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Pobreza
El futuro del trabajo y la lucha contra la pobreza
Queda de sobra comentado el cambio de época al que nos enfrentamos en la actualidad: muchas de las bases del sistema, aunque llevaban tiempo agrietadas, parecen saltar por los aires con increíble facilidad. El mundo parece que se ha hecho viejo de pronto, y solo la novedad parece insuflarnos algo de expectativa, porque por el momento la esperanza es escasa, aunque nace como suele acostumbrar, en las periferias, en las grietas, como las plantas.
La novedad tecnológica es lo único que, por el momento, parece ofrecer algo de aliento. Pero es curioso que en una época en la que se habla tanto del futuro, lo estudiemos a modo de adivinación; parece tratarse de acertar lo que pasará mañana. Sin embargo, no explotamos al máximo la capacidad de las Ciencias Sociales y de las Humanidades para construir el futuro, para pensarlo en forma de aspiración. No es cuestión de tejer fantasmas totalizadores (hemos escarmentado), pero sí de inventar soluciones sociales, imaginativas y abiertas, de componer programas integrales que refuercen nuestra humanidad.
El mundo parece que se ha hecho viejo de pronto, y solo la novedad parece insuflarnos algo de expectativa, porque por el momento la esperanza es escasa, aunque nace como suele acostumbrar, en las periferias, en las grietas, como las plantas
El trabajo (el empleo) ha sido desde la condena bíblica hasta nuestro tiempo el eje de las relaciones sociales. El valor trabajo ha organizado luchas, equilibrios, desigualdades y acceso a la vida digna. Todo fue organizado en los dos últimos siglos bajo esa gramática. No obstante, en los estertores del sistema que presenciamos, vemos que la idea del empleo se está desvaneciendo. La maquinización, por un lado, nos expulsará del mercado laboral: no será necesaria la mano humana para generar riqueza. Por otro lado, la crisis del soporte vital (el planeta) nos obliga ya a reducir la idea de producción infinita, el paradigma de transformar la materia en bienes de consumo. Ante este derribo, se anuncia en las jóvenes generaciones prioridades nuevas que son distintas a tener una carrera profesional: si hay riqueza en el mundo, repartámosla, dediquémonos al consumo y al ocio como única actividad humana... Esto provoca ya muchos desencuentros y quizá anuncie una ruptura generacional.
Lo llaman desafección por la implicación en el empleo, en la participación política o en el amor. El aire de los tiempos nos hace evitar excesivos compromisos, proyecciones, estructuras. El trabajo significó todo en la sociedad hasta hace unos días: te permitía disponer de recursos, te daba identidad, te marcaba un proyecto, un sentido, era el lenguaje de las relaciones y el “organizador” comunitario. Y claro, hablamos de una tendencia, porque la parte empobrecida de la humanidad sigue sufriendo condiciones de trabajo penosas, y muchos de ellos saltan al Norte para cubrir unos empleos cada vez más difíciles de cubrir con personal local. Del paro masivo podemos pasar a una carencia radical de personas que quieran o que puedan trabajar de una manera organizada. La pandemia ha sido un acelerador de todo este proceso paradójico en el que la presencialidad es cada vez más prescindible mientras lo material y real recupera su importancia. La comida, el transporte, la mascarilla, la salud del cuerpo...
El trabajo vs. el empleo
La lucha humana por dominar a la naturaleza y sacar rentabilidad de sus riquezas nos aportó bienestar material, confort y nos permitió desarrollar capacidades e intereses; pero no hace mucho tiempo que esta lucha se revertió, y ahora hablamos de Antropoceno, es decir que nuestro trabajo de transformación de la naturaleza ha cambiado la relación de fuerzas. Hemos herido al zócalo habitable y ahora vivimos la emergencia climática. Este proceso se hizo mejorando la productividad, explotando a personas, organizando y diseñando, haciendo del mundo una gran fábrica. Se inventó el concepto de crecimiento ilimitado frente a todo sentido de la realidad. Y en ese proceso el trabajo se convirtió en la manera de comprender todos los fenómenos sociales y en la principal palanca de desarrollo y de interrelación social.
Habría sin embargo que diferenciar la noción de trabajo y el concepto de empleo. El empleo tiene que ver con un sistema económico, con relaciones de producción, con tiempo disponible y con la necesidad de obtener recursos para vivir. El empleo ha cambiado mucho, ahora se maquiniza, las personas van y vienen, se reorganizan. Las carreras profesionales se disuelven y con ellas la vida basada en el empleo, en sus recursos, sus símbolos, sus estatus, sus padecimientos, sus jerarquías y su ocio conquistado. Ya no es que el trabajo manual se vea colonizado por las máquinas, sino que los llamados profesionales del conocimiento también están amenazados (ver ChatGPT).
Pero el sueño del ocio absoluto produce monstruos: el ocio no se entiende sin trabajo, están vinculados. Si los sistemas de protección mejoran y garantizan una renta universal para sobrevivir, habrá que explorar nuevas formas de estar en el mundo, porque estar con el frigorífico lleno de comida viendo series de televisión sin cesar en el sillón no parece un plan de futuro muy apetecible. Así que, asumiendo que las máquinas relevarán a la mano de obra (esperemos que pagando impuestos) y que hay riqueza suficiente en el mundo para todas las personas, se trataría de construir un nuevo sistema no solo económico, sino de ocupación del mundo social. La situación tecnológica puede ser una buena noticia, el desarrollo de los sistemas de protección es algo que hemos deseado desde siempre, pero queda que le demos a todo eso un sentido, que aprovechemos la coyuntura, no vaya a ser que las oportunidades que aparecen se conviertan en nuevos elementos que provoquen malestar.
Asumiendo que las máquinas relevarán a la mano de obra (esperemos que pagando impuestos) y que hay riqueza suficiente en el mundo para todas las personas, se trataría de construir un nuevo sistema no solo económico, sino de ocupación del mundo social.
La pobreza y las oportunidades
Existe un gran debate sobre si vivimos en sociedades más desiguales y parece que la respuesta es doble. Los datos dicen que, en el conjunto del mundo, hay menos pobreza. Pero claro ese hecho tiene un impacto en los países occidentales, y en ellos efectivamente la precariedad se ha extendido, y las clases medias están en proceso de desclasamiento. Aunque el sistema de protección en España siga construyéndose, el tratamiento de la pobreza sigue anclado en décadas anteriores; existe por un lado un cierto moralismo, atenuado por protocolos pero presente en la gestión, y un conjunto de mensajes paradójicos que vienen a decir que “tienes que trabajar” en un mercado laboral cada vez más sofisticado que no ofrece muchas oportunidades. Los esfuerzos se centran en mejorar las competencias personales (algo fundamental), pero sin abordar las cuestiones colectivas. Por eso además de garantizar coberturas materiales, deberíamos aumentar los esfuerzos para ofrecer oportunidades. La pobreza es la carencia material, pero también la falta de espacios para participar y para contribuir al colectivo. Si sólo cubrimos las necesidades básicas no pasaremos de una cierta paz social. La cohesión social se fragua con la participación de todas las personas. Y ese es el reto, reinventar un tejido que garantice la circulación social, que establezca un sistema de “toma y daca” en el que todas las personas se sientan legitimas y presentes, que todas reciban apoyo y que todas puedan contribuir a la vida en común.
La cohesión social se fragua con la participación de todas las personas. Y ese es el reto, reinventar un tejido que establezca un sistema de “toma y daca” en el que todas las personas se sientan presentes, que todas reciban apoyo y que puedan contribuir a la vida en común.
En esta posmodernidad, la pobreza es un fenómeno complejo, que no solo tiene que ver con la renta, que tiene muchas caras y en la que las cuestiones culturales y cívicas son cada vez más importantes. Por eso necesitamos hacer una política económica que establezca algunas prioridades, luchar contra la pobreza no caso por caso, sino desarrollando una sociedad distinta. Si el empleo ya no va a ser el centro de todo, quizá podamos imaginar el final de la pobreza construyendo un nuevo pacto interclasista e intergeneracional en el que establezcamos unos mínimos materiales y de participación en la vida colectiva de todas las personas. Un pacto que recoja los derechos ya reconocidos, pero que los articule y los haga dialogar entre sí. Sin cuestionar las libertades por supuesto, proponemos llegar a un acuerdo que establezca una relación con el trabajo más creativa y compartida. Pasaríamos del paradigma del crecimiento económico al paradigma de los cuidados. Cuidar a los demás, cuidarse a uno mismo, cuidar del planeta.
Un circuito nuevo
Con todo ello proponemos un nuevo sistema que conecte la formación, el empleo, los cuidados, el desarrollo personal y la participación política. Haría falta un potente “organizador” que tratase las demandas, perfiles y deseos de las personas y las necesidades sociales para adjudicar circuitos a medida. Todas las personas contarían con recursos materiales básicos para vivir, y a cambio participarían en ese circuito, con revisiones cada cinco años, por ejemplo. Periodos lo suficientemente largos para estabilizarse y lo suficientemente cortos para probar otras cosas en la exploración y el aprendizaje. Los circuitos tendrían en cuenta por supuesto la formación de base, las capacidades y los centros de interés, pero siempre habrá tareas sociales no demasiado agradables pero necesarias. Proponemos un tiempo mensual organizado alrededor de cinco ejes: el trabajo productivo, el desarrollo personal (artístico, cultural, deportivo), la participación (cuidados y política), la formación permanente (laboral, personal, cívica) y la desconexión y el ocio (higiene digital, viajes, descanso). El tiempo “laboral” sería uno, porque el trabajo es nuestra capacidad de hacer. El reto sería organizar circuitos equilibrados y con el suficiente margen de libertad. Se podrían imaginar incentivos para labores especiales, o límites para algunas personas que deben de dedicarse a tiempo completo a una tarea muy específica. Pero podría funcionar para la mayoría. Y sería muy interesante alternar trabajos manuales con tareas cívicas más intelectuales, y nunca desprenderse de las labores de cuidado, a propios o a extraños, dependiendo de la situación vital de cada persona.
En estos circuitos se pueden despertar vocaciones, tener segundas oportunidades, promover el lazo social, y por obligación, hacer que todas las personas se hagan responsables de algo colectivo.
Pondríamos así a los cuidados personales y colectivos y medioambientales en el centro. Los ciclos vitales, los ciclos menstruales, necesitan de una nueva organización no basta con hacer encajar todo en un sistema productivista. En estos circuitos se pueden despertar vocaciones, tener segundas oportunidades, promover el lazo social, y por obligación, hacer que todas las personas se hagan responsables de algo colectivo, que todas contribuyan a la democracia.
Debemos formar parte de las soluciones
Asumiendo la complejidad de esta propuesta, consideramos que es necesario ir explorando nuevas vías de mayor articulación. El tiempo de la segmentación y de los departamentos estancos entre el empleo, la vida política y los cuidados, entre otros, parece que termina. Necesitamos experimentar y soñar nuevas maneras de hacer. Nos hace falta debatir y no asumir la predestinación de las máquinas, nos hace falta esperanza y sentido de la realidad. Y debemos ser capaces de que este cambio de modelo sea global, eliminar la división geográfica del trabajo, con un Sur que se agota trabajando y un Norte que dimite y consume.
Las redes de lucha contra la pobreza y la exclusión se deben implicar en estos diseños; no es suficiente con gestionar las ayudas, con tratar de poner sobre la agenda las cuestiones sociales. Debemos participar en los foros económicos y en las estrategias transversales de los territorios. El reto es que las máquinas nos liberen pero que no nos expulsen; que nos devuelvan tiempo para trabajar humanamente en la mejora de la vida. Hay que imaginar otros futuros, enhebrarnos en una esperanza llena de acciones y propuestas. La lucha contra la pobreza no consiste en amortiguar los males de unas personas específicas, sino de crear una sociedad compleja que sea capaz de dar respuestas colectivas a las nuevas necesidades. Es un programa que convendría colocar en el centro de todas las políticas.