Arte político
Tiqqun. Explícitamente ingobernables

La ‘atmósfera’ Tiqqun se abría hace 15 años con una publicación filosófica para proponer otra mirada política de la comunidad humana.
Hemeroteca Diagonal
15 nov 2014 13:57

Hay que abrir un hueco al pensamiento político más allá o más acá de la gobernabilidad, la gestión y los contratos para entrar en la atmósfera Tiqqun, revista francesa de pensamiento publicada hace quince años, y en el universo que abre su rúbrica colectiva. Con una escritura salvaje pero delicada y compleja, y un tono emotivo y sugerente, su reflexión es impulsada no sólo por la necesidad de nuevas modulaciones de lo político, sino de un nuevo lenguaje que horade, con suficiente potencial evocador, el pensamiento moderno acerca de la comunidad, poniendo en juego buena parte del potente arsenal del pensamiento contemporáneo.

Hija bastarda de Nietzsche y del autonomismo italiano de los años 70, atravesada, entre otros muchos, por Heidegger, Deleu­ze, Foucault, Bataille, Blanchot, Agamben, Klossowski, Debord o Negri, la voz, o la palabra, anónima que trabaja bajo esta rúbrica reflexiona sin concesiones a la onomástica, poniendo directamente en juego los aportes del pensamiento sobre lo político como lugar del ser en común en el que algo radicalmente diferente acontezca, y no tanto como espacio público de gestión o gobernabilidad. Todo intento de reforma del “Imperio” –término de Negri– y el “Espectáculo” –Debord– está abocado al fracaso. “La línea del frente ha dejado de pasar justo por el medio de la sociedad, y desde ahora ha de pasar justo por el medio de cada uno”. Una llamada a la deserción, la insumisión, al nihilismo activo, destructor del orden que agoniza.

Pero, ¿qué es Tiqqun?

“En todo hay que comenzar por los principios. La acción justa se sigue de ellos”. Ante el panorama desolador de un mundo frívolo y espectacular en el que el sujeto ha perdido por completo el norte, la capacidad de conectar y tener experiencia de lo que le rodea, en la que diversos dispositivos –electrónicos, farmacológicos, identitarios…– impostan una relación hueca con una realidad vuelta cartón piedra –o espuma carbónica– es necesario recuperar el empeño en el ser, recuperar los principios, crear valores. Tiqqun, concepto tomado de la tradición mesiánica hebrea, es esta posición, una posición ética: “Este mundo tiene necesidad de verdad”. Una verdad colectiva que alumbre un nosotros, porque “la verdad aproxima a los hermanos”. Así, Tiqqun consiste en que cada acto, cada conducta, estén dotados de sentido, un sentido inmanente, que posea su propia metafísica. Vivimos en una guerra civil en curso y cada acto ha de ser pleno de sentido, heroico.

Por ello, es necesario recuperar la metafísica, la reflexión sobre el ser, en la forma de una metafísica crítica. El hombre, como señaló Schopenhauer, es un animal metafísico, cuya inquietud no se deja apaciguar por nada finito, el ser cuya experiencia toda está “tejida en un tejido que no existe”. La transformación del mundo sólo puede llevarse a cabo si nos vivimos como seres metafísicos, si dotamos de sentido, si hacemos mundo. La metafísica occidental, caracterizada por el afán de dominio desde un sujeto soberano objetivador, nos ha hecho pobres en experiencia, configurando un mundo en que todo ya son ‘cosas’. Por eso, en la metafísica crítica no se trata de buscar una teoría que dote de un único sentido, sino de dotar de ‘ser’ cada acto, y elaborar “magias participativas”, “técnicas de habitación no de un territorio sino de un mundo”. Vivir, experimentar, más allá de los simulacros que propone una sociedad de plástico.

Esta actitud ética y política no dará el triunfo en unas elecciones ni empoderará un movimiento ciudadano –espectros de la política que agoniza–, nos hará ser, y sólo desde este sernos, ser en común. Por ejemplo, en la ficción compartida del “Partido Imaginario”, movimiento difuso de deserción de las formas de vida y los papeles impuestos que ironiza con la propia noción de partido, y cuya célula terrorista es el “Comité Invisible”. El Partido Imaginario es “lo que se manifiesta como heterogéneo frente a la formación biopolítica”. Se forma parte de él cuando no se está ni en la democracia biopolítica ni en la comunidad militante, cuando se obra para destruir ambas. La lucha de clases y su lógica identitaria es sustituida por la comunidad de quienes no aceptan ser representados ni representarse.

El ‘bloom’ y la jovencita

Nuestro cuerpo, nuestro ser está taponado por los dispositivos: de los móviles a los antidepresivos, pasando por la adscripción política, la raza, el género... Nos escudamos en ellos, somos personajes, no sabemos sentir ni vivir. Pero a menudo sospechamos el vacío que nos configura, a menudo somos el Bloom.

El Bloom –inspirado en el personaje de Joyce– es ese modo de ser al que los diversos ropajes identitarios servidos por el Espectáculo –esa “relación social entre personas mediatizadas por imágenes”, en palabras de Debord– le ponen sobre la pista de su desnudez, de su fragilidad, de la nada que lo habita. Vive abúlico, en un limbo, sin motivación ni entidad, nihilismo puro, mientras observa a los demás a quienes presupone lo contrario. Sospecha y sufre su nada interior, que en realidad es la nada que habita a cualquiera.

Cuando los Bloom sepan que todos somos nada, nadies, pura potencialidad, entonces se encontrarán, nos encontraremos, en la comunidad que viene, una comunidad existencial. “Cuanto más anónima soy, más estoy presente. Necesito zonas de indistinción para acceder a lo Común”. Que los Bloom se reapropien su esencia de su pura y simple existencia, la positividad de su nada, es la amenaza para la dominación. Por eso, la publicidad trabaja denodadamente en hacerle sentir vergüenza de su desnudez metafísica, por eso la insistente conminación social a “ser sí-mismo”, a instalarse en una de las identidades reconocidas: homosexual, hipster, árabe, matemático… algo, lo que sea.

“Cuanto más anónima soy, más estoy presente. Necesito zonas de indistinción para acceder a lo Común”

Y si el Bloom es la crisis, la jovencita es la respuesta de la dominación mercantil a ella. La jovencita –duele que sea en femenino por más que no sea mujer– es pura exterioridad, frivolidad, banalidad, obsesión por la imagen, cosmética y consumismo. No se es, no se vive singular, consume identidades. No desea, consume objetos de deseo. No sabe lo que es el amor, y no quiere que el amor destruya su estilo de vida. Lucha contra el tiempo, no entiende el devenir. La imagen lo es todo. Hace abstracción de su cuerpo y su cuerpo es una abstracción. Es un dispositivo regulador de integración en el Imperio.

No hay bioeconomía buena

La oportunidad de romper la economía trágica que engendran los Bloom y las Jovencitas se halla en vivir la singularidad, dejar las prótesis identitarias y potenciar la circulación de formas de vida insurrectas que alumbren el Partido Imaginario y, en última instancia, la comunidad por venir, que acaben con la bioeconomía de la que sólo cabe desertar, exiliarse. El biopoder, concepto foucaultiano para referirse al control a través de la politización de los cuerpos, de la vida, ampliamente desarrollado por muchos otros como Agamben, que lo revisa en su estudio de la soberanía como matriz de todo el pensamiento político occidental, es en Tiqqun el régimen último de la cosificación, y no hay manera de reapropiarse de él. No hay posibilidad de una biopolítica positiva como ocurre en Negri, con quien polemizan, o Judith Butler, entre otros.

“Un enjambre de puntos de resistencia recorre las estratificaciones sociales y las unidades individuales. Y es sin duda la codificación estratégica de tales puntos de resistencia lo que posibilita una revolución”, decía Foucault. La semilla del Partido Imaginario es la conjura simultánea de los nadie autoconscientes que deponen la bioeconomía y contribuyen con sus prácticas cotidianas a su destrucción.

Caminando en el desierto

A la voz, o la palabra, Tiqqun, se le pueden hacer, como no podía ser de otra manera, muchas críticas. Sin embargo, con sus aciertos y desaciertos, su puntería y su desmesura, hace una profunda invitación a recorrer el desierto de lo real entendido, al estilo Zaratustra, como oportunidad, y a pensar lo político más allá de la gestión estratégica de un común maltrecho. Dice Peter Sloterdijk que “de lo anodino sale otra vez lo anodino, es de lo peligroso de lo que surge el pensar”: Tiqqun apuesta por el riesgo. Fuera de la democracia, situados junto a la plebe, ajenos al sentido común. Invisibles e insensibles a los movimientos de masas. Ingobernables.

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