Pensamiento
Magufismo político: la autoparodia de la izquierda

El magufismo juega con el descontento social, con la inquietud por el medio ambiente para terminar castrando sus potencialidades transformadoras al convertirlas en una imagen paródica de sí mismos.

3 mar 2018 16:32

En un alarde de sinceridad que les honraba, casi cada partido revolucionario de los 70 reconocía albergar su lunatic fringe particular. Una corriente fanática cuyos miembros terminaban, por lo general, desencantados y militando en la ultraderecha. Un caso bien conocido es el de Stéphane Courtois, antiguo anarco-maoísta, después coautor de El Libro negro del comunismo, pero la lista sería extensa.

En los movimientos emancipatorios actuales hallamos algo similar, un coqueteo con planteamientos reaccionarios que se asumen como inocuos, e incluso compatibles con una militancia socialista o libertaria. Nos referimos exactamente a eso que se ha dado en llamar “magufismo”. La chanza, promovida por los círculos escépticos, ha hecho fortuna a la par que las medicinas alternativas, las teorías de la conspiración y los distintos revisionismos han ido ganando adeptos. Existen multitud de ejemplos, más o menos folclóricos, pero todos convergen en algo: la negación de la lógica ilustrada en sentido general. Su apariencia rompedora permite que hasta los más comprometidos, militantes de izquierdas concienciados, puedan participar de ellas sin reparar en lo que significan.

Los negacionistas del Holocausto sustituyen el inveterado complot judeomasónico por el mito del Nuevo Orden Mundial, un cajón de sastre donde caben el cuestionamiento del cambio climático, los chemtrails, el proyecto HAARP o el plan Kalergi para sustituir la población blanca

Es bien cierto que el “magufismo” no es nuevo. Con altas y bajas, las apelaciones a fuerzas, energías o entidades trascendentes, el recurso a las conspiraciones como motor histórico o las prácticas pseudocientíficas tienen una trayectoria larga. Sin embargo, la eclosión de las últimas décadas carece de precedentes y comienza a ser inquietante.

La medicina ha dado la voz de alarma, por ejemplo, ante el avance de los colectivos anti-vacunas en los países desarrollados. Pero hay más: en el terreno de la Historia, los negacionistas del Holocausto sustituyen el inveterado complot judeomasónico por el mito del Nuevo Orden Mundial, un cajón de sastre donde caben el cuestionamiento del cambio climático, los chemtrails, el proyecto HAARP o el plan Kalergi para sustituir la población blanca. En lo más extremo, hasta se recobra la teoría de la Tierra plana de mano del fundamentalismo cristiano. Todo ello se retroalimenta en internet, con informaciones absolutamente descabaladas y con esa sensación de pertenecer a un colectivo que otorgan las redes sociales. 

Caricaturas y parodias

Esa proliferación no se debe a una moda, el devenir histórico la ha favorecido. A finales de los años 80, el colapso del bloque del Este hizo vislumbrar una nueva etapa: la posmodernidad. Lo que en principio constituyó una crítica de la razón industrial fordista y una apuesta por la diversificación de los paradigmas de pensamiento, se transformó pronto en un potlache. Se arrojaron a la hoguera la Historia el proletariado, las clases sociales, la política participativa y las así llamadas utopías. Justo lo que estorbaba para la ofensiva neoliberal que vino a continuación. Ninguna explicaba nada, la modernidad había fracasado. Y, una a una, las clavijas que ligaban el presente con los principios revolucionarios del pasado fueron desconectadas.

Así, sin esos vínculos, ha sido mucho más fácil la reversión de derechos que vivimos. Unos derechos que las luchas sociales pasadas, deudoras en su mayoría del ímpetu de la Revolución Francesa, hicieron posibles. Si alguien se pregunta por qué la segadora neoliberal funciona tan eficientemente sin contestación eficaz, es posible que encuentre parte de la respuesta en lo que aquí exponemos.

Se puede ser perfectamente consciente de estos efectos nefastos y manifestar toda la indignación que se quiera. Sin embargo, resulta turbador que la indignación se exprese tan habitualmente en un lenguaje neomístico que clona el discurso radical. Algunos ejemplos: el movimiento antiglobalización tiene su caricatura en las exhortaciones anti-mundialistas de la extrema derecha islamófoba. Las proclamas de los anti-vacunas contra la malevolencia de las farmacéuticas se nutren de una fundada desconfianza hacia las corporaciones. Quienes culpan de las crisis a ciertas familias judías o al famoso Club Bilderberg son la imagen deformada del anticapitalismo. El antisionismo posee su parodia en el antisemitismo de toda la vida, y el ecologismo, en los sermones apocalípticos sobre las estelas de condensación o la fluoración del agua.

La Historia se retuerce en la literatura que rastrea las causas de la revolución en las agendas de las sociedades secretas y a los promotores de los avances civilizatorios en consorcios alienígenas. Obviando los datos objetivos, se descubren por doquier ataques de falsa bandera, de Pearl Harbour al 11-S. No hay fallos o ineptitud: el propio gobierno federal estadounidense provoca las guerras con autoatentados. De la misma manera, existe una renuencia atroz a considerar la posibilidad de que la desastrosa política occidental en Oriente Medio halla dado lugar a organizaciones como Al-Qaeda o el Estado Islámico: todo es un malabarismo de los servicios secretos. El Estado español tiene sus versiones particulares: ETA no pudo acabar con Carrero Blanco, fue la CIA. Si se piensa bien vemos que, pretendiendo romper con la así llamada historia oficial, este discurso contribuye a colocar a los poderes institucionales y económicos en una situación imaginaria de omnipotencia e invulnerabilidad frente al cuestionamiento radical o la oposición organizada. En pocas palabras: asumir el logos magufo significa dar la batalla por perdida.

De la posmodernidad vulgarizada el magufo hereda el eclecticismo, el “corta y pega”, la posibilidad de mezclar conceptos antitéticos e ideologías excluyentes entre sí

El magufismo juega con el descontento social, con la inquietud por el medio ambiente o con el interés por los procesos históricos para terminar castrando sus potencialidades transformadoras al convertirlos en una imagen paródica de sí mismos. Y juega mucho más a su favor con la alarmante ausencia de cultura política de las masas. De la posmodernidad vulgarizada el magufo hereda el eclecticismo, el “corta y pega”, la posibilidad de mezclar conceptos antitéticos e ideologías excluyentes entre sí. Si el mentado Stéphane Courtois se postulaba como anarco-maoísta en su momento, a día de hoy no es nada extraordinario encontrarse con anarco-capitalistas, liberales no ilustrados, ateos de tradición católica y partidarios de unas dictaduras democráticas.

Más aún: el heteropatriarcado se presenta como víctima de un lobby, acuña el término ‘feminazi’ para atacar a los colectivos feministas y pergeña la idea de que los Rockefeller y los Rothschild crearon el feminismo para atacar a la familia. La homofobia también construye su enemigo: el lobby gay. El corolario teórico es siempre el mismo: el cortocircuito del análisis político y la negación de cualquier posibilidad organizada de cambio social. Existe un orden natural, el pueblo no quiere cambios, y si se producen, es por instigación. La política, en definitiva, no sirve para nada. Lo cual deja abierta la puerta a las distopías más inquietantes.

Mostrándose como alternativo y transgresivo, el magufismo posee un atractivo para quienes han desarrollado algo de conciencia social en ausencia de formación teórica suficiente. Sin embargo, no deja de ser otro ejemplo más de cómo apropiarse de nociones radicales para concluir en impotencia política, en puro oscurantismo o, como ya ocurrió en los años 30, en fascismo. El neo-autoritarismo viene disfrazado como iconoclasta y alternativo, igual que el nazismo llegó trufado de cantos a la revolución y al progreso y de ataques al modo de vida burgués.

Es mucho más cómodo para el poder que la lucha contra los monopolios se plantee atacando a la familia Rothschild o que el anticapitalismo se dedique a analizar el orden del día del Club Bilderberg en lugar de postular la socialización de la banca o de los medios de producción. No se les puede quitar la razón a quienes señalan que el interés económico mueve a la industria farmacéutica por encima de consideraciones éticas, ni a quienes denuncian la vigilancia indiscriminada de los ciudadanos por las agencias de seguridad como un recorte de libertades. Es cierto que las potencias imperialistas intervienen continuamente modificando la política internacional en beneficio propio. Pero nada de eso puede explicarse o combatirse en ausencia de análisis y de movilización social clásica. Los términos para definir esos poderes ya estaban concebidos: se llaman capitalismo, imperialismo y Estado autoritario.

El mismo Donald Trump esgrimía en su carrera electoral la promesa de “combatir a las élites” haciendo suya la idea de que existen conciliábulos que “manejan los hilos”. ¿Es posible que un magnate pueda hablar de élite sin incluirse en ella? Sí, desde el punto de vista conspirativo, y con una buena dosis de cinismo. El magufismo político ya ha llegado al poder. 

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joseangomez50
5/3/2018 16:36

¿Y si vemos la serie francesa Oficina de Infiltrados a ver si la realidad copia del arte? También podrían servir:
La Cia y la guerra fría cultural de Frances Stonor, o la Guerra fría cultural y el exilio republicano español. Cierto tocan el tema hace tiempo ¿Pero que no habrá avanzado ahora, precisamente con las nuevas tecnologías? Al menos lo de La Conspiranoia que escribió Enrique de Diego sobre el 11 S y El Mundo, puede ayudar. Antes de que nos salgo humo por las orejas

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#9797
4/3/2018 16:15

Con internet es mucho más difícil ocultar la verdad, por tanto las investigaciones rigurosas y con datos objetivos, las "teorías de la conspiración", se van extendiendo, mientras las consignas vacías de los pro-establishment disfrazados de anti-sistema, lo que el autor llama "formación teórica suficiente", van quedando desacreditadas. Como las chorradas de los pseudo-escépticos al servicio del sistema, por ejemplo.

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#9794
4/3/2018 16:06

El autor nunca vivió la globalización. Que mal todo. Que pena.

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#9784
4/3/2018 14:47

El autor no ha vivido los años de la globalización. Que mal todo, que pena.

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1
#9768
4/3/2018 12:53

Atención a esta errata: "la desastrosa política occidental en Oriente Medio HALLA dado lugar a organizaciones como Al-Qaeda". Lo correcto es "HAYA".

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Yo voté a IU de Anguita
4/3/2018 1:18

Efectivamente, la conspiranoia está ocupando el papel de la izquierda en la crítica al sistema imperante (ideológicamente de origen ilustrado) pero precisamente porque ésta forma parte de la conspiración *, mezclando superficialmente churras y merinas sin ofrecer un análisis riguroso basado en datos concretos, identificando como derecha a aquello que adelantando por la izquierda la acaba dejando atrás. Así se contribuye a lo que en apariencia se pretende criticar, igual que sucede con Trump o el papa actual.
¿Qué es mejor o peor, el tradicionalismo revolucionario o el progreso conservador?

* Déjense de magufadas: https://www.youtube.com/playlist?list=PL9CuyQSQPGL_EJfCKY6BuZWW-NyrS76Ug

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#9705
3/3/2018 17:46

Vaya totum revolutum, casi todas esas cosas proceden de la extrema derecha y no tienen ninguna relación con la izquierda

11
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#9725
4/3/2018 1:07

¿Ninguna relación? A no ser, claro está, que sigamos considerando a la izquierda como un ente magnífico, casi místico...

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