We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Vacaciones
Unas vacaciones saludables en España para las niñas y niños de Chernóbil
Desde los años 90, las asociaciones españolas han gestionado más de 760.000 estancias de niños y niñas que han venido a descontaminar su organismo. Llegaron a venir hasta 9.000 niños y niñas en un verano. Hoy apenas llegan a 850.
Hace 20 años, tal día como hoy, Iban Bereknhuk se encontraría disfrutando de las aguas de una de las piscinas municipales de Madrid, de la Pedriza, del Parque de Atracciones o subiendo y bajando las escaleras mecánicas de la estación de Atocha, su actividad favorita. Este niño, hoy adulto, nació en 1983 en un pequeño pueblo de Ucrania ubicado a cien kilómetros de Kiev. Cuando el reactor nuclear de Chernóbil explotó provocando la peor catástrofe radiactiva de la historia, él apenas tenía 3 años. No recuerda mucho de aquellos tiempos, de las evacuaciones y del caos. Sin embargo, y pese a que vive a 200 kilómetros de la central nuclear, su salud no es ajena a las emisiones de elementos radioactivos, que aún hoy perduran.
Gracias a los programas de vacaciones saludables que la Asociación de Familias en Apoyo al Niño (AFAN) ha llevado a cabo en España, país pionero en esta iniciativa, pudo desintoxicarse durante nueve años consecutivos en los meses de verano. Desde los 9 hasta los 18 años compartió temporadas estivales en el municipio de Leganés con Marian Fernández, quien le recuerda como un niño divertido, hablador y amante de la comida.
Marian y su familia fueron el refugio saludable de Iban los dos primeros años, también durante las vacaciones de Navidad. Aunque no compartían idioma, él no paraba de darle a la lengua e intentaba interactuar constantemente. De los gestos pasaron al entendimiento, que iba avanzando año tras año gracias a El Rey León y a Aladdin, películas que fueron sus maestras de idiomas. Hoy Iban habla español y con un marcado acento madrileño de ‘ejjques’ arrastrados asegura que está muy agradecido a su familia en España. “Marian es mi hermanita y Susana [su hermana] también”, afirma.
“Nos dieron dos hojas llenas de palabras en ruso y en castellano que no sirvieron para nada porque no sabíamos ni leerlas”, recuerda Marian Fernández, que pasó nueve veranos con Iban
Iban, que hoy trabaja en una fábrica de harina en turnos de 24 horas, procede de una familia humilde y pasó su infancia en un internado. No había salido de su pueblo hasta que tuvo la posibilidad de enrolarse en los primeros grupos de niños y niñas que se dirigían hacia España en las navidades de 1992. “Ese año a Madrid llegaron cientos de niños en Navidades. A Leganés llegó un autobús lleno a las dos de la mañana. Una amiga de mi madre trabajaba en el Ayuntamiento de Leganés y le dijo que necesitaban casas para los niños porque venían un montón”, recuerda Marian.
Pocos días después de esta conversación, Marian y su familia viajaban en coche dirección a casa, con Iban dentro, recién llegado, en una fría noche madrileña. “Venía con ropa fina y remendada. Fue un choque de realidad. Fuimos a comprarle ropa y se puso los pantalones nuevos por encima de los viejos”, rememora. Recuerda también que la primera despedida fue muy dolorosa. “Llorábamos porque no sabíamos qué sería de él. Tampoco teníamos métodos para comunicarnos. Yo le escribí nuestro número de teléfono y nuestra dirección por dentro del cinturón. Un día recibimos una carta de su madre en ucraniano. Tuvimos que buscar a alguien que nos la tradujera. Y así fue como empezó nuestra relación”, explica.
“Cuando Iban venía, lo primero que teníamos que hacerle era un chequeo médico. También teníamos que darle de comer sano, que fuera al mar y a la piscina. Solamente estar fuera de su entorno ya era bueno para él”, cuenta Marian, mientras añade que durante los primeros años la información que recibían las familias era escasa. Los hogares de acogida debían diseñar la estancia de los menores con unas pequeñas pinceladas como recomendaciones. “El primer año nos dijeron que tenían miedo a la lechuga, porque es una verdura que absorbe mucha radiactividad. Nos pidieron que no les diéramos lechuga o que, si se la dábamos, teníamos que comer nosotros también para que ellos vieran que se podía comer. También nos dieron dos hojas llenas de palabras en ruso y en castellano que no sirvieron nunca para nada porque no sabíamos ni leerlas”, rememora.
Hace cinco años los padres de Marian hicieron una carta de invitación para que Iban volviera unos días. También han hecho el camino inverso y la familia Fernández fue a Ucrania a conocer a los progenitores de Iban. Hoy, la distancia que les separa se acorta gracias a WhatsApp, y, aunque no viven juntos, su relación sigue siendo de hermandad.
Más de 760.000 estancias
Desde los años 90, las asociaciones españolas han gestionado más de 760.000 estancias de niños y niñas que, como Iban, venían a descontaminar su organismo y a confraternar con familias del Estado, según los datos de la Federación Pro Infancia de Chernóbil. Llegaron a venir hasta 9.000 niños y niñas en un solo verano. Hoy apenas llegan a 850.Para Nieves Sánchez, presidenta de esta federación, además de la crisis, existen otros factores para explicar el descenso de acogidas. “Hay una falta de información entre la sociedad civil y un gran olvido de la mayor catástrofe medioambiental del planeta. Es una historia del pasado pero latente en el presente. Y también hay una falta de financiación por parte de nuestro gobierno”, advierte mientras añade “no tenemos cabida en ninguna convocatoria estatal, no trabajamos en países en vías de desarrollo, no cabemos en los programas de acción humanitaria… y bebemos de trabajo voluntario. Nuestra única fuente de financiación son las familias”.
Según los datos que maneja la Federación Pro Infancia de Chernóbil, los menores necesitan un mínimo de 45 días fuera de la zona radiada para conseguir prolongar su vida entre 19 y 24 meses
En cuanto a la desinformación y el olvido, Sánchez destaca que la contaminación radiactiva sigue presente. Cuando el 26 de abril de 1986 el reactor número cuatro de la central nuclear de Chernóbil explotó, liberó el 20% del núcleo de isótopos radioactivos que albergaba, un hecho que la serie de Netflix Chernobyl ha puesto en la opinión pública otra vez. Dentro del gran sarcófago en el que se ha encerrado lo que queda del núcleo quedan aún el 80% de elementos radiactivos.
Entre los elementos liberados, estaba el yodo, el uranio, el estronio 90 o el cesio 137, un elemento que se queda en las capas superficiales de la tierra y que necesita muchos años para desintegrarse. “El cesio entra en la cadena alimenticia. Estos niños y niñas están comiendo alimentos radiados constantemente aún hoy”, asegura la presidenta de Pro Infancia de Chernóbil. Según los datos que maneja la federación, los menores necesitan un mínimo de 45 días fuera de la zona radiada para conseguir prolongar su vida entre 19 y 24 meses. Con la desintoxicación disminuye el riesgo de que estos pequeños desarrollen tumores cancerígenos, especialmente en la glándula tiroides, la más afectada por los iones radiactivos.
A lo largo de estos años, Sánchez, que es también vicepresidenta y secretaria de la asociación ASNIA Huelva, ha recibido a dos niños de acogida para saneamiento. El segundo entró con una cantidad de radiactividad de 74 bequerelios por kilo. “A partir de 20 bequerelios por kilo se considera un riesgo para la salud. Lleva aquí viniendo 5 años y ahora cuando llega ya entra con 40 bequerelios por kilo aproximadamente”, ilustra Sánchez.
Región de Gomel, prioritaria
Las organizaciones englobadas en la federación se encargan de gestionar las estancias de niños de Ucrania, Rusia y Bielorrusia, especialmente de la región de Gomel, altamente afectada por la nube tóxica que se desplazó hasta tierras bielorrusas. Esta región, al sur del país, se encuentra en la frontera con Ucrania y en ella fueron evacuados 327 pueblos. “Todos los niños necesitarían salir realmente. Nos centramos en la región de Gomel porque fue la más afectada, pero tenemos que utilizar filtros. Lo más importante es que vengan de una zona radiada, que tengan alguna patología y que provengan de familias con un nivel socioeconómico bajo”, explica Sánchez.Desde la región de Gomel llegaron a casa de José Bayo Darya y Camila con 10 y 8 años. Este onubense recibió en su casa a estas dos niñas bielorrusas en 2016 y, desde entonces, han repetido todos los años, excepto este, en el que solo ha venido Dayra. “Proceden de familias humildes. Sus familias cultivan en casa sus pequeños huertos y comen lo que les da la tierra, una tierra que está contaminada. Llegaron con niveles de radioactividad de 70-74 bequereles por kilogramo”, cuenta Bayo.
Energía nuclear
Kolin Kobayashi: “No hablamos de los peligros tras Fukushima porque entraríamos en pánico”
Gracias a estos programas de vacaciones saludables, su radioactividad ha ido bajando. “Cuando Dayra volvió a su casa el año pasado, volvía con una radiactividad de 19 bequereles por kilogramo”, explica. Este año ha entrado con un poquito más, en torno a 30, y Bayo espera que con nuestra alimentación y nuestro clima estos niveles bajen de nuevo. “Pensamos seguir colaborando todos los años. Los niños van creciendo y llega un momento en que no quieren irse de allí, pero todo lo que hagamos hoy en día por estos niños, es para sanar su futuro”, concluye.
Mientras, Marian Fernández se siente muy gratificada por la experiencia y pretende continuar con el legado de Iban. “Conocer a Iban fue una bofetada de realidad. Yo tenía 20 años y nunca me había faltado nada. Ver la ropa que traía o el ansia con el que comía es inolvidable. Muchas de las cosas que hago hoy las hago pensando en él”, afirma quien acaba de acoger en su casa a una familia salvadoreña. “¿Cómo no voy a acoger si, al final, siempre encuentro a gente maja que me enseña más de lo que yo doy?”, se pregunta.
Relacionadas
Transporte
Transporte 400 personas protagonizan un motín contra la transportista Cevesa en el embalse de San Juan
De haberlo sabido
Opinión Síndrome postvacacional… ¿o crisis existencial?
El Salto Twitch
El Salto Twitch El verano de las otras ¿Quiénes trabajan mientras tú vacacionas?
El país pionero en esa iniciativa fue Cuba, que desde 1990 estableció un campamento para los menores afectados en el balneario de Tarará, al lado de la Habana y en un emplazamiento excelente próximo al mar. Incluyendo tratamiento médico desde el primer momento, lamentable que en el artículo no se mencione. 23.000 menores fueron atendidos en Cuba.
http://www.cubadebate.cu/especiales/2019/06/19/los-ninos-de-chernobil-en-cuba-una-historia-no-contada-i/
https://www.semana.com/mundo/articulo/los-ninos-de-chernobyl-en-cuba-la-historia-de-los-afectados-por-la-catastrofe-nuclear-que-recibieron-tratamiento-en-la-playa-de-tarara/619783
Eso no cuenta para los de siempre se ignora que fue el propio comandante Fidel quien tomó la decisión pero como firmaré la prenda ignorándolo