde allí, dedicarse laboriosamente a socavar al Ejecutivo —inevitablemente presentado como una “coalición de perdedores”— para consumar más adelante, en un momento más propicio, su asalto a la Cancillería Federal. Mientras, y a través sobre todo de las apariciones en los medios de comunicación de sus representantes electos y de las redes sociales, el FPÖ normaliza su discurso entre la opinión pública.

Un indicativo de cuán lejos ha llegado la ultraderecha austríaca en este sentido es la confirmación en las urnas de lo que venían reflejando en los últimos meses las encuestas de intención de voto y que revela que, a diferencia de lo que ocurría hace unos años, cada vez hay menos votantes que sienten vergüenza a la hora de expresar abiertamente sus simpatías por el FPÖ. Preguntada por la agencia de noticias APA por los resultados de las elecciones, la dramaturga y Premio Nobel de Literatura 2004 Elfriede Jelinek —diana de las críticas del FPÖ en el pasado y una de las voces más conocidas contra este partido— respondió lacónicamente: “Nada, está todo dicho, salvo que las catástrofes anunciadas ocurren.”

El FPÖ tiene, por tanto, motivos para celebrar los resultados de estas elecciones, porque incluso sin gobernar tendrá la capacidad de condicionar la agenda del próximo Ejecutivo. Kickl podría, desde su escaño, convertirse en uno de los hombres fuertes de la ultraderecha en Europa central. En Hungría ya gobierna desde hace años el mascarón de proa de esta corriente, Viktor Orbán, y en las recientes elecciones regionales en la República checa —que se celebraron coincidiendo con los comicios al Senado—, el partido de Andrej Babiš, ANO, fue la fuerza más votada. De mantener estos resultados, Babiš desalojaría a Petr Fiala como primer ministro en las elecciones legislativas que tienen que celebrarse en octubre de 2025, si es que no se adelantan antes. Babiš es uno de los fundadores junto con Kickl y Orbán de Patriotas por Europa, la tercera fuerza en el Parlamento Europeo y de la que también forma parte Vox.

Ninguno de los escenarios augura estabilidad y todos confirman un giro a la derecha de Europa.

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