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Precariedad laboral
Guggenheim Bilbao, precariedad tras el artificio de titanio
El museo promete abogar por una oferta de empleo de calidad y estable al tiempo que se nutre de personas trabajadoras en condiciones precarias. La precariedad contribuye al efecto de macdonalización del arte, convirtiendo a los museos en multinacionales culturales con delegaciones en todo el mundo, cuyo contenido es similar al margen del país donde se encuentre.
El Museo Guggenheim Bilbao une su éxito a la excelencia en la gestión y promete, en su estrategia empresarial, abogar por una oferta de empleo de calidad y estable. Transcurridos 21 años desde su inauguración, el museo ha conseguido una imagen de éxito y progreso entre la mayoría de la población vasca, imagen que se vincula a la excelencia en su gestión. El museo cuenta, entre los pilares de su estrategia empresarial, con el objetivo de ofrecer empleo estable de calidad. Esto, unido al hecho de que su órgano de gobierno lo componen el Gobierno vasco, la Diputación foral de Bizkaia y The Solomon R. Guggenheim Foundation (fundación dedicada al arte mediante publicaciones, exhibiciones y programas educativos), podría llevar a pensar que una institución como ésta, de prestigio y participada por la administración, dotaría a su plantilla de condiciones laborales dignas.
Aún colea en los juzgados el conflicto laboral que tuvo lugar en el año 2016. Durante años, el museo había subcontratado el servicio de guías y educadores a la empresa de externalización de servicios Manpower Group Solutions. El acuerdo de subcontratación concluía en septiembre de 2016. En julio de este año y en los dos meses siguientes, el equipo de educadores y orientadores del museo participó de modo mayoritario en las jornadas de huelga y movilización. Denunciaban que el museo no se comprometía a la subrogación, es decir, no les garantizaba continuar trabajando con independencia de qué empresa ganara el siguiente pliego.
Guggenheim Bilbao se resistía a tomar esta medida pese a que es un procedimiento ordinario. Por ejemplo, en julio de 2016 trabajadores y trabajadoras del Museo de Bellas Artes de Bilbao firmaron un acuerdo con el Patronato del Museo, formado también por Gobierno, Diputación y además por el Ayuntamiento de Bilbao, y con una vigencia de 4 años, garantizando la subrogación laboral. La plantilla en huelga del Gugghenheim denunciaba también la falta de compromiso alguno de mejora en las condiciones laborales. Achacaban al museo que no se asegurara unos sueldos mínimos, o el cobro de festividades, antigüedad o bajas laborales.
Un ámbito de trabajo tan visible, tan expuesto a la mirada pública, con patronal formada en numerosos casos por gobernantes públicos ha convertido al trabajador cultural en personal de usar y tirar.
La precarización del museo choca frontalmente con su propia filosofía que anuncia en su web: “El Museo tiene clara su vocación de institución educativa; por ello, cada proyecto exige cuestionarse las técnicas, materiales y ambientes que impliquen una experiencia educativa informal, interdisciplinaria y lo más interactiva posible (...)”. El nivel en la formación de orientadores y guías es esencial para garantizar un buen servicio en la atención a las visitas de adultos y escolares. Las guías conocen las obras, sus referencias a nivel internacional, disertan y explican los conceptos y formas y las líneas de acción y pensamiento de los artistas.
Las huelguistas denunciaban, sin embargo, que no se les proporcionaban los catálogos de las exposiciones, por lo que debían comprarlos y, además, formarse por su cuenta. Además, alertaban de que su sueldo base era de 5,35 euros brutos por hora, por lo que no podían pagar los 16 euros de entrada al museo ni con tres horas de trabajo.
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En su página, el museo asegura, asimismo, tener un “comportamiento ético y social, respetando la igualdad de oportunidades de las personas en su diversidad (…) y actuando siempre desde una perspectiva de género”. Resulta al respecto oportuno subrayar que aquí se repite un factor ya conocido en otros sectores de intervención pública. Hay sectores laborales con una mayor presencia femenina que casualmente cuentan con condiciones de trabajo ciertamente precarias. En el caso que abordamos, de las 18 personas que estaban afectadas directamente por el conflicto laboral, 15 eran mujeres y 3 hombres. Pese a que el Museo pregona la estabilidad en el empleo, 15 educadoras y guías vieron finalmente como la empresa prescindía de ellos y ellas tras la huelga. Tras desarrollar satisfactoriamente su trabajo durante varios años, se vieron en la calle sin cobrar indemnización ninguna.
Estas condiciones contribuyen al efecto de macdonalización del arte, convirtiendo a los museos en multinacionales culturales con delegaciones en todo el mundo, cuyo contenido es similar al margen del país donde se encuentre, como explican David Almazán Tomás y Jesús Pedro Lorente en su ensayo Museología, crítica y arte contemporáneo. La comisaria y crítica de arte Rosa Martínez lo explica así: “Uno consume los mismos productos vaya donde vaya, se trate de hamburguesas o de Warhols. Las obras se convierten en una serie de iconos y objetos de consumo que se transportan de un sitio a otro con la lógica del beneficio económico”.
Esta macdonalización del arte en los grandes museos, en los que además las instituciones públicas tienen máxima responsabilidad y participación económica, ha recibido un fuerte varapalo judicial en el caso del Guggenheim. Hasta en cuatro casos, los despidos han sido declarados en sentencia como nulos o improcedentes. La última sentencia, del TSJPV y fechada este pasado 13 de noviembre, reafirma lo ya dictado por el Juzgado de lo Social, así que el museo se ha visto obligado a readmitir a la educadora, a pagarle los salarios de tramitación, y al abono de 6.251 euros en concepto de indemnización por daños morales derivados de la lesión del derecho de huelga.
El efecto de macdonalización del arte convierte los museos en multinacionales culturales con delegaciones en todo el mundo, cuyo contenido es similar al margen del país donde se encuentre.
En definitiva, cuatro personas han sido readmitidas como consecuencia de decisiones judiciales. Estos hechos vuelven a poner de relieve la nefasta política de relaciones laborales del Guggengehim Bilbao. Además, el museo ha dado por finalizado el contrato de las tres personas que arbitrariamente contrató tras el despido de las huelguistas, en una nueva pirueta que añadir a la pésima gestión de recursos humanos.
El denominado turbocapitalismo extiende sus redes a todo tipo de empresas y países. Este término, acuñado por Edward Lutwak, denomina la aceleración de la economía financiarizada del “supuesto” libre mercado, “supuesto” libre mercado dice él, pero que en realidad significa la concentración en grandes empresas con enormes dosis de capital (préstamos proporcionados por los bancos en gran parte), intensivas en tecnología y con relativamente pocos empleados. Dichas empresas se favorecen de la cada vez menor regulación gubernamental, de estados con cada vez menos prestaciones laborales.
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No tiene freno, no entiende de derechos, de dignidad, de ponderación, ni de justicia social. Ha llegado a tal punto que el mundo de la cultura se ha precarizado lamentablemente. Un entorno repleto de personas sensibles, un ámbito de trabajo tan visible, tan expuesto a la mirada pública, con patronal formada en numerosos casos por gobernantes públicos que dicen defender y luchar por unos valores éticos y relaciones laborales de calidad, ha perdido el respeto al trabajador cultural, al que ha convertido en personal de usar y tirar.
La satisfacción, el reconocimiento de la labor educativa, la estabilidad que favorezca la calidad y la mejora continua en la formación y el desempeño funcional, son requisitos para trabajar debidamente en este ámbito. La historiadora de arte y museóloga Laura Cano ahonda en el ser del marco museístico: “Si un museo pretende ser una puerta abierta a la comunidad, a las identidades, a la reflexión sobre la realidad…, no tiene sentido que a los primeros a los que dé la espalda sean sus propios trabajadores. Un trabajador descontento es un mal trabajador en la mayoría de los casos, lógicamente. No se puede pedir compromiso si no ofreces exactamente lo mismo".
Ya en su día Ibon Areso, ex-alcalde de la villa bilbaína, expuso el axioma que sostiene el puzle económico-urbanístico del Bilbao postmoderno: “Hasta ahora, en las administraciones públicas pensábamos que cultura equivalía a gasto; pero con la experiencia del Guggenheim estamos demostrando que cultura equivale a inversión”. Como acertadamente suele indicar el filósofo Andeka Larrea, más que de inversión en cultura, se trata de una cultura de la inversión.
Tras el aparentemente exitoso desarrollo de Bilbao como ciudad, su por múltiples y grandes medios de comunicación aclamado poder de reclamo turístico, detrás de la supuesta pujanza económica, se encuentran numerosos casos de precariedad laboral. Pese a que en la calle se escuchen cada vez con mayor frecuencia resignadas afirmaciones en el sentido de “es lo que hay”, es posible otro tipo de ciudad y de sociedad. El mediáticamente aclamado desarrollo de Bilbao y el alabado efecto Guggenheim tienen sus luces y sus sombras. Más vale una ciudad donde merezca la pena vivir y donde tengamos un empleo y una vida dignos. No queremos artificios de titanio que oculten la precariedad, ni ser meros objetos en selvas de cemento y cinismo.
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