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Ecofeminismo
Un verano de encuentros y aprendizajes ecofeministas
Este verano, con esto de que se había acabado la amenaza covid, pudimos reencontrarnos de manera presencial activistas de diferentes colectivos para debatir, crear, bailar y llorar colectivamente por los tiempos que nos toca vivir. En todos estos encuentros, nuestra mirada ecofeminista nos ha permitido aprender mucho sobre cómo encarar el futuro (y el presente).
En Basoa, lugar maravilloso de Vizcaya, del que ya hemos hablado en este blog, tuvo lugar a finales de julio Communia. Diseñado por la Fundación de los Comunes, presentaba debates en plenario sobre ejes temáticos tan importantes como Autonomía, Antirracismo, Transfeminismos y Crisis Ecosocial. Y fiestas, ¡muchas fiestas! Había ganas de celebrar volver a vernos. Nosotras participamos, fundamentalmente, en los talleres de Migración y antirracismo; Transfeminismos y luchas queer y Crisis ecosocial y luchas transnacionales. Más de trescientas personas de diversos puntos del territorio. ¡Un subidón! Fue maravilloso poder discutir, desde el cariño que nos tenemos, sobre si desde el ecologismo social hemos logrado o no transversalizar nuestras luchas. Por más que intentamos que se vincule la crisis ambiental y la crisis energética con aspectos como la pobreza energética y la dificultad para acceder a la vivienda, nos comentaban compañeras de luchas como el Sindicat de Llogaters que no siempre logramos hacerlo comprensible y cercano. La ecología se percibe en muchos movimientos como un lujo, y ahora que está también en los medios y en los discursos de poder, el reto urgente es hacernos cercanas a la gente que sufre directamente los impactos de la crisis económica y energética y poder explicar los vínculos estrechos con la ecología. También hay que abordar el peligro que supone que la adaptación al cambio climático acabe suponiendo plusvalías y rentas a quienes más tienen, y cargas para quienes tienen menos. Es esencial repensar la forma de comunicar y nuestra manera de estar presentes en las luchas sociales.
Es muy de agradecer que la Fundación de los Comunes presentase el ecologismo y la lucha contra las transnacionales como un agente de cambio social. Sigue habiendo debates pendientes, como los plazos del colapso. La postura de que el colapso se va a producir de forma suave, con plazos dilatados, nos resultaba pasmosa (aunque a quienes somos madres nos encantaría poder abrazar esa perspectiva).
El eje de Transfeminismos y luchas queer fue bastante polémico. El artículo que servía de punto de partida para el debate generó mucha controversia. Pronto recibió respuesta. Hubo personas que se sintieron heridas, lo que demuestra que la lucha nos atraviesa. De nuevo, nos pareció sugerente la diversidad de colectivos presentes, tanto en las intervenciones iniciales como, especialmente, entre el público. Esa diversidad favorecía el intercambio y abrir el marco de reflexión. Las dificultades y fortalezas de los feminismos puestos en pie en el día a día de casas okupas, de centros sociales, crear entre todas el significado real de eso que llamamos “feminismo de clase”. Nosotras nos quedamos reflexionando sobre cómo construir el “ecofeminismo de clase”. Y con unos contactos maravillosos para pedir artículos para Saltamontes que nos permitan acercarnos a las reivindicaciones de las trabajadoras sexuales o que nos expliquen las leyes que se están cocinando.
De las mesas de Migración y antirracismo sacamos, especialmente, aprendizajes personales: revisión (muy incipiente) de nuestros privilegios de mujeres blancas de un país europeo. Mucho por deconstruirnos. En gran medida, nos cuesta incluso saber por dónde empezar.
Sembrando futuros: construyendo esperanza
En otro lugar inspirador, de esos que hacen carne y tierra la utopía, Arterra Bizimodu, tuvo lugar “Sembrando futuros”. El subtítulo del encuentro nos parece muy destacado de lo que aprendimos allí. “Construyendo esperanza ante la crisis ecosocial”. Constatamos que hay muchas personas que sienten lo que ha dado en llamarse “ecoansiedad”. Este sentimiento, si cabe, se ha agudizado más este verano, en el que hemos sufrido olas de calor que agostaron, en julio, terrenos siempre verdes. O que provocaron la pérdida de entre el 30% y el 70% de las cosechas de los pequeños agricultores. Una propuesta de cinco días con dos momentos. Uno primero de encuentro para organizaciones en el que repensar futuros posibles, emancipadores, comunitarios y que merezcan la alegría ser vividos. A este llegaron unas setenta personas de otras tantas organizaciones, de ámbitos diversos (organizaciones ecologistas, gentes de la economía social y solidaria, comunidades intencionales...) y de lugares diversos. Tres días para desplegar imaginarios alternativos, con sus límites y sus posibilidades y para trazar itinerarios en cada uno de los ámbitos en los que estamos que nos permitan construirlos.
El segundo momento fue una propuesta de macrojuego, “El laberinto de los límites”: dos días y medio, treinta horas, 7.000 metros cuadrados y setenta personas desafiándose a través de pruebas a superar barreras físicas, tomar decisiones, construir (literalmente construir) juntas, experienciar la “tragedia de los comunes” y reflexionar sobre los procesos, porque tan importante como resolver las cosas es ver cómo lo hacemos y de ahí muchas nos fuimos a Sobremesa…
Sobremesa: desatar futuro
La idea de Sobremesa era “desatar futuro”, una propuesta épica en la que salir del victimismo y empezar a imaginarnos a lo grande nuestra respuesta al colapso. No se cuestionaba el marco, el colapso no era un “eje”, sino que era el análisis de fondo transversal a todo. Pensando en cómo resolver colectivamente las necesidades colectivas -desde poder comer tres veces al día hasta que todo el mundo pueda sentirse escuchado y apreciado- se iba desencadenando un programa frenético en el que siempre había un taller al que no te daba tiempo a ir, una conversación interesante que tenías que cortar. Una batidora de cientos de personas muy distintas pero con horizontes similares, en la que entretener durante un rato las utopías e ideas abstractas pero en las que las cuestiones concretas -ya sea ponerse a tapar todo lo que no puede mojarse cuando aparece la lluvia, quedarse con las peques para que sus madres puedan ir a los talleres o ir a buscar a alguien a las tantas de la mañana- se resolvían de forma colectiva, rápida y eficaz.
Aprender de agricultura, de resiliencias, de resistencia y desobediencia civil. Grupos raíces con quienes asegurar que se cubran autogestionadamente las tareas. Nosotras reflexionábamos, después, sobre que la autogestión requiere organización, liderazgo compartido y rotativo. En Sobremesa constatamos (ya lo sabíamos) que autogestión no significa espontaneísmo. Había muchísimo trabajo y generosidad detrás de este encuentro.
Mucha gente joven que escuchaba e interpelaba a personas con mucha trayectoria. Volvimos a hablar de acción directa no violenta. Reflexionamos sobre cómo soñamos el futuro, cómo serían las utopías posibles en el contexto del cambio climático inminente y qué hay que hacer para llegar a ellas. Nos gustó especialmente que hubiera todo un eje sobre cómo funcionan los grupos y sobre cómo podemos cuidarlos y cuidarnos dentro del colectivo. Es un aprendizaje fundamental para lo que está ocurriendo. Sobremesa fue un ensayo a pequeña escala de cómo nos gustaría que funcionase un mundo ecofeminista.
Nos ha parecido muy significativo que en este verano surgieran iniciativas transformadoras, de encuentro, de debate, de construcción. ¿Qué significa que en menos de un mes haya habido tres encuentros con la ecología como un eje fundamental? ¿Qué estamos buscando desde los movimientos sociales? ¿Qué nos ronda por la cabeza y por el corazón? Ojalá signifique que una nueva ola de luchas climáticas se avecina, con los aprendizajes interseccionales que nos son imprescindibles.