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Argentina
De España a Argentina: la neurosis de la extrema derecha
Comenzó el año, en estas primeras semanas, como se fue el anterior. Por estos pagos, la ultraderecha españolista de Madrid se concentraba en las puertas de Ferraz para despedir el año de su ‘noviembre nacional’. El 10 de enero, el Gobierno de coalición progresista negociaba in extremis con Junts en el Congreso —dentro de los apoyos del bloque plurinacional— para poder sacar los dos decretos finalmente aprobados; y Podemos, desde el grupo mixto, rechazaba la reforma del subsidio por desempleo debido a una de las medidas incluidas en el decreto del ministerio de Trabajo. Mientras, el Partido Popular, para mostrar la continuidad entre este invierno y su otoño movilizador del pasado año, anunciaba una nueva convocatoria de manifestación para el domingo 28.
El partido hegemónico de las derechas del nacionalismo español aderezaba así el escenario tras haber presentado, para arrancar el año y con posterior apoyo de los diputados de Vox en la sesión parlamentaria, una enmienda a la totalidad de la ley de amnistía al Procés que comprendía otra reforma del código penal —les habrá parecido que con la que hicieron en 2015, a la vez que sancionaban la ley Mordaza, se habían “quedado cortos”—.
Las neurosis españolistas, desatadas y fluyendo por el entrenamiento otoñal de rojigualdas, no conocen límites “para impedir que este proyecto de ‘disolución’ nacional se consume”, según Aznar
De hecho, su enmienda implicaría la ‘disolución’ de partidos políticos independentistas y soberanistas, con la fórmula de ‘delitos por deslealtad constitucional’. Ahí es nada. Y es que las neurosis españolistas, desatadas y fluyendo por el entrenamiento otoñal de rojigualdas, no conocen límites “para impedir —según las palabras guía del señor Aznar— que este proyecto de ‘disolución’ nacional se consume”. Los fantasmas “disolutivos” de las derechas no son coña.
Y hablando de derechas que no son joda, por el Cono Sur de las Américas, el año se despedía, por desgracia, como ya sabemos: con el ultraneoliberalismo autoritario de Javier Milei en la Casa Rosada. Un presidente esperpéntico, con pretensiones cesaristas, apuntalado —una vez conseguida la presidencia— por los intereses de las grandes corporaciones y las oligarquías del país.
No dejaron dudas ni el DNU (Decreto de Necesidad y Urgencia) ni la ‘Ley Ómnibus’ —“ómnibus” de verdad de la buena, y es que se trata de un zafarrancho total cuyos espíritus recuerdan, en varios pasajes, a la dualidad liberalizadora y represora de la última dictadura cívico-militar de 1976, la autodenominada ‘Proceso de ‘Reorganización’ Nacional’—.
Los intereses corporativos tuvieron cada uno su cuño en los mega proyectos, diseñados a prueba de división de poderes, para dejar nítidas la dimensión y dirección del “cambio” (el del modelo de acumulación concretamente). Como si las primeras medidas tomadas hace un mes por el ministro de Economía, Luis Caputo —que repite en el cargo ya ostentado en el Gobierno de Mauricio Macri (2015-2019)—, con su ortodoxia económica y otra fuerte devaluación del peso —un 54% que se tradujo al 118% frente al dólar—, no lo hubieran dejado suficientemente claro.
El Decreto “Bases para la ‘reconstrucción’ de la economía argentina” fue presentado el simbólico día 20 de diciembre —a 22 años de la rebelión y represión del 2001, cuyo “que se vayan todos” fue reapropiado por Milei en estos dos años de campaña— y tras el anuncio de un protocolo represivo que prevé otro profundo y violento cambio que pretenden implementar en el país.
El DNU, con sus 366 artículos que implican un sin fin de derogaciones y modificaciones de hasta 35 leyes y seis decretos nacionales, impacta sobre una gran cantidad de áreas de la vida social. El texto del decreto comienza igual que la ley enviada a la cámara de diputados siete días más tarde, el 27 de diciembre, que a su vez consta de 664 artículos, los cuales afectan a otros tantos aspectos de la vida de las personas. La clave es que, en ambas, el presidente solicita al Parlamento la suma del Poder Público, a través de “delegaciones legislativas al Poder Ejecutivo nacional”, por “la emergencia pública en materia económica, financiera, fiscal, administrativa, previsional, tarifaria, sanitaria y social, hasta el 31 de diciembre de 2025”.
Antes y después de este panorama, el histriónico personaje —ya como presidente— continuó con sus falacias seriales para sus diversos públicos. Falsedades referidas tanto a las características concretas de lo que fue y es el país —“la primera potencia mundial” y “el país que paga más impuestos del mundo” (sin palabras)— como a las causalidades de ‘la decadencia de la Argentina’ —‘los culpables’ “de dejarnos en la ruina”—. Una idea, la de ‘la decadencia de Argentina’, fundamental en la explicación de su alucinada victoria.
La victoria de Milei implica una novedad histórica dentro de la historia del sufragio universal del país, justo cuando se cumplían 40 años del retorno a la democracia tras la última dictadura
Un acceso a la presidencia que implica una novedad histórica dentro de la historia del sufragio universal del país, justo cuando se cumplían 40 años del retorno a la democracia tras la última dictadura —la del terrorismo de Estado de las Juntas Militares—. Nunca había ocurrido que el modelo de las derechas neoliberales y reaccionarias sin complejos llegase abiertamente al poder ejecutivo por la vía electoral, sin el peronismo. Lo han conseguido sin disfraces en unas elecciones presidenciales —como colofón de una crisis potente y continuada del sistema de partidos— y no con golpes de Estado militares o prohibiendo elecciones libres, como había ocurrido históricamente.
Tampoco han ganado fagocitando el Partido Justicialista, como en los 90, o con globos disfrazados de progresismo buenista y apolítico como en las campañas de Macri, hasta que Patricia Bullrich como ministra de Seguridad controló la Gendarmería y el periódico Clarín no paraba de hablar de terroristas y subversivos setentistas. El tremebundo Gobierno de Macri, el que precedió al ‘derrotado’, el de la coalición del Frente de Todos, con la presidencia de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, como vicepresidenta. Esas fueron las dos formas de victorias electorales de ese bloque de poder, cuyos imaginarios estaban presentes en amplios sectores sociales pero no en los suficientes, antes de la llegada del outsider alucinado de la motosierra.
Milei, que es captador de las subjetividades hegemónicas que parieron la posmodernidad, el neoliberalismo aplicado y la tecnologización, ha tratado de mantener su halo de autenticidad extravagante ante lo que se viene y lo que ya está aquí. Un estilo discursivo y un desconocimiento y rechazo de los resortes institucionales de la democracia liberal en la práctica, que no opacan la existencia de fases y estrategias de aplicación del anunciado ‘shock’ —sin ocultaciones a la referencia de un nuevo caso de La doctrina del shock de Naomi Kleim—.
Un ‘shock’ planteado por Milei en contraposición al ‘gradualismo’ del gobierno macrista. Aquel que estuvo una vez más a punto del default en medio de una fuerte corrida cambiaria, que facilitó la bicicleta financiera para una gran fuga de capitales y contrajo la deuda más grande de la historia del FMI, sin reducir un ápice la inflación; pero que, mágicamente, nada tiene que ver —para la mayor parte de los votantes de Milei del 19 de noviembre del año que se fue— con la mentada ‘decadencia’ de ‘la potencia frustrada’ y del país, efectivamente, “destrozado”.
El anuncio con marco de realidad que hizo en el discurso de la toma de posesión, es decir, el aviso del gran impacto de ese autojustificado ‘shock’ tomó forma mesiánica: un último ‘suplicio’ previo a la llegada de ‘su prometido Edén’. La traducción material y brutalmente real ha sido otro 50% en el incremento de la canasta básica y el nivel de vida entre diciembre y enero. Una subida abrupta, sobre el incremento continuado acumulado, que ya tiene a más de la mitad de la población bajo el umbral de la pobreza.
El dibujo de situación del nuevo presidente en las puertas del Congreso se hizo, por tanto, en un marco de reconocimiento de la tremenda situación de crisis en la que está el país, hasta definirla como una “situación de emergencia”. Lo hicieron así específicamente con intención antidemocrática evidenciada diez días después por el decreto y reiterada, a la semana, con el segundo paquete, la Ley “Bases y punto de partida para la ‘libertad’ de los argentinos”.
Frente a las Cortes, Milei cerró el paso a otra política posible: “no hay opción al ajuste” —como hicieran los ejecutores de las llamadas políticas de austeridad europeas ante la crisis del 2008—. Pero el esperpéntico Javier Gerardo había sumado un horizonte —para más inri el de la oposición al ‘pensamiento único’ de los recortes post2008—, había incluido en la campaña el “sí se puede” —que ya usara el macrismo en 2015 contra el kirchnerismo, adoptando además de la referencia podemita, el “yes, we can” de Barack Obama en la campaña de 2008—.
Milei lo colocó como afirmación superadora ante la negación de que no existen más alternativas, es decir, como salida de la energía libidinal del discurso ante el atolladero castrante del “no hay otra”, “no se puede”, “no hay más remedio”, “es la única opción”. El extravagante líder derechista, que se autodefine ‘libertario’, focalizó el “sí se puede” en la acuciante erradicación de la inflación galopante. Una inflación desgastante y empobrecedora frente a la que el anterior gobierno no pudo salir del reflejo de su impotencia, con la reiterada expresión reinante estos dos últimos y críticos años: “es lo que hay”.
Con sus propias peculiaridades asomó al poder estatal el ‘trumpismo patagónico’, en una situación de dependencia como país radicalmente diferente a sus antecesores
Y cómo “se puede” erradicar esa soga inflacionaria, sólo con su recetario shockeante, frente al que “no hay alternativa”. Sin otro horizonte y “sin vuelta atrás”, porque “estas elecciones son un punto de quiebre en nuestra historia”, como lo fue “la caída del Muro de Berlín”, afirma la renovada versión del ‘Jocker rioplatense’. Otro personaje victorioso del derechismo americano entre la grotesquidad de Trump y Bolsonaro. Con sus propias peculiaridades asomó al poder estatal el ‘trumpismo patagónico’, en una situación de dependencia como país radicalmente diferente a sus antecesores. La fértil Pampa, los intereses de primarización y liberalización de la economía le plantean otra partida, aunque él, quizás preso de su utopía distópica, no lo sepa; no obstante, gustoso por su papel, dispuesto a hacerles el trabajo a las elites de adentro y de afuera, ahora que Vaca Muerta y el litio se suman —en el país de la soja, al glifosato, con sus venenos extractivistas— dentro del tablero de la geopolítica.
Toda esta performance, se desarrolló, por supuesto, bajo la sombra iracunda de la culpa de los que “nos arruinaron la vida”. La culpabilidad por este “declive” que conduce -con la estanflación- a la necesidad del “sacrificio” como ‘única salida’. Un sacrificio debido al “fracasado modelo” que “hoy enterramos” al “abrazar las ideas de la ‘libertad’”, frente a los ‘culpables’ de todos los males: “las ideas empobrecedoras del colectivismo”. Un ‘colectivismo’, hay que decirlo, realmente extraño en su encarnación. Aquí y ahora, en el presente desesperante, se ha hecho carne —más allá de la ‘demonización’ de las izquierdas, los rojos, los zurdos, los ecologistas, las feministas, el socialismo o el marxismo— en el kirchnerismo, como fuerza de poder política dentro del peronismo que, en su ejercicio, les ha dejado “la peor herencia” recibida, causante del necesario sacrificio actual: “han logrado destruir nuestro querido país y dejarnos en la ruina”.
Milei, al reconocer por su fuerza el golpe que estaba por perpetrar con el recrudecimiento de la situación, ya que por la fiereza del impacto necesitaba instrumentalizarlo —también como muestra de poder, siguiendo la estela de la imagen de la fiera leonina y ‘su familia canina’—, señalizó claramente ‘el orden’ del impacto. Una secuencia que mantiene, reproduce, profundiza ‘el orden social’, trayendo al recuerdo aquellas diferencias fundamentales entre la potencia de lo rebelde revolucionario y lo rebelde reaccionario, viejas conocidas del siglo pasado.
De hecho, lo hizo, desde su ideología neoliberal y conservadora, como algo natural de la cadena trófica: impactará sobre los de abajo —“incremento de pobres e indigentes”—. Completaron la didáctica los periodistas de La Nación+ explicando que en las clases afectadas, cada uno recortará ‘ordenadamente’ según nivel, pasando a comer tres a una vez mientras otros dejan el coche o Netflix, sobre los que no tienen para comer, se les olvidó decir que el recorte es que se mueran. Los tarifazos en energía y transporte, volcados sobre una población al borde del precipicio, llegarán en los próximos meses, pese a que muchos de sus votantes creían que no serían posibles de implementar, que Milei no aplicaría parte de lo que decía por la propia realidad: la gran cantidad de gente que, como ellos, no será capaz de afrontar el pago.
Pero, qué carajo, ‘los iluminados’ de “la nueva era”, como “los jóvenes idealistas” del pasado siglo XIX —el mito de sus referentes nacionales: la generación del 37 y Alberdi— no entienden de límites reales para ‘esos otros’ que, como el sistema capitalista —sin mencionarlos porque necesitan embelesarlos con una simulación de empoderamiento democratizado que juega en contra del yo colectivo en favor del ego individual, construido hace décadas sobre una base de existencia competitiva, excluyente e individualista que lo corroe todo—, descartan.
Y los descartan guiados por un único realismo de acumulación que escribe el destino para los diferentes niveles de todos aquellos que están en la base de la pirámide de las clases sociales, dentro de su sacralizada sociedad de mercado: “no hay plata”. La imagen del estrambótico presidente y su ‘motosierra’ contra ‘la casta’ política y sus acólitos beneficiarios —significante reapropiado de ‘la casta’ del régimen del 78 que señalaba Iglesias hace diez años— se ha quedado en la maniobra disruptiva, de apariencia subversiva detrás de ‘la llamada de lo rebelde’, como un encauzamiento reaccionario de la indignación y el cabreo. Hartazgo y bronca que resultaron un instrumento fundamental para auparse entre los jóvenes y gran parte de los electores del primer 30% que lo votó en las primarias nacionales de agosto —cuyo resultado auguró, sin dudas, este final pegado a la distopía que tenemos hoy—.
Todo ello, en un contexto de crisis acumulad, durante diez años, y profundizada, estos últimos cinco, transformada en un aval para los suyos —‘su casta’— por el que proclaman “la suspensión de la Constitución” según el nuevo Procurador del Tesoro de la Nación, Rodolfo Barra (catedrático de derecho ligado al nacionalismo derechista del país que colaboró con el menemismo de los 90) manifestó el 10 de enero, en la comisión del Congreso, aludiendo explícitamente a la eliminación de la división de los tres poderes por el contexto de crisis. Barra sólo confirmó lo ya escrito, puesto que los dos proyectos presentados son ‘realmente inconstitucionales’, en fondo y forma.
En definitiva, ‘el loco’ comenzó el año como cerró el de su victoria electoral, abusando del poder Ejecutivo tras haber ganado el balotaje de las elecciones presidenciales en un noviembre, allí primaveral, en el que todos aquellos que no lo votaron sintieron que el suelo se abría bajo sus pies cansados. Hoy, una vez más en pie frente al nivel de desposesión, están movilizados. Desde el mismo 20 de diciembre la calle, las asambleas, los gremios marcaron varias jornadas que confluyeron este 24 de enero en la primera huelga general de este crítico ciclo de lucha por defender sus vidas.