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Argentina
Ushuaia, Rosario, Córdoba: la trinidad del modelo argentino se asoma a las presidenciales
“Hemos matado al viejo Onaisín, sin crear el nuevo”. Entre enero y mayo de 1934, el escritor y profesor universitario Ricardo Rojas pagó su adscripción al radicalismo argentino con un confinamiento en el presidio de Ushuaia, en la recóndita Tierra del Fuego, y aprovechó la situación de aislamiento para reflexionar sobre por qué se había aniquilado la sociedad indígena ona —de ahí que la isla se llamara Onaisín— para no crear absolutamente nada que valiese la pena. A principios del siglo pasado, aquello solo era un presidio para opositores políticos y delincuentes reincidentes. Sin embargo, y puesto que el desarrollismo siempre ha sido más ágil que la divagación intelectual, en el viejo Onaisín sí que se acabó creando algo y lo que empezó como colonia penal se ha convertido con los años en una potencia turística de fiscalidad amigable: no hay gravámenes a la compra-venta de inmuebles, ni impuestos en el mercado de divisas, ni el equivalente al IRPF español, ni largo etcétera.
Por un lado, sobre el papel yace la premisa que llevó a convertir la provincia de Tierra del Fuego en una fantasía para rentistas y empresarios en el año 1972. La Nación quería favorecer la actividad económica y compensar la lejanía de la Latinoamérica que los españoles no llegaron a conquistar y que la Argentina solo supo aprovechar en las primeras décadas del XX como última instancia de su sistema punitivo. Por el otro, sobre las espaldas de la mayoría de residentes yace el peso propio de cualquier lugar explotado masivamente para el turismo, un peso que se balancea entre la especulación inmobiliaria y un nivel de vida prácticamente inaccesible.
Angie Buitrago, natural de Tierra del Fuego, explica que, pese a tener un salario relativamente holgado para lo que es la media del país, destina dos tercios de sus ganancias a pagar el alquiler
Respecto a la vivienda, los alquileres en Ushuaia duplican el salario mínimo del país, apenas hay disponibilidad para la población local (todo se orienta a la temporalidad), y la no intervención pública ha motivado la proliferación de asentamientos informales. Angie Buitrago, natural de Tierra del Fuego y empleada del sector turístico, explica que, pese a tener un salario relativamente holgado para lo que es la media del país, destina dos tercios de sus ganancias a pagar el alquiler. “Y me considero afortunada porque pude acceder a un apartamento gracias a que un amigo se marchaba a vivir al extranjero. Antes de que él dejara el piso tuve que vivir tres meses en un albergue”.
En cuanto al nivel de vida que enfrentan los residentes fueguinos, solo hay que tener en cuenta que quien pasa sus vacaciones de invierno allí es alguien que puede pagar un vuelo de mínimo 300 euros desde Buenos Aires más todo el gasto asociado a la práctica de deportes de nieve. En un sistema de libres ofertas y demandas, los comerciantes y hosteleros lo tienen claro: si el turismo con cierto poder adquisitivo está dispuesto a pagar precios abusivos —una sencilla empanada vale diez veces más que en cualquier bar de Buenos Aires—, tonto el último. Y los locales se resignan. “Por norma general, solo podemos permitirnos salir a cenar fuera una vez al mes”, reconoce Buitrago.
Así, los restaurantes son coto privado del turista. Incluso se podría afinar aún más: son coto privado del cayetanismo patrio. En un conocido local de esos que reclaman al visitante hambriento con una pecera de centollas, una comensal de pelo rubio cuidado, de piel blanca cuidada y de ropa de marca también cuidada, enumera los motivos por los que siente simpatía por el anarcocapitalista Javier Milei. “Es necesario un cambio que limpie el país de una vez por todas”, dice textualmente. La traducción, esa parte que no verbaliza, se aproximaría bastante a esto: “Lo que verdaderamente quiero es que la gente (no yo, sino la otra gente) deje de cobrar ayudas y se ponga a trabajar”.
Los restaurantes en Tierra del Fuego son coto privado del turista. Incluso se podría afinar aún más: son coto privado del cayetanismo patrio
Hasta en los confines del mundo se cuestionan los subsidios a las capas de población más vulnerables. Este verano, un estudio de la Universidad Católica Argentina hacía público que más de la mitad de la población del país vive en hogares en donde se percibe algún tipo de ayuda social. La camarera del conocido local con pecera de mariscos que atiende a la comensal de aspecto cuidado corrobora la tesis de la falta de mano dura: “No hemos podido abrir aún la planta de arriba del restaurante porque no encontramos personal. La gente no quiere trabajar”. Se produce la comunión entre clases.
Che Guevara, soja y narcotráfico
El ciclo de la vida con banda sonora de taquillazo Disney se palpa en la ciudad fluvial de Rosario. Cuna del revolucionario más conocido de todos los tiempos, Ernesto Guevara, motor de la agroexportación moderna y protagonista de los titulares televisivos por el auge del narcotráfico, Rosario es otra postal ilustrada de la democracia tardocapitalista. El conocido periodista porteño Martín Caparrós define la ciudad como “la síntesis del éxito de la nueva Argentina, la que inventaron los militares del 76 y los ricos del 90: un país agroexportador con pocos trabajadores”. Según detalla en su libro El interior —publicado en 2006, cuando el país empezaba a levantar cabeza después de haber tocado fondo—, la trastienda del plan Cóndor en la Argentina recogía la disminución de la participación estatal en la economía, la atención hacia un sector agrícola entonces relegado y la adopción de una actitud positiva hacia la inversión extranjera.
Si en 1978 la Argentina producía 2,5 millones de toneladas de soja, para este 2023 las previsiones de cosecha ascienden a 50 millones. ¿La receta del éxito? Una vasta extensión de terreno llano que incita al cultivo, una política siempre fiscalfriendly —en El interior se explica que entre 1997 y 2003 las grandes cerealeras habían pagado al fisco 20 millones de pesos en lugar de los 400 que les correspondía— y una salida comercial a través del puerto. Puerto, por cierto, cuyo primer exportador cerealero fue un señor de un pueblo de Palencia, un tal Carlos Casado del Alisal, inventando quizá sin saberlo la Argentina moderna durante un plácido 12 de abril de 1878.
¿Qué aflora en un territorio [Rosario] con gente enriquecida gracias a una burbuja, agraria en este caso, y con un puerto de mucha actividad? Efectivamente: el narcotráfico
Ahora viene la ecuación que sorprenderá a nadie: ¿qué aflora en un territorio con gente enriquecida gracias a una burbuja, agraria en este caso, y con un puerto de mucha actividad? Efectivamente: el narcotráfico. Así como los magazines televisivos españoles se entretienen cada mañana rebuscando historias imposibles de viviendas ocupadas, los medios de comunicación de Rosario tienen suficiente con exprimir la criminalidad asociada al tráfico de drogas para instaurar un clima de creciente inseguridad. En el caso de S. Cardamone, profesional liberal de 50 años, el discurso ha funcionado a la perfección. Ejes comerciales, calles céntricas, paseos agradables: para ella todo en la ciudad se ha vuelto irrespirablemente peligroso. “¿No escuchaste que hubo la balacera —tiroteo— en el supermercado?”.
S. se refiere al pasado mes de marzo, cuando dos hombres dispararon 14 balas contra uno de los establecimientos que los suegros de Lionel Messi tienen en la ciudad. También dejaron un cartel amenazante escrito a boli que circuló fugaz a través de las redes sociales. Las cifras del Observatorio de Seguridad Pública de la Provincia de Santa Fe arrojaban que el narcotráfico habría causado 300 muertes violentas en Rosario desde enero de 2022 hasta este suceso con la familia Messi. Sin embargo, como en cualquier discurso del miedo, aquí también existe un contrapunto generacional. Yara Ripani, millenial y dedicada al sector cultural, sostiene que la inseguridad “no es tal como la pintan los medios alarmistas y, en todo caso, el origen cabe buscarlo entre los beneficiarios de la especulación urbanística de zonas como Puerto Norte, no entre la gente más pobre”.
Mientras Yara mantiene su intención de voto a partidos de corte progresista de cara a las presidenciales de octubre, S. resuelve con contundencia: “Votaré a Patricia Bullrich”.
El motor de la Argentina
Entre 1951 y 1952, el proyecto de Estado intervencionista de Juan Domingo Perón encontró en Córdoba el sitio ideal para instalar Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado, la IAME, desde donde se erigiría el polo industrial más importante de Latinoamérica durante el siglo pasado. Aquí se fabricó, en 1947, el mítico avión Pulqui, convirtiendo Argentina en el sexto país del mundo que conseguía un vuelo aéreo con motor a reacción; aquí se fabricó, en 1955, el histórico Tractor Pampa que hizo frente a la maquinaria importada desde Estados Unidos; y aquí se fabricó, en mayo de 1969, el estallido obrero conocido como El Cordobazo, un hito que consiguió debilitar la dictadura de Juan Carlos Onganía.
En Córdoba, y en su precipitada desindustrialización, puede apreciarse la incapacidad de los sucesivos gobiernos del ala peronista/kirchnerista para “volver a poner el asado arriba de la mesa”
Córdoba es el conservadurismo propio de una sede episcopal, “la ciudad de las campanas” como la define el periodista Juan Cruz Taborda Varela en su libro Ambidiestra, y es el fulgor progresista y de izquierdas ligado a su tradición universitaria y a su trayectoria industrial. Todo ello contenido en el interior exacto del país, en un espacio urbano que aglutina la misma población que Barcelona: 1,6 millones de habitantes. En Córdoba, y en su precipitada desindustrialización, puede apreciarse la incapacidad de los sucesivos gobiernos del ala peronista/kirchnerista para “volver a poner el asado arriba de la mesa” (el equivalente al “poner las personas en el centro” que utiliza la progresía española). Según Taborda Varela en Ambidiestra, el sector industrial de la ciudad ocupaba a 135.000 obreros en 1960. Esta cifra, de acuerdo con el diario local La voz del interior, se ha evaporado hasta llegar a los solo 5.000 trabajadores actuales.
Precisamente por esta pérdida de músculo manufacturero se explica la existencia del Museo de la Industria. Un clásico en cualquier latitud: todo lo que ha muerto se empaqueta en un museo. Una de sus guías, Fernanda Trucco, explica que hasta los años 60, el utilitario Rastrojero fabricado en la IAME cordobesa copaba el 80% del mercado de particulares en la Argentina. Pero el modelo dejó de fabricarse en 1979, plan Cóndor mediante, porque ya se ha visto que a esta economía no le estaba permitido competir con las del hemisferio norte. Las diferentes plagas bíblicas que se sucedieron entre la década perdida de los 80 y el Corralito de 2001 asestaron el golpe de gracia al sector.
Eso sí, la ciudad que vio morir su potencia fabril jamás se despidió de su carácter bipolar. En la zona universitaria, conocida como Nueva Córdoba, se suceden las pintadas 1312 (All cops are bastards) y las consignas kirchneristas: “Si naciera 20 veces, 20 veces te votaría” —en alusión a unas declaraciones de Cristina defendiendo sus mandatos: “Si naciera 20 veces, 20 veces haría lo mismo”, dijo—. Es justo en esa zona en donde Gerardo Delfino, de 38 años, sirve copas mientras estudia programación con el objetivo de encontrar trabajo en una tecnológica que le ofrezca un sueldo en dólares. “La economía hay que surfearla. Predecir los movimientos y tratar de conseguir buen beneficio”. Parece que alguien entendió de qué va esto del capitalismo. “Yo no voto nunca, pero si esta vez voto será a Milei”. Vaya por Dios.