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Pensamiento
El silencio del viento contrario
Personas que desmitifican el progreso técnico y su mercantilización aplicando los ‘frenos de emergencia’ a la economía neoliberal, sintonizándose con el ritmo lento de las plantas.
En Zúrich un hombre recorre la ciudad de noche con las manos cerradas. En silencio sigue los pasos marcados en un mapa. En las manos lleva semillas. No se trata de unas semillas cualesquiera, sino de plantas pioneras: plantas capaces de crecer en terrenos hostiles, en lugares inhóspitos para el desarrollo de la vida, plantas cuya característica es la abundante producción de semillas y de minerales que abonan el terreno para que puedan crecer otras plantas con más necesidades.
La ciudad contemporánea se ha vuelto un lugar inhóspito para el desarrollo de la vida: la lucha constante por la supervivencia de la casi inexistente naturaleza en un ambiente en el que la superficie de suelo sellado avanza inexorablemente guarda estrecha relación con la lucha contra la mercantilización de la ciudad.
La naturaleza, cuando presente, se convierte en el monumento a su ausencia, en el símbolo de la relación superficial, cautiva de la economía neoliberal, entre seres humanos y mundo natural que caracteriza nuestra época: mercantilizada (entradas para visitar parques y jardines botánicos, especulación sobre los llamados productos ecológicos, venta de costosos kits para aprender a cosechar en la ciudad, etc.) o bien violada (poda de árboles que se asemejan a amputaciones, plantas a pocos centímetros de los automóviles, hormigón y asfalto en parques y patios, etc.). La capa de asfalto, omnipresente, interrumpe material y simbólicamente nuestra relación con la tierra.
Las semillas de plantas pioneras que el hombre siembra en el silencio de la noche zuriquesa, en completa soledad y con la apasionada determinación de quienes no quieren ser espectadores pasivos de los eventos, crecen en las grietas del asfalto, en las hendiduras de la ciudad neoliberal, oponiéndose a la mercantilización de la naturaleza, actuando como aliadas de quienes abogan por un cambio radical en la organización de la ciudad y la vida social.
Este cambio puede realizarse a través de la recuperación de la relación entre seres humanos y naturaleza, restableciendo los vínculos profundos que siempre la han caracterizado, un acto de resistencia a la economía neoliberal. Para poder recuperar estos vínculos, al ser el ambiente inhóspito, son necesarias semillas de plantas pioneras que darán paso a la creación de un ambiente fértil para la futura vegetación. Trasladado a las ideas, las plantas pioneras son la metáfora de las ideas que, antes de alcanzar su momento de legibilidad, son consideradas radicales por el ambiente cultural inhóspito y contribuyen a la creación de un ambiente cultural fértil para la futura liberación.
Penetrar la ciudad de noche, cuando el silencio nos hace ver la destrucción operada por la economía neoliberal, es la metáfora de un paseo por las ideas que conciben la vida no como una competición para eliminar al adversario y alcanzar el poder y el éxito personal, sino como un tiempo abierto a la convivencialidad, al conocimiento de lo imprevisible, de lo poético.
Maurice, el hombre que siembra semillas e ideas en Zúrich, es uno de los protagonistas de la película Wild Plants, de Nicolas Humbert, recientemente estrenada en Praga, un viaje poético en busca de la energía de reacción a la destrucción de la naturaleza a la que estamos asistiendo. Una energía positiva que se condensa en personas que habitan distintas partes del planeta, desde Detroit hasta Ginebra y Zúrich, y tienen un elemento en común, que no conoce fronteras: el hecho de ser semillas de resistencia que engendran la esperanza de un posible, concreto cambio en nuestra época.
Actos individuales —como en el caso de Maurice Maggi— o colectivos —el activista nativo norteamericano Milo Yellow Hair, una pareja que decide dedicarse a cultivar la tierra en Detroit, una cooperativa de jóvenes en Ginebra que decide cultivar hortalizas y venderlas directamente a quienes viven en la zona— que ocurren a miles de kilómetros de distancia comparten la misma visión del mundo.
Cambio climático, deforestación, agricultura intensiva, apoderamiento de tierras por los poderosos, guerras: ante la destrucción debida a la tempestad del progreso, aceptado por la mayoría de las personas como si fuera un fenómeno inevitable (el mismo viento que empuja al ángel de la historia benjaminiano impidiéndole cerrar las alas), un viento sopla silenciosamente en dirección contraria por todo el planeta. Se trata de la reacción de personas que desmitifican el progreso técnico y su mercantilización rechazando su carácter ‘natural’ e inevitable y aplicando los ‘frenos de emergencia’ a la economía neoliberal, sintonizándose con el ritmo lento de las plantas.
Personas que a pesar de la distancia hablan el mismo lenguaje: el acto de sembrar en la ciudad, la cosecha y la venta de hortalizas a personas a las que conocemos personalmente, la decisión de (re)descubrir nuestra relación profunda con la naturaleza, el asombro ante los saltos de los animales libres junto con el rechazo a querer poseerlos y cautivarlos, son todos actos que se pueden definir políticos, lejos de las instituciones, cerca de la vida. Este viento contrario que contrarresta la economía neoliberal permite al ángel de la historia cerrar sus alas, detenerse ante las ruinas de la historia que ‘se acumulan hasta el cielo’ para empezar una época nueva.
El silencio de la poesía de las imágenes en el ruido de imágenes fútiles, las palabras densas y lentas en una aceleración de palabras huecas, son otros elementos de resistencia.
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