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Teatro
Mosaicos: teatro comunitario en cinco actos
Cinco comunidades: heterogéneas, dinámicas y contrastantes. Cinco barrios inmersos en cinco distritos madrileños: San Pascual-La Concepción (Ciudad Lineal), Ventilla-Almenara (Tetuán), Poblado San Cristóbal (Chamberí), Lavapiés (Distrito Centro) y Comillas (Carabanchel). Cinco presentaciones teatralizadas para hablar de lo que nos importa. Y cinco dinamizadores que, por medio del arte y desde las emociones, pretenden desarrollar procesos de confianza mutua. Así es como trabaja Mosaicos, el proyecto de teatro social y comunitario que se llevó a cabo del 14 al 23 de junio.
¿De qué hablamos cuando decimos Teatro Foro, Teatro Encuentro o Teatro Comunitario?
Principalmente hablamos de personas. En este caso, de Fernando Gallego y Laura Presa (La Rueda Teatro Social), Daniele Cibati (Creo Común), Natalia Sanz (Teatro Educacion y Acompañamiento, TEyA) y Laura Santos que, impulsados por el deseo genuino de intervenir, unieron sus talentos para reivindicar la poética de lo cotidiano y ofrecernos claves con las que interpretar los cambios en la ciudad. Este proyecto trata de eso, de ver y leer la vida en los barrios al modo de Michel de Certeau, armando un relato colectivo, una película de no ficción, un retrato urbano contemporáneo: subversiones, recuerdos, manifestaciones, cuerpos. Lecturas distintas de lo que sucede en un espacio y tiempo determinados. Es mostrar lugares, recrear escenas, proponer paseos. Oralidad pura para transmitir y preservar momentos en apariencia efímeros. Fragmentos pequeños que, al unirse, conforman una acuarela panorámica de “lo madrileño”.
Mosaicos surge de la creación de una red de apoyo entre entidades y personas que trabajan en el ámbito del teatro social y comunitario con el respaldo del programa de ayudas a la creación del Ayuntamiento de Madrid. Cada proceso tuvo una duración de cinco meses, que al finalizar se plasmaron en una muestra artística para presentar a los habitantes del distrito, ya sea en forma de piezas de teatro itinerante, acciones teatrales o performativas. Su objetivo, nos dicen, es fortalecer la identidad de cada comunidad mediante la creación de grupos de teatro formados por vecinas y vecinos de cada barrio que, más tarde, generen un efecto multiplicador. Aquí, la ciudad y sus calles aparecen como un protagonista más alrededor del que se teje un entramado de hilos que atan la memoria ligando pasado y presente para revelar que la vida es, sobre todo, un continuum.
Fueron días de reuniones y de ensayos, de entrevistas para recopilar testimonios, de entregarse a la composición de un guion y definir personajes. Todo, con el ánimo puesto en “generar sentimientos de pertenencia, lazos de respeto y confianza entre personas que habitan un mismo lugar” lo que, consideran, “previene y mitiga sentimientos como la soledad o el miedo al diferente y actitudes como el individualismo o el racismo, entre otras”. Así sembraron un árbol frondoso, con muchas ramificaciones. Así sugirieron paradas inevitables en puntos específicos para mostrarnos lo que se esconde detrás de una fachada, una reja o al interior de un edificio. Así nos recordaron que hay voces anónimas poco atendidas que necesitan de nuestra escucha. Así nos incitaron a la experimentación, a ocupar el parque que es de todos, a reconstruir la historia, a pensar que nada permanece estático, a reunir a nietos y abuelos, a hacer de nuestros ojos la más equipada de las cámaras y a dejar siempre la puerta abierta a las posibilidades que brinda “hacer en común”. ¿Cómo sucedió?
Acto 1. Ventilla-Almenara: tendiendo puentes generacionales entre chicos y grandes
Es la tarde del 13 de junio y ensayan en las instalaciones de la Asociación Vecinal Ventilla-Almenara, en Geranios 22. Una participante prepara el juego de luces, improvisado, pero efectivo. Otra se oculta detrás de la austera escenografía de cartón que sirve para ponernos in situ: en el parque, en la tienda de la esquina. Las demás esperan su turno, atentas. Y Natalia Sanz —con entero entusiasmo— nos pide que demos la señal para comenzar: tres, dos, uno. Es un pequeño grupo creado tras convocar a otras asociaciones como el grupo de teatro “Porque yo lo valgo”, la Casa de la Juventud y el Programa Municipal Quédate.
En estos momentos se preparan para el “estreno mundial” que será el 20 de junio. La puesta gira en torno al uso compartido de los espacios públicos y la brecha generacional entre grandes y chicos. Apoyándose de una maqueta —elaborada por Juanma Álvarez, encargado del huerto del barrio, y el artista Antonio Tejero—, entre líneas y gradualmente dejan ver que los grandes se sienten solos, olvidados; los chicos incomprendidos, juzgados. Estas temáticas emergieron al indagar en las apreciaciones, las propias y las ajenas. También de dinámicas para recordar cómo era años antes vivir en Ventilla, cómo entonces transcurrían los días y se daba la interacción entre sus habitantes.
“Comenzamos a seleccionar temas y llegamos al consenso de hablar de libertad, que después se delimitó en la libertad del uso del espacio público y la manera en que cada uno quiere vivir la calle. Otro de los temas que surgió —a sugerencia de los jóvenes, lo cual es muy interesante—, es el mantener el legado”, comenta Natalia cuando conversamos, casi al término de la sesión y en medio de los diálogos que se escuchan al fondo. Son las intérpretes que se organizan, corrigen y repasan sus textos.
— Empezamos en febrero, el montaje se realizó a través del juego, de conocernos e ir creando los personajes de forma colectiva, aportando ideas. Es teatro comunitario porque, además, se utiliza el vocabulario, las palabras, la forma de imaginar de los participantes. La intención central es mostrar un conflicto polarizado con posibilidades de cambio y perfiles que pueden mediar; como el de Alicia, la tendera que sirve de bisagra en los encuentros de unos con otros.
Las protagonistas hablan de Ventilla como "un lugar en el que vecinos y vecinas se conocían, se sacaban al parque la costura mientras los y las niñas jugaban sin peligro". Del pasado destacan "el dolor y daño que hizo al barrio la droga en los '80". En la actualidad, el “Nuevo Madrid”, dicen, "es un lugar con multitud de nacionalidades y costumbres heterogéneas” que a veces colisionan. Pero en esta ocasión el teatro hizo lo suyo y el contacto físico, el saludo diario han derribado los muros y fortalecido el vínculo grupal. Anteriormente, Natalia había trabajado en el barrio, pero fue con este proyecto que terminó de enamorarse de la participación y la lucha vecinal que lo caracteriza.
¿Qué ocurre fuera de cuadro?
Al atardecer, las avenidas de Ventilla lucen vacías y un poco aletargadas por el calor de verano; en esencia benignas. En una calle aledaña, una vez que terminó el ensayo, el propietario de una tienda de alimentación me atiende con el doble de esmero que en el centro de la capital. En una plaza pequeñita conviven niños de raíces asiáticas y africanas, un padre cuida de su hijo en carriola, tres ancianos charlan sentados en una banca. En el huerto urbano, en la calle de Los Mártires, está colocada la información de las próximas actividades culturales seguida de un círculo de colores con la leyenda “Zona segura LGTIB” y, sujetados a la cerca, listones morados que forman la frase generalizada “No es no” de un movimiento que ha cruzado geografías, el feminismo.
Acto 2. San Pascual-La Concepción: derribando barreras entre personas y países
En el extremo opuesto a esta frontera norte, después de pasar las Torres Kio, atravesando completo el distrito de Chamartín y limítrofe al barrio de San Juan Bautista, se ubica el barrio de San Pascual donde ensaya otro grupo de teatro. Aquí el repaso de parlamentos es en la calle, a la sombra en las inmediaciones de La Rueca Asociación, donde convergen jóvenes dominicanos —chicos y chicas entre 15 y 19 años, retadores, sonrientes, juguetones— a los que coordina el facilitador Daniele Cibati. A través de talleres basados en técnicas del teatro de los oprimidos, improvisación y narración colectiva, el grupo está creando la pieza que mostrará a su vecindario el 14 de junio en la Biblioteca Pública Municipal Pablo Neruda.
Un día previo a la presentación, me reúno con Daniele para saber con más detalle —como él dice— de dónde ha salido y qué sucede en la tramoya cuando se trabaja en procesos artísticos de este tipo:
— Soy italiano, vengo de Anzio, un pueblo cerca de Roma donde nacieron Nerón y Calígula. Soy padre de dos niños pequeños maravillosos y amante de los seres humanos, de lo difícil que es vivir en grupo. Con el tiempo me he acercado al mundo del teatro porque he descubierto que es una herramienta muy interesante para investigar qué nos pasa cuando estamos juntos, ya sea en grupos reducidos o tan grandes como una ciudad o un país. De formación académica soy politólogo y antropólogo, y también me he preparado en teatro social y psicología de grupo en Madrid, en la India y en Berlín.
Daniele tiene adicción al aprendizaje, constantemente se piensa y autocorrige. Desde 2010 trabaja con grupos para facilitar el cambio, en especial porque considera que estamos en una etapa de mudanzas personales y sociales difíciles de digerir sin acompañamiento. Fue en estos andares que se topó con Fernando Gallego y Laura Presa, que lo invitaron a colaborar en Mosaicos para desarrollar el proyecto en el barrio donde vive.
— En un teatro foro se interactúa con el público; aquí lo hacemos para visibilizar todas las subjetividades que existen en el barrio, opacadas a menudo por las figuras hegemónicas. Entre ellas este grupo de adolescentes inmigrantes que viven una situación compleja, entre dos mundos que los deja en un limbo desde el cual definen su identidad. Son chavales que viven en Madrid, pero están con un pie y con el corazón en República Dominicana.
Más allá de los resultados, y de la obra misma, ha sido una gran experiencia que me deja muchos aprendizajes.
Como en Ventilla, en este taller y en este barrio también brota la palabra conflicto. Conflicto ante la imposibilidad de comprender la diferencia, es decir lo desigual, opuesto, discrepante y enfrentado que nacionales y extranjeros perciben en aquellos con los que comparten un espacio y una circunstancia, pero con los que relacionarse de tanto en tanto irrita debido al muro del prejuicio que los confronta y termina separándolos. Sin embargo, para Daniele este reconocimiento por medio del arte consiste, precisamente, en aprender desde el conflicto y entenderlo como “el oro, la riqueza de la interculturalidad” en el que se esconden alternativas y soluciones.
Llegada la fecha, lo que desarrollaron fue una amalgama emocional expresada en escenas cortas y tan comunes como discutir con un vecino o llegar al colegio el primer día de clases y tomarse con el bullying de los compañeros. Un ejercicio de meta teatro, explica Daniele. Para decirlo llano, de episodios que han dejado el anecdotario y se convierten en venero de significantes, con sus respectivas —innumerables— significaciones.
Acto 3. Lavapiés: recuperando lo que fuimos, observando (todo) lo que somos
Es 16 de junio en el Centro Social Comunitario de Lavapiés, ubicado en el Parque Casino de la Reina que pulula de gente: locales y foráneos, hormiguero de turistas, familias completas, partidas de amigos, solitarios esquivos, chicas envalentonadas, ancianos que miran con asombro las calles de un barrio antes ciento por ciento castizo que hoy se muestra como carnaval y se viste de jolgorio para recibir al gentío que se acomoda donde mejor puede —plazas, bares y terrazas, a la salida de los teatros, en las afueras del Mercado de San Fernando.
Este, a diferencia de los anteriores, es un espectáculo itinerante que forma parte de la programación del Festival de Teatro Social Con-Vivencias que se celebra su cuarta edición en el barrio, una en la que Fernando Gallego y un grupo numeroso de vecinas y vecinos se encargan de evidenciar el aspecto variopinto de un Lavapiés con la impronta de más de ochenta nacionalidades. Senegaleses, sirios, paquistaníes, italianos, españoles, chinos, ecuatorianos, argentinos —y más—, que a su modo sostienen la convivencia en una zona gradualmente privatizada por el auge del turismo y de los grandes inversores en el sector de la vivienda: las inmobiliarias, los Airbnb.
Motivo por el que la memoria también es una constante dentro del recorrido que hacen por sus callejones inclinados para reivindicar a los precursores y los símbolos que empalman el antes con el después: el Centro Cultural La Corrala, el solar donde estuvo el Teatro de la Encomienda, la calle Espada donde nació la poeta Gloria Fuertes y la plaza más intercultural de todas, la Nelson Mandela. “¡Queremos recuperarlos y visibilizarlos a través del teatro para agradecerles los que son y lo que hacen! Hemos optado por el reconocimiento y celebración de todo aquello que sí nos gusta del barrio, en vez de por la denuncia de lo que no nos gusta”, argumenta el facilitador de estos anales basados en testimonios de taberneros, mayores jubilados e inmigrantes recién llegados.
"Lavapiés era un lugar donde todo el mundo se conocía y se ayudaba, donde se compartían muchas cosas, y se respiraba una atmósfera muy familiar", es como lo describen. Los taberneros recordaron cómo se vivió la movida de los 80, los movimientos contraculturales que nacieron en los 70 y la vida de los bares, de los conciertos y de las fiestas del barrio en las que "los propios vecinos se hablaban mucho entre ellos para entenderse y donde la policía apenas tenía una presencia importante", cuentan. De acuerdo con Mosaicos, absolutamente todas las personas entrevistadas han hecho referencia a la proliferación de apartamentos turísticos y a cómo esto está afectando negativamente al barrio.
Los resultados de esta función están distribuidos. También colaboraron el músico Nacho Bilbao Gómez, la coreógrafa Paula Lamamie, la vestuarista Zaloa Basaldua y otros agentes sociales del barrio, como la dinamizadora vecinal Rocío Alzueta.
¿Cómo se vive Lavapiés tras bambalinas?
Este sábado el barrio ha amanecido inquieto y vivaracho. Hace buen clima y la asistencia al trayecto es copiosa. Por las calles pasan personas de todas edades que se mezclan con algunos despistados a los que intriga esta procesión en instantes solemne; otros, farandulera, pero invariablemente con aires a un festejo que esparce la buena vibra y la clase de amor que habla con elocuencia en pro de un recoveco urbano en el que igual caben travestis que feministas, intelectuales que bohemios, anarquistas que literatos, incluidos periodistas. Un núcleo para cualquier estampa, una miríada de humores y existencias.
Lavapiés es evolución, me dijo semanas después una vecina.
Acto 4. Comillas: reconociendo los feminismos que habitan nuestro barrio
Comillas está al suroeste de Madrid. Es el barrio más poblado en los bajos del distrito de Carabanchel, donde —según informan con puntualidad los medios— coexisten bandas latinas y okupas; donde predomina la población inmigrante y los mayores de 65 años. También que concentra una movilización social significativa a través de asociaciones vecinales y feministas. Se dicen, se comentan tesituras que terminan opacando otras. Lo cierto es que este domingo —17 de junio— Comillas transpira ánimo de entendimiento: gente de distintas edades y orígenes comienza a ocupar el cuadro central de la Asociación Vecinal Parque de Comillas, los niños juegan en derredor, una mujer se maquilla para su interpretación.
Son tres procesos artísticos paralelos. El grupo de teatro formado por mujeres migrantes de la Asociación Progestión; el grupo de teatro de mujeres del Centro María de Maeztu y el proyecto de creación de la Novela Gráfica "Vida y milagros de Carabanchel Bajo". Los tres, bajo la dirección de Laura Presa que camina de un lado a otro con ojos sorprendidos al ver la cantidad de vecinas y vecinos convocados para reconocer los feminismos que habitan este el barrio; o sea, la presencia de mujeres que exteriorizan sus ideas en nombre del derecho a las diferencias y a formas polifacéticas de ejercer su sexualidad. Es una chica que muestra la discriminación en el borde de Palestina con Israel. Son cinco o seis que escenifican una charla coloquial entre tendederos. Es Isabel, que llegó hace décadas a Madrid de Pozorrubio de Santiago, en Cuenca, y refiere las enseñanzas que aprendió de sus padres. Son el cuarteto de amigas que hablan sobre la depilación, o el grupo de inmigrantes que canta el Cielito Lindo. Son las descripciones en primera persona de la represión en el franquismo y del feminismo en la posguerra que se afanó en la alfabetización de las mujeres.
Es la mirada endurecida de Delia:
— Soy de Paraguay, llevo en España doce años y me gustó participar en el proyecto porque quería contarle a la gente mi experiencia, todo lo que he pasado, y que sepan que las trabajadoras domésticas también tenemos derechos. Me sentí muy emocionada al hacer esto; lo que ahora me pone triste es que ya se terminó, por lo menos hasta septiembre que retomamos actividades.
Es la tenacidad de Sandra, de Venezuela, quien intenta legalizar su situación en España y, me cuenta, asistió a un taller en el que aprendió a reparar ordenadores:
— Desde el principio dije “vamos a hacerlo”; solo es tratar de contar y compartir. Tenemos un grupo que nos ha ayudado mucho, que nos ha enseñado que el miedo puede vencerse.
Es la sensibilidad de Laura, actriz licenciada en Interpretación Gestual, la facilitadora de esta muestra a quien entrevisto mientras su hija le muestra su Chupachup y le pide ayuda para ajustarse la sandalia que se ha roto:
— Estoy súper emocionada, todavía no he podido como que pensar mucho. Me parece precioso ver a todas las mujeres juntas, tan diferentes, encontrando las cosas que las unen y también las que las separan.
¿Cómo se llevó a cabo este ensamble de recuentos individuales?
— Cuando empecé el proyecto me di cuenta de que no se trataba solo se reunir a un grupo de mujeres, sino de acercarme a cada una de las asociaciones, ir al lugar donde ellas se sienten cómodas. En el proceso fue complicado trabajar con tres realidades en contextos muy complejos y acompañarlas en trances muy difíciles en los que simplemente queda sentarse a llorar o abrazarse. Aquí hablamos sobre todo del empoderamiento, de lo fuertes que son al atravesar medio mundo para buscar un futuro para sus hijos. A mí me ha cargado las pilas; tanto conocer a las mujeres mayores y su lucha en los años ochenta, como estas mujeres latinas currando donde pueden.
¿Percibes una temática común a los cinco barrios?
— Si que hay temas comunes, en especial el de la gente mayor que en todos los barrios se siente desvinculada de los cambios que vivimos. Creo que hay que hacer un esfuerzo por reconocer su lucha —por ejemplo, aquí concretamente por el derecho a la vivienda. El teatro comunitario permite unir generaciones, hoy tenemos niños interactuando con gente muy mayor, algo que no se hace a menudo. Para mi también era muy importante traer las voces de quienes no aparecen en los libros de historia y que no siempre son de mujeres. Esta iniciativa cuenta con el apoyo de la ilustradora y vecina Blanca Nieto del proyecto Supermanazas, quien colabora en la creación de la novela gráfica y se encarga de la iluminación en las representaciones.
— Lo que más trabajamos en los talleres son las fortalezas, los logros cotidianos o proezas realizadas por mujeres, ya que nos encontramos con que hoy día muchos temas siguen siendo un tabú para la sociedad.
¿Qué lección te llevas?
— Te das cuenta de que la libertad hay que cogerla, no te la dan. Eso ha sido algo muy potente.
Acto 5. San Cristóbal: inventariando la vida, en común y desde abajo.
Es una comunidad a escala, pequeña, pero con unas ganas tremendas de brindarse, de regalarse a cualquiera y facilitar el encuentro. Esta vez ofrecen torrijas, tortilla de patatas, ajo blanco, empanadas. También las voces hilarantes de vecinas y vecinos que comparten con añoranza y entre risas algunos soplos de lo que fue su niñez y juventud en este poblado, construido en pleno corazón de Madrid para los trabajadores del Parque Móvil del Estado. Es, digamos, una ciudad miniatura —con colegio, tienda, iglesia, parque y patios interconectados— que hoy se explayó para celebrar un huateque en la Casa de Cultura y Participación Ciudadana.
Sin mayor aviso, cuatro personajes trasladaron a los asistentes al Madrid de antaño, el de las fiestas de San Cristóbal —en honor al patrón de los conductores— cuando se decoraban los patios y los niños jugaban por la tarde hasta escuchar el grito de sus madres insistiendo en que era hora de cenar. A la remembranza se unieron otros tantos residentes que, muy al estilo del Me acuerdo de George Perec, narraron su propio “Allí estaba” desde la ventana de una vivienda y bailaron La chica ye yé en el Patio de la Mimosa y con una campanita hicieron el llamado para acudir al colegio público donde está pegado un cartel repleto de manos que dice “Todos iguales, todos diferentes”. Sentados en la acera para formar un círculo humano, escuchamos a los niños contemporáneos expresar cuáles son los rasgos que más disfrutan del paisaje y cuáles cambiarían, entre ellos que no haya tantos coches porque “A Javi, un compañero, casi le atropellan”.
El circuito terminó en la casa de cultura para conocer cada espacio y hacer un mapeo colectivo del poblado, para inventariar lo que estaba y ha desaparecido; lo que ahora se tiene y se intenta conservar. Además, para prestar atención a otras tradiciones y ser testigos de la apertura y recibimiento que los anfitriones dieron a cada visitante. Laura Santos, con la colaboración de Sergio Adillo, dramaturgo, y de Paula Pascual de la Torre (Colectivo TERRE-MOTO), facilitó la realización del proceso. El equipo lo complementaron Ángel Perabá, en la creación de una coreografía, y entidades como la Casa de Cultura y Participación Ciudadana de Chamberí, la Mancomunidad San Cristóbal y algunos padres, madres, alumnos y alumnas del CEIP San Cristóbal.
Este fue un lunes, 18 de junio, inusual. El comienzo de una semana ordinaria en el que un grupo de personas sugirieron hacer de la confluencia algo extraordinario, un evento memorable. Hubo escape de sonrisas, rostros emocionados y ojos que precisaron enjugar las lágrimas para continuar. Un verdadero culto a la comunión que sin demora se contagió en todos los presentes y dio muestra de lo que implican la participación ciudadana y el urbanismo no formal, el que planifica las ciudades alrededor de quienes las habitan, el que protege un territorio desde abajo, a pie de calle.
Antes de bajar el telón: ¿Qué es un barrio?
Violencias de concreto y asfalto, privatización de los espacios públicos, especulación financiera-inmobiliaria, urbanismo agresivo, crecimiento acelerado, dificultades para caminar, dependencia del turismo, necesidad de zonas verdes de esparcimiento, reclamos de libertad, eliminación de la diversidad cultural, proliferación de parques temáticos, desvalorización del imaginario colectivo. Para Fernando Gallego “hay problemas que son comunes a todas las ciudades”:
— La memoria es un nexo entre los cinco proyectos: recuperar las historias, honrar el pasado de los barrios, lo que conforma la identidad de un lugar. Qué mejor momento, cuando la vida cambia tan de prisa, para mirar hacia atrás y ver quiénes han construido lo que somos ahora”.
Esto lo dijo en Comillas, lugar al que acudió para respaldar y aplaudir la escenificación dirigida por Laura Presa. “Mi abuelo es de este barrio y me hacía mucha ilusión conocerlo”, comentó Laura Santos al iniciar la presentación en Chamberí, la que detalló con minuciosidad para que no quedara duda del esmero puesto en el proyecto.
— Siento que ya no hablamos el mismo lenguaje. Para mí, lo más difícil ha sido aprender a conectar dos mundos, hacer de puente entre jóvenes y ancianos. Si me preguntas, los percibo como un grupo vivo y en proceso. Esta obra ya tiene un impacto, pero pretende ser un servicio; así que se queda en Ventilla para abrirse a la participación de más personas y entidades del barrio. Las mujeres están muy implicadas…
Me dijo Natalia Sanz mientras Estrella, una de las integrantes, se despedía y le expresaba sus ganas de colaborar siempre que se pueda. Entonces Natalia aprovechó para sugerirle que su personaje usara un moño, para darle más carácter. “Claro, como mi abuela que siempre iba con el moño”, le respondió.
Mosaicos es un mosaico: una obra de arte elaborada con piezas diminutas de humanidad, teselas hechas de barrio, situaciones, sentimientos, contextos, épocas, personajes humanos y materiales, aspiraciones, evocaciones, unidos todos mediante el yeso de la pertenencia a un lugar y su continua exploración. Es un proyecto y tantas cosas a la vez.
“Hay una gran diversidad también a nivel emocional. Yo me siento en deuda, estoy muy agradecido porque volví a conectar con mi país”, dijo Daniele Cibati, con voz entrecortada cuando lo entrevisté y entre una pregunta y otra tuvo oportunidad de recapitular este experimento que, entre sus fines, tiene el de eliminar la desconfianza a la otredad, al “acá y al allá”.
— Mis hijos me ayudan, me anclan a la tierra para hacerme ver que estamos viviendo una locura: miedo, soledad, odio, envidia, individualismo; nos permea el racismo, tenemos una incapacidad de ver la realidad. Por eso, desde Mosaicos queremos reconstruir las relaciones, volver a generar esos vínculos de barrio que, con la familia y la red de vecinos y vecinas, son la unidad básica de la ciudad. Así como tenemos el centro de salud para rehabilitarnos o el cole para enseñarnos, también contamos con el recurso del teatro comunitario para dialogar y reflexionar.
Antes de terminar nuestra conversación, Daniele me dice que cocinará una lasaña en agradecimiento a los chicos que integraron el proceso. Cuando le pregunto por sus aprendizajes, responde que en una maleta se lleva el agradecimiento y el deber de la humildad que le exigió ser “partero” de este bebé solidario. A la basura tira el ego y la persecución obsesiva de resultados. En un ciclo de centrifugado deja la paciencia y el curso natural de acontecimientos que requieren más tiempo para asimilar tanto las percepciones antagónicas como las alegrías recíprocas que supone el ejercicio agridulce, de ser y hacer comunidad, de aproximarse a otras y a otros. Así como la eterna circunstancia de arribar, partir y trasladarse.
El grupo de Chamberí legó a los espectadores la receta de “Torrijas de Isabel” que repartió impresas. Cuando estuve en Ventilla me ofrecieron una rosquilla tradicional de canela preparada por otra participante en la creación. En Comillas montaron una mesa con tortillas de patatas, ensaladilla, croquetas; comida casera que convidó la asociación vecinal. En los cinco barrios la degustación incluyó hablar de lo que pasa, ocupa e inquieta cada día; de la vida “a medio camino” —como apuntó Paul Leuilliot— al interior de las “cárceles del capitalismo”, las metrópolis que dibuja la filósofa Marina Garcés en Ciudad Princesa y el universo en torno al que se levantan o desmoronan los barrios. También nuestras personalidades.
Los barrios como hormigueros de impresiones y huellas, de organización, de resistencias, de habitaciones, de prácticas, de intercambios, de códigos y, cada vez menos, de regocijo. Los barrios: estratificados, fuera de foco, virtuosos, plurales, múltiples; fundamentales siempre para socializar y producir, más que bienes de consumo, cultura y entramados de cooperación que le den consistencia al hecho de existir. Sin romanticismos ni autocomplacencia, sino con celebración y evaluación —según cuenta Daniele—, Mosaicos está aplicado en impulsar el trabajo común que facilite la toma de libertades, rescate la alegría e imagine cómo deben ser las ciudades donde quepamos todas y todos —o las que nadie quiera abandonar, salir huyendo.
Su método elegido fue el teatro comunitario en sus variantes y con las peculiaridades de cada sitio, pero las estrategias de intervención y los beneficios son multiplicables al infinito. Esta caminata consistió en cinco trayectos. Se necesitan tantos más como barrios existen en incontables coordenadas. Sabemos que no hay comunidades sublimes, lo bueno es que aspiraciones y deseos, sí. El ejemplo está puesto y la invitación hecha, solo queda arriesgarse y aceptar. En otros términos, okupen su localidad.
*Agradecemos de manera especial la colaboración de Alba Villanueva para la realización de este reportaje.