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Personas refugiadas
La “Europa de los valores” que cierra las puertas a los refugiados
No es extraño que una Unión Europea que paga para que los refugiados no lleguen a sus costas haya mirado para otro lado cuando el nuevo ministro de Interior italiano, el ultraderechista Matteo Salvini, anunció que Italia cerraba sus puertos.
Ahmad, Yasim, Lamin, Nahla. Son muchas las historias de huida de países en conflicto. Sus procedencias y viajes por el Mediterráneo son diversos, pero todos tienen algo en común: sueñan con llegar a Europa. Para ello deben afrontar duras travesías en las que, junto a otras personas en su misma situación, se juegan la vida para que la suya cambie y puedan tocar un techo de paz.
Ahora que el buque Aquarius navega en dirección a Valencia, se abre un debate social sobre qué supondría la acogida de 629 personas. Quienes se posicionan en contra acuden a individualizar una cuestión que debe ser de alcance colectivo, además de internacional. Tras los típicos “¿por qué no los metes en tu casa?” se suceden otros mantas referidos a que el trabajo para los nacionales escasea (como si eso fuese debido a las personas que huyen hacia lugares más seguros).
En 2015, Luisa Corradi, mallorquina, se encontraba en Berlín. Había emigrado allí hace algo más de un año buscando un futuro mejor, exactamente como los más de 800.000 solicitantes de asilo que en ese mismo año llegaron a Alemania (aunque no todos pudieron quedarse). Las diferencias entre ambas migraciones son obvias y no comparables: ella no tuvo que arriesgar su vida ni tampoco tuvo problemas para poder permanecer allí, gracias a su nacionalidad italiana.
Luisa acogió a Nahla en su casa. “Recibí una llamada de una amiga que estaba en una organización que trabajaba con refugiados. Me contó que había una chica embarazada que necesitaba un lugar seguro. Yo acepté y en teoría eran un par de semanas, pero nos hicimos amigas y se acabó quedando dos meses. La acogí porque me vi en una situación muy privilegiada respecto a ella y me pareció justo, además mi habitación era muy grande. Me hizo aprender mucho sobre lo que significa ayudar. Hay que brindar un apoyo, pero de igual a igual, como dos personas que aprenden mutuamente, y no victimizar”, cuenta Luisa.
La acogida en Alemania
El invierno de 2015 fue un duro reto para Alemania, pues hizo frente a la mayor parte de las acogidas que se produjeron debido a la guerra de Siria, más las habituales de la ruta del Magreb. Quien vivió esa época allí recordará cómo las ciudades se llenaron de una solidaridad que desbordaba fronteras. En cada barrio hubo puntos de recogida de mantas, ropa o utensilios de higiene, que luego fueron distribuidos en los centros de acogida que se habilitaron en todas las ciudades.
Es innegable que un país como Alemania tenía la suficiente capacidad económica y social para acoger a las personas que llegaban, como así quedó demostrado. No sólo no se han recortado partidas presupuestarias en favor de los refugiados, sino que Alemania ha seguido creciendo económicamente y ha establecido una partida presupuestaria propia para la acogida. La llegada de refugiados no ha supuesto ninguna crisis económica en Alemania. Es más, se ha creado empleo. Según las estadísticas de la Oficina Federal de empleo en Alemania, en mayo de 2018 había 289.000 personas trabajando en temas de acogida a refugiados y desde marzo de 2015 se crearon 188.000 puestos de trabajo nuevos referidos a este tema (un 186,5 % más que los que había en el primer trimestre de 2015).
Pero el paso del tiempo y los acontecimientos políticos desdibujaron la inicial aceptación que provocaban los refugiados. El auge de los partidos de extrema derecha, como Alternativa para Alemania, que fue tercero en las elecciones de septiembre de 2017 y ahora es el primer partido en la oposición del Bundestag, hizo que la presión política sobre Angela Merkel se intensificase. La formación de una nueva Gran Coalición entre el Partido Democristiano (CDU) de Angela Merkel y los socialdemócratas (SPD) de Andrea Nahles ha traído algunos cambios.
El partido hermano de CDU en Baviera, la llamada CSU, está imponiendo su política migratoria. Su líder, Horst Seehofer, que protagonizó varias trifulcas con Merkel por estar en desacuerdo con la acogida, fue nombrado ministro del Interior y de la Patria (este último ministerio es nuevo). Un día después de que el rechazo de Italia a acoger a los tripulantes del Aquarius saltase a la opinión pública, Seehofer debía presentar su nuevo plan de asilo. Finalmente canceló su comparecencia pública y los medios alemanes hablan ya de guerra abierta entre Merkel y Seehofer, que es partidario de cerrar las fronteras, como así demostró un fin de semana de 2015, cuando blindó la frontera bávara ante las llegadas desde Austria.
El canciller austríaco, Sebastian Kurz, también se ha reunido esta semana con Angela Merkel y le ha hablado de un plan conjunto para hacer frente al asilo, aunque hay ciertas discrepancias entre ellos. Si algo tienen en común la mayoría de los países más cercanos a la ruta del Mediterráneo es que son gobernados por partidos cercanos a la extrema derecha (Hungría), han pactado con la extrema derecha (Austria e Italia) o han elegido ministros del Interior que se oponen firmemente a la acogida de refugiados (Alemania).
Hace meses que Merkel no se refiere a los refugiados como refugiados, sino como “inmigración ilegal”. En cada una de sus comparecencias públicas incide en que debe combatirse este tipo de inmigración, y en su afán para no defraudar a los de su partido y conseguir neutralizar a la extrema derecha empezó a endurecer las condiciones de acogida. El famoso “Asylpakett II” fue una ley que en 2016 estableció como seguros a Túnez, Argelia y Marruecos. Esta distinción supone que quienes llegan de esos países no puedan solicitar su estatus de refugiados ni ayuda social. Si no cuentan para el Estado, no pueden acceder a un seguro médico, ayuda económica o lugar de residencia fija, salvo que consigan papeles por otro cauce. La propia Merkel visitó Túnez para firmar con su presidente la aceleración de las readmisiones a principios de 2016.
En 2015 se deportó a nueve personas Afganistán desde Alemania. En 2016 la cifra aumentó a 67 y en los primeros cuatro meses de 2017 ya se había deportado a 72 personas
Poco después, y tras el fracaso de su idea de reparto por cuotas en los países de la Unión Europea (recordemos que Rajoy se comprometió a acoger a 17.000 refugiados, aunque no lo cumplió), fue la promotora del acuerdo con Turquía que selló la ruta de los Balcanes. Como si de mercancía se tratase, la Unión Europea estableció con Turquía un ratio de acogida 1 a 1, es decir, por cada refugiado que acogiese Turquía, Europa se comprometía a acoger uno en el futuro. También acordó pagar a Turquía 30.000 millones de euros como parte del trato, lo que hizo reducir drásticamente las llegadas. A finales de 2016 la Unión Europea también estableció un acuerdo con Afganistán (a pesar de la negativa de su ministro de Refugio y Repatriación) para agilizar las deportaciones vía Kabul con vuelos en los que ya viajan incluso mujeres y niños. Como ejemplo, según el Ministerio de Interior alemán, en 2015 se deportó a nueve personas Afganistán desde Alemania. En 2016 la cifra aumentó a 67 y en los primeros cuatro meses de 2017 ya se había deportado a 72 personas.
No es extraño que una Unión Europea que paga para que los refugiados no lleguen a sus costas haya mirado para otro lado cuando el nuevo ministro de Interior italiano, el ultraderechista Matteo Salvini, anunció que Italia cerraba sus puertos. En el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania, además de calificarse a sí mismos como contrarios al islam, también hablan de establecer acuerdos puntuales y reformular el concepto de Unión Europea por otro de alianzas estratégicas de algunos países en cuestiones referidas al ámbito económico, obviando a los países más pobres. En su ideario ya dejan claro que el concepto de solidaridad (una de las premisas por las que nació la Unión Europea) no está entre sus prioridades, ni en lo referente a los refugiados ni a los países menos potentes económicamente. La Europa “a dos velocidades”, denominación extraída del documento Schäuble-Lammers de 1994, ya hablaba del concepto “núcleo duro” y de reforzar el eje franco-alemán, exactamente lo que están haciendo ahora Merkel y Macron.
Ante este escenario, los partidos de izquierdas de la Unión Europea son favorables a la acogida, pero no saben explicar a la ciudadanía por qué sí se puede acoger a refugiados, lo que provoca que una gran parte de la población piense en la imposibilidad de afrontarlo por cuestiones económicas o, simplemente, desde una postura más xenófoba.
Mientras el Aquarius navega en dirección a Valencia y dejando atrás varios puertos en los que no es bienvenido, el buque llamado Unión Europea se va hundiendo, pero la banda de música sigue tocando.